Palestine

El análisis del hambre en Gaza

El hambre sistemática de la población de Gaza, provocada por la política israelí, es un crimen deliberado que destruye metódicamente cuerpos, generaciones y el tejido mismo de la vida.
El uso sistemático del hambre como arma de guerra quedó al descubierto en Gaza. La privación deliberada de alimentos, bajo el pretexto del conflicto, provoca un proceso fisiológico predecible y devastador: el cuerpo se devora a sí mismo desde dentro, lo que conduce al colapso del sistema inmunológico, al fallo de los órganos y a daños generacionales irreversibles. El hambre de la población de Gaza no es un subproducto de la guerra, sino una política calculada, una autopsia en vivo de toda una comunidad que constituye un crimen a la vista de todo el mundo.

1 de septiembre de 2025

«Este es el momento en que lxs niñxs dejan de llorar», describió un médico de Gaza los últimos momentos de la inanición, cuando el cuerpo ya no tiene suficiente energía ni siquiera para derramar lágrimas. Es un silencio más pesado que cualquier grito, una quietud de las almas de las que se está drenando la vida, gota a gota.

Lxs médicos saben que el hambre es diferente de la inanición. El hambre es un dolor pasajero, pero la inanición es el momento en que el cuerpo comienza a devorarse a sí mismo: el azúcar en sangre cae en picado, los músculos se disuelven, la inmunidad se derrumba, las heridas dejan de curarse e incluso el corazón se desintegra, convirtiéndose en energía. Lxs padres describen cómo sus hixs se consumen ante sus ojos, con voces que se apagan como si la vida misma se les estuviera escapando.

Lo que está sucediendo en Gaza no es una tragedia natural, sino un crimen deliberado. Es una autopsia en vivo de la inanición, presenciada en hogares, clínicas y campamentos. Cada síntoma físico es también una medida de la política sistemática de privación de Israel, que ataca a toda una comunidad en sus necesidades más básicas para la supervivencia: la comida.

Los primeros indicadores: el cuerpo en declive

El hambre comienza silenciosamente. El peso se pierde sin que se note, las fuerzas se desvanecen y el agotamiento se instala. El azúcar en la sangre desciende, lo que provoca que las personas se desmayen o pierdan el conocimiento, tanto en los hospitales como en las calles. El cuerpo se enfría rápidamente y, en las duras noches de Gaza, los escalofríos se convierten en un tormento, ya que el cuerpo ya no puede generar calor.

Lxs médicos de Gaza son testigos de este deterioro todos los días. El Dr. Hassan Khalaf, internista del Hospital al-Helo de la ciudad de Gaza, afirma: «Lxs pacientes que estaban estables han comenzado a deteriorarse y ahora se encuentran al borde del colapso». Lxs diabéticxs privadxs de insulina llegan en un estado fatal de cetoacidosis, en el que la sangre se convierte en un medio ácido cuando el cuerpo quema grasa en lugar de azúcar. Se les salva la vida durante horas o días, pero se les da de alta del hospital sin medicación, y vuelven a recaer.

Lo que está ocurriendo en Gaza no es una tragedia natural, sino un crimen deliberado. Es una autopsia en vivo del hambre, presenciada en hogares, clínicas y campamentos. Cada síntoma físico es también una medida de la política sistemática de privación de Israel, que se dirige contra toda una comunidad en sus necesidades más básicas para la supervivencia: la comida

Incluso la inmunidad se debilita. Los resfriados se prolongan, las infecciones leves resisten el tratamiento y las pequeñas heridas se convierten en discapacidades permanentes. Esta es la realidad cotidiana de dos millones de personas en Gaza. El hambre comienza de forma sutil y rápidamente se convierte en una lenta erosión de la salud y la dignidad.

Almas frágiles: niñxs y madres

Lxs niñxs son las primeras víctimas. Sus necesidades metabólicas son mayores y sus cuerpos en desarrollo no pueden soportar una privación prolongada. La desnutrición proteico-energética detiene el crecimiento, debilita la inmunidad y retrasa el desarrollo motor y cognitivo. Unx niñx privadx de alimentos en sus primeros años de vida queda marcado de forma indeleble: retraso en el crecimiento, vulnerabilidad a las enfermedades, menor esperanza de vida y deterioro de la memoria y la capacidad de aprendizaje.

Hedaya al-Muta'widice: «Mi hijo Mohammed, de 18 meses, está desnutrido y no pesa más de 6 kilos. Está débil y ya no puede ponerse de pie ni sentarse debido a la escasez de alimentos». Sus palabras son un presagio de la destrucción de toda una generación.

El hambre también está devorando a las madres. La lactancia materna depende de la disponibilidad de proteínas y calorías, y cuando estas faltan, la leche se seca. Lxs bebés que dependen totalmente de la lactancia materna caen entonces en una espiral de desnutrición. Las clínicas de campo de Médicos Sin Fronteras en Gaza informan de que más de una cuarta parte de lxs niñxs menores de cinco años y de las mujeres embarazadas o en periodo de lactancia sufren actualmente desnutrición aguda.

Aquí, la línea entre madre y bebé se desvanece: ambxs están agotadxs por la misma privación, atrapadxs en un ciclo único e implacable de hambre, en el que cada cuerpo consume al otro. Y cuando el cuerpo de la madre ya no puede dar más, el cuerpo del bebé comienza a marchitarse.

Colapso del sistema: la atención sanitaria al borde del abismo

A medida que la hambruna se agrava, el colapso del sistema inmunológico se acelera. Las infecciones respiratorias leves se convierten en enfermedades crónicas, las infecciones cutáneas no tratadas se propagan y las enfermedades diarreicas que normalmente se curan en unos días se convierten en una amenaza para la vida. La deficiencia de proteínas detiene la producción de anticuerpos y glóbulos blancos, dejando al cuerpo indefenso. Las heridas leves que antes se curaban rápidamente se convierten en úlceras o gangrena, lo que conduce a una discapacidad permanente o a la muerte

En los hospitales de Gaza, este deterioro se ve agravado por el desgaste y el agotamiento de los recursos. El Dr. Hassan Khalaf advierte que los equipos médicos «trabajan hambrientos y agotados, en condiciones inhumanas y sin recursos básicos, lo que amenaza con el colapso de lo que queda de los hospitales». Entonces, ¿cómo puede unx médico examinar el hambre que él mismo padece?

Incluso la inmunidad se debilita. Los resfriados se prolongan, las infecciones leves resisten el tratamiento y las pequeñas heridas se convierten en discapacidades permanentes. Esta es la realidad cotidiana de dos millones de personas en Gaza. El hambre comienza de forma sutil, pero pronto se convierte en una lenta erosión de la salud y la dignidad.

Los pocos centros de suministro de alimentos apenas aguantan. El combustible es escaso, las incubadoras y los equipos de monitorización no funcionan y las estanterías que deberían estar llenas de leche terapéutica o galletas energéticas están vacías. A las madres que llevan en brazos a bebés esqueléticos se les dice que no hay nada disponible. En estas circunstancias tan graves, es imposible siquiera comenzar los protocolos para tratar la desnutrición grave.

En cuanto a las personas con enfermedades crónicas, el hambre acelera su muerte. Maysa Eliyan Kamel Eliwa, una paciente de leucemia de 38 años, dice: «Mi salud se ha deteriorado gravemente debido al hambre y a la falta de tratamiento. He perdido 20 kilos en un mes... El hospital ya no me proporciona tratamiento, ni siquiera analgésicos. Mi hijo arriesga su vida todos los días para traernos a mí y a sus hermanxs una barra de pan de los puntos de distribución de la Fundación Humanitaria de Gaza». 

Comidas de subsistencia y muerte lenta

Incluso cuando hay alimentos disponibles en Gaza, a menudo son insuficientes para mantenerse con vida. En la Gaza actual, la vida depende de los comedores sociales que distribuyen tazones de agua de arroz o caldo de lentejas. Estas comidas solo aportan unas calorías limitadas, pero carecen de las proteínas y los micronutrientes esenciales. La dependencia prolongada de ellas provoca graves deficiencias nutricionales, anemia, deficiencia de vitamina A y desnutrición proteico-energética. El cuerpo apenas sobrevive, pero se marchita lentamente.

Los testimonios de las personas desplazadas revelan este deterioro. Salim Ibrahim Muslim Asfour, de 75 años, desplazado en Khan Yunis, dice: «Nuestras comidas consistían principalmente en frijoles, guisantes, garbanzos y lentejas enlatados. Y cuando había pan, yo me abstenía de comerlo y se lo dejaba a mis hijxs. Me decía a mí mismo: soy viejo, que vivan los niñxs».

La línea entre madre y bebé se desvanece: ambxs están agotadxs por la misma privación, atrapadxs en un ciclo único e implacable de hambre, en el que cada cuerpo consume al otro. Y cuando el cuerpo de la madre ya no puede dar más, el cuerpo del bebé comienza a marchitarse.

La escasez se extiende más allá de los alimentos en sí, abarcando incluso los medios esenciales para prepararlos. Muchas familias queman papel, ropa vieja, plástico e incluso zapatos para cocinar lo poco que queda. 

Los alimentos, ya de por sí escasos, se deterioran aún más cuando se preparan sobre humo tóxico o no se cocinan en absoluto.

Los resultados se reflejan en el aumento de las tasas de mortalidad. Cada mes, el hambre se cobra más vidas, la mayoría de ellas de niñxs. Algunxs de ellxs ya padecían enfermedades preexistentes, una afirmación que repiten a menudo funcionarixs israelíes, pero eso no cambia la verdad. Lxs más vulnerables mueren primero, como canarios en una mina de carbón, enviando una advertencia de lo que les espera a todxs.

Las etapas finales del hambre

Antes del colapso final, el cuerpo entra en una etapa de emaciación severa (caquexia), en la que los músculos y la grasa se desgastan, dejando solo los huesos. Salim Asfour dice: «Solía pesar 75 kilos, he perdido 30 y ahora se me marcan los huesos... El hambre ha devorado mi cuerpo».

A partir de ahí, la corrosión se extiende a los órganos internos. Después de que el cuerpo consume la grasa y los músculos, comienza a sacrificar sus órganos vitales: el hígado, los riñones e incluso el corazón. A medida que las proteínas desaparecen de la sangre, se produce hinchazón en las piernas y los pies, el ritmo cardíaco se ralentiza y la respiración se vuelve superficial. La vida se reduce a sus funciones más básicas y cada movimiento se convierte en una lucha agotadora.

Lxs más vulnerables mueren primero, como los canarios en una mina de carbón, enviando una advertencia sobre lo que les espera a todxs.

El aspecto psicológico también refleja este deterioro físico progresivo. Comienza con una obsesión por la comida, luego la desesperación y, finalmente, el silencio cuando ya no queda energía para luchar contra el hambre. Fathiya, madre de la niña llamada Ahlam, dice: «Mi hija murió mientras anhelaba comida que no podía conseguir y que yo no podía proporcionarle». Era una niña que había vivido con talasemia durante años, pero su estado se deterioró rápidamente después de que el asedio israelí imposibilitara las transfusiones de sangre y su dieta se redujera a pan de lentejas y especias.

Incluso si el asedio se levantara mañana

Incluso si se levantara el asedio y los alimentos fluyeran libremente, la recuperación no sería tan sencilla como alimentar a lxs hambrientxs. Los cuerpos que han llegado a etapas avanzadas de inanición pueden enfrentarse a un riesgo mortal conocido como síndrome de realimentación. Tras una adaptación prolongada a la privación severa de nutrientes, el cuerpo puede colapsar cuando se reintroducen los carbohidratos y las proteínas. Se producen cambios rápidos en los electrolitos del torrente sanguíneo, lo que puede provocar que el corazón se detenga, causando la muerte de las personas hambrientas, no por inanición, sino por los alimentos destinados a salvarlas.

El tratamiento del síndrome de realimentación requiere una estrecha vigilancia y recursos que en gran medida no existen en Gaza. Pruebas de laboratorio diarias, suplementos intravenosos de fosfato y potasio y supervisión médica intensiva. En hospitales bien equipados, estos riesgos pueden controlarse. Pero en las agotadas salas de Gaza, paralizadas por la escasez de combustible, el equipo averiado y la falta de personal, esa atención se vuelve casi imposible.

El hambre tiene su diccionario médico: caquexia, insuficiencia orgánica, síndrome de realimentación. Pero en Gaza tiene nombres y rostros: unx niñx débil incapaz de sentarse, una madre cuya leche se ha secado, un paciente que pierde peso al perder la esperanza, unx ancianx que se salta las comidas para dejar comida a sus hijxs. No se trata de casos científicos ni de estadísticas abstractas, sino de vidas que se derrumban bajo la privación deliberada de alimentos.

En cuanto a lxs niñxs cuyo crecimiento ya se ha atrofiado, ni siquiera la abundancia de alimentos puede reparar el daño. La nutrición puede prevenir un mayor deterioro, pero no puede recuperar los años perdidos. Unx niñx que no ha aprendido a gatear o a hablar en el momento adecuado arrastrará ese retraso en el desarrollo hasta la adolescencia y la edad adulta. Aunque los alimentos llegaran mañana, las secuelas del hambre permanecerán para siempre en la población de Gaza.

Un crimen a la vista de todo el mundo

El hambre tiene su diccionario médico: caquexia, fallo orgánico, síndrome de realimentación. Pero en Gaza tiene nombres y rostros: unx niñx débil incapaz de sentarse, una madre cuya leche se ha secado, un paciente que pierde peso a medida que pierde la esperanza, unx ancianx que se salta las comidas para dejar comida a sus hijxs. No se trata de casos científicos ni de estadísticas abstractas, sino de vidas que se derrumban bajo la privación deliberada de alimentos.

El hambre no es solo una condición biológica, sino una forma de violencia israelí grabada en el cuerpo. Ser testigo de ello es solo el principio. Entenderlo desde el punto de vista médico puede fomentar la empatía, pero detenerlo sigue siendo el único deber humanitario.

Anis Alemania es médico internista e investigadora de políticas de sistemas de salud.

Foto: UN News

Available in
ArabicEnglishSpanish
Author
Anis Germany
Translator
Maria Inés Cuervo
Date
23.09.2025
Source
Al SifrOriginal article🔗
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