Ben Tarnoff: Covid-19 y la nube

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Mientras escribo, aproximadamente la mitad de la población mundial vive confinada.

Está claro que no todos pueden quedarse adentro: millones de personas de clase trabajadora arriesgan sus vidas todos los días para ser enfermeras, empleados de supermercados y realizar otros trabajos esenciales de los que depende la supervivencia de todos los demás. Pero a nivel global, una parte sustancial de la humanidad se queda en casa.

Una consecuencia de esto es un fuerte aumento en el uso de internet. Atrapadas dentro, las personas pasan más tiempo en línea. El New York Times informó que en enero, cuando China cerró la provincia de Hubei (hogar de Wuhan, el epicentro original de Covid-19), la velocidad de banda ancha móvil se redujo más de la mitad por la congestión de la red. La velocidad de Internet ha sufrido caídas similares en Europa y Estados Unidos, ya que las órdenes de quedarse en casa han generado picos de tráfico. En Italia, que tiene uno de los mayores índices globales de muertes por coronavirus, el uso de Internet en el hogar ha aumentado un 90 por ciento.

Internet ya está profundamente integrada en la vida diaria de gran parte del mundo. Sin embargo, bajo presión por la pandemia, se ha convertido para muchos, en algo más: el lugar donde la vida es mayormente vivida. Es donde uno pasa tiempo con familiares y amigos, va a clase, asiste a conciertos y servicios religiosos, compra comida y hace las compras. Es una fuente de sustento, cultura e interacción social. Para aquellos que pueden trabajar desde casa, también es una fuente de ingresos. La cuarentena es una práctica antigua. La cuarentena conectada es una paradoja producida por una era en red.

Cualquier cosa que pueda ayudar a las personas a soportar largos períodos de aislamiento es útil para contener el virus. En ese sentido, Internet es una bendición, aunque está distribuida de forma desigual. De hecho, la pandemia está resaltando las desigualdades dentro y entre los países en cuanto a la conectividad. Y revela por qué el acceso a Internet debe considerarse un derecho humano básico.

Pero la nueva realidad de la cuarentena conectada también trae algunos riesgos. El primero es social: la mayor dependencia de los servicios en línea pondrá más poder en manos de las telecomunicaciones y las plataformas. Nuestra esfera digital antidemocrática lo será aún más, a medida que las empresas que poseen las infraestructuras físicas y virtuales de Internet sean las mediadoras y moldeen todavía más nuestra existencia. El segundo peligro es ecológico. Internet ya demanda mucho de los sistemas naturales de la tierra. Mientras aumenta el uso, esas demandas crecerán.

En nuestros esfuerzos por mitigar la crisis actual, entonces, podemos terminar empeorando otras crisis. Un mundo en el que Internet (tal como está organizado hoy) se vuelve más central para nuestras vidas, será un mundo en el que las empresas tecnológicas ejercerán más influencia sobre nuestras vidas. También puede ser un mundo en el que todas las formas de vida se vuelven más difíciles de sostener, ya que el impacto ambiental de un Internet en rápido crecimiento acelera el colapso en marcha de la biosfera. Sobre todo, al calentar el planeta.

Las máquinas calientan el planeta

Para comprender cómo Internet hace que el planeta se caliente, es útil comenzar con un modelo simplificado de lo que es Internet. Internet es, más o menos, una colección de máquinas que se comunican entre sí. Estas máquinas pueden ser grandes o pequeñas. Servidores o smartphones, por ejemplo. Cada año se vuelven más ubicuas. En un par de años, habrá treinta mil millones de ellas.

Estas máquinas calientan el planeta de tres maneras. Primero, están hechas de metales y minerales que se extraen y refinan con un gran consumo de energía, y esta energía se genera al quemar combustibles fósiles. En segundo lugar, su ensamblaje y fabricación son también intensivos en energía y, por lo tanto, intensivos en carbono. Finalmente, después de fabricar las máquinas, está la cuestión de mantenerlas funcionando, lo que también consume energía y emite carbono.

Dada la envergadura y complejidad de este proceso, tomaría una gran cantidad de tiempo mapear con precisión la huella de carbono completa de Internet. Así que vamos a concentrarnos en una sola parte: la nube. Si Internet es una colección de máquinas que se comunican entre sí, la nube es el subconjunto de máquinas que más hablan. En concreto, la nube son millones de edificios con una temperatura controlada (centros de datos o datacenters) llenos de servidores. Estos servidores brindan el almacenamiento y realizan el cómputo para el software que se ejecuta en Internet. El software detrás de los Séder de Pésaj que se realizaron vía Zoom, los conciertos de Twitch, las entregas de Instacart, los ataques con drones, las operaciones financieras y otras incontables actividades organizadas algorítmicamente.

La cantidad de energía consumida por estas actividades es inmensa, y mucha proviene del carbón y el gas natural. Los datacenters hoy requieren 200 teravatios hora por año, aproximadamente la misma cantidad que todo Sudáfrica. Anders Andrae, investigador de Huawei, predice que ese número crecerá de 4 a 5 veces para 2030. Esto pondría a la nube a la par del consumo de Japón, el cuarto mayor consumidor de energía del planeta. Sin embargo, Andrae hizo estas predicciones antes de la pandemia. Todo indica que la crisis acelerará fuerte el crecimiento de la nube, ya que las personas pasan más tiempo en línea. Esto significa que podríamos tener una nube aún más grande que Japón para 2030. Quizás incluso del tamaño de India, el tercer mayor consumidor de energía del mundo.

Machine Learning es una industria fósil

¿Qué se puede hacer para evitar el daño climático de tal desarrollo? Un enfoque es hacer que la nube funcione con energía renovable. Esto no descarboniza por completo los datacenters (dados los costos de carbono asociados con la construcción de los servidores dentro de ellos) pero reduce su impacto. Greenpeace lleva años haciendo una campaña en este sentido, con cierto éxito. El uso de energías renovables en los datacenters ha crecido, aunque el progreso es desigual: según un reciente informe de Greenpeace, los datacenters chinos todavía funcionan principalmente con carbón. También sigue siendo difícil medir con precisión cuánto progreso se ha hecho, ya que los compromisos corporativos para reducir las emisiones de carbono a menudo son poco más que relaciones públicas con greenwashing. Hacer que un datacenter sea "verde" puede significar cualquier cantidad de cosas, dada la falta general de transparencia y reportes estandarizados. Una compañía podría comprar algunos créditos de carbono (carbon offsets), lanzar un comunicado de prensa para celebrar y darse por satisfecha.

Otro enfoque es aumentar la eficiencia energética de los datacenters. Convencer a las empresas de hacer eso es más fácil, ya que tienen un fuerte incentivo financiero para reducir sus costos de electricidad. Brindar energía y refrigeración para los datacenters puede ser extraordinariamente caro. En los últimos años, se inventaron varias formas de mejorar la eficiencia. La aparición de datacenters "hiperescala", desarrollados por primera vez por Facebook, ha sido en especial importante. Estas son instalaciones enormes, automatizadas y simplificadas que representan la racionalización de la nube: son el equivalente digital de la línea de ensamblaje fordista, desplazando los arreglos más artesanales de una era anterior. Sus economías de escala y optimizaciones obsesivas los hacen superiores en eficiencia energética, lo que a su vez ha moderado el consumo de energía de la nube en los últimos años.

Sin embargo, esta tendencia no durará para siempre. Los datacenters "hiperescala" aumentarán al máximo su eficiencia, mientras que la nube seguirá creciendo. Incluso las compañías más responsables tendrán problemas para adquirir suficiente energía renovable para mantener el ritmo de la demanda. Es por eso que también tenemos que analizar otra posibilidad: no solo hacer “verde” la nube o hacerla más eficiente, sino también limitar su crecimiento.

Para considerar cómo podríamos lograr eso, analicemos primero por qué la nube está creciendo tan rápido. Uno de los factores más importantes es el aumento de Machine Learning (ML). ML es el campo detrás del actual "auge de la Inteligencia Artificial". ML es una herramienta poderosa para el reconocimiento de patrones, y puede utilizarse para muchos propósitos, desde analizar rostros hasta predecir las preferencias del consumidor. Sin embargo, para reconocer un patrón, un sistema de ML debe primero "aprender" el patrón. Machine Learning aprende patrones entrenando con grandes cantidades de datos, que es un proceso computacionalmente exigente. El streaming de Netflix no ejerce demasiada presión sobre los servidores dentro de un datacenter. Pero entrenar al modelo ML que Netflix utiliza para su motor de recomendación probablemente lo haga.

Debido a que ML debora poder de procesamiento, también genera una gran huella de carbono. En un documento que repercutió mucho en la comunidad de Machine Learning por parte de un equipo de la Universidad de Massachusetts, Amherst descubrió que entrenar un modelo para el procesamiento de lenguaje natural (el campo que ayuda a los "asistentes virtuales" como Alexa a entender lo que estás diciendo), puede emitir hasta 626,155 libras de dióxido de carbono. Eso es casi la misma cantidad producida por volar ida y vuelta entre Nueva York y Beijing 125 veces.

El entrenamiento de modelos no es la única forma en que ML contribuye al cambio climático. También ha estimulado un hambre de datos que probablemente sea el mayor impulsor de la digitalización de todo. Las corporaciones y los gobiernos ahora tienen un incentivo para adquirir la mayor cantidad de datos posible, ya que esos datos pueden generar patrones valiosos con la ayuda de ML. Puede darles información sobre a quién echar, a quién arrestar, cuándo arreglar una máquina o cómo promocionar un nuevo producto. Incluso podría ayudarlos a crear nuevos tipos de servicios, como software de reconocimiento facial o chatbots de servicio al cliente. Una de las mejores formas de generar más datos es colocar pequeñas computadoras conectadas en todas partes: en hogares, tiendas, oficinas, fábricas, hospitales y automóviles. Además de la energía requerida para fabricar y mantener esos dispositivos, los datos que producen vivirán en la nube intensiva en carbono.

La buena noticia es que la concientización sobre los impactos climáticos de Machine Learning está creciendo, al igual que el interés de los profesionales y activistas por mitigarlos. Con ese objetivo, un grupo de investigadores está pidiendo nuevos estándares de reportes bajo el lema de “Green AI” (Inteligencia Artificial verde). Proponen agregar una “etiqueta de precio” de carbono a cada modelo de ML, para reflejar los costos de construcción, entrenamiento y ejecución, y que podría impulsar el desarrollo de modelos más eficientes.

Este es un trabajo importante, pero necesita una dimensión cualitativa y cuantitativa. No deberíamos solo preguntarnos cuánto carbono produce una aplicación de ML. También deberíamos preguntarnos qué hacen esas aplicaciones.

¿Permiten a las personas llevar vidas más libres y autodeterminadas? ¿Cultivan comunidad y solidaridad? ¿Fomentan formas de vida más equitativas y cooperativas? ¿O extienden la vigilancia y el control corporativo y estatal? ¿Le dan a los anunciantes, empleadores y agencias de seguridad nuevas formas de monitorearnos y manipularnos? ¿Fortalecen el poder de clase capitalista e intensifican el racismo, el sexismo y otras opresiones?

Resistencia con transformación

Un buen lugar para empezar cuando contemplamos frenar el crecimiento de la nube es preguntarnos si las actividades que impulsan su crecimiento contribuyen a la creación de una sociedad democrática. Esta pregunta adquirirá nueva urgencia en la pandemia, a medida que nuestras sociedades se entrelazan más con internet. Sin embargo, es una pregunta que no puede resolverse con una base técnica. No es un problema de optimización, como tratar de maximizar la eficiencia energética en un datacenter. Eso se debe a que implica elecciones sobre valores, y las elecciones sobre valores son necesariamente políticas. Por lo tanto, necesitamos mecanismos políticos para tomar estas decisiones colectivamente.

La política es necesariamente un asunto conflictivo, y habrá muchos conflictos que surjan en el proceso de tratar de descarbonizar y democratizar Internet. Por un lado, existen tensiones obvias entre el imperativo moral de mejorar y expandir el acceso, y el imperativo ecológico de mantener el consumo de energía asociado dentro de un rango sostenible. Pero también habrá muchos casos en los que restringir e incluso eliminar ciertos usos de Internet tendrá fines tanto sociales como ambientales.

Consideremos la lucha contra el software de reconocimiento facial que ha estallado en todo el mundo. Desde manifestantes en Hong Kong que usan láser para interrumpir las cámaras de la policía hasta activistas en Estados Unidos que reclaman prohibiciones municipales. Ese software es incompatible con valores democráticos básicos y, también, ayuda a calentar el planeta al funcionar con modelos ML computacionalmente intensivos. Su prohibición serviría tanto a la gente como al planeta.

Pero necesitamos más que la prohibición. También necesitamos imaginar y construir una alternativa. Un proyecto sustantivo para descarbonizar y democratizar Internet debe combinar resistencia con transformación. Es decir, debe transformar la propiedad y la organización de Internet. Mientras Internet esté en manos de empresas privadas y funcione con fines de lucro, desestabilizará los sistemas naturales y evitará la posibilidad de un control democrático. La ley suprema del capitalismo es la acumulación por la acumulación misma. Bajo ese régimen, la tierra es un conjunto de recursos para extraer, no un conjunto de sistemas para reparar, administrar y proteger. Además, hay poco espacio para que las personas elijan libremente el curso de sus vidas, porque las elecciones de todos (incluso las de los capitalistas) están limitadas por el imperativo de la acumulación infinita.

Disolver esta ley y formular una nueva, implica, por supuesto, una gama mucho más amplia de luchas que las destinadas a construir un mejor Internet. Pero Internet, a medida que su tamaño e importancia crecen con la pandemia, puede convertirse en un punto central de lucha. En el pasado, Internet ha sido un tema difícil para inspirar la movilización masiva. De hecho, su forma actual altamente privatizada se debe en parte a la ausencia de presión popular. Los nuevos patrones de vida de la cuarentena conectada podrían revertir esta tendencia, ya que los servicios en línea se convierten, para muchos, tanto en una ventana al mundo como en un sustituto de él, un salvavidas y un hábitat. Quizás entonces Internet sea un lugar por el que valga la pena luchar por transformar, así como una herramienta para aquellos que luchan por transformar todo lo demás.

Available in
EnglishSpanish
Authors
Ben Tarnoff
Translator
Mauro Accurso
Published
21.05.2020
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