El lunes 13 de octubre, en Jerusalén, se puso de manifiesto el horrible rostro del imperio cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se dirigió al Knesset israelí durante más de una hora.
Presentó la guerra de Gaza como un triunfo, presionó para que se indultara al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, alardeó de la riqueza privada como motor de la política estadounidense y habló de la paz como un premio para los poderosos. «Han ganado», dijo Trump a los legisladores israelíes. «Ahora es el momento de traducir estas victorias... en el premio definitivo de la paz».
Se jactó de su deuda con los Adelson por su decisión de reconocer la ciudad dividida de Jerusalén como capital de Israel y apoyar el control israelí sobre los Altos del Golán ocupados —«Miriam y Sheldon... me llamaban... ella tiene sesenta mil millones en el banco»— como si el dinero fuera una herramienta legítima de la democracia y la diplomacia. Calificó la destrucción de Gaza como «el amanecer histórico de un nuevo Medio Oriente».
El discurso en la Knesset, rebosante de arrogancia y prepotencia, fue una declaración de la lógica imperial en su forma más cruda: la fusión de la dominación militar, el poder financiero y la conversión de la violencia en virtud.
Es en contraposición a este espectáculo —de la ilegalidad proclamada como legitimidad, de las fortunas que dan forma a la política exterior, de la guerra disfrazada con el lenguaje de la paz— que debe entenderse la Conferencia de Kuala Lumpur sobre un nuevo orden internacional justo y humano, celebrada la semana pasada. Mientras Trump ensayaba el guion de dominación del antiguo orden, Kuala Lumpur se reunió para imaginar su derrocamiento.
La conferencia reunió a ministros, académicos y dirigentes de movimientos de todo el mundo para trazar una respuesta colectiva al colapso del llamado orden basado en normas. Convocada por la Internacional Progresista, la Red del Tercer Mundo y Polity, con el apoyo de la Oficina del Primer Ministro de Malasia, la asamblea buscó transformar el creciente consenso moral contra la hipocresía imperial en un programa político coherente, siguiendo los pasos del Grupo de La Haya para Palestina, del que Malasia es un Estado miembro fundador.
Las delegaciónes diagnosticaron un sistema que se desintegra bajo sus propias contradicciones: un orden que invoca la ley para justificar la dominación mientras la viola con impunidad. «Namibia es hija de la solidaridad internacional», afirmó Yvonne Dausab, exministra de Justicia de Namibia, haciendo un llamado a los Estados africanos a restaurar «el poder colectivo del pueblo» y a convertir la agenda de reparaciones de la UA en un proyecto vivo.
Raja Dato' Nurshirwan Zainal Abidin, director general de Seguridad Nacional de Malasia, advirtió que quienes no están en la mesa están sobre la mesa, e instó a los gobiernos del Sur a convertir la legitimidad moral en poder material. Rob Davies, exministro de Comercio de Sudáfrica, describió cómo el Norte había «abandonado unilateralmente las reglas que nos impuso» y había vuelto al «poder bruto y sin filtros». Kinda Mohamadieh, de la Red del Tercer Mundo, advirtió que la remodelación del orden mundial «podría adoptar la forma de poder bruto en lugar de práctica multilateral» a menos que el Sur actúe de forma conjunta con claridad y valentía.
Alvin Botes, viceministro de Relaciones Internacionales de Sudáfrica, invocó la convicción de O. R. Tambo de que la liberación de un pueblo está ligada a la liberación de todos. «Prevenir el genocidio», dijo, «es un deber compartido».
El miembro del Consejo de la IP Jeremy Corbyn declaró que el orden existente «se construyó sobre el poder colonial, se sustentó en la dominación económica y se justificó como un proyecto civilizador». La expresión «orden basado en normas», dijo, «significa normas para los demás e impunidad para ellos mismos».
Elogió a los gobiernos del Sur —Malasia, Sudáfrica, Colombia, Honduras, Bolivia— por actuar en defensa de la humanidad donde las potencias occidentales no lo hacían. La solidaridad con Palestina y la defensa del derecho internacional, insistió, son «la frontera moral de nuestro tiempo».
En su discurso de apertura, el primer ministro Anwar Ibrahim profundizó en el argumento. Citando a Fanon, advirtió que las élites poscoloniales corren el riesgo de convertirse en «tan corruptas como los colonizadores a quienes sustituyeron» y afirmó que «aceptar la injusticia es abandonar la civilización». Condenando la hipocresía de los dirigentes que predican los derechos humanos mientras excusan la aniquilación de Gaza, declaró: «Cuando la ley se vuelve selectiva, se convierte en propaganda».
En la sesión plenaria final, presidida por Varsha Gandikota-Nellutla, de la Internacional Progresista, Saleh Hijazi, del Comité Nacional Palestino del BDS, habló del alivio «cauteloso y renuente» tras el lo último alto al fuego en Gaza, señalando que cada pausa anterior había ido seguida de otra masacre.
Describió el asesinato de Jihad Jarrar, un palestino de 26 años asesinado por colonxs la noche en que se anunció el alto al fuego, como un indicio de la «campaña a toda máquina de limpieza étnica y creación de bantustanes». El llamado plan de paz, dijo Hijazi, debería llamarse por su verdadero nombre: «el plan genocida de Trump y Netanyahu».
Afirmó que los derechos de lxs palestinxs son inalienables; cualquier paz sin justicia no es más que una continuación de la guerra. Advirtió que el plan surgió porque Israel se enfrenta a un aislamiento cada vez mayor, por parte de movimientos populares, gobiernos como el de Colombia y Malasia, y el Grupo de La Haya, que traduce la indignación moral en presión política. La resistencia palestina no está sola. «Lo que pide el pueblo palestino», concluyó, «es que el mundo continúe con este aislamiento —mediante el boicot, la desinversión y las sanciones— hasta que se desmantelen el apartheid y el genocidio». Terminó con una cita de Mahmoud Darwish: «Asedia tu asedio».
Desde Kuala Lumpur, un mensaje resuena en todo el Sur Global: la era de la impunidad occidental está llegando a su fin. La tarea ahora no es solo condenar el antiguo orden, sino construir uno nuevo, humano, moral y basado en la igualdad entre las naciones.
Ese proyecto comienza, como siempre, con la solidaridad.
Los días 11 y 12 de octubre de 2025, la Escuela de Marxismo de la Universidad de Pekín acogió el Cuarto Congreso Mundial sobre Marxismo. La Internacional Progresista estuvo presente junto a cientos de destacados académicos de docenas de países, incluidos representantes de organizaciones miembros y asociadas. Llegaron a Pekín para deliberar sobre el tema «El marxismo y la civilización humana» y reflexionar sobre cómo el pensamiento marxista sigue iluminando el camino hacia la igualdad, la justicia y la prosperidad para todxs. Las mesas redondas abarcaron una amplia gama de temas, desde la naturaleza del socialismo del siglo XXI hasta la gobernanza mundial y los efectos de la inteligencia artificial en nuestra comprensión del capitalismo. La Internacional Progresista estuvo representada por el coordinador político Paweł Wargan, quien presentó un documento escrito en colaboración con Jason Hickel sobre el modelo chino de «democracia popular en todo el proceso».
La Ley del Derecho a la Información (RTI), una legislación histórica que empodera a la ciudadanía para exigir transparencia y rendición de cuentas al gobierno, cumple ahora varias décadas. Para conmemorar este hito y el establecimiento del Museo RTI en Beawar, Rajastán — la misma ciudad donde una sentada pacífica desencadenó el movimiento hace casi 30 años — la Mazdoor Kisan Shakti Sangathan (MKSS), miembro de la IP, organizó una feria pública.
El evento celebró la Ley RTI, que ha convertido fundamentalmente la información en una poderosa herramienta para cualquier persona. La feria contó con discursos de activistas y fundadores de MKSS, Aruna Roy y Nikhil Dey, quienes fueron fundamentales para la aprobación de la ley. Junto con estos discursos, se llevó a cabo una serie de talleres interactivos con el objetivo de educar y empoderar a lxs asistentes de las zonas vecinas, destacando las fortalezas de la RTI y proporcionando orientación práctica sobre cómo utilizarla de manera eficaz para exigir responsabilidades al gobierno.
Tikar/Meja (Estera/Mesa) es una de las sesenta esteras de Yee I-Lann, realizadas en colaboración con comunidades del estado malasio de Sabah, en el norte de Borneo. Cada una de las sesenta esteras, tejidas por el pueblo Bajau Sama Dilaut, históricamente nómada y marino, fabricantes tradicionales y depositarixs del conocimiento del tikar, representa una imagen tejida de una mesa. Las mesas «simbolizan el poder administrativo y el control: colonial, patriarcal, federal y estatal. Las mesas son lo contrario de la plataforma abierta, no jerárquica, hecha por mujeres y basada en la comunidad que es el tikar».
Yee I-Lann es una artista contemporánea nacida en 1971 en Kota Kinabalu, Sabah (Malasia), de ascendencia mixta neozelandesa pākehā, china hakka y sino-kadazan-muru, un grupo étnico indígena de Sabah. Su obra examina el poder, el colonialismo y el neocolonialismo en el sudeste asiático para explorar el impacto de la memoria histórica en la experiencia social.