"Si la soberanía alimentaria significa tener control local sobre los sistemas alimentarios, ¿cómo vamos a lograrlo si todxs estamos endeudadxs?" La pregunta flotaba sobre las colinas de Kandy en septiembre de 2025, cuando 700 delegadxs de cinco continentes se reunieron para el 3er Foro Global Nyéléni sobre Soberanía Alimentaria. Como cada década, La Vía Campesina (el movimiento campesino internacional con 200 millones de miembros) reunió a agricultorxs de Filipinas, pescadorxs de Senegal, trabajadorxs migrantes de América Central y pueblos indígenas y aliadxs de todo el mundo, que habían viajado a Sri Lanka para compartir estrategias sobre cómo enfrentarse a una paradoja brutal: todxs quieren un cambio, pero las cadenas de la deuda mantienen el statu quo.
El hecho de que Sri Lanka fuera el país anfitrión de esta reunión tenía un matiz especialmente irónico. Después de que lxs ciudadanxs asaltaran el palacio presidencial en 2022 y un gobierno de izquierdas finalmente tomara el poder en 2024, muchxs esperaban un cambio. Sin embargo, la nueva administración llegó con las manos ya atadas. El mismo parlamento que había orquestado la crisis bajo el depuesto presidente Rajapaksa se había sometido, en 2023, a un paquete del FMI que exigía que Sri Lanka rescatara a sus acreedores. Resultó que la democracia no podía competir con los grilletes de la deuda.
Tres años después de que lxs ciudadanxs se dieran un chapuzón en la piscina del presidente, la calificación crediticia de la isla había sido reevaluada por el Fondo Monetario Internacional. Los rituales del FMI fueron estándar: reducir drásticamente la inflación, equilibrar el presupuesto, mantener bajos los salarios. Cada objetivo se logró mediante el método consagrado de quitar dinero a quienes tienen poco y proteger a quienes tienen mucho. El impuesto sobre el valor añadido, que recae desproporcionadamente sobre los hombros de lxs pobres, saltó del 8 al 15 por ciento en 12 meses. Lxs pobres pagaron; lxs ricxs se libraron.
Lxs tecnócratas estaban satisfechos con su obra: un crecimiento del PIB del 5 por ciento en 2024, la inflación doblegada, las reservas en divisas engordadas hasta seis mil millones de dólares. Unx de cada cuatro habitantes de Sri Lanka vive ahora en la pobreza. Aunque el paciente se está muriendo, la operación ha sido todo un éxito. Puede que una barra de pan ya no cueste el doble de una semana a otra, pero sigue siendo inasequible. Esta nueva normalidad es lo que no se dice cuando el Fondo habla de la "estabilidad de precios". La deflación de 2025 simplemente había consolidado la explosión de los precios de los alimentos de 2022, cuando los productos básicos casi duplicaron su coste.
Cuando los salarios se desploman y los alimentos se vuelven inasequibles, pedir prestado deja de ser una opción y se convierte en una necesidad para sobrevivir. En 2023, más de la mitad de los hogares de Sri Lanka estaban endeudados. Los préstamos que se destinaban a pequeñas empresas ahora se empleaban para comprar arroz y medicinas. Las familias pedían prestado a unxs usurerxs para pagar a otrxs, atrapadas en la conocida espiral del interés compuesto.
El sector de las microfinanzas intervino. Es cierto, es mejor tener préstamos de una organización que solo se quede con tu tierra si no puedes pagar, en lugar de lxs prestamistas locales que te rompen las piernas y luego se quedan con tu tierra. Pero mientras el banco central reconoce a cuatro prestamistas con licencia, docenas operan sin supervisión. Las tasas de interés han subido del 17 por ciento hace una década a tasas efectivas de más del 220 por ciento en la actualidad.
Las mujeres representan el 84 por ciento de lxs prestatarixs (2,4 millones de ellas atrapadas en este sistema). Las consecuencias van más allá de la angustia económica. Las mujeres sufren acoso e intimidación; a algunas las presionan para obtener favores sexuales. Más de 200 suicidios entre 2019 y 2022 se han vinculado directamente con la deuda de microfinanzas.
La ironía más cruel radica en las recientes reformas legales. La Ordenanza de Desarrollo de Tierras de la era colonial favoreció históricamente la herencia masculina, despojando a menudo a las mujeres de la tierra que habían trabajado. Si bien las enmiendas de 2022 promovieron la igualdad de género, otorgando a las mujeres derechos de herencia más justos, las mismas reformas también agilizaron la venta de tierras. Las mujeres ahora podían heredar sus parcelas familiares solo para perderlas ante lxs acreedorxs. Lo que parecía un progreso se convirtió en otro mecanismo de desposesión. La igualdad legislativa llegó de la mano de la desposesión económica.
Esto capta perfectamente las contradicciones de la política de desarrollo: se suponía que las microfinanzas empoderarían a las mujeres, pero se han convertido en el principal obstáculo para las prácticas agrícolas sostenibles que podrían ofrecer una seguridad real.
El hecho de que se dirijan a ellas no es accidental. Las mujeres son deudoras más fiables: más dispuestas a sacrificarse por sus familias y menos propensas a incumplir pagos o desaparecer. Esta estrategia recuerda a un método mucho más antiguo para controlar el poder económico de las mujeres, perfeccionado en estas mismas colinas hace cuatro siglos.
Cuando Kusumāsana Devi gobernó el Reino de Kandy como reina en 1581, poseía algo que sus rivales masculinos codiciaban: la soberanía absoluta sobre uno de los territorios más prósperos de la isla. Sin embargo, la costumbre política del siglo XVI hacía que un asalto militar directo a una reina reinante fuera diplomáticamente complicado. Sus enemigos encontraron una solución más elegante. Orquestaron una serie de matrimonios forzados, cada uno diseñado para transferir su autoridad real a un esposo que luego moriría o desaparecería convenientemente, dejando el poder en manos masculinas. A través de relaciones íntimas utilizadas como arma para el control político, la despojaron sistemáticamente de su soberanía sin levantar jamás una espada.
La industria de las microfinanzas actual ha perfeccionado la misma lógica con una eficacia despiadada. Incapaces de apoderarse directamente del trabajo de las mujeres, lxs prestamistas las atrapan en relaciones financieras que logran resultados idénticos. Los 2,4 millones de mujeres de Sri Lanka atrapadas en este sistema no pueden ser simplemente despojadas; eso sería un robo. En cambio, quedan sujetas a contratos que hacen que su desposesión parezca voluntaria, incluso virtuosa. Lxs cobradores de deudas, como los pretendientes de Kusumāsana Devi, entienden que las cadenas más efectivas son aquellas que se disfrazan de cuidado íntimo.
Sin embargo, las mujeres han comenzado a organizarse. El Collective of Women Affected by Microfinance (Colectivo de Mujeres Afectadas por las Microfinanzas) organiza protestas y huelgas de hambre. Su demanda es sorprendentemente simple: cancelar la deuda.
La deuda funciona a nivel nacional con la misma lógica despiadada. Después de incumplir pagos por 46 000 millones de dólares en 2022, Sri Lanka debe obtener ingresos en divisas fuertes a cualquier costo. El FMI insiste en la generación de divisas, lo que encadena al país en el mismo modelo de plantación que lxs británicxs impusieron hace 150 años. Las exportaciones agrícolas se convirtieron en el salvavidas económico; solo el té representa 1300 millones de dólares anuales, aunque el caucho y el coco todavía mantienen su mercado.
La economía de Sri Lanka está, en otras palabras, estructurada casi exactamente igual que cuando el país se llamaba Ceilán y estaba bajo el dominio colonial británico.
Cuando se dirige una economía como esta durante siglos, llega un punto en el que ya no es posible seguir cargando los costos a las generaciones futuras. Hoy, ha llegado el momento de pagar la factura de la agricultura industrial de exportación. Desde la década de 1990, el corazón agrícola de Sri Lanka sufre una epidemia de insuficiencia renal crónica de origen desconocido (CKDu, por sus siglas en inglés). Se estima que la enfermedad ha afectado a 400 000 personas y causado alrededor de 20 000 muertes, especialmente en las regiones arroceras de la Provincia Central del Norte.
La designación "de origen desconocido" es particularmente reveladora. Esta no es una insuficiencia renal convencional relacionada con la diabetes o la hipertensión. Afecta a agricultorxs por lo demás sanxs, en la flor de la vida, lo que señala de manera concluyente a una toxina ambiental o laboral. Llama la atención el silencio que guardan los grupos que defienden el uso de pesticidas en nombre de la ciencia cuando se trata de financiar investigaciones sobre lo que han causado los agrotóxicos. Un conjunto sólido de investigaciones, entre ellas un estudio de referencia de 2014, ha señalado al probable culpable: el "complejo de glifosato-metal". Pero reconocerlo requeriría admitir que las familias están literalmente muriendo para pagar la deuda externa y los beneficios de las empresas químicas.
La prohibición de las importaciones de agroquímicos en 2021 ofreció una breve muestra de lo absurdo de este sistema. Anunciada como reforma ecológica, en realidad fue un intento desesperado de ahorrar 300 millones de dólares en divisas. Implementada de la noche a la mañana sin consulta, fue un desastre: la producción de té cayó en un tercio, los rendimientos de arroz disminuyeron un 30 por ciento y las importaciones de emergencia costaron más que el ahorro en fertilizantes. Incluso lxs ecologistas se opusieron, no porque prefirieran los productos químicos, sino porque la verdadera transición ecológica requiere planificación, no pánico.
Los cálculos del gobierno revelaron un tipo particular de ceguera burocrática. Mientras intentaban ahorrar 300 millones de dólares en importaciones de fertilizantes, lxs funcionarixs de alguna manera no tuvieron en cuenta los costos de atención sanitaria nacional para tratar las enfermedades que esos mismos productos químicos habían causado. Se estima que 8000 habitantes de Sri Lanka se someten ahora a diálisis por CKDu avanzada, con un coste anual que oscila entre 5869 y 8804 dólares por paciente, en un país donde el ingreso per cápita es de solo 2029 dólares. Las sesiones privadas de diálisis cuestan 65 dólares por cuatro horas, mientras que se calcula que el 4 por ciento de todo el presupuesto de salud pública se destinó a insuficiencias renales. La carga económica total, incluida la pérdida de productividad por la muerte de agricultorxs en plena edad laboral, supera con creces cualquier ahorro en divisas derivado de las prohibiciones de productos químicos. Sin embargo, estos costes no aparecen en las hojas de cálculo del FMI que miden la eficiencia de las exportaciones.
Cuando los cultivos y los textiles no pueden generar suficientes dólares, Sri Lanka exporta personas. Unx de cada diez trabajadorxs ahora trabaja en el extranjero y envía remesas a casa. El gobierno firmó recientemente acuerdos con Israel para reemplazar a lxs trabajadorxs palestinos por ciudadanxs de Sri Lanka y abrió una embajada en Haifa en 2024. La deuda ha reducido al país a un proveedor de productos básicos y cuerpos para el mercado mundial.
Lxs delegadxs de Nyéléni se negaron a aceptar esto como inevitable. Reconocieron su condición compartida en todos los continentes: desde lxs agricultorxs zambianxs que se enfrentan a la austeridad hasta lxs manifestantes ecuatorianxs que resisten los aumentos del combustible impuestos por el FMI, desde lxs campesinxs filipinxs que se oponen al acaparamiento de tierras hasta lxs pescadorxs senegalesxs que compiten con las flotas industriales. Esto también explica por qué la agroecología se ha convertido en una necesidad. Reduce la dependencia de las importaciones, regenera los suelos, mejora la nutrición y elimina las toxinas que causan epidemias. Pero requiere aliviar tanto la deuda soberana como la doméstica. La justicia de la deuda y la agricultura ecológica son inseparables.
En Nyéléni, lxs delegadxs encontraron su respuesta en el reconocimiento mutuo forjado a través de la lucha compartida. Fueron testigos de cómo la deuda (quizás la más aislante de las experiencias humanas) podía convertirse en la base para la organización internacional. En las plantaciones de té y las aldeas de pescadorxs, en las cooperativas de mujeres y las asambleas campesinas, las matemáticas de la extracción estaban siendo desafiadas por nuevas ecuaciones de ayuda mutua. El siguiente paso implicará experimentos prácticos, ya sea un diálogo entre el Debt Collective de EE. UU. y el Sri Lankan Coalition of Women Affected by Microcredit, o lxs agricultorxs de Australian Food Sovereignty Alliance (AFSA) que encuentran inspiración en estas mismas mujeres para ayudar a construir una campaña mundial de resistencia a la deuda cuya semilla echó raíces en Nyéléni. "En lugar de aceptar el aislamiento debilitante de la deuda doméstica común a la mayoría de los países del mundo, los movimientos sociales lo han convertido en su llamado a la acción colectiva", me dijeron Tammi Jonas y Mirella Mani de la AFSA.
La llamada que surgió de las colinas de Kandy fue inequívoca: Los sistemas cambian ahora o nunca. Y quizás haya razones para el optimismo en la elección del lugar. Estas mismas montañas habían sido una vez el escenario de una de las humillaciones militares más espectaculares de la historia colonial británica. En 1803, una expedición británica que intentaba tomar el Reino de Kandy fue aniquilada por completo. El ejército británico en retirada fue entonces derrotado en las orillas del creciente río Mahaveli, dejando solo un puñado de supervivientes. Durante cuatro siglos, los pueblos de estas montañas habían resistido con éxito a los ejércitos europeos mediante una combinación de guerra de guerrillas y pura y férrea negativa a someterse.
Si estas colinas pudieron quebrar el poderío militar de los imperios, quizás puedan romper las cadenas financieras que hoy las atan. Puede que la conquista lograda con tasas de interés y condiciones de préstamos no resulte más permanente que la que se intentó con mosquetes y cañones. Porque al final, la deuda puede mantener a las economías en el lugar que se les asignó, pero también puede alimentar movimientos lo suficientemente poderosos como para derribar las mismas estructuras que crearon esos grilletes. Los descendientes de aquellos feroces defensores no han olvidado cómo luchar.
Foto: La Via Campesina