El 10 de diciembre de 1962, mientras Londres emergía de una espesa niebla, Duncan Sandys —diputado por Streatham, yerno de Churchill y ministro para las Colonias — se levantó en la Cámara de los Comunes para hacer una declaración.
En las primeras horas del sábado se intentó derrocar al Gobierno del Estado autónomo de Brunéi. La acción fue organizada por un grupo clandestino que se autodenomina Ejército Nacional de Kalimantán del Norte… Se perpetraron ataques contra la comisaría de policía en la ciudad de Brunéi y contra varios edificios gubernamentales, y los rebeldes tomaron el control del yacimiento petrolífero de Seria.
“El sultán de Brunéi nos solicitó asistencia urgente para restablecer el orden público, derecho que le asistía en virtud según lo dispuesto en el tratado con el Reino Unido. Al recibir esta petición, se enviaron de inmediato tropas por aire y mar desde Singapur”, declaró, enumerando las unidades que participaron.
Sin embargo, no mencionó que el Ejército Nacional de Kalimantán del Norte estaba estrechamente vinculado al Partido Popular de Brunéi, que ese mismo año había ganado todos los escaños salvo uno en las elecciones del país—las primeras y, hasta la fecha, las únicas celebradas en el país.
El partido se oponía al control colonial británico, rechazaba, en términos generales, al sultán y también se manifestaba en contra de los planes para que Brunéi y los territorios vecinos de la costa norte de Borneo —aún bajo dominio británico— se unieran a la recién conformada Malasia. En su lugar, abogaba por un Borneo del Norte unido e independiente.
El levantamiento se desencadenó por la negativa del sultán a llegar a un acuerdo con estos líderes electos. Hubo cierta resistencia a la idea de que Reino Unido debía encargarse de controlar la oposición a un autócrata. En respuesta a la declaración de Sandys, el líder liberal Jo Grimmond preguntó de forma tajante: “¿Somos responsables del orden interno en Brunéi?”.
Seis décadas después, esta pregunta sigue siendo pertinente. El actual sultán, Hassanal Bolkiah, fue rescatado junto a su padre —entonces en el poder— por los gurkhas del ejército británico durante el intento de revolución. Asumió el poder en 1967 y solicitó que el ejército británico permaneciera en el país para proteger su régimen. Todavía están allí.
Desde que el país logró su plena independencia en 1984, Bolkiah ha gobernado a sus 460 000 súbditos como monarca absoluto, autoproclamándose primer ministro, ministro de Asuntos Exteriores, ministro de Finanzas y ministro de Defensa.
No hay elecciones. No existe prensa libre. En 2019, el sultán promulgó una ley que prescribe la pena de muerte por lapidación para el adulterio y las relaciones homosexuales en determinadas circunstancias.
“Todo el país parece una gran carretera, con la selva a un lado y la playa al otro”, dice un conocido que vivió allí poco tiempo. “En realidad, hay una sola ciudad, con una gran mezquita y un gran centro comercial, que son sus principales centros sociales”, añade mi contacto.
Los edificios —incluida la mezquita y el centro comercial— son “austeros, sin carácter”, añaden. En otras palabras, sigue siendo una villa fronteriza de la industria petrolera. Debido a que Brunéi posee una enorme riqueza petrolera, no ha sido necesario deforestar, lo que ha permitido que la selva tropical sea “ese pequeño rincón inmaculado, detenido en el tiempo, de selva muy agreste”.
Este entorno exigente sirve en parte como justificación para la presencia del Reino Unido en Brunéi, donde el ejército británico tiene su escuela de entrenamiento en guerra en la selva.
“La guarnición es de lo más extraña. Hay un césped perfectamente cuidado en un país tropical, junto a una enorme playa”, prosiguieron. “Detrás de ti está la selva, y los gurkhas tocando la gaita”.
Los aproximadamente 2000 soldados británicos que se encuentran allí incluyen uno de los dos batallones de los Royal Gurkha Rifles; el otro tiene su base en Kent. La mayoría son ciudadanos nepaleses reclutados en el ejército británico en virtud de un acuerdo colonial que comenzó en 1815 y fue modificado en 1947 tras la independencia de la India.
En esencia, son mercenarios. El sultán paga por su presencia y, además, selecciona de entre ellos a sus guardias personales. Además de proporcionar seguridad al sultán, estos gurkhas reciben de manera continua a visitantes provenientes de diversas ramas del ejército británico en su campo de entrenamiento en la selva.
La relación va mucho más allá de lo meramente transaccional. El sultán, quien estudió en la Real Academia Militar de Sandhurst, también ostenta el título de almirante honorario de la Marina británica y mariscal jefe del aire honorario de la Fuerza Aérea británica.
El máximo tribunal de apelación del país sigue siendo el Comité Judicial del Consejo Privado del Reino Unido; sin embargo, a diferencia de otras antiguas colonias sobre las que los jueces británicos conservan jurisdicción, en este caso no representan oficialmente ni al monarca británico ni a sí mismos. Actúan en nombre del sultán.
Todo esto no basta para el Instituto Tony Blair, que advirtió en un informe reciente que “la posición del Reino Unido en Brunéi parece vulnerable” frente al auge de la influencia china, con un “riesgo sustancial de que la posición británica en Brunéi se vea comprometida”.
La presencia británica en Brunéi ha sido objeto de cuestionamientos durante mucho tiempo. En 1966, el primer ministro laborista, Harold Wilson, declaró en la Cámara de los Comunes que “la cuestión de un compromiso permanente e indefinido” en Brunéi, “con un gobierno que no se ha sido notorio precisamente por el avance democrático en la zona, nos plantea grandes dificultades”.
Decidió retirar las tropas británicas. A pesar de que el joven sultán realizó varios viajes a Londres para solicitar que permanecieran, el Partido Laborista se mantuvo firme y había fijado la fecha de retirada para noviembre de 1970. Sin embargo, los Conservadores obtuvieron una victoria sorpresiva en las elecciones de junio de ese año y revirtieron la política. Así ha permanecido desde entonces.
Para comprender realmente lo que sucede, conviene considerar que la base británica en Brunéi no se encuentra en su capital, Bandar Seri Begawan, sino en una pequeña localidad al oeste llamada Seria, conocida como la capital petrolera. De hecho, en la declaración inicial de Sandys ante la Cámara de los Comunes, tanto él como los diputados que respondieron parecían mostrar una preocupación especial por los combustibles fósiles.
Desde 1929, Shell ha desempeñado un papel fundamental en la extracción de los abundantes hidrocarburos de Brunéi. Brunei Shell Petroleum, que extrae la gran mayoría del petróleo, es una propiedad conjunta a partes iguales, entre el Estado y Shell.
De las 222 000 personas empleadas en Brunéi, alrededor de 24 000 trabajan como empleados o contratistas para esta filial de la mayor empresa británica. Aproximadamente una de cada 200 personas en Brunéi es un soldado británico. Estas cifras no son producto del azar.
Aproximadamente el 75 % de los ingresos del gobierno de Brunéi proviene del sector de petróleo y gas, es decir, de Brunei Shell Petroleum. En otras palabras, mientras el gobierno de Brunéi financia a los soldados británicos que sostienen el régimen, Brunei Shell Petroleum financia al gobierno de Brunéi.
El sultán es, en cierto modo, un intermediario extremadamente acaudalado que otorga legitimidad dinástica para que las tropas británicas aseguren una pequeña zona del norte de Borneo para una empresa petrolera británica.
Este papel permitió que el sultán se convirtiera —en la década de 1990— en el hombre más rico del mundo. Si bien su riqueza —alrededor de 30 000 millones de libras esterlinas— no se compara con la de los nuevos multimillonarios como Elon Musk, sigue siendo extremadamente acaudalado.
Y gran parte de ese dinero se gastó en el Reino Unido: se estima que él y su familia compraron aproximadamente la mitad de todos los Rolls-Royce producidos en la década de 1990, lo que representó una importante ayuda para la empresa británica.
Posee propiedades por valor de miles de millones de libras esterlinas en el Reino Unido, tanto en forma de inversiones como de residencias privadas en las que, según se cree, pasa una parte significativa de su tiempo.
Brunéi es una pequeña dictadura al otro lado del mundo, un territorio ligeramente más pequeño que Devon. Sin embargo, aproximadamente uno de cada cuarenta soldados británicos está destinado allí, respaldando a un gobernante autocrático para que Shell pueda continuar extrayendo petróleo y gas de sus yacimientos, recursos que luego se queman y, a su vez, contribuyen al calentamiento global.
El Reino Unido presta este servicio a la gigante petrolera a pesar de que, en los cinco años previos a 2023, Shell no pagó impuestos en el país.
En un debate sobre Brunéi en el Parlamento en 1970, el diputado de izquierda Stan Orne describió la presencia de los gurkhas allí como “un anacronismo”. Cincuenta y cinco años después, sigue siendo una peculiaridad del mundo moderno.Adam Ramsay es periodista y escritor independiente. Actualmente trabaja en su próximo libro, Abolish Westminster. Anteriormente se desempeñó como corresponsal especial (entre otros cargos) en openDemocracy.
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