Mertens: La policrisis y los retos de la izquierda

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Intervención de Peter Mertens, Secretario General del Partido de Trabajadores de Bélgica (PTB-PVDA) al Conferencia Internacional por el Equilibrio Mundial.

Hace exactamente 175 años, en Bruselas, Karl Marx y su amigo hermano Friedrich Engels escribieron el Manifiesto Comunista, uno de los escritos políticos más influyentes de la historia moderna. 

Bruselas no es Davos. Allí, en la ciudad ubicada más alta de Europa, en los Alpes suizos, se reúnen estos días banqueros, grandes industriales, políticos de primera fila, multimillonarios y grupos de presión en el Foro Económico Mundial. Se reconocen, a un alto nivel. La fusión de las grandes empresas y la política, digamos.

175 años después del Manifiesto, el director de ese Foro Económico Mundial dice: “El 80% de los expertos cree que vamos de crisis en crisis”. Dice que estamos inmersos en una policrisis. 

Una policrisis, es decir, cuando interactúan varias crisis: crisis económica (inflación y recesión), medioambiental (climática y pandémica) y geopolítica (guerra y división internacional). 

Hoy, el mundo está al borde de un gran cambio. Quizás incluso más que en 1848. La era de la globalización capitalista dominada por los Estados Unidos está llegando a su fin. El mundo se está dividiendo, con perturbaciones, en nuevos polos. Esto plantea grandes retos a la izquierda. Es hora de que la izquierda se revitalice. Para combinar la firmeza de principios con la flexibilidad, atreverse a adoptar de nuevo una posición de clase y tender resueltamente la mano a la juventud. 

Doy las gracias a los organizadores de la conferencia Por el equilibrio del mundo por esta oportunidad de poder hablarles hoy de ello.

I. La policrisis

I.1 Economía

Varios líderes gubernamentales y banqueros centrales están implorando al mundo que todo vuelva pronto "a la normalidad". Nuestras economías volverán a los niveles anteriores a la pandemia, sostienen.

Pero no es así: todo indica que la Gran Moderación, el periodo en que la inflación se mantuvo baja y la actividad más o menos estable, ha quedado atrás. Los tres principales centros económicos -Estados Unidos, China y Europa- se están ralentizando. Un tercio de la economía mundial podría entrar en recesión este año.

Durante años, China fue una locomotora de crecimiento en una economía mundial agotada. Pero la locomotora china se ralentiza por el fin de la burbuja inmobiliaria, los contratiempos en las cadenas de suministro y la evolución errática de la pandemia. "Por primera vez en 40 años, China no aportará crecimiento adicional al mundo", afirma el Director Gerente del Fondo Monetario Internacional.

Vistas las cosas en su conjunto, la economía mundial nunca se recuperó realmente de la crisis de 2008. La élite financiera rescató entonces a los bancos privados y trasladó los costes a los trabajadores mediante drásticas medidas de austeridad. Los bancos centrales inyectaron miles de miles de millones de dinero en el sistema, pero el llamado "dinero gratis" se amontonó sobre todo en las arcas de las grandes empresas, como acelerante para más deuda y especulación.

Un año antes de Covid-19, se anunció una nueva recesión. Alemania fue entonces el primer país europeo en el que el crecimiento cayó por debajo de cero. Cuando estalló la pandemia Covid-19, el paciente ya estaba enfermo, y todo el mundo sabe que un paciente enfermo tiene menos resistencia. La economía tuvo que ir directamente a cuidados intensivos y con infusión. Le siguió otra inyección masiva de dinero público para salvarla de lo peor. Los gobiernos se endeudaron con cientos de miles de millones de euros en planes de rescate y ayudas directas.

El objetivo principal era salvar a las grandes empresas del colapso. Monopolios, compañías aéreas, fabricantes de automóviles y otros gigantes recibieron aplazamientos, garantías y montones de subvenciones. Mientras tanto, un gran número de la gente común y de pequeños independientes se hundieron.

La pandemia aún no había terminado o ya llovían pronósticos de ‘recuperación general’ para 2021. Pero eso nunca llegó a materializarse. Porque las cadenas mundiales de suministro manufacturero se vieron perturbadas y estancadas. Los precios no dejaban de subir, incluso meses antes de la guerra en Ucrania.

Un segundo golpe siguió con la guerra. El enfermo, que nunca se había recuperado del todo, desarrolló complicaciones. Debido a las sanciones y contrasanciones económicas, tuvieron que organizar un suministro energético totalmente distinto. Los precios de la energía y los alimentos se dispararon, impulsados por el afán de lucro de los grandes monopolios. El suministro de grano de muchos países del Sur se vio comprometido. Se presionó a los gobiernos para que abrieran de par en par el grifo del presupuesto militar.

Hoy en día, el endeudamiento adicional ya no puede salvar el sistema, como pudo hacerlo en las crisis bancaria y de la corona, por lo que todo el sistema financiero se enfrenta a una enorme prueba de resistencia.

Porque ahora las alarmas de la inflación suenan por todas partes. Aunque los aumentos de los precios ya han superado su ‘pico’ de dos dígitos del 10% y más, los precios de la energía no van a volver a la situación de antes. Ya en los próximos tres años, seguirán siendo elevados. Mientras tanto, los precios de los alimentos siguen subiendo. Los monetaristas quieren luchar contra la inflación limitando la oferta monetaria y permitiendo que suban los tipos de interés. Entonces, la política del 'dinero gratis' está acabada. Los tipos de interés ultrabajos, desde hace 15 años, han llevado la deuda pública y privada a máximos insostenibles. El Foro Económico Mundial estima que Túnez, Argentina, Egipto, Ghana, Kenia, Pakistán y Turquía corren riesgo de impago a corto plazo. Así pues, los países del Sur son las primeras víctimas.

Se quiere volver a pasar la factura a la clase trabajadora y al sur del planeta. Es una guerra de clases impuesta desde arriba. Se está preparando un nuevo clima general de moderación y austeridad. Tras cuatro décadas de neoliberalismo, los salarios reales han caído en picado. Se trata de una enorme transferencia entre trabajo y capital: contención salarial por un lado y beneficios fenomenales por otro. La lucha para bloquear los precios y aumentar los salarios es la primera lucha de clases económica de esta nueva era.

I.2. Geopolítica

En la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, China seguía siendo un extraño. No perteneció a ninguno de los dos bloques en la década de 1960 y en ocasiones fue más crítico con Moscú que con Washington. Hasta su reconciliación con Estados Unidos en 1971, China tuvo que buscar su desarrollo dentro de sus propias fronteras, desconectada del resto del mundo.

En los años setenta, China empezó a atraer capital extranjero y, a finales de los noventa, su economía estaba ampliamente integrada en el sistema capitalista mundial. Importaba materias primas, exportaba productos manufacturados y servicios, y cada vez participaba más en el comercio exterior. Echaba las bases para una Nueva Ruta de la Seda. A pesar de su rivalidad, Washington y Pekín se complementaron durante ese periodo. China se industrializó rápidamente y Estados Unidos financierizó su economía. Ambos procesos fueron complementarios y, a finales de 2001, China se convirtió también en miembro oficial de la Organización Mundial del Comercio.

El Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, puso fin a ese desarrollo paralelo. Con su Pivot to Asia, apuntó explícitamente a Pekín y amenazó con una guerra comercial. De este modo, quería impedir que China se valiera tecnológicamente por sí misma y pudiera amenazar la hegemonía estadounidense. Después de Obama, Donald Trump continuó la guerra comercial con todo tipo de medidas proteccionistas.

La administración Biden intensificó aún más la presión en octubre de 2022 y lanzó una guerra tecnológica contra China. Biden prohibió las exportaciones a China de circuitos integrados avanzados, es decir, chips, la tecnología para diseñarlos y la maquinaria para producirlos. Quiere cortar de raíz el acceso de Pekín a un futuro de alta tecnología y a la última generación de chips, necesarios para la inteligencia artificial y los sistemas avanzados de armamento, entre otras cosas.

Estas guerras comerciales y tecnológicas están profundizando la fractura del actual sistema de comercio mundial. Para asegurar su posición en la cadena industrial mundial, China y otras economías emergentes deberán establecer un sistema de comercio internacional distinto del antiguo sistema dominado por Estados Unidos. Así, la nueva Guerra Fría marca también el final de un periodo de globalización capitalista sin trabas desde los años noventa. 

Mientras tanto, cada vez más países optan por una vía independiente. La gran mayoría de los países rechazan la guerra de Rusia contra Ucrania, y con razón. Pero excepto del Occidente, pocos países están dispuestos a seguir la política de sanciones impuesta por Washington. Se trata de un cambio sin precedentes, una revuelta, por así decirlo, de los países no occidentales contra el orden establecido. Un nuevo grupo de ‘países no alineados’ ya no desea bailar al son de Estados Unidos. Así termina el breve periodo de un ‘mundo unipolar’, en el que Estados Unidos lo dictaba todo mediante su ‘globalización’ controlada de la economía con el dólar como medio de pago internacional.

Aunque muchos países del Sur no se verán obligados a tomar partido, la Unión Europea parece cada vez más dependiente de Estados Unidos. Parece que Biden está enseñando a la Presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen, todos los rincones del ring.

La guerra en Ucrania está costando muy cara. En Alemania, ochenta años de historia se han invertido en cuestión de semanas. El país invierte más de 100 mil millones de euros en el ejército. Compra mucho armamento nuevo en masa. No en Europa, sino en Estados Unidos, donde la industria armamentística vive tiempos dorados. Tras la ruptura del dique alemán, siguieron los demás. Francia, Polonia, Lituania, Dinamarca, Suecia y Bélgica: todos aumentan su gasto militar y compran nuevos equipos a Estados Unidos. Para pagarlo, están reduciendo todo tipo de proyectos de inversión pública y bloqueando los salarios. Una guerra militar en el exterior y una guerra social en el interior: son las dos caras de la misma moneda.

Estados Unidos ha obligado a los europeos a romper los contratos de gas con Moscú y buscar alternativas, entre ellas: el carísimo gas de esquisto estadounidense. En otoño del año pasado, el precio de un cargamento cisterna de gas licuado estadounidense pasó de 60 millones de euros por travesía del Atlántico a entre 200 y 300 millones de euros. Los monopolios energéticos estadounidenses hacen caja y la industria europea gime. Estados Unidos también está golpeando a empresas europeas de alta tecnología, como ASML en Holanda y Carl Zeiss en Alemania, con su embargo de chips contra China. 

Para Washington, esto sigue siendo insuficiente. Está inyectando fortunas en un nuevo proteccionismo. Con la Ley de Reducción de la Inflación, Biden va a subvencionar a las empresas con nada menos que 370.000 millones de dólares en los próximos 9 años. Este "programa de protección del clima", como lo denomina el Gobierno estadounidense, ofrece enormes incentivos a la compra de coches eléctricos y baterías fabricados en Estados Unidos. 

Si a esto se añaden los precios prohibitivos de la energía en Europa, se entiende por qué empresas de alto consumo energético y gigantes químicos como BASF y Tata Chemicals se plantean trasladar parte de su producción a Estados Unidos. El fabricante sueco de baterías Northvolt también podría aparcar sus planes de expansión en Alemania para invertir más en Estados Unidos. Washington quiere subvencionar a Northvolt con bolsas de dinero para este fin. Estados Unidos alimenta la desindustrialización del continente europeo y lo hace abiertamente.

Europa reacciona con tibieza o no reacciona en absoluto, y Bruselas corre cada vez más detrás de Washington. Los partidarios de una Unión Europea independiente están a la defensiva, pero aún no han dicho su última palabra. 

Las placas tectónicas del mundo tiemblan. En un futuro previsible, dos de las tres mayores economías del mundo serán asiáticas: China e India. Una potencia emergente que desafía la hegemonía regional o internacional de una potencia establecida, como China en la actualidad, se denomina la trampa de Tucídides. Esa trampa sacude el mundo. Pero el actual sistema de endeudamiento también podría sacudir el mundo. ¿Y si China ya no se deja, no puede o no quiere participar en el sistema de la gran deuda? ¿Y ahora qué? 

Sin embargo, el mundo bipolar no es la única opción posible. La propia China no pide un mundo bipolar de dos bloques. Quiere seguir su propio camino de estabilidad y continuar participando en el comercio mundial. Muchas fuerzas en otras partes del mundo también luchan por su propio desarrollo y desean un mundo multipolar. Apoyamos esa vía para afrontar los grandes retos del tercer milenio: la paz, la lucha contra la desigualdad, la degradación del clima, la salud mundial. 

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II. Los retos de la izquierda

Las crisis no conducen automáticamente a una toma de conciencia social o a un giro a la izquierda. Lo sabemos.

Mucha gente busca seguridad y replegarse sobre sí misma. A menudo han desaparecido las mentalidades emancipadoras y falta perspectiva. Es un caldo de cultivo ideal para el pesimismo y el derrotismo, y en ese campo les gusta arar a todo tipo de charlatanes de extrema derecha para presentarse como el nuevo Mesías.

No es un periodo fácil para la izquierda. Pero hay muchas posibilidades si la izquierda se atreve a revitalizarse, a volver a partir de los principios, a ser flexible, a apelar a la clase trabajadora y a apostar por los jóvenes. Así lo vemos nosotros, desde nuestra humilde experiencia en un pequeño país de Europa. Un pequeño país del que no sólo proceden el saxofón y los Pitufos, sino también la sede de la OTAN y la de la Comisión Europea.

II.1. Tener principios

Nuestro partido, el PTB, ha crecido significativamente en la última década. Desde el Congreso de Renovación de 2008, el partido ha pasado de 2.800 afiliados a 25.000. Con el 8% de los votos en todo el país, contamos con 12 escaños en el Parlamento federal y 1 escaño en el Parlamento Europeo. En el contexto europeo, estos avances son más bien una excepción para un partido marxista.

También con nosotros, en Bélgica, la cultura política de la corte está en crisis. De repente, los comunistas están en el Parlamento. Amenazan la cultura del nosotros-conocemos-nosotros. Y luego hay un montón de mecanismos para domesticar a los partidos rebeldes. A los diputados se les paga desproporcionadamente con la conciencia de que quienes se hacen dependientes de las estructuras de poder estarán menos dispuestos a denunciarlas y cambiarlas. La presión es para quedarse en la pequeña burbuja parlamentaria, entre académicos, todos bien vestidos, todos revolcándose en su propio derecho, lejos del mundo real. 

¿Cómo lo afrontamos? Partimos del principio de que sólo se puede cambiar el balance de poder sobre el terreno mediante un proceso de acción social, organización y sensibilización. Todos nuestros ejecutivos y todos nuestros diputados deben pasar al menos la mitad del tiempo sobre el terreno, en el mundo real. El trabajo parlamentario está en función de la lucha social y no al revés. Nuestros ejecutivos y diputados también viven todos con el salario de un trabajador medio. Remiten el resto de sus ingresos al partido. Porque como decimos: “Quien no vive como piensa, pronto pensará como vive". 

Posiblemente más importante: no el grupo parlamentario toma las decisiones en nuestro partido. El grupo parlamentario no está elaborando nuestra posición sobre la pandemia, la crisis energética o la guerra. Son los órganos electos del partido los que lo hacen, tras un debate sereno. Los parlamentarios no están ‘por encima’ de otros militantes del partido; están al servicio del partido. Es una cuestión de principios.

En un mundo en el que los gritones de la derecha intentan ahogarlo todo, la izquierda no puede avanzar a menos que parta de algunos anclajes o principios de izquierdas sólidos, pensamos. Una piedra angular en esto es: hacer cada vez un análisis profundo de la situación, un análisis sobrio desde una perspectiva marxista. Si te saltas ese paso, vas a golpear en todas direcciones. Adoptar una posición de clase, esa es la base. 

No siempre es fácil. Cuando los tanques rusos invadieron Ucrania, todo el mundo tuvo que posicionarse. Existe el derecho de defensa frente a injerencias externas. Claro que las hostilidades ya habían comenzado desde 2014, pero eso no altera el hecho de que la incursión rusa va en contra de todo el derecho internacional. Pero también quedó claro rápidamente que la guerra tiene una doble naturaleza, una cabeza de Jano por así decirlo. Una guerra defensiva contra la invasión rusa, por un lado. Por otro lado, una guerra por poderes de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia. Esa guerra de poder inclina la situación. Al principio, la histeria bélica en Europa era enorme: todos tenían que marchar ciegamente con las órdenes del Pentágono. Cualquier otro punto de vista era vilipendiado y marginado. Fue un poco como la Primera Guerra Mundial en 1914, cuando había que aprobar créditos de guerra en todas partes. 

En esos momentos, es muy importante hacer un análisis exhaustivo y dedicar tiempo y espacio al debate sobrio en el partido. Sobre esa base, no aprobamos los presupuestos adicionales para el ejército. Votamos contra la política de sanciones y contra el suministro de armas. Y apoyamos activamente el desarrollo del movimiento pacifista, "Europa por la Paz". A menudo estábamos solos en el Parlamento. Pero es mejor ir contra corriente a corto plazo que ir contra la historia a largo plazo.

II.2. Ser flexible

Esto me lleva directamente a nuestra segunda premisa: ser flexibles. Porque aunque tener principios es crucial, no es suficiente. Los que sólo se aferran a los principios se vuelven rígidos. No basta con tener razón, es esencial también obtener razón y cambiar las cosas.

La cuestión de la guerra es vital. Se presionó a nuestro partido para que siguiera votando a favor de las resoluciones, para "no aislarnos" y "no dejar que se destruya lo que se ha construido en los últimos años". Entonces es importante mantener la cabeza fría y confiar en la sólida unidad del partido en torno a los principios. Pero eso no basta. No podemos contentarnos con sentarnos en una silla y verter "grandes verdades" sobre las cabezas de la gente. No funciona así. 

Hemos visto que a algunos movimientos ultra-izquierdistas les gusta atrincherarse en su propia burbuja, no tienen ningún sentido político de la situación y proporcionan con seguridad algunas consignas gratuitas desde detrás de sus escritorios. Según esa gente, no puede ser suficientemente de izquierdas. Hay que hacer esto y hay que hacer lo otro, suena entonces. Pero no se responde a la presión de la derecha con retórica ultra-izquierdista. Se responde entablando un debate, argumentando, educando, convenciendo, escuchando y teniendo paciencia, sobre la base de una firme posición de clase propia.

Existe una distinción entre estrategia y táctica. Pensamos en la estrategia para saber adónde queremos ir, cuáles son nuestros objetivos a largo plazo, cómo queremos alcanzarlos, quiénes son los aliados y los adversarios. Pensamos en tácticas para encontrar el camino mejor adaptado y métodos para progresar en esa dirección. No saldremos adelante vertiendo nuestro ‘programa completo’ sobre la gente. Creemos que la izquierda debe dominar el arte de conmover tanto las mentes como los corazones. La mente Y el alma. Ocurre cuando la gente vive experiencias proprias, cuando respalda una causa, se mueve, se organiza y surge la acción o la lucha social. Por lo tanto, es esencial tener en cuenta el equilibrio de poder existente, el nivel de conciencia.

En Europa, la guerra y la especulación provocaron grandes subidas de los precios de la energía. Esto es lo que la gente siente a diario. Abogamos por sacar el sector energético de las manos de las empresas monopolísticas, que hoy imponen precios desorbitados e imposibilitan una verdadera transformación verde. Estamos haciendo campaña por ese cambio. Pero, al mismo tiempo, también hemos abierto "mostradores de energía" para las personas que tienen problemas con sus facturas energéticas. Al hacerlo, intentamos ayudar, de forma muy concreta, y preferiblemente buscamos soluciones colectivas. Esa ayuda tangible también refuerza nuestra campaña política.

Para nosotros, los principios y la flexibilidad van de la mano. Un partido flexible es aquel que sabe adaptarse a las circunstancias en las que opera. La táctica es parte integrante del marxismo. Las tácticas sensatas saben cuándo atacar y cuándo defender. Pero la táctica siempre es secundaria con respecto a la estrategia. Nuestra intención sigue siendo siempre avanzar hacia nuestro objetivo estratégico de socialismo. Nuestra táctica debe tirar hacia arriba y no hacia abajo. 

II.3. Clase trabajadora y jóvenes

La última cuestión es la de las fuerzas del cambio. ¿En qué fuerzas nos apoyamos para forzar el cambio? La clase obrera, escribieron Marx y Engels en su Manifiesto Comunista. Hoy en día, el mundo está mucho más industrializado que entonces. Creemos que ha llegado el momento de volver a partir con orgullo de la política de clases.

Con la crisis de la corona, quedó claro: ni los mercados hacen girar el mundo, ni la bolsa hace rotar la tierra, ni la clase charlatana saca las castañas del fuego. Es la clase trabajadora: los que venden su mano de obra a cambio de un salario, los que trabajan en las granjas y en los campos, los que procesan la carne, los que distribuyen las mercancías con camiones y trenes, los que cargan y descargan los barcos, los que llenan las estanterías, los que llevan los paquetes, los que organizan la asistencia.

Pero con la misma rapidez con que se olvidó el coronavirus, también se olvidó a la clase trabajadora. E inmediatamente la política de clases también. Para nosotros, un partido de izquierdas debe dar un lugar central en sus filas, así como en su dirección, a las trabajadoras y a los trabajadores. Y basar su política en el interés de clase de la amplia clase trabajadora. Creemos que esto debería ser obvio, pero no lo es.

Cada vez hay más movimientos que ya no hacen análisis económicos. Que ya no hablan de la "clase trabajadora", sino sólo del "centro" y de la llamada "clase media". Se acabó el análisis de clase, se acabó la producción, se acabó el taller y se acabaron los héroes de la crisis corona. Y una vez que se ha mostrado la puerta a todas las distinciones de clase, todo tipo de debates identitarios se pasean por el discurso dominante. Se avivan todas las posibles contradicciones reales e irreales y, antes de que uno se dé cuenta, la gente corriente se está gritando a los cuatro vientos.

Creemos que ha llegado el momento de volver a adoptar una posición de clase. Sería absurdo dejar la clase trabajadora a los trumpistas, bolsonaristas, voxianos u otros cazarratas de extrema derecha de Hamelin. Sí, luchamos contra el racismo, sí, luchamos contra el sexismo, sí, condemnamos todas las formas de exclusión. Pero siempre lo hacemos desde la perspectiva de fortalecer y solidificar la fuerza y la unidad de la clase trabajadora. Una clase trabajadora dividida no puede ganar. Ni antes, ni hoy.

Para nosotros, no sólo es fundamental la clase trabajadora, sino también la juventud. Quien vive, envejece, es una ley de la naturaleza. Pero al mismo tiempo: tu organización, partido, sindicato o movimiento social no debe envejecer. Así que tienes que ser activo con eso. 

La juventud lleva el futuro. La juventud no está inhibida por el poder de la costumbre, por la rutina o por el peso del pasado. El entusiasmo juvenil es liberador y una fuente de compromiso y contestación. Los jóvenes aún no están anidados en una situación familiar concreta. Tienen el valor de desafiar lo aparentemente inmutable. No es casualidad que la juventud haya desempeñado un papel importante en los grandes movimientos de masas del siglo pasado. Pensemos en la revolución cubana, la resistencia antifascista, la lucha contra el colonialismo, el movimiento contra la guerra de Vietnam, el movimiento por los derechos civiles, el movimiento de Mayo del 68, Occupy Wall Street, Black Lives Matter, las huelgas mundiales de los viernes por el clima...

Nos hace falta los jóvenes para aprender de los jóvenes. Aprender de su energía, de su entusiasmo y de sus técnicas de organización y comunicación. Hoy nos encontramos en medio de la cuarta ola industrial. Inteligencia artificial, redes dinámicas, robotización omnipresente, lo que sea. En los diez mil años de desarrollo técnico desde la revolución agrícola, las generaciones mayores han transmitido pacientemente sus conocimientos y experiencia a las generaciones más jóvenes. Pero lo que se enseña hoy suele estar obsoleto dentro de 20 años. El ritmo del cambio es tan rápido que los adolescentes tienen que enseñar a sus padres las últimas técnicas digitales. Esto no se ve y causa muchos disgustos. Pero sitúa a la juventud en primera línea de esta tormentosa evolución.

Gracias por permitirme hablar hoy ante ustedes sobre la policrisis y los retos para la izquierda. En este planeta, mucha gente busca una respuesta justa, social y ecológica a la policrisis. Cuanto más intentan los distintos movimientos hacer realidad su sueño de progreso social y justicia, más se topan con los límites del capitalismo. Creemos que el socialismo es necesario para garantizar una realización social, ecológica y democrática duradera y profunda. El socialismo es necesario para integrar el cambio sostenible, para situar los problemas humanos y medioambientales en el centro, y para poner a los propios creadores de riqueza al volante de la sociedad. El socialismo 2.0 es nuestra alternativa a un mundo en el que lo primero son las personas y no los beneficios, un mundo que funcione al ritmo de las personas, no del beneficio.

Gracias.

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Peter Mertens es Secretario General del Partido de Trabajadores de Bélgica (PTB-PVDA)

Available in
EnglishSpanishFrench
Authors
Peter Mertens
Translators
Loraine Gonzalez and Erwin Carpentier
Published
09.02.2023
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