Con las elecciones presidenciales en Turquía fijadas para 2023, Erdoğan está a punto de perder el poder. Su renovada campaña militar es un intento cínico de distraer la atención de su mala gestión de la economía turca. Erdoğan espera que una guerra contra el pueblo kurdo pueda alimentar un sentimiento nacionalista que mantenga vivas sus perspectivas presidenciales.
Pero es la expansión de la OTAN la que ha dado luz verde a la nueva ofensiva de Erdoğan. Con Suecia y Finlandia presentando solicitudes de ingreso en la alianza, Turquía ha pedido el levantamiento de un embargo de armas y la extradición de kurdxs a cambio de la adhesión a la OTAN. Mientras tanto, los miembros de la OTAN en Europa y América del Norte han guardado un silencio casi absoluto sobre la escalada de violencia de Erdoğan.
El 18 de abril, Erdoğan lanzó una ofensiva aérea y terrestre contra las fuerzas y la población civil kurda en Irak. Desde entonces, y tras meses de una guerra de baja intensidad, el ejército turco también ha intensificado el bombardeo de zonas civiles en todo el norte y el este de Siria, donde la población espera celebrar pronto el décimo aniversario de la llamada "Revolución de Rojava".
La esperanza generada por la revolución está amenazada. El 24 de mayo, Erdoğan anunció su intención de ocupar una "zona segura" de 30 km para el alojamiento forzoso de refugiadxs, un pretexto para su intento de limpieza étnica de la población local de aproximadamente 2,5 millones de personas y minorías, entre ellas kurdxs, árabes y sirixs asirixs y otros grupos étnicos como los yezidis, para así poner fin a su lucha por la emancipación.
Al mismo tiempo, Erdoğan quiere intimidar y, en última instancia, aplastar la poderosa organización kurda en Europa. Ahora existe un riesgo real de que Erdoğan se salga con la suya. La agresión de Turquía ha ido históricamente de la mano del consentimiento y la complicidad de la OTAN. En una reciente conferencia de prensa, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, hizo eco de la retórica de Erdoğan al decir que "ningún otro aliado de la OTAN ha sufrido más ataques terroristas que Turquía". Reafirmó que "Turquía es un aliado importante, entre otras cosas por su situación geográfica estratégica en la frontera con Irak y Siria."
Desde que Turquía entró en la OTAN en 1952, los demás miembros de la alianza le han prestado un generoso apoyo político y militar, ayudando a Turquía a desarrollar una formidable industria armamentística y suministrándole un flujo constante de armas. Las violaciones de las leyes de la guerra y de los derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad turcas fueron impulsadas por las armas suministradas por Estados Unidos y la OTAN.
El gobierno de Estados Unidos, en particular, ha estado muy involucrado en el armamento de Turquía, que sirve como base de avanzada para las operaciones militares de Estados Unidos y alberga 50 armas nucleares estadounidenses. Esta relación sitúa a los miembros de la OTAN como partícipes de la negación de derechos y de la agresión sistemática al pueblo kurdo.
Frente a la guerra que Turquía mantiene desde hace décadas contra lxs kurdxs y su reciente intensificación, la Internacional Progresista apoya la lucha kurda por la libertad. Por eso, a invitación de grupos kurdos, la Internacional Progresista ha enviado una delegación de paz a Hewlêr (Erbil) para dar la voz de alarma sobre la guerra total de Turquía contra el pueblo kurdo y otras comunidades confesionales y religiosas de la región, y la complicidad de la OTAN en ella.
Nuestro compromiso está recogido en el artículo XV de la Declaración de la Internacional Progresista: la paz duradera. "Trabajamos para desmantelar la máquina de guerra y sustituirla por una diplomacia de los pueblos basada en la cooperación y la coexistencia". Nuestra delegación aterriza en Hewlêr (Erbil) para cumplir esta misión.