Sabemos que el dinero y la producción de riqueza y de bienestar han creado una brecha cada vez más grande y profunda entre personas, barrios, ciudades y países que se ha exacerbado tras la pandemia.
Entonces quisiera dejar de pensarnos como la periferia pobre de una globalización desigual, colonial y racista.
En Bolivia desde el inicio de este siglo batallamos con algunas de las cuestiones más importantes y decisivas para el futuro de la especie humana: el agua, nuestra sagrada hoja de coca, los bienes que podemos repartir gracias a la generosidad de la Pachamama y, por supuesto, el derecho a decidir colectivamente sobre nuestras vidas.
Cada lucha, cada esfuerzo realizado desde lugares como el Alto y Cochabamba nos enfrentaron y enfrentan no sólo con los dueños del poder y del dinero.
En el fondo de cada una de nuestras luchas está la imperiosa necesidad que tenemos de seguir vivos, de construir por fin un mundo a la medida de todos para vivir con dignidad.
No mañana, hoy. Bolivia es el centro del mundo, como lo es Dakota del Norte o Chiapas, o los barrios pobres de Caracas.
Sí, somos pobres y estamos alejados de los omnipotentes centros de decisión política y económica. Pero al mismo tiempo vivimos en el centro de las más importantes batallas. Batallas que se libran desde nuestras pequeñas trincheras, comunidades, barrios, ciudades, selvas y bosques.
Lo que les digo no es para nosotros un simple cambio de discurso. Queremos pensarnos de manera diferente, porque así, en el centro de la verdadera lucha por la vida, podemos mirar al mundo y a nuestras hermanas y hermanos con ojos nuevos. Condenados a la marginalidad no vamos a llegar muy lejos.
Es así que construyendo desde los cientos y miles de centros en los que se define, la vida, se pelea por lo más elemental: agua, comida, techo, educación, dignidad, quizá podamos construir un horizonte nuevo. Tejiendo nuestras necesidades, nuestros logros y hasta nuestros errores, es posible ir desmantelando siglos de colonialismo, de brutal expolio de los territorios y de sometimiento forzado de la gente.
En Bolivia hemos tenido que echar mano de nuestras tradiciones y conocimientos milenarios aymaras y quechuas, por ejemplo, pueblos que definen mucho de lo que este país es. Pero no es solamente indígena originario, que hemos luchado contra el capital, ni es tampoco obligación de ningún pueblo ser la vanguardia o la reserva moral para la especie humana.
Somos lo que hay, sabemos entre nosotros lo que nos legaron nuestros abuelos. Por eso, desde nuestra experiencia vivida les invito a iniciar este camino primero, resignificando lo que importa, para luego mirarnos así, como se miraba la gente en las calles de Cochabamba luego de la Guerra del Agua, sabiendo que se puede, que hay otra vida esperando detrás de las barricadas, de las huelgas y de los bloqueos de caminos y que es nuestro patrimonio común.
También nos ocurrió en octubre de 2003, cuando el Alto se convirtió por unos instantes en el Centro del mundo. Con palos y con piedras, con voluntad, los aymaras rechazaron la venta de nuestra riqueza. La muerte recetada por un presidente corrupto e insensato.
Ahí, en ese epicentro ardiendo, todo lo que es vital estaba en juego. Los centros de poder y de decisión mundial eran nuestra periferia. Definitivamente, no pienso que seamos la periferia. Este mini censo no pretende ser paralizador. Todo lo contrario.
Como boliviano, como aymara, como alguien que ha vivido dentro de las más decisivas batallas para cambiarlo todo, sé que no podemos ignorar la catástrofe cotidiana que vivimos en Sri Lanka, en los botes llenos de refugiados en el Mediterráneo, en ese muro que separa Norteamérica de todo América, en los territorios aborígenes de Australia, o en la hambruna de niñas y niños en La Guajira colombiana.
Para mirar la inmensidad de nuestro horizonte, para soñar despiertos como miramos el altiplano andino y sus cumbres, quizá debiéramos darnos una perspectiva distinta, una centralidad nueva.
En Bolivia, como en tantos otros lugares, lo que ha estado en juego no es un conjunto de bienes o un pedazo de tierra, ni un gobierno. Hemos peleado para defender la vida, para alimentarla y verla crecer con dignidad. No conocemos nada más importante que hacer en estos tiempos difíciles.
Somos el centro del mundo.