Regreso a Cuba donde se llega con ilusión y se deja con nostalgia. Vengo a hablar de progresismo y de no alineados. Hace 30 años también lo hice en Cartagena, Colombia, cuando asumí como Presidente a nombre de mi país, la Presidencia del Movimiento de Países no Alineados. Asistieron Fidel Castro, Arafat, Suharto y muchos otros compañeros que hoy invoco para que nos acompañen en este acto.
Me parece verlos: Fidel denunciando, otra vez, el bloqueo criminal de Estados Unidos contra la Isla, Arafat reclamando con sus ojos de fuego a Netanyahu por el genocidio de su gente en Gaza.
En Cartagena sostuve que, aunque el no alineamiento de la guerra fría se había acabado subsistía la necesidad de mantenernos unidos y no alineados contra la pobreza y la concentración del capital frente al trabajo. ¡Y pensar que hoy estamos aún más amenazados!, estamos tan amenazados como el campesino de Chiapas cuando le preguntaron si el Tratado de Libre Comercio entre México y Estados Unidos lo había beneficiado contestó sabiamente: estábamos mejor cuando estábamos peor.
Parece hoy que estamos peor de lo que estábamos entonces: la guerra fría ha revivido con el conflicto entre Rusia y Ucrania. La globalización hegemónica se convirtió en un juego de pocos ganadores y muchos perdedores. Y han aparecido nuevas amenazas contra la supervivencia humana como el riesgo de una conflagración nuclear, la escasez alimentaria o el impacto del cambio climático. También avanza el desafío de una inteligencia artificial que condenaría al hombre, convertido en robot, a sobrevivir encadenado a unos algoritmos que ordenarían sus emociones, valores y sentimientos.
Este apocalíptico panorama es una razón poderosa para mantenernos unidos y convertir nuestro no alineamiento, como expresión de rebeldía colectiva, en una fuerza positiva para evitar que el mundo desaparezca.
No alineamiento contra la globalización que se ha convertido en un paradigma excluyente del Norte contra el Sur y de Occidente contra Oriente.
No alineamiento contra la dolarización del mundo impuesta a través de sanciones unilaterales, ilegales e inmorales cuyas consecuencias finalmente pagan los pueblos. El SWIFT y el OFAC son los nuevos marines del mundo que han impuesto cercos medievales contra economías como las de Cuba, Venezuela, Afganistán, Irán y hasta Rusia. Si la lucha contra el colonialismo geográfico inspiró el nacimiento del movimiento NOAL, la batalla contra el colonialismo monetario debe ser nuestra nueva bandera.
NO ALINEAMIENTO ACTIVO para convertir nuestras diferencias en un argumento para unirnos y no para ser destruidos. Para eso estamos aquí. Como los viejos sabios de las tribus que regresaban a sus lares cuando sentían el miedo a lo desconocido, también venimos a Cuba para inspirarnos en su heroísmo y aprender de su lucha. Y para reiterar nuestro inequívoco compromiso, tan claro como el mar del Caribe, con los propósitos que nos dieron vida: la igualdad soberana, la no injerencia en los asuntos internos de los Estados, la participación en la solución de los problemas mundiales y el derecho de adoptar, en contravía del paradigma hegemónico de la globalización, nuestros propios sistemas económicos, políticos y sociales.
Para que nuestra inserción en el mundo no sea una aventura solitaria y suicida tenemos que escoger un camino, un solo y seguro camino. Para mí ese camino es la construcción de un nuevo modelo de desarrollo, un modelo solidario que sirva de antídoto contra el modelo neoliberal que ha convertido el mercado en un poderoso dios que ha dejado a millones de personas empobrecidas. Este nuevo modelo, concentrado en la generación de valor, la inclusión social, la transición ecológica, el desarrollo de la ciudadanía y la integración regional debe ayudarnos a construir un nuevo mundo: más soberano, más justo y más gobernable.
En este impostergable empeño, la China, como hermano mayor de este movimiento NOAL, nos obliga a cambiar la idea del Sur como un concepto geográfico por la del SUR como una nueva realidad política. Propendemos por un nuevo sistema de gobernanza mundial que elimine discriminaciones odiosas como el derecho de veto en el consejo de seguridad, la condicionalidad en los organismos financieros internacionales y la vergonzosa utilización del dólar como verdugo del sistema financiero internacional.
Para nada sirven los sistemas democráticos al servicio de dictaduras sociales o la libertad de empresa que solo favorece la concentración de los intereses de una minoría de empresarios que se adueñaron del mundo.
El nuevo orden global debe surgir de una organización sostenida por todos los bloques regionales de integración que actuando como “bancadas” consigan una globalización para todos, una globalización sin dueños ni actores privilegiados.
También debe empezar con una nueva arquitectura que no imponga el viejo modelo como condición para sus desembolsos, nuestro propio Fondo Monetario, enlazado con los bancos regionales de desarrollo y éstos asociados internacionalmente a través del banco de los BRICS y los fondos asiáticos para el desarrollo, con una moneda o canasta de monedas neutrales políticamente, avanzaremos en nuestras posibilidades autónomas de desarrollo. La nueva apuesta global no es solo del SUR sino también del ORIENTE.
En este nuevo multilateralismo no debe ni puede haber lugar para la imposición de sanciones unilaterales como forma de estigmatización, criminalización o retorsión entre países. No más sanciones unilaterales, certificaciones de “buena o mala conducta" o las calificaciones de riesgo país de propiedad de inversionistas egoístas que se han convertido en un peligroso sistema de inquisición ideológica para premiar amigos y satanizar economías.
Este reclamo va no solo para los Estados Unidos donde solo el Presidente Biden ha impuesto 2.500 sanciones por año a más de 30 países. También incluye a Europa que, lamentablemente, va por el mismo camino. El daño que pueden hacer estas medidas extorsivas de la soberanía es inmenso. Miremos el caso de Cuba. En plena pandemia, se expidieron o mantuvieron vigentes 270 órdenes ejecutivas de bloqueo que ocasionaron pérdidas en materia de salud entre 2019 y 2020 por 160.000 millones de dólares representados en vacunas, equipos, componentes químicos y medicamentos paliativos. Y está el caso de Venezuela que vio disminuir en un 16% su producto interno bruto cuando se bloqueó el 99% de sus pozos de producción de petróleo con un costo de 232.000 millones de dólares.
Lo admitió clara e impunemente el Departamento de Estado de los EEUU cuando señaló en una comunicación oficial que: “Las medidas contra Venezuela están funcionando, lo que estamos viendo es un colapso total. Entonces, nuestra política funciona, la mantendremos” Y todavía hay gente que se pregunta, con candidez, ¿cuál es la causa de la migración de millones de venezolanos? Y otros que abogan por unas elecciones libres sin reparar que hacer elecciones con sanciones es como poner a elegir entre una persona con una escopeta en la nuca y otra sin ella.
En los NOAL debemos encontrar una nueva narrativa para explicar y manejar el tema de los migrantes que se han convertido, para los neofascistas, en unos sujetos indeseables, una especie de invasores que deben ser combatidos, criminalizados y estigmatizados políticamente para obtener unos dividendos electorales.
Entendamos que nadie se va de su casa por voluntad propia. Se va por la ocurrencia de un desastres naturales, atemorizado por un conflicto violento como el que se vive en mi país desde hace muchos años o porque tiene que sobrevivir económicamente como puede ser el caso de los cubanos, los venezolanos y los haitianos que viven en economías sitiadas por el cerco medieval de las sanciones económicas unilaterales.
Como voceros del sur debemos reivindicar la condición de ciudadanos de los migrantes. Como ciudadanos ellos tienen el derecho a tener derechos donde quiera que vayan. Como gente no alineada del Sur no podemos seguir defendiendo una globalización que se mide en las posibilidades de movilidad de las cosas, los servicios, los capitales y los datos informáticos mientras se excluye el reconocimiento del mismo derecho a circular de las personas y a recibir un tratamiento justo como ciudadanos del mundo por donde quiera que pasen.
No podrían faltar, en este análisis epidérmico de nuestra coyuntura, algunas palabras sobre nuestro propio patio, el de América Latina. Las más recientes cifras de la CEPAL muestran que aún no hemos logrado superar los niveles de pobreza y desempleo anteriores a la pandemia. Con un crecimiento promedio del 0.8% anual tardaremos mucho tiempo en recuperar el espacio social perdido en el cual viven hoy 181 millones de pobres absolutos.
Mientras que la exclusión social y la informalidad laboral suben por el ascensor el crecimiento y la productividad de la economía lo hacen, a paso de tortuga, por las escaleras. El aumento de la desigualdad ha disparado las cifras de la inseguridad ciudadana en las cuales ha encontrado excusa la derecha para exigir más represión, más penas y cárceles, en pocas palabras: para alimentar su propuesta del populismo punitivo. Los factores sociales asociados a la inseguridad han sido ignorados por la utilización mediática y digital de la delincuencia común.
De forma simultánea, se han venido fortaleciendo unos poderes fácticos (grupos económicos y comunicacionales, ONGS internacionales, fiscales y jueces involucrados en el lawfare o judicialización de la política) que, aprovechando la debilidad y el descrédito de los partidos tradicionales y la polarización ideológica conseguida por las redes, han invadido el espacio de la derecha tradicional para reemplazarla por propuestas autocráticas inspiradas en el renaciente fascismo europeo y el titubeante y amenazante andar del nuevo trumpismo en los Estados Unidos. En ese nuevo firmamento brillan nuevos dirigentes como Bolsonaro en Brasil y Bukele en El Salvador. Para responder a esta amenaza el progresismo debe insistir en sus propuestas sobre justicia social, ciudadanía, Estado e integración regional que forman colocándose un nuevo vestido que los haga accesible a los nuevos destinatarios de nuestros mensajes políticos.
Una breve reflexión sobre la necesidad de integrarnos en una región que nunca había necesitado tanto la integración y nunca había estado tan desintegrada como ahora: lo primero es ponernos de acuerdo sobre qué tipo de integración queremos. ¿De qué integración estamos hablando?. De la de los tratados bilaterales de libre comercio de los seguidores de la bicentenaria doctrina Monroe o de la construcción de una región soberana y autosuficiente como la soñaron Bolívar, San Martín, Zapata y O´ Higgins?
Durante mi paso por UNASUR como Secretario General entre el 2014 y el 2017 se conmemoraron los 200 años de la expedición de la Carta de Jamaica de Simón Bolívar, el documento político más importante de Latinoamérica en la época de la independencia.
En su carta el Libertador, visionariamente, previó la creación de 16 naciones en la región a las que invitaba desde entonces a participar en un Congreso Anfictiónico que debía celebrarse en el Istmo de Panamá para sellar la creación de la gran nación americana.
En la Carta expresaba su preocupación por el papel hegemónico que trataría de jugar Estados Unidos frente a esta nueva alianza e invitaba a los nuevos gobernantes a pensar en nuevas Constituciones, inspiradas en Montesquieu, que rigieran sus nuevos destinos. Además, dejaba en claro, como se vino a comprobar después, su profunda convicción de que nuestra independencia sólo sería posible si nos preparábamos para defenderla, a sangre y fuego, frente a lo que él veía como un inevitable proceso de reconquista violenta. No fue casual que después de publicar su Carta Bolívar se dirigiera a Haití para organizar el ejército libertador siguiendo el espíritu emancipador del movimiento rebelde encabezado por su líder Toussaint-Louverture.
Coincide esta conmemoración con la bicentenaria ocasión de la proclamación de la doctrina Monroe proclamada por James Monroe para combatir “cualquier intervención de los europeos en América que será vista como un acto de agresión que justifica la intervención de los EEUU”. La doctrina “América para los Americanos”, mejor para los norteamericanos, ha servido desde entonces como argumento legitimador de múltiples invasiones territoriales de los Estados Unidos como la anexión de Texas, Arizona, Oregón y Nueva México cuando representaban el 25% del PIB de México, la desmembración de California, el secuestro de Panamá en 1903, la enmienda Platt aquí en Cuba, la ocupación de Haití en 1915, las múltiples incursiones de marines en Centroamérica, la extracción de Noriega de Panamá y el derrocamiento de Salvador Allende en Chile.
Inclusive hoy el dogma monroista aparece reinterpretado por el Presidente Trump para colocar América por encima de los “otros” americanos que somos nosotros.
A nombre del monroísmo también se imponen las sanciones unilaterales para “castigar” los países que se consideran no alineados con los intereses internacionales de los Estados Unidos y se llevan a cabo acciones punitivas a través de organismos como los que forman parte del desacreditado sistema interamericano de integración, la OEA, el BID y el TIAR o las que ejecuta el Comando del Sur autodesignado como policía del hemisferio.
El monroísmo tiene así una larga historia de indignidades y vergüenzas que se sigue repitiendo hoy hasta cuando tengamos la capacidad de entender que el camino espinoso del monroísmo amarra nuestra política internacional a las prioridades de la de Estados Unidos (réspice polum), en abierta contravía del sendero del bolivarianismo que nos invita, desde la Carta de Jamaica, a hacer causa común con nuestros vecinos (réspice similia). La integración es el camino.
Las redes sociales políticas, ayudadas por las bodegas digitales, han producido un nuevo tipo de virus tan mortífero como el del COVID: el de la polarización ideológica. La política ha quedado así convertida en un juego entre dos extremos enfrentados. Ya no se vota a favor sino en contra de alguien.
Por las redes circulan emociones negativas, resentimientos y miedos, sobre todo, miedos: a la inseguridad, a los terroristas, a los narcotraficantes, inclusive a los comunistas que aún sobreviven. El miedo es la moneda de cambio político de los neofascistas para congregar personas asustadas partiendo de la evidencia de que los animales, especialmente los animales humanos, tienden a protegerse como rebaño cuando se sienten amenazados.
En este sentimiento colectivo suelen ser socorridos por los grupos mediáticos que explican y contextualizan los temores con los cuales capturan y secuestran a sus influenciados seguidores. Son parte del “VOX latinoamericano” que inspira a sombríos personajes como Bolsonaro, Bukele y en norteamérica a Trump.
Estos nuevos poderes fácticos, aliados con las redes, han encontrado el método perfecto para debilitar los gobiernos y sus dirigentes progresistas: la estrategia de los golpes incruentos o golpes blandos. Ya no se trata de siniestros soldados o guardias civiles buscando a media noche mandatarios progresistas para ponerlos en un avión o asesinarlos, como el caso de Salvador Allende.
Se trata de estrategias más sutiles como el lawfare, la judicialización de la política, incluido el daño reputacional de ellos y sus familias, para afectar sus posibilidades de acceder o de gobernar una vez elegidos. Como lo hicieron con Dilma, Correa, Cristina y Lula y más recientemente con Petro en Colombia y Sánchez en España.
En la mitad de este escenario tenemos que reformular el papel del progresismo como alianza de grupos, movimientos y partidos a la izquierda del centro que comparten su creencia en el progreso como conquista de nuevos espacios en materia de justicia social y libertades civiles. También reivindican el papel del Estado como actor de este proceso de inclusión social que incluye desde las luchas contra la discriminación de las minorías hasta el sometimiento del modelo económico a mejoramiento de las condiciones generales de distribución de los ingresos y la propiedad que los genera.
Los progresistas también defendemos la no intervención en los asuntos internos de los países, el diálogo como solución pacífica de los conflictos y en el caso específico del lawfare, la defensa del debido proceso. Para conseguir éste gran cambio debemos construir una fuerte organización popular que sirva de contrapeso a los poderes fácticos del nuevo facismo.
Se trata de oponer el poder popular al poder autocrático a través del cual las clases dominantes buscan cooptar o liquidar a los dirigentes de las clases subalternas. Nuestro objetivo debe ser, entonces que, en los términos de Poulantzas, los grupos “en sí mismos” que conforman nuestros tejidos sociales se liberen de la cultura de la sumisión a que se encuentran sometidos y se transformen en grupos “para sí mismos” abanderando las causas sociales que los emancipe.
Ante el agotamiento, por cuenta de la polarización ideológica, de las opciones de centro, los progresistas tenemos que reinventarnos y encontrar propuestas que sin caer en el Ernesto Samper Pizano. Expresidente de Colombia, ex secretario general de Unasur 8 de 8 utopismo nos permitan tener levantadas las banderas que nos distinguen. No importa que estas nuevas propuestas de cambio nos alejen del paradigma occidental del crecimiento con democracia siempre que nos acerquen a un nuevo paradigma en que la igualdad sea lo prioritario.
Para eso y por eso hemos venido a Cuba: a encontrar este camino, el de las utopías del presente, que es nuestro destino y nuestra tabla de supervivencia en medio del naufragio que ya vivimos.
¡Muchas gracias!