Francia arruinó Haití, el primer país negro que se independizó en 1804. Francia se encamina a arruinar todas sus antiguas colonias africanas. No es casualidad que la reciente oleada de golpes de Estado en África ocurra en las antiguas colonias francesas (la llamada África francófona), reorientando una vez más la atención mundial hacia las actividades de Francia en la región. Y que los comentarios, especialmente entre lxs africanxs, hayan sido muy críticos con Francia y su continua injerencia en la región.
Esto se produce en el contexto de la continua intromisión de Francia en los asuntos económicos y políticos de los países francófonos "independientes", una participación en la que se ha visto involucrada, tanto directa como indirectamente, en una serie de disturbios, polémicas de corrupción y asesinatos que han asolado la región desde la independencia. A diferencia de Gran Bretaña y otros países europeos con posesiones coloniales en África, Francia nunca se marchó, al menos no en el sentido de la distancia tradicional observada desde la independencia por los otros antiguos señores coloniales. Al contrario, al amparo de una política de coopération (cooperación) en el marco de una "Comunidad francesa" ampliada, ha seguido manteniendo una evidente presencia cultural, económica, política y militar en África.
A primera vista, es encomiable y quizá incluso digna de emulación la promesa de cooperación entre Francia y sus antiguas colonias en África —que presupone una relación de beneficio mutuo entre naciones políticamente independientes— en la que la primera, mediante la prestación de asistencia técnica y militar, lideraría el desarrollo/avance de su antigua "familia" colonial. Sin embargo, cuando esta fachada cuidadosamente diseñada se yuxtapone a la realidad que se ha desarrollado a lo largo de las décadas, lo que se revela es una amplia conspiración en la que están implicados individuxs de los más altos niveles del gobierno francés. Junto con otros intereses empresariales influyentes —también domiciliados en Francia— han trabajado con una selecta élite africana para orquestar los crímenes más extensos y atroces contra el pueblo del África francófona actual. Un pueblo que, aún hoy, sigue sufriendo bajo el peso de la insaciable codicia de Francia.
La codicia y la avaricia que impulsaron a las naciones europeas a abandonar el comercio por la colonización en África siguen tan vivas hoy como en los años cincuenta y ochenta. La decisión de ceder a las demandas africanas de independencia no fue el resultado de ninguna benevolencia o razón civilizada por parte de Europa, sino por conveniencia económica y política. Así, cuando el entonces presidente de Francia, Charles de Gaulle —que albergaba la ambición de que Francia mantuviera su estatus de potencia mundial— accedió a la independencia de sus colonias africanas, fue solo como una medida preventiva para frenar la pérdida de influencia francesa en el continente. En otras palabras, la liberación política fue ofrecida "en bandeja de oro" como medio para evitar el desarrollo de otras costosas guerras de independencia que, una Francia esquilmada por la Segunda Guerra Mundial, ya estaba librando en Indochina y Argelia.
La independencia era, por tanto, solo el primer paso para garantizar la supervivencia de los intereses franceses en África y, lo que es más importante, su priorización. De acuerdo con este objetivo, de Gaulle también propuso una "Comunidad Francesa" —entregada en la misma "bandeja de oro"— como salvedad para la continuidad del patrocinio francés. Para ello, Jacques Foccart, antiguo miembro de los servicios de inteligencia de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, elegido por De Gaulle, engañó a más del 98 por ciento de las colonias, que aceptaron formar parte de esta comunidad, para que firmaran acuerdos de cooperación en los ámbitos económico, político, militar y cultural. Esta firma de acuerdos de cooperación entre Francia y las colonias, que optaron por formar parte de su Comunidad Francesa tras la independencia, marcó el inicio del régimen neocolonial de Francia en África, donde los africanos obtuvieron maestrxs y líderes despóticxs a cambio de sus recursos naturales y de las instalaciones militares francesas.
Conocida comúnmente como Franciáfrica —una derivación peyorativa de "France-Afrique" de Félix Houphouet Boigny, que describe los estrechos vínculos entre Francia y África—, la huella neocolonial de Francia en África se ha caracterizado por acusaciones de corrupción y otras actividades encubiertas perpetradas a través de diversas redes económicas, políticas y militares francoafricanas. Una característica esencial de Franciáfrica son las relaciones mafiosas entre lxs dirigentxs francesxs y sus homólogxs africansx, reforzadas por una densa trama de relaciones personales. Por parte de Francia, los vínculos africanos, que habían sido domaine réservé (responsabilidad exclusiva) de los presidentes franceses desde 1958, fueron gestionados por una "célula africana" fundada y dirigida por Jacques Foccart. Integrada por presidentes franceses, poderosxs e influyentes miembrxs de la comunidad empresarial francesa y los servicios secretos franceses, esta célula operaba al margen del Parlamento francés, sus organizaciones en la sociedad civil y las organizaciones no gubernamentales. Esto creó una ventana para la corrupción, ya que políticxs y funcionarixs del Estado participaron en acuerdos comerciales que equivalían a chantaje estatal.
Mientras que los sentimientos pro franceses en África, y fuera de ella, siguen defendiendo la presencia y las contribuciones continuas de Francia, sobre todo en el ámbito de la intervención militar y la ayuda económica, que según ellos han sido fundamentales para la seguridad, la estabilidad política y la supervivencia económica de la región, tales argumentos restan importancia intencionadamente a las consecuencias históricas de los intereses franceses en la región.
Al disfrutar de vía libre en la región —respaldada principalmente por Estados Unidos y Gran Bretaña desde la Guerra Fría— Francia aprovechó la oportunidad para reforzar su dominio sobre sus antiguas colonias. Esto se tradujo en el desarrollo de una zona del franco —una política monetaria restrictiva que ataba las economías de los países francófonos a Francia—, así como en la adopción de un enfoque intervencionista activo, que ha producido más de 120 intervenciones militares en catorce Estados dependientes entre 1960 y la década de 1990. Estas intervenciones, que tenían por objeto rescatar a ciudadanxs francesxs varadxs, sofocar rebeliones, impedir golpes de Estado, restablecer el orden o mantener regímenes favorecidos por Francia, rara vez han tenido por objeto mejorar la suerte de la población general del África francófona. Las intervenciones francesas han mantenido regímenes antidemocráticos en Camerún, Senegal, Chad, Gabón y Níger. Al mismo tiempo, su acción militar conjunta en Libia fue responsable del desencadenamiento del terrorismo islámico que amenaza con incluir a países como Malí, Burkina Faso, Níger y Nigeria.
En aras de sus intereses en África, Francia no ha ocultado su desprecio por todas las causas independientes y populistas, al mismo tiempo que sostiene regímenes títere. En Guinea, en 1958, De Gaulle se embarcó en un programa despiadado para socavar el gobierno de Ahmed Sékou Touré —destruyendo infraestructuras e inundando la economía con moneda falsa— por haber votado a favor de quedarse fuera de la Comunidad Francesa. Este comportamiento se repitió de nuevo en Togo, donde el primer presidente de ese país, Sylvio Olympio, fue derrocado y horriblemente asesinado por atreverse a establecer un banco central para el país fuera de la zona del franco CFA. Posteriormente, su asesino, Gnassingbé Eyadema, asumió el cargo y gobernó desde 1967 hasta su muerte en 2005, tras la cual le sucedió su hijo, que aún gobierna.
En Gabón, la familia Bongo dirigió un régimen de corrupción y opresión con el apoyo abierto de Francia durante 56 años de gobierno improductivo. En Camerún, su líder independentista panafricanista más prometedor, Félix Moumié, murió en circunstancias misteriosas en Suiza, allanando el camino a Paul Biya, presidente desde 1982. Francia también respalda a un gobierno senegalés que mantiene hoy en día a más de 1.500 presos políticos, e instaló por su cuenta a Alhassan Ouattara en la presidencia de Costa de Marfil.
Por lo tanto, el sentimiento antifrancés generalizado entre las poblaciones del África francófona y de fuera de ella no es infundado, ya que ha quedado patente para todos y cada uno que a estos países no les ha ido bien bajo la sombra de Francia. En Níger, donde Francia llevó a cabo una de las campañas de pacificación colonial más sangrientas de África —asesinando y saqueando pueblos enteros— y que es la fuente de uranio más importante de Francia, la renta per cápita era un 59 por ciento más baja en 2022 que en 1965. En Costa de Marfil, el mayor productor de cacao del mundo, la renta per cápita era un 25 por ciento más baja en 2022 que en 1975.
Aparte del desempleo galopante, la privación sistemática de derechos y los déficits de infraestructura que caracterizan a estos países francófonos, también existe la frustración y la rabia de tener que sentarse y observar de forma impotente cómo la riqueza de tu país es llevada a naciones cuyos habitantes se alimentan de tus derechos de nacimiento y que luego se volteen para hacer juicios y otros comentarios despectivos sobre tu humanidad y condición de existencia. ¡La gente está cansada de ser pobre, desamparada y de que la juzguen como ciudadanxs del tercer mundo! Francia es un país peligroso.
Ya es hora de que Francia asuma sus pérdidas, sean cuales sean, y se retire de sus colonias permanentes para permitir que los pueblos del África francófona decidan su futuro. Tras casi 200 años de saqueo, los pueblos tienen buenas razones para exigir que Francia se marche. La inquietud y los golpes de Estado que se han convertido en moneda corriente en la región son síntomas de problemas sociales, económicos y políticos subyacentes más profundos, como la debilidad de las instituciones, la privación sistemática de derechos, la pobreza, la corrupción y la apropiación indebida de la riqueza nacional. Y al tiempo que pedimos a Francia que actúe honorablemente y se retire, también deberíamos reprender a lxs dirigentes africanxs que no sólo han antepuesto sus intereses a los de sus pueblos, sino que han convertido los instrumentos de intervención y desarrollo regionales (como la UA y la CEDEAO) en herramientas para garantizar su supervivencia política.
Toyin Omoyeni Falola es historiador nigeriano y profesor de Estudios Africanos. Actualmente ocupa la cátedra Jacob y Frances Sanger Mossiker de Humanidades en la Universidad de Texas en Austin.
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