Durante los cuatro años de mi gobierno (1994-1998), Colombia ocupó la presidencia del Movimiento de países no alineados (MNOAL). En el acto de asunción de la presidencia del Movimiento, celebrado en la ciudad de Cartagena (Colombia) en noviembre de 1995 y con la presencia de más de setenta jefes de Estado y de gobierno, sostuvimos la tesis de que, aunque la Guerra Fría de potencias producto del final de la Segunda Guerra Mundial estaba desapareciendo, todavía resultaba necesario mantener el no alineamiento de nuestros países frente a la polarización que esta había generado.
En este período conseguimos acercar a varios países latinoamericanos al ideal de un “Sur solidario”, el cual es compartido por otros países africanos y asiáticos. Es decir, ejercer nuestra solidaridad colectiva para luchar contra fenómenos como la exclusión social, las prácticas hegemónicas de los países del Norte Global y una nueva globalización que estaba dividiendo el mundo en un gran casino de pocos ganadores y muchos perdedores.
No sabíamos, entonces, que menos de tres décadas después, esa misma globalización, construida bajo los lineamientos del modelo neoliberal, comenzaría a caerse a pedazos. En América Latina estamos sintiendo ya los efectos de esta desglobalización sobreviniente. Lo anterior, debido a que, primero, la pandemia producto del Covid19 dividió los países entre productores y no productores de las vacunas salvadoras. Los países más pudientes y avanzados científicamente se proveyeron de las primeras dosis en cantidades muy superiores al número de sus habitantes e impidieron que los sobrantes se exportaran, además de restringir el acceso a los insumos necesarios para producirlas. De manera agresiva se opusieron en foros internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), a la pretensión de los países en desarrollo para que las vacunas contra el coronavirus fueran declaradas bienes sociales universales. También, lo hicieron en la Organización Mundial del Comercio (OMC), cuando los mismos gobiernos de países en desarrollo pidieron la liberación de las licencias de propiedad para producirlas. Como resultado de este proteccionismo sanitario, de acuerdo con la CEPAL, regiones como América Latina, donde habita el 8 % de la población mundial, mostraron cifras dramáticas, con el 33 % de los fallecimientos mundiales por COVID. De estar activo el MNOAL, tal vez, en uno de los momentos más difíciles por los que ha atravesado la humanidad en su historia, no habría sido tan dramático este reparto del dolor y la muerte.
Segundo, mientras estábamos muriendo en medio de la pandemia, la preocupación por el cambio climático y las consecuencias del calentamiento global seguía creciendo. A pesar de los compromisos internacionales asumidos por los países más contaminadores del medio ambiente, aún no se han logrado bajar los grados de temperatura necesarios para que el planeta recupere su equilibrio ecosistémico. Por una parte, porque al parecer aumentará el uso de combustibles fósiles si se prolonga y extiende la insensata guerra de Ucrania, calentando más la política y el ambiente. Por otra, porque en Latinoamérica, que actúa como un importante pulmón de oxígeno para el mundo por sus grandes reservas de biodiversidad en la Amazonía, se continúa afectando los bosques y se confirma que el 20 % del total de su territorio ha sido deforestado, además de que se han ido secando sus fuentes hídricas afectando las posibilidades de producción campesina de alimentos. Así mismo, se utilizan grandes extensiones de tierras para el desarrollo de ganaderías improductivas y contaminantes, por lo que los habitantes de esta parte privilegiada del mundo hemos vuelto a escuchar la palabra “hambre” que creíamos ya desaparecida. En este panorama, la necesidad de una transición verde que privilegie la vida resulta inaplazable para enfrentar un calentamiento global que está multiplicando fenómenos naturales; como los huracanes y las tormentas tropicales en el Caribe, así como los sismos en las zonas andinas. La acción del MNOAL habría sido muy positiva para los países del Sur Global en el diseño de modelos de transición ecológica, como los que demanda América Latina; los cuales buscan privilegiar la protección de las reservas de agua, conservar las especies animales, descarbonificar el aire, facultar el consumo de proteínas vegetales y restablecer el equilibrio entre ecosistemas amenazados por la agricultura transgénica.
Tercero, un hecho preocupante en medio de este panorama apocalíptico, es el regreso, como en una película de terror, a la época de la Guerra Fría, consecuencia de la guerra entre Rusia y Ucrania, con el peligroso ingrediente, en este caso, de una posible conflagración nuclear que acabaría con el planeta entero: países pacifistas que se rearman, fábricas de armamento que producen a toda marcha, la extracción de combustibles fósiles que es insensible al alza de sus precios; lo mismo que la inflación que está castigando a todos los países del mundo por el encarecimiento de los alimentos, los mayores precios de los fertilizantes y el sobreprecio de los combustibles. Mientras tanto, continúa la imposición unilateral de sanciones económicas contra Cuba, Rusia y Venezuela, entre otros, que golpean por igual a sus poblaciones más necesitadas, diezmadas y debilitadas por la pandemia y la crisis del medio ambiente.
¿Que haría el MNOAL frente a este panorama tan desolador? Seguramente, plantearía la posibilidad de empezar a construir un nuevo proyecto colectivo de solidaridad para enfrentar los nuevos desafíos, pues lo que está en juego es la propia supervivencia de la especie humana. Un nuevo proyecto que tenga en cuenta que, en la evolución de la defensa de los derechos humanos, hemos pasado de los derechos políticos del siglo XVIII contra la tiranía, a los derechos económicos contra el capitalismo en el siglo XIX, a los derechos de las minorías sociales en el siglo XX, hasta llegar a este siglo en el que los derechos comprometidos están relacionados con el daño que nosotros mismos nos podemos hacer, por cuenta de la violación de derechos planetarios; como la preservación genética, la sostenibilidad del medio ambiente o la paz nuclear. Para alcanzar este cometido, un nuevo movimiento de países progresistas debería liderar, dentro del marco de una nueva globalización más justa y efectiva, un replanteamiento del sistema de Naciones Unidas que lidere una salida multilateral de la encrucijada en que se encuentra el mundo. El regreso a la polaridad hegemónica de dos o tres países imponiendo sus reglas de juego, no es una alternativa.
Se trata de poner en marcha un modelo solidario de desarrollo que reemplace el desacreditado esquema neoliberal que profundizó las diferencias sociales, que redujo los niveles de crecimiento económico y que debilitó los procesos de integración por regiones. Empezaríamos por una cirugía de alta precisión a los subsectores que hoy conforman la organización de Naciones Unidas y que, como se sabe, se ha desarrollado a través de tres subsistemas:
Una reforma a fondo del sistema de Naciones Unidas debería tener en cuenta la corrección de estas asimetrías institucionales. Reforma que debe refrendar el voto democrático de la Asamblea de países miembros y que debería ser complementada con el establecimiento de un sistema de bancadas geográficas, que actuaría en distintas alianzas temáticas o políticas, como las que existen en algunas instancias que fueron creadas por iniciativa de los MNOAL; por ejemplo, el Grupo de los 77, en materia de consulta económica.
Además de sus objetivos fundacionales, como la preservación de la paz, el nuevo sistema de Naciones Unidas se ocuparía, prioritariamente, de enfrentar los riesgos que hoy nos amenazan como especie humana: el cambio climático, el hambre, el armamentismo o las posibilidades de un enfrentamiento nuclear. Para enfrentarlos, debemos ser conscientes de que el camino por recorrer es largo y el tiempo para hacerlo demasiado corto. Por lo que, en torno a estas decisiones, los bloques regionales de países conformarían mayorías, celebrarían alianzas estratégicas, acordarían pronunciamientos de mayorías y se manifestarían en función de sus intereses integracionistas, guiados por la consolidación de un nuevo modelo solidario global; en el cual, temas como el de la inclusión social, la generación de valor, la construcción de ciudadanía y la transición ecológica se conviertan en acciones articuladoras de la supervivencia pacífica en el mundo. Ese sería el desafío de un nuevo MNOAL.
Ernesto Samper Pizano es expresidente de Colombia y ex secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas.