Tesis 1. La agenda política neoliberal (la del Consenso de Washington) se encuentra en declive hegemónico, domina (sobrevive sin convencer) y su violencia crece a medida que se deteriora la tasa decreciente de ganancia del capital.
En términos prácticos está tesis se podría resumir señalando que la estrategia más eficaz del neoliberalismo hoy es el neoconservadurismo (de tintes fascistas).
Recuperando la historia, se puede señalar que, así como el capitalismo nace con el colonialismo, el neoliberalismo nació con las dictaduras en Nuestramérica. Posteriormente, se vive una convivencia del neoliberalismo con la democracia mínima liberal (en los 80 y 90 y principios del nuevo milenio). Luego de gobiernos populares que interpelan al neoliberalismo, hoy en día, la democracia está nuevamente asediada. La crisis del capitalismo y el deterioro de la tasa de ganancia del capital hace poco probable que incluso el matrimonio democracia electoral-neoliberalismo pueda prosperar. Durante ya casi tres lustros, los gobiernos de corte progresista de la región viven nuevas formas de golpismo. Tales golpes no se hacen con tanques de guerra (la excepción es el magnicidio de Jovenel Moïse; aunque la fuerza bruta no deja de intentarse como fue el caso de Bolivia, y antes Honduras; o los intentos fallidos en Venezuela y Ecuador) sino que se usan las mismas instituciones de la democracia: el sistema de justicia (a través de lawfare), la función electoral (se proscribe presidentes, como sucedió con Lula Da Silva, Rafael Correa o Evo Morales), las mismas Asambleas (siendo el caso paradigmático lo sucedido con Dilma Rousseff, sin olvidar otros como Lugo o el asedio permanente a Castillo) siempre respaldadas por los sistema masivos de comunicación privada.
En este marco, los proyectos políticos de derecha actualmente en la región no ponen el centro del debate público en la agenda neoliberal (la del Consenso de Washington), sino que usan narrativas de la esfera cultural, aupando semánticas identitarias tales como la xenofobia, el anti-feminismo, el racismo, la aporofobia que tienden a configurar nuevas tendencias fascistas. En ese marco, las contiendas electorales se polarizan en la región con dos concepciones del mundo opuestas, que disputan en dos registros diferentes: los gobiernos progresistas nacionales populares disputan principalmente en el ámbito de lo social y económico y las derechas neoliberales en el ámbito de lo cultural. Sin dejar de entender su centralidad e importancia, es fundamental, superar aquellas miradas de izquierda que comprenden el mundo a partir de lecturas exclusivamente economicistas.
A su vez, esto marca una diferencia en la acción de gobierno si comparamos el neoliberalismo de la primera década del s. XXI en comparación con la segunda. Si bien los gobiernos de derecha cuando llegaron al Estado tuvieron entre sus prioridades focalizar la política en los más pobres para garantizar gobernabilidad, tal prioridad ha mutado. De hecho, se puede señalar que en las primeras décadas del siglo XXI los gobiernos de derecha tuvieron como objetivo reducir la pobreza y lo hicieron. La caída de la pobreza en América Latina no fue patrimonio de la izquierda, aunque la velocidad de cambio fue el doble de rápido en los gobiernos populares frente a los gobiernos neoliberales (Ramírez, 2022a). No obstante, parece que ahora la derecha no tiene como objetivo que no explote la sociedad a través de la “pacificación” de los excluidos, sino construir un grupo consolidado de militantes que defienda religiosamente su proyecto de sociedad patriarcal, blanca, sin extranjeros y en donde el pobre es pobre porque quiere o porque se lo merece. Quizá resulta más eficaz tal cambio de estrategia porque los pobres y las clases medias también pueden ser parte de este nuevo núcleo, cosa que no sucede con la primera estrategia en donde estas clases no reciben el fruto de la redistribución en los gobiernos neoliberales (ver Ramírez, 2022, Ob. Cit.). El objetivo es construir proyectos religiosos y no políticos como lo evidencia los seguidores de Bolsonaro después de la pérdida frente al Lula Da Silva.
Las fobias que generan las narrativas conservadoras engendran violencia social y la justifican. Configuran proyectos nacionalistas fascistas. A tal perspectiva se suman las estrategias de golpes institucionales dentro del mismo sistema democrático liberal que configuran autoritarismos neoliberales. Los estados de excepción, en este contexto, se hacen frecuentes naturalizándose.
Este fenómeno que adquiere fuerza en los últimos lustros choca con la ira justa del excluido del sistema económico, del discriminado por su color de piel, de la violentada por ser mujer, del señalado por ser migrante. Bajo esta lógica, la probabilidad de escenarios de salida al estilo “Joker” crece exponencialmente. No obstante, la secuencia argumentativa conservadora cae por su peso: cualquier manifestación popular que busque ampliar derechos o que no existan retrocesos en los mismos son leídos como golpes de Estado, como demostró el foro “Defensa de la Democracia en las Américas” realizada en Miami en el 2021 encabezada por Luis Almagro, Lenin Moreno, Mauricio Macri, Luis Pastrana, Luis Guillermo Solis y Oswaldo Hurtado, entre otros.
El debate señalado, no es una cuestión de moral sino de justicia; pero la narrativa neoconservadora moraliza el mismo porque resulta una de sus principales armas para diluir la política. Con la disolución de la política se niega la posibilidad de resolver los problemas bajo vías pacíficas.
El deterioro de la tasa de ganancia del capital aunado a la concentración de la acumulación más la potenciación de discursos conservadores anti-igualitarios conducen a destinos violentos. El punto ciego para la crítica de la violencia consiste en que esta se ha vuelto estructural: “la cuestión no es ya si se manifiesta o no, sino cuándo y de qué manera. El programa neoliberal, al carecer de persuasión, siempre incluye la violencia como colateral. Tácita o explícitamente. Porque quien no convence solo puede dirigir con la fuerza” (Ramírez y Guijarro, 2022c).
Tesis 2. La lucha más eficaz al neoliberalismo es la democracia como igualdad de los comunes que generen nuevos pactos sociales de convivencia.
Tocqueville (2018) en su libro la “Democracia Americana” señalaba que su objetivo era entender la democracia en Estados Unidos porque su diseño institucional garantizaba que no vuelva a suceder otra Revolución Francesa; es decir, la democracia liberal garantizaba que no haya cambios radicales.
No obstante, justamente en la primera ola de los gobiernos progresistas, cuando se imponía el sentido común del fin de la historia a nivel mundial, sucedían en América Latina cambios significativos en democracia. No se necesitaba prescindir de la democracia para generar cambios sociales significativos. Se podría señalar que uno de los legados de los gobiernos progresistas de la primera ola fue caminar hacia la construcción de una democracia como igualdad de los comunes y una tendencia a la igualdad democrática. La primera, la democracia como igualdad, conseguida a través de proyectos políticos que gobernaron el Estado y redistribuyeron progresivamente; la segunda, la igualdad democrática, disputada principalmente por los movimientos sociales que buscaban avanzar en igualar la voz del diferente en la toma de decisiones (aunque no siempre fluidamente e incluso, confrontando).
En una reciente investigación sobre economía política de la redistribución del ingreso y la riqueza en los últimos 20 años en la región se puede constatar dos modelos claros redistributivos: el de los gobiernos progresistas, nacional populares o de izquierda cuyo patrón redistributivo favorece a las grandes mayorías (clases medias y populares) en detrimento de las élites económicas (1% y 10% más alto de la distribución); y el de la derecha conservadora con patrones concentradores regresivos antidemocráticos (pro-élites económicas y anti-clases medias y populares) (Ramírez, 2022a).
En el momento que vive el capitalismo y con los niveles existentes de concentración del ingreso y la riqueza en la región, al neoliberalismo le estorba la democracia y busca prescindir de ella. De hecho, podríamos decir que el neoliberalismo sólo puede prosperar si no prospera la democracia (incluso la democracia mínima electoral). En el sentido contrario, si la democracia se radicaliza el neoliberalismo se ve en problemas.
Pero es necesario aclarar que los procesos autoritarios del siglo XXI no pueden ser evaluados como los del siglo XX. Mientras en el siglo XX el neoliberalismo nació con procesos dictatoriales y luego hubo una convivencia “armónica” entre este y la democracia representativa, hoy en día solo puede ser posible el neoliberalismo si tiene un régimen político anti-democrático, autoritario. La propia ingeniería institucional de la democracia representativa permite nuevas estrategias que propician golpes institucionales a través de las otras funciones del Estado como el sistema de justicia, los órganos legislativos o las mismas instituciones electorales. Son estas nuevas formas de dictaduras democráticas que dan paso a autoritarismos neoliberales (Ramírez, 2019). Tal fenómeno sucede –como se afirmó- sin detrimento de señalar que los golpes del estilo del siglo XX, con uso de las fuerzas de seguridad, siguen latentes.
Frente a los autoritarismos neoliberales, la antítesis histórica es la democracia como igualdad y una igualdad democrática, lo cual implica otro modo de acumulación y otro régimen político superador de la democracia liberal. A través de procesos de democracia representativa, directa y con avances participativos, la región vivió casi tres lustros en el nuevo milenio de democratización de derechos y redistribución del ingreso y la riqueza. Planteó una democracia democratizando el reconocimiento y los derechos, recuperando e instaurando bienes públicos y comunes, así como una materialidad que busca garantizar no solo condiciones de vida digna, sino apuntar más allá: hacia la vida buena. Son propuestas que avanzaban en regímenes políticos no escindidos de regímenes económicos y sociales.
Lo relatado, no hubiese sido posible sin el acceso de proyectos populares al gobierno del Estado, y estos solo fueron viables por la lucha de los movimientos sociales, que paralelamente empujaban una igualdad democrática en donde se disputaba avances en la democratización de la participación en los espacios decisorios. La reacción conservadora de la derecha no solo ha buscado retomar los procesos de concentración de la acumulación sino también irse en contra de que las mujeres, los indígenas y afrolatinoamericanos, y otros grupos étnicos relegados, así como los informales y desempleados, junto a las organizaciones populares tengan voz y decidan. No sólo aquello, como señalamos en la tesis 1, las derechas buscaron generar sentidos comunes que pretenden aniquilar al “otro” excluido o a la misma oposición representada por los partidos políticos que dejaron de gobernar.
El continente vive momentos destituyentes y constituyentes. En un grupo de países, movimientos sociales posibilitaron movimientos políticos que viabilizaron movimientos constituyentes; en otro grupo de países, movimientos sociales viabilizaron movimientos constituyentes que engendraron movimientos políticos que llegaron al poder del Estado. En otros lugares, movimientos sociales generan turbulencias que interpelan el neoliberalismo y la democracia neoliberal empujando dar nacimiento a pactos constituyentes que se canalizan bajo diferentes formatos (consultas populares, reformas constitucionales o reivindicaciones de viejas constituciones re-leídas en el siglo XXI). Se configuran o se disputan nuevos pactos de convivencia mientras las fuerzas neoliberales y conservadoras defienden mantener un statu quo que reproduce desigualdad, discriminación y exclusión con una diferencia: dada la caída de la tasa de ganancia solo puede concentrar a costa del despojo masivo.[1] Los cambios no son jamás generados por las derechas neoliberales conservadoras. Éstas no son revolucionarias; lo que sí profundizan radicalmente es la concentración de la acumulación, del poder y masifican la exclusión. El cambio sí o sí sólo puede venir de los movimientos progresistas que se encuentran en constante caminar o frecuentemente en resistencia para detener el avance de procesos deshumanizantes al configurarse como cosificadores de las relaciones sociales.
Resulta estratégico en la disputa política, dejar claro en el debate público que por definición ideológica de los proyectos de derecha nunca puede venir el cambio, aunque camaleónicamente intenten venderse sistemáticamente como poseedoras del mismo. No existe un proyecto de derecha alternativo que no sea el autoritarismo neoliberal. La diferencia con los proyectos de derecha del siglo XX es cuán más radicales y eficaces son en sus niveles de conservadurismo y de concentración. Profundizar no es lo mismo que cambiar/trastocar.
En este marco, no se podrá detener el avance del autoritarismo neoliberal sino se disputa la consolidación de la democracia como igualdad y la igualdad democrática que canalice nuevos pactos de convivencia social a favor de los comunes, del 99.9% de la población, hasta que la subalternidad sea hegemonía.
Tesis 3. No habrá democracia como igualdad sino se rompe el colonialismo interno (el modelo "acumulador desacumulante colonial") de América Latina y el Caribe.
Cuando se habla de los modelos de desarrollo de la región se suele poner el énfasis en su carácter primario exportador que genera restricciones externas que no garantizan la inversión necesaria para su despegue productivo. No obstante, es necesario volver a re-articular el análisis, como sugiere Pablo González Casanova (2006, 2007), al colonialismo interno. Este concepto llevado al ámbito económico nos permite poner el acento en la cultura económica de la oligarquía y plutocracia de nuestra región.
Si se pone en términos comparativos podemos señalar que mientras que la dinámica económica/financiera en el centro capitalista es ‘parasitaria’, pues requiere mercados internos para acumular, y por eso mantiene la demanda en condiciones de bienestar suficiente, al menos, para preservar su lucro (en el centro); en contraste la dinámica financiera es ‘predatoria’ en la periferia, porque simplemente extrae recursos para transferirlos al centro (Ramírez y Guijarro, 2022c). Paradójicamente, se genera lo que podríamos denominar una “acumulación desacumuladora” (Ramírez, 2022, Ob. Cit.): genera despojo en el proceso económico-productivo y acumula externamente en la banca off-shore de paraísos fiscales, que permite entrar en los circuitos financieros del centro global. En el mejor de los casos deja de ser especulativa y se conecta con las cadenas globales de valor.
Si bien el patrón descrito es marcado estructuralmente, se puede señalar que existe una diferencia radical entre gobiernos populares y gobiernos de derecha. Mientras los primeros permiten generar acumulación de activos internos a partir de la generación de la riqueza endógena, los segundos, generan activos externos a partir de procesos de endeudamiento externo. La forma estructural de menoscabar el ámbito de acción de los gobiernos progresistas es la deuda externa no soberana. No es casualidad que la restauración conservadora en la región vino de la mano de procesos de endeudamiento externo profusos. El primer acto de soberanía en este campo, es tener un tratamiento soberano de la deuda externa contraída que usualmente ha sido generada ilegítima o -en muchos casos- ilegalmente. Quizá resulta fundamental plantear en las instancias regionales de coordinación un comité de veeduría de la deuda externa de nuestros países.
La acumulación de activos externos es un patrón cultural en la región. No es casualidad que América Latina sea el continente con mayores depósitos en paraísos fiscales del mundo (27% del total de los depósitos). No falta ahorro para la transformación, sobran apátridas que no tienen proyecto de Nación ni de región.
En el otro lado de la vereda, están los expulsados por el neoliberalismo, los migrantes (el ejército de reserva mundial): la riqueza externa que generan fuera del país la re-patrian para cuidar de las familias que quedan en sus países de origen a través de las remesas. De cierta forma, el ejército de reserva mundial que proviene del sur global contiene la explosión social en los países periféricos de donde provienen. Así, los migrantes siendo los excluidos del sistema, resultan que son doblemente funcionales al sistema: como ejército de reserva y como “re-patriadores” de recursos externos.
Como parte de las salidas en este ámbito, y así resulte contra-intuitivo es central intervenir públicamente y socialmente para fomentar la des-oligopolización o des-monopolización del mercado, tanto de bienes, como de servicios, en aquellos sectores que no resultan estratégicos ni garantizan la satisfacción de necesidades de la población (donde resulta preferible que actúe el Estado para garantizar derechos). Tal comportamiento cultural de las burguesías también tiene que ver a que pueden no re-invertir en la economía porque los mercados en América Latina tienen una raquítica competencia.
Debe quedar claro que, en este marco, el mal desarrollo no solo es consecuencia de una matriz productiva con escaso valor agregado que estructuralmente encuentra su límite en restricciones externas al carecer de soberanía, sino que está asociado a una suerte de colonialismo interno de las burguesías y oligarquías latinoamericanas.[2]
Tesis 4. Pensar el cambio estructural implica cerrar las enormes brechas que existen entre las praxis culturales de las grandes mayorías (culturas mayoritarias pro-comunes solidarias) y el diseño de las instituciones políticas liberales.
En Nuestramérica existe una disputa cultural entre el espíritu liberal y el comunal. Histórica y antropológicamente, la cultura política popular se configura alrededor de un “comunalismo solidario” y no sobre el espíritu liberal salvaje metaforizado en el laberinto de la soledad (Ramírez, et. al, 2022d).[3] Es esta, la mayor resistencia histórica de la región, pero también una de las causas de la crisis de la democracia liberal la cual es pensada desde una cultura euroamericana.
Si bien el rechazo subjetivo a la desigualdad cayó hasta el año 2010 en la región (Ramírez, 2022ª), en los últimos lustros se ha revertido tal tendencia, y se ha configurado un sentido de defensa de la desigualdad a partir de -entre otras razones- reivindicaciones identitarias y esencialistas: el pobre es pobre porque no se esfuerza, el migrante viene a quitar empleos en nuestros países, el indio es pobre porque es vago, el trabajo de cuidado de la mujer no debe tener compensación económica porque se hace por amor, entre otros.
Como bien señalaban los teóricos de la dependencia, el capitalismo pudo nacer como producto del colonialismo (acumulación originaria), así que es necesario señalar que la independencia de nuestras naciones pare un Estado colonial funcional a la estrategia de acumulación del capitalismo global. Por ende, sus instituciones son configuradas por fuera del reconocimiento de que somos comunidades políticas plurinacionales. Así, la democracia tiene que parir un estado que sea pensado desde una racionalidad plurinacional e intercultural popular.
Por tanto, la superación de la cultura remanente del laberinto de la soledad (neo-liberalismo individualista) se concretará con mayor probabilidad cuando vayan de la mano las intervenciones sociales y estatales, y los diseños institucionales con la cultura popular que prefiere caminar por senderos en compañía, respetando la diversidad de los pueblos.
Tal situación implica reformas estructurales para ir más allá de la democracia liberal. Difícilmente puede florecer la cultura solidaria con instituciones con lógicas individualistas.
Tal perspectiva conlleva, a su vez, romper con la escisión entre público y común, que desemboca en la separación entre Estado y comunidad. Uno de los límites de la primera ola fue que en aquellos gobiernos que hicieron reformas estatales no se incluyeron puentes de acción con la comunidad. Así, las instituciones y las intervenciones sociales que buscan transformaciones sociales deben pensar lo público desde lo común, pero también lo común de los comunes debe pensar su impacto en lo público social. La cultura política de la ciudadanía parece demandar no solo ser sujetos de cambio, sino autores del mismo. ¡Para el pueblo, con el pueblo, desde el pueblo!
En el ámbito del debate sobre lo público, resulta fundamental tener como centralidad que las clases medias y por qué no las altas retornen a demandar bienes públicos. Si en lo público no retorna el prestigio jamás se producirá tal retorno, lo que genera privatizaciones subjetivas que son raíces estructurales del problema de no poder conseguir un encuentro inter-clases e interculturas/etnias. Un ejemplo simple para entender lo señalado sucede en el campo de la educación superior con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) o la Universidad de Buenos Aires (UBA) en donde no solo los pobres desean habitar sus aulas sino las clases medias y altas también. Esto implica que lo público debe conseguir los estándares más altos de calidad y excelencia que en la competencia con lo privado no exista duda de la superioridad de lo público. En el debate narrativo en donde el concepto del mérito fue apropiado por la derecha, el progresismo debe colocar la excelencia que no implica un juego de suma cero. Tal búsqueda implica una reforma tributaria que conlleve incrementar la inversión pública para la garantía de derechos sociales. No obstante, un debate pendiente para el progresismo en algunos campos es la disputa por el sentido de la calidad para no caer en la lógica productivista/capitalista de los sistemas de evaluación vigentes.
Si bien en el corto plazo la eficiencia de la transformación parece estar ligada a la centralidad de acción desde el Estado, la primera ola de gobiernos progresistas parece demostrar que aquellos procesos que tienen raíz social y que han articulado desde las bases su accionar (con los movimientos sociales o sindicatos) resultan tener más sostenibilidad y eficiencia en el mediano y largo plazo. Las organizaciones políticas deben pensar –al menos- la acumulación política desde el actor principal en la alternativa propuesta de acumulación (dando la centralidad que debe tener las organizaciones de trabajadores) y su articulación con los movimientos sociales. Pensando en matriz histórica, no hay mayor ineficiencia política que la insostenibilidad temporal de las acciones.
Como se ha demostrado en otras investigaciones, la ciudadanía tiene claro que lo público no es contradictorio de lo común, ni viceversa. Existen ámbitos como los económicos, de salud, de educación, que las ciudadanías prefieren que sean liderados por el Estado; pero en aquellos que tienen relación con el gobierno de los recursos comunes prefieren soluciones comunitarias (Ramírez, et. al, 2022d). Es necesario trasladar tal sabiduría al ámbito de las políticas públicas, las reformas institucionales estatales y sociales.
A su vez, fomentar lo común fortalece la democracia. La evidencia demuestra que la probabilidad de participación democrática incrementa si el ciudadano es parte de dar solución a problemas comunitarios. En la praxis cultural existe una convivencia que ratifica el vínculo entre gregariedad y solidaridad y democracia con demos (autogobierno y participación), que confirmaría que la ciudadanía prefiere andar en común que en soledad (ídem).
Esto implica, en el ámbito de la lógica de la competencia electoral, articular militancia partidaria con las reivindicaciones de los movimientos sociales, las organizaciones de los trabajadores y con las formas de participación territorial existentes en donde la estudiantil resulta estructural en el proceso de educación política; no solo en el momento electoral, sino en la construcción de un frente político cuando se está o no en el poder de gobierno. El dogma religioso que busca implementar los proyectos conservadores se combate con educación política.
La segunda ola de gobiernos plurinacional-populares, progresistas o de izquierda debe articular reformas institucionales y de intervención social, sin desconfianza (pero siempre protegiendo los recursos públicos), que vincule democracia con comunidad; ciudadanía con demos colectivos; es decir: una comunalicracia. Tal régimen político debe sustentarse en una cultura popular igualitaria anclada en regímenes económicos igualitarios que rompan relaciones de poder asimétricos.
Tesis 5. El origen de la crisis cultural se encuentra en la valorización predatoria del tiempo en el marco de la metamorfosis del tiempo-trabajo.
La transición del modo de acumulación hacia el capitalismo cognitivo y la implementación del neoliberalismo, ha generado uno de los cambios más profundos que viven nuestros países: la desindustrialización y servificación precaria de la economía (asociado usualmente al capitalismo de plataformas). El centro recibe los beneficios de las innovaciones tecnológicas, las periferias sufren las nuevas formas de despojo y de explotación como parte del cambio.
Tales procesos han provocado una metamorfosis profunda en el ámbito laboral, siendo no solo el incremento del ejército de reserva expresado en la informalidad una de sus características particulares sino la emergencia del trabajador asalariado pobre. Hoy en América Latina y el Caribe, tener un empleo asalariado no garantiza vivir una vida digna.
Es necesario entender que la penetración del neoliberalismo está en la mercantilización de la vida y las relaciones sociales; lo cual conlleva de facto, la mercantilización del tiempo de la vida cotidiana y de las relaciones humanas. El capitalismo siempre ha sabido que el corazón del valor está en el tiempo. En el capitalismo industrial, la búsqueda de ganancia se basaba principalmente en la extracción de plusvalor en la fábrica y la explotación de la naturaleza. No obstante, en el marco de la crisis que vive el capitalismo, este ha buscado nuevas formas de apropiarse del tiempo ya no solo del trabajo sino de lo que sucede a lo largo de la vida de los seres humanos. El extractivismo info-cognitivo es quizá unos de los sustentos más importantes de la valorización del capital en el nuevo capitalismo. No es fortuito que el principal objetivo de los algoritmos y de la inteligencia artificial en el ámbito digital es generar adicción en el tiempo de permanencia en la plataforma. No obstante, el tiempo expropiado va más allá de las redes sociales y del internet. Bajo diferentes mecanismos, la tecnología “smart” permite apropiarse casi de las 24 horas del día de las personas que usan este tipo de dispositivos. La tendencia a construir ciudades smarts con lógica capitalista es parte de lo mismo. Podríamos decir que incluso cuando se duerme puede haber cierta forma de expropiación de la vida que permiten generar posteriormente valorización del capital. A su vez, el capitalismo de plataforma genera nuevas formas de rentismo, eliminando derechos laborales pero sobre todo generando una falsa conciencia de autonomía en la administración del tiempo cuyas resultados son nuevos procesos de auto-explotación.
Al proceso macro estructural que sucede a nivel mundial deben sumarse los procesos de acumulación que se generan a través del despojo de la vida humana y de las naturalezas generadas por la implementación del neoliberalismo. En el caso de la región, el neoliberalismo no solo ha precarizado más las condiciones de trabajo sino que ha exacerbado el modelo depredador de la naturaleza. En términos temporales, como consecuencia de la implementación del neoliberalismo se genera un tiempo triplemente explotado. Las formas de compensar el deterioro de la calidad de vida vienen asociadas al incremento del número de horas de trabajo en los empleos precarizados, aumento de las horas de trabajo del cuidado principalmente por parte de las mujeres para compensar la insuficiencia de salario del hogar y el incremento de la explotación de recursos naturales debido al deterioro de los términos de intercambio. A mayor implementación del neoliberalismo, mayor número de días sobrantes al salario y mayor expansión de las fronteras de explotación de recursos naturales. Esta no es una diferencia cuantitativa, es una diferencia cualitativa porque configura otra forma de sociedad.
Tal expropiación de vida es inversamente proporcional a tener tiempo para la democracia, para la comunidad, para la sociabilidad, para la amistad, para la comunidad, para la familia o para disfrutar la naturaleza. Pero aquí no radica el problema principal. El problema central reside en el sentido del tiempo que genera la transición capitalista y la implementación del neoliberalismo. El tiempo liberado, también puede ser tiempo alienado; pero -claro está- también puede ser potencia emancipadora. Así como el tiempo de ocio puede ser liberado para estar de 3 a 5 horas diarias en redes sociales, también puede ser para participar en procesos democráticos, hacer deporte, compartir con amigos, cuidar la naturaleza, etc. En otras palabras, no es suficiente con tener más tiempo, pero está claro que no se puede disputar el sentido del tiempo si no existe más tiempo que la sobreviviencia. La disputa por otros cronos es tan relevante como la disputa del kairos del cronos; es decir, la disputa por otro orden temporal es tan importante como el sentido emancipador que adquiera ese nuevo orden temporal (Ramírez, 2022b).
La equiparación del tiempo como el dinero es el sentido que se le otorga al tiempo en el capitalismo actual. Cada segundo, cada milésima o nano segundo tienen valor de cambio. Y tal sentido del tiempo está ligado a la lógica de la productividad, en donde el tiempo siempre entra como denominador; es decir dividiendo, partiéndose, fragmentándose, ahorrándose. La productividad subjetiva que genera la búsqueda de tener un tiempo que incremente sistemáticamente la productividad no solo tiene que ver con la necesidad de generar mayor velocidad en la circulación del capital (ya sea como mercancía o como dinero), sino que genera una aceleración subjetiva, como señala Rosa (2014), en donde la realización humana está en función del mayor número de actividades que se ejecuta en la vida cotidiana a lo largo de la vida. No solo existe hambre de tiempo porque la explotación crece al precarizarse el trabajo sino porque las expectativas de acumular experiencias crecen en un tiempo limitado a las 24 horas, 7 días por semana y 365 días por año, anclándose en el mito fundante del consumo infinito. Diría el conejo de Alicia: “estoy aquí, debiendo estar allá”.
Tal construcción del sentido del tiempo a su vez se asocia a una función particular social de la ciencia, la cual está acorde a la acumulación del capital. Preguntas estructurales que nacen en este marco son: ¿debe seguir siendo el paradigma de la industrialización generadora de pleno empleo la utopía a conquistar? ¿El actual sistema de acumulación puede generar pleno empleo? ¿Es compatible el capitalismo actual con un sistema que no se base en la expropiación del tiempo como fuente de valor de cambio? ¿Qué cambios en la matriz cognitiva se necesitan para generar una función de la ciencia emancipadora?
Todo parecería indicar que el actual capitalismo difícilmente puede convivir sin expropiar tiempo de trabajo y de vida, y que el trabajo en el capitalismo no es garantizador de vida digna.
En este escenario, debe quedar claro que el problema no es el desempleo únicamente. El problema es el aumento del ejército de reserva que se acumula exponencialmente en el sector informal y que el trabajo asalariado no garantiza la superación de la pobreza. Tal fenómeno afecta la agenda y la representación del progresismo, que usualmente ha basado sus plataformas políticas alrededor del trabajo y de la organización sindical, aunque tal fenómeno ha cambiado desde el nuevo siglo.
Esto no significa que la lucha por el trabajo digno no debe ser nodal en la disputa política, ligado a la búsqueda de un proceso de agenda de industrialización, pero con una tendencia a que éstos sean de materiales activos.[4] Sin duda sigue teniendo relevancia tal agenda programática. No obstante, el punto es si dado los cambios que vive el mundo hoy en día, las expectativas de vida de las nuevas generaciones siguen estando colocado en el trabajo y si la disputa por un cambio radical de la matriz productiva –en el caso de que sea viable-, podría permitir retornar la centralidad de la utopía del pleno empleo como agenda de los proyectos progresistas. Este debate no es menor en general en los proyectos nacionales populares, pero especialmente resulta relevante en proyectos políticos como el Peronismo de Argentina o el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil que han basado su fuerza política en el trabajador usualmente sindicalizado a una rama industrial.
Los teóricos de la dependencia discutieron a profundidad el tema: en el capitalismo periférico, la industrialización no garantiza la modernidad ni la democratización al no necesariamente redistribuir ingresos y riqueza. Existen países de la región que durante dos o tres décadas han vivido de transferencias monetarias y no han experimentado el sentido del trabajo; en donde el valor del trabajo en tanto centro de la vida ha dejado de tener relevancia, tanto en términos materiales como de expectativas. Si a esto se suman las expectativas que genera el capitalismo de plataformas (en donde no se necesita tener educación o experiencia para generar riqueza y se vende la utopías de “dinero fácil” a tan solo un clic de la computadora, siendo el ejemplo paradigmático de Khaby Lame) y el narco capitalismo que ofrece niveles de vida mejores que cualquier otro tipo de trabajo formal asalariado, parece ser que el mito fundante de un nuevo proyecto de sociedad atraviesa por otros senderos diferentes a la esfera del trabajo; el cual debe estar ligado a la vida misma y su reproducción, en donde se potencie la maximización del tiempo común y con ello la generación y disfrute de bienes relacionales emancipadores: más amigxs, más participación democrática, más cultivo del cuerpo, más eros, más producción y disfrute de arte, más tiempo para cuidarnos mutuamente entre nosotrxs y a la naturaleza, siempre y cuando esto sea parte de una sociedad que tiene cubierta sus necesidades humanas. Lo más cercano a querer vivir juntos es cuidarnos y compartir el tiempo a escala humana; o, compartir porvenires sociales comunes como Estado Nación y como Patria Grande. La humanidad ha alcanzado niveles sofisticados en sus avances científicos y tecnológicos que permitirían avanzar en otros proyectos de humanidad. El problema no es que los robots quiten puestos de empleo a las personas o que la inteligencia artificial sustituya cerebros humanos. El problema es que los robots y la inteligencia artificial están al servicio de la acumulación del capital lo cual implica estar en función de un proyecto de explotación y alienación social de la vida; y de depredación de los ecosistemas.
Si el trabajo no garantiza una vida digna y el proyecto industrial pierde importancia en un mundo que camina hacia la servificación de la economía, en la transición resulta fundamental poner en el centro del debate conceptos como el de dividendo universal, salario universal o ingreso universal. La pandemia demostró que no se puede depender del trabajo para vivir una vida digna. Es necesario tener claro en los proyectos políticos progresistas que la transición requiere una acumulación desconcentrada. Si la acumulación y el nuevo rentismo se basan en un capitalismo que extrae valor más allá del trabajo (en todo momento de la vida humana y no humana), el concepto de distribución de las utilidades para garantizar un dividendo universal resulta justo en un sistema que extrae valor social en cada momento de la interacción social usualmente a través de grandes corporaciones monopólicas transnacionales que se esconden en las vacíos legales de regulación mundial como los paraísos fiscales. En el mismo sentido, resulta justo un salario universal por el trabajo del cuidado principalmente realizado por las mujeres no solo porque es un trabajo per se sino porque su labor es condición de posibilidad del plusvalor en el mismo sistema capitalista. No obstante, si reconocemos que el actual sistema en el capitalismo dependiente no puede garantizar que el trabajador asalariado no sea pobre y que se genere la cantidad de puestos necesarios dentro del sistema económico para que este sea la vía de garantizar derechos sociales y económicos, la centralidad del trabajo pasa a un segundo plano y la disputa pasa de un trabajo digno a una vida digna. En este marco, el concepto abarcador en términos materiales cae en el ingreso universal.[5] De esta forma, el dividendo universal, el salario universal y el ingreso universal son acciones no mutuamente excluyentes sino complementarias. No son dádivas. Es un justo reconocimiento a un trabajo no valorado en la actual economía.
La cultura gregaria, cooperativa y solidaria que existe en América Latina y el Caribe solo podrá prosperar si estructuralmente se romper con la valorización predatoria del tiempo que genera el actual modo de acumulación del capitalismo. Aquí radica la disputa civilizatoria: transitar del sentido del time is money al sentido de asir y sentir eltiempo como vida buena, como vida sabrosa. Y hoy en día, las que parecen liderar la construcción de otros sentidos de la vida son las mujeres. En este marco, el cambio estructural en el sentido del tiempo pasa en este momento en la región por la convergencia de las luchas sociales en las disputas políticas de las luchas feministas.
Tesis 6. Lo Nacional de lo popular es la Matria Grande.
Los proyectos progresistas, de izquierda o nacional populares han basado su agenda en la defensa del Estado Nación. En el actual sistema del capitalismo que es post-estatal, la búsqueda de soberanía pasa no solo por recuperar el Estado para el bien común. De hecho, su recuperación es insuficiente para garantizar autonomía de gobierno y de un proyecto histórico.
En América Latina y mientras no se configura otro modo de acumulación alternativo al vigente, lo Nacional de lo popular es la Matria Grande. La integración regional no es un esnobismo. Es una necesidad de supervivencia de nuestros pueblos y es la única garantía de conquistar la soberanía de nuestros territorios.
Tal situación no solo implica recuperar la agenda de CELAC y de UNASUR. Implica no fallar en la conformación de una nueva arquitectura financiera regional incluido una moneda común regional; en recuperar los consejos de ciencia, tecnología e innovación, de seguridad o de salud; la configuración de carteles de países productores de Litio o de otros recursos estratégicos; en la sustitución de la OEA como espacio de resolución de conflictos democráticos en la región, sino también encierra estrategias que busquen una integración en el marco de la nueva geopolítica mundial en donde el articulador sea la misma región. ¿Qué queremos decir con esto? Que probablemente la centralidad multipolar no deben ser los BRICS sino los LATIN-RICS. Si bien el liderazgo podría retomarlo Brasil también podría ser colectivo (Brasil, México, Argentina) pero siempre como representantes de los países de América del Sur, centro América y el Caribe. Sin duda, esto implica pensar una integración política lo cual conlleva que se debe ceder soberanía en algunos asuntos a la región frente a las perspectivas internas de la unidad Estado Nación.
No obstante, la experiencia de la disputa que se vive en el continente implica pensar que la integración no solo puede pasar por la unión de los Estados sino que debe ser también la unidad de los pueblos. Esto conlleva empujar aquellos espacios que buscan concretar la construcción de la Matria Grande desde abajo como son el foro de integración para una América Plurinacional (RUNASUR), la Unión de Universidades de América Latina y el Caribe (UDUAL) o el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), entre otros. La integración debe ser por “arriba” y por “abajo”, en donde las cumbres también sean de las bases de los movimientos sociales que comparten agendas de lucha a lo largo del territorio de la Abya-Yala. El punto de partida de esta agenda pasa por el consenso de construir la ciudadanía latinoamericana y caribeña, en donde exista portabilidad de derechos y obligaciones.
En la coyuntura de transición hegemónica el campo de batalla se amplía, el tiempo se comprime, por lo cual la batalla en cualquier territorio de la región es nuestra batalla. A diferencia de juegos de suma cero redistribuidores de poder, pensar la Matria Grande como horizonte ampliado de destino implica pensar un juego cooperativo de suma positiva en donde se busca agregación de poder y no división ni supremacía de un poder frente a otro. Si los proyectos conservadores neoliberales tienen como proyecto la acumulación de corporaciones transnacionales, los proyectos populares no pueden tener como espacio de articulación el Estado Nación.
En el marco de lo señalado, ¿hay que aliarse con la potencia en declive pero aún dominante en la región, o buscar alianzas con las potencias contendoras? Ni con unas ni con otras. América Latina debe aliarse con América Latina (Ramírez y Guijarro, 2022c). Para cualquier acercamiento ya sea a la potencia en decadencia o a la potencia emergente, primero debemos adoptar la dimensión de bloque regional (ídem).
Tesis 7. Solo el pueblo salva al pueblo, para lo cual es cuestión de sobrevivencia juntar las fuerzas políticas con las fuerzas sociales y hacer que converjan las luchas de las mismas.[8]
Vivimos tiempos oscuros. No hemos llegado aún a la catástrofe de las dictaduras de los setenta. Pero es inevitable recordar el pasado ominoso cuando la guerra sucia del presente efectúa golpes silenciosos, pero no menos eficaces, a través de los propios medios que sostienen la fachada democrática. Hoy en día, el equilibrio de poderes es una farsa.
De ahí la condición de los poderes fácticos: en tiempos de recesión de la hegemonía, las fuerzas conservadoras de la ideología dominante tienden a volverse más imperativas y autoritarias.
En tal situación es urgente apuntalar la fuerza política con la fuerza social. Cuando se presente un conflicto, no serán los socios de ocasión ni los aliados utilitarios los que se manifestarán en favor del proceso. Solo el pueblo puede salvar al pueblo.
Si analizamos la historia del nuevo milenio podemos percatarnos que la mayoría de movimientos progresistas que han surgido en la región nacen de las luchas de movimientos sociales que o se organizaron para configurarse en partidos o empujaron partidos políticos anti-neoliberales. No solo aquello. En el interregno de retorno de gobiernos conservadores, los gobiernos que más resistieron a su embate fueron aquellos que fortalecieron sus estructuras de base de la militancia y que se articularon a movimientos sociales.
También es cierto que el matrimonio no ha sido natural y ha tenido un camino empedrado. De hecho, al momento de gobernar la relación proyectos progresistas y movimientos sociales no fue nada sencillo e incluso en algunos casos se produjeron escisiones que debilitaron confianzas para avanzar juntos. No obstante, queda claro que, si el gobierno desunió en algunos casos, en la resistencia se produce el encuentro. Los proyectos de derecha han encontrado en la vereda del frente tanto a los partidos políticos progresistas como a los movimientos sociales. No obstante, no necesariamente ha implicado llegar a acuerdos para marchar juntos lo cual debilita la resistencia: resistir por separado es resistir debilitado.
Frente a la arremetida de la derecha de apalancarse en lineamientos identitarios para poder avanzar en la agenda neoliberal (tesis 1), se dio paso al reforzamiento de las reivindicaciones de los movimientos sociales feministas, ecologistas, indígenas, animalistas en el último lustro. Si bien la primera ola de gobiernos populares tuvo un componente marcadamente redistribuidor, el empoderamiento de los movimientos sociales frente a la agenda conservadora fascistas ha dado fuerza a su presencia en la esfera pública. Es claro que las reivindicaciones en las luchas de los movimientos populares deben tener centralidad las demandas de los movimientos sociales, en donde siempre debe ser un eje vertebrador la defensa de las condiciones materiales de vida. No solo aquello. Resulta táctico y estratégico además de las convergencias entre los movimientos sociales y los movimientos políticos, también la convergencia de las luchas de los movimientos sociales.
Ahora bien, el tipo de partido político que se necesita es aquel que sabe entender el cambio epistémico social que vive la región. Así como se puede decir que la vanguardia en el siglo XX dejaron de ser los intelectuales orgánicos o tanques de pensamiento que definían o proponían el destino a caminar, en el siglo XXI toma centralidad el intelecto social colectivo que definen las ideas y las acciones que más certeramente han apuntalado las propuestas de salidas a las crisis de nuestros pueblos (siendo el movimiento feminista el que ha adquirido mayor potencia en el nuevo milenio en la región); los partidos políticos deben saber que dejaron de ser la vanguardia para definir las hojas de ruta política que necesita cada proyecto. En este marco, si en términos del cambio epistémico se necesita herramientas teóricas y epistémicas de retaguardia, también se necesitan partidos de retaguardia que sepan acompañar las resistencias creativas de los movimientos sociales (Ramírez y Guijarro, 2023). Parte de la crisis de representación de los partidos radica en que están distantes de la temperatura social de los pueblos. Mientras lo social no adquiera relevancia política, la crisis institucional y de representación difícilmente será superada.
De hecho, uno de los grandes retos no solo para tener como agenda anti-neoliberal sino en favor de sociedades de los buenos vivires o de los vivires sabrosos es la convergencia de las luchas de los movimientos ecológicos, con las de los movimientos feministas, con la de los movimientos de negros, de indígenas, de los animalistas, entre otros. Redistribución, reconocimiento y sostenibilidad deben caminar juntos.
Es claro que en la transición, de facto habrá convivencia con contradicciones. La acumulación desconcentrada no siempre convive con defensas radicales de los sistemas ecológicos. Pero debe quedar claro que si estamos de acuerdo en que buscar la acumulación necesaria para garantizar derechos es un tema político, es necesario tomar en cuenta que el gran problema es no ver las luchas ecológicas como variable de sostenibilidad no solo económica sino política. Si no se llega a acuerdos en la transición ecológica, difícilmente podrán marchar juntos movimientos sociales y partidos políticos. La sostenibilidad política en el largo plazo implica un modo de acumulación con sostenibilidad ecológica. En este marco, debe quedar claro que de partida debe plantearse como horizonte la salida del extractivismo. No solo aquello, con el descubrimiento en la región de los principales yacimientos de Litio[7] del mundo, si bien es estratégico fomentar una organización de países exportadores de litio para coordinar políticas y precios, es fundamental no caer en la trampa de la acumulación por desfosilización, en donde la transición energética no haría otra cosa que profundizar el modelo colonial exportador de la región. Debe estar en el debate de primer plano en la región que la transición del paradigma tecno-productivo fósil a uno post-fósil no debe tener la misma lógica de una transición energética mercantil corporativa.
La convergencia de las luchas debe venir articulada con la visibilización pública de que se comparten horizontes utópicos: tu lucha es mi lucha vista desde otra perspectiva. Así, en el marco de la tesis temporal y sin detrimento de otras convergencias podemos señalar que las luchas de resistencias sociales de los diferentes movimientos sociales se pueden articular como grandes luchas por la emancipación temporal, su sentido y la búsqueda de una convivencia armónica de las múltiples temporalidades que co-existen en una comunidad política específica. Así, por ejemplo: la lucha de los trabajadores ha sido no solo para que nadie explote o se apropie del tiempo del trabajador sino también para que el tiempo de trabajo no sea un tiempo precarizado o alienado; en otras palabras, es la lucha por delimitar fronteras y que, en su máxima expresión, el mundo del trabajo y el mundo de la vida convivan en el mismo instante floreciendo (no alienando). Las luchas feministas han sido y son por una igual distribución del tiempo a lo largo de la vida, por la no existencia de tiempos violentos, sentidos de tiempos de miedo, o porque la sociedad tome en cuenta en igualdad de condiciones los tempos de los tiempos de ellas y de todos los géneros. Las luchas de los pueblos ancestrales son luchas para que sus múltiples temporalidades puedan vivir y convivir armónicamente entre todas las socialmente existentes. La lucha de los ambientalistas –en último término– es por la no separación del tiempo del espacio; es decir, que el tiempo antrópico pueda convivir con el tiempo de los ciclos ecológicos y biológicos garantizando una justicia intertemporal de las vidas (la humana y la no humana). La lucha de los migrantes o exiliados es poder vivir armónicamente y a plenitud el tiempo de su espacio en otro espacio (Ramírez, 2022b).[8]
¿Qué forma de organización debe adquirir la suma de fuerzas populares? Tanto los movimientos sociales, las organizaciones territoriales como los partidos políticos necesitan reinventarse. La reinversión no es fácil. No es fácil incluso dentro de su mismo ámbito de acción. Pero es claro, que quedarse exclusivamente en su ámbito resulta un error histórico. Hay que leer la estrategia en la certeza de que la condición de posibilidad que prospere mi lucha como partido es solo posible si prosperan las luchas de los movimientos sociales o territoriales, con todos los viceversas requeridos. No solo aquello, las luchas feministas difícilmente prosperarán sino prosperan las luchas ecológicas, de los trabajadores, de los indígenas.
Empero, sería un error caer en la lógica de la organización con lógica capitalista de acumulación. Esto significa no podemos creer que la síntesis sea simplemente la suma de las demandas. Un proyecto de comunidad política no es igual a la suma de las preferencias individuales. Un proyecto político progresista no es la suma de las demandas de los militantes, de los movimientos sociales, de los comités locales, vecinales o barriales. Si queremos vivir juntos sabremos definir el núcleo de la transformación, de la transición para conseguirlo y de la estrategia de cómo organizarnos para que el golpe sea más certero. La consigna es clara: marchar juntos para golpear juntos (sabiendo hacia donde marchamos y dónde y cómo golpearemos).
Pero al interior de las organizaciones políticas y sociales el reto tampoco es menor dado que deben buscar sistemáticamente la democratización en la toma de decisiones, la representación de la pluralidad social, la consolidación organizativa, la transparencia en su financiamiento, la coherencia ideológica, la formación constante y la internacionalización para apoyar las luchas de los subalternos de la región y del mundo. Un tema no menor es la lucha constante para que la lógica capitalista no invada a los partidos y qué la militancia sea substituida por las consultoras de marketing político.
Dada la virulencia y fuerza de la polarización social que existe en nuestras sociedades, parece que la tendencia es hacia la creación de frentes no solo partidarios sino también con movimientos sociales y territoriales. Se trataría de reinventar la política de frente único político-social como una política escalar: no renunciar a las reivindicaciones de cada organización, ni la divergencia de intereses, sino asumirlas en gradación de objetivos. En última instancia, reformar la organización desde la lógica de las demandas incrementales puede contribuir a traducir las demandas corporativas que todavía pueden cumplirse en la sociedad neoliberal hacia una gramática contrahegemónica de necesidades situadas más allá del vigente marco social. Es la lógica del poder popular constituyente, que ha permitido en la región la irradiación de proyecto pos neoliberal como la sociedad del buen vivir, el sumak kawsay, el alli kawsay, el vivir a plenitud, el vivir sabroso.
Adoptar un programa así también volvería inútil la confrontación entre reforma y revolución: porque si los objetivos se inscriben en términos de gradación ascendente, la dominación que da forma al Estado neoliberal debería transformarse en hegemonía que dé forma a un Estado transicional.
Esta nueva forma política permitirá también agregar: ya no resulta concebible un cambio basado en intereses sectoriales, es necesario apelar a las nuevas ciudadanías y colectivos, que contienen ya la premonición de un nuevo orden social. Resulta en este marco fundamental la formación política como núcleo vertebrador de la consolidación de proyectos políticos.
En esta dirección, habrá que apelar a los sujetos intermedios, la enigmática clase ‘media’ que no suele definirse en política. En una coyuntura de transición siempre están los de arriba, que no pueden dominar como antes; los de abajo, que no quieren ser dominados como antes; y los de en medio, que dudan. Y en tiempos inciertos, son más; hay que ganarlos para la causa progresista. Tal objetivo resulta fundamental más aún cuando los gobiernos populares son los que sistemáticamente han beneficiado a dichas clases mientras que los gobiernos de derecha lo han perjudicado. Hay que romper el mito del síndrome de Estocolmo de las clases medias (Ramírez, 2022, Ob. Cit).
Aquí el peligro de agregar hacia la izquierda sería reducir las demandas al mínimo denominador común: contra esto debe colocarse el peso del programa, de la organización, de los cuadros y su disciplina. Sobre todo debe reafirmarse el partido, que con esta reorientación estratégica, pasaría de ser una máquina electoral para ganar votos a convertirse en una matriz para transformar subjetividades. Solo será posible una revolución cuando haya revolucionarios que la impulsen.
Pero no por eso se puede mirar por encima de las clases aspiracionales, calificándolas llanamente de ‘derechistas’. Las derechas en AL aún no tienen la capacidad de organización que tuvo el fascismo para movilizar a las masas. Quizás tampoco la necesiten: la ideología es un determinante histórico, que puede correrse hacia los extremos si se agudiza la crisis social. Y es una misión del frente unido de las izquierdas evitar que se corran hacia la derecha, como parece estar sucediendo en una porción de la sociedad.
Por eso hay que dar batallas en muchos frentes simultáneos, en lugar de enfocarse en el Estado como un imaginario centro del poder (sin dejar de disputarlo porque sin duda es acelerador del cambio). Será en estos frentes ―en las disputas por las tierras, el agua, la educación, la salud, la justicia, la participación democrática, etc.― donde se jugará la transición posneoliberal.
Y para esto las subjetividades deben estar preparadas con antelación. De manera que los atributos formales del poder acompañen el cambio, y no a la inversa.
Aquí cabe recordar lo que diferencia la hegemonía de la dominación: la capacidad para orientar a la sociedad en una dirección que no solo sirve a los intereses del grupo, sino que también es asumida por los grupos subordinados conforme a un interés general.
Esta es la tarea del frente único: ganar la credibilidad social que permita la inflación de poder como corriente hegemónica.
Tesis 8. La contradicción es consustancial al tránsito de la contra-hegemonía hacia una nueva hegemonía
El cambio que vive el mundo en el pasaje hacia una nueva hegemonía implica inevitablemente contradicciones en los proyectos políticos que buscan la instauración de nuevos sentidos comunes. Es fundamental entender esto en los procesos de transformación social. Una nueva hegemonía está en disputa. Las luchas progresistas batallan para que la subalternidad de los pueblos se vuelva hegemónica. En este marco, no solo se ha dado una confrontación entre proyectos conservadores, neoliberales y de derecha con proyectos nacional-populares, progresistas o de izquierdas. En lo que parece constituir el espectro contra-hegemónico se ha dado una confrontación entre lo que se etiqueta como una dicotomía entre la ‘izquierda social’ y la ‘izquierda política’: es decir, entre una izquierda autonomista anti-estatal y las fuerzas políticas progresistas que a través de las instituciones políticas buscan democratizar la democracia y la sociedad.
Este diagnóstico está sesgado: se enfoca en los medios (las agendas, la organización, los repertorios y las prácticas), que, sin duda, diferencian en buena medida tanto las formas como las manifestaciones de movimientos y partidos; pero pasa por alto, así, lo que une ―o debería unir― a las fuerzas emancipatorias, es decir: los objetivos.
Las fuerzas progresistas, populares y nacionales deben tener claro que la izquierda autonomista es subalterna por sus orígenes (en situaciones de explotación, dominación, subordinación y discriminaciones y vulneraciones sistémicas), y potencialmente puede activarse en un sentido contra-hegemónico (volverse anti-capitalista, anti-imperial, anti-patriarcal, anti-colonial y ecológica). No obstante, desde cierta óptica sectarista pareciera que la izquierda autonomista no debería constituirse en una nueva hegemonía; sin embargo, la interrogante aquí es clara: ¿es posible cumplir los objetivos de la transformación social sin hegemonía?
Para responder es imprescindible un ejercicio de reconstrucción histórica. La transición desde las dictaduras hacia las democracias restringidas que terminaron alumbrando en nuestra América Latina de principios de los ochenta del s. XX no pudieron eludir el imperativo de implantar el programa neoliberal. Las alternativas políticas de izquierda -en su gran mayoría- fueron absorbidas por la partidocracia durante aquellas décadas bautizadas como “perdidas”. Por una parte, las derechas implementaban directamente la agenda neoliberal; mientras en la otra vereda, durante un largo período de adulterio ideológico en la región, ésta negoció principios programáticos con la derecha a cambio de su supervivencia, pero al costo de corroer la confianza de la ciudadanía en una opción de izquierda reformista.
En estas circunstancias hubo un divorcio real entre los partidos colaboracionistas y las y los ciudadanos, que durante los noventa entraron en una fase de resistencia, articulada principalmente a través de los movimientos sociales, y ciertos reductos en las universidades, en ámbitos progresistas del tercer sector, así como en algunos foros y publicaciones minoritarias.
Con el inicio del s. XXI los nefastos resultados sociales de la agenda neoliberal permitieron sumar fuerzas para un nuevo consenso antineoliberal. El momento histórico demandaba pasar de la resistencia a la ofensiva. A principios del nuevo milenio, las opciones de izquierda radical pudieron llegar por la vía democrática al gobierno e impulsar políticas públicas o, de manera más radical, movimientos constituyentes de raíces auténticamente populares.
No obstante, algunos sectores de la izquierda optaron por continuar en la resistencia y cuestionar a aquellos que decidieron asumir responsabilidades y desafíos en el ámbito de la política institucional. En la praxis, esta opción de la izquierda autonómica se basó en principios normativos, que suelen estar ligados a agendas maximalistas que, sin embargo, se traducen en objetivos particulares. En este marco, juzgan negativamente a los gobiernos progresistas y sus protagonistas por salirse de tales principios. De hecho, sostienen que, al participar en elecciones, acceder al gobierno y utilizar las instituciones públicas ya se están violando parte de aquellos preceptos en tanto se pacta con el Estado el cual sostiene los pilares del sistema capitalista.
Esta crítica, más allá de las intenciones, ha mostrado conexiones con el discurso neoliberal que, desde los noventa del siglo pasado, se ha encargado de ensalzar a la ‘sociedad civil’ en contra del Estado, ese mismo considerado la gran bestia negra y asociado al “totalitarismo” por la izquierda radical histórica. En esta simplista y maniquea visión del mundo según el paradigma neoliberal el Estado es fuente de todos los males sociales, tanto de la ineficiencia como de la corrupción, por ello forma parte de su recetario desmantelar toda capacidad de gestión pública, de regulación y provisión de bienes públicos y servicios sociales en favor de la liberación de los mercados que favorecen a las oligarquías de siempre.
Empero, las transformaciones que se han realizado sin tomar el poder del Estado central solo sucedieron a nivel micro local, y es necesario entender que un proyecto político no puede ser un juego de sumatorias sino que implica la construcción conjunta de porvenires compartidos. La fragmentación de lo social en reductos particulares ha sido la estrategia de la derecha para dividir y vencer: la izquierda debe por ello recuperar, como primer punto de la agenda de cambio radical, el bien común incorporando las luchas históricas de resistencia.
Pero la cuestión de la escala de las luchas, más que programática, es constitutiva. Ninguna revolución subsiste en la resistencia de un pequeño ámbito de influencia. Una lección histórica que nos deja precisamente la hegemonía neoliberal es que la revolución será mundial o no será.
Esto es algo que han entendido los procesos nacional-populares que buscan extender la transformación a esferas de mayor alcance: hacia lo nacional, lo plurinacional, lo regional, lo mundial. La escala de la transformación implica también la necesidad de construir (contra)hegemonía. No obstante, tal construcción parte de la vieja hegemonía que se quiere superar lo cual implica -sí o sí- convivir con la contradicción, para superarla.
Así, por ejemplo, resultaría ingenuo creer que se puede construir un sistema alternativo al capitalismo dando la lucha por fuera del capitalismo. Si se quiere transformar el capitalismo, durante el momento contra-hegemónico se deberá lidiar en el campo del capitalismo. Al ser el Estado una pieza clave del capitalismo, difícilmente se puede dejar de disputar. No solo aquello. Difícilmente se puede construir hegemonía sin el aparato del Estado, y –una vez más- sin hegemonía, no hay transformación posible.
En este marco, la contra-hegemonía convivirá, en la coyuntura de transición, con las instituciones que dan forma a la hegemonía que se quiere superar. Es imposible lograr otra acumulación -que incluye también la posibilidad de la no acumulación- sin que en la transición se acumule lo suficiente para generar las nuevas condiciones materiales necesarias para la transformación. Incluso Marx y los clásicos del socialismo científico, que aunque no sean nuestros principales antecedentes ideológicos siempre resultan -justificadamente- referentes para la izquierda, tenían claro que el pasaje al socialismo se realizaría en una sociedad de la abundancia material, no de la escasez. En este marco, es inevitable que existan contradicciones propias en la búsqueda de la transformación estructural. La disputa por una nueva hegemonía no estará exenta de procesos dialécticos que incluso -por las condiciones históricas- colindan con cierta y relativa “traición” al proyecto de transformación original.
Aclaremos esto: la “traición” se entiende aquí en un sentido político antes que moral y bajo una acepción muy específica. La futura hegemonía no solo debe incluir a los que son parte de los proyectos contra-hegemónicos sino también a aquellos convencidos y defensores de la hegemonía a ser derrotada: debe dirigir tanto como convencer y seducir. En última instancia, aunque le incomode a la izquierda buenista, debe ejercerse el dominio, se debe dominar. Ocupar ese incómodo espacio y praxis política. Dicho de otro modo, difícilmente habrá nueva hegemonía si sólo participan los subalternos y contra-hegemónicos; es decir, aquellos con los que de entrada habría una convergencia. Empero, esa contradicción deviene en una deserción al proyecto si la nueva hegemonía no incluyese en su programa político a los semileales. Dejarlos por fuera es perder de vista la necesidad de contar con reaseguros para que esas contradicciones y/o tracciones no comprometan el proyecto emancipatorio.
En un momento de fragmentación de los consensos, la gran mayoría de la población ―en especial las difusas capas medias― se caracteriza por la duda y la incertidumbre ideológicas, que son el semillero de la ambigüedad populista. Así como es un reto construir nuevos sentidos comunes en los convencidos de la contra-hegemonía, también parece ser un reto juntar las fuerzas autonómicas con las progresistas en un sentido constructivo que tenga irradiación hacia los ‘apolíticos’, para despertarlos de su letargo y atraerlos al campo progresista.
Para esto, en nuestra actual coyuntura, la identidad del frente unido de las izquierdas debe asumir su perfil al contraponerse al enemigo objetivo de clase: el capital financiero. En la cúspide del sistema de expropiación neoliberal se encuentra la banca. Todo el régimen de acumulación es corroído por el parasitismo bancario que concentra capitales, vive de los intereses y bloquea así la acumulación productiva. Incluso los sectores del crimen organizado, que crecen como entidades paraestatales ahí donde la privatización va destruyendo al Estado, son subsidiarios de la banca que canaliza los flujos del dinero negro.
Ahora bien, el argumento de la contradicción que encierra la construcción de una nueva hegemonía no puede ser justificativo para abandonar el camino que va de la contrahegemonía a la nueva hegemonía. Esto podría estar pasando en algunos proyectos progresistas. A nombre del pragmatismo, y sabiendo que se tiene que lidiar con el sistema, se termina siendo parte del sistema (traición sin comillas). Así se da una mutación del proyecto y se anteponen los medios (tomar el poder del Estado) a los fines (construir una nueva hegemonía emancipadora de la sociedad). Si algo parece que dejó como enseñanza el interregno conservador luego de la denominada primera ola de gobiernos progresistas es que el pragmatismo puede matar la utopía/ucronía; y sin ésta no hay posibilidad de construcción de hegemonía. Esto implica que distribución y redistribución de la materialidad necesaria para generar una nueva hegemonía no puede estar escindida de la construcción de una subjetividad contra-hegemónica que encause los nuevos sentidos comunes hegemónicos.
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René Ramírez Gallegos es Economista, doctor en Sociología de la desigualdad de la Universidad de Coímbra, Portugal e Investigador PUEDJS-UNAM
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