War & Peace

"Terror sin piedad" – El papel del Partido Laborista en el genocidio de Indonesia

Hace sesenta años, el gobierno de Harold Wilson se confabuló en secreto con el ejército indonesio mientras éste perpetraba una de los peores matanzas de la posguerra.
Los archivos de los gobiernos británico y estadounidense revelan que las potencias occidentales fueron cómplices del genocidio indonesio de 1965, que dio lugar al régimen de Suharto. Los funcionarios instaron expresamente al ejército a "aniquilar" al Partido Comunista de Indonesia (PKI), al brindarles las garantías tácticas necesarias para que las matanzas continuaran sin trabas. Apoyo basado en los principios de la Guerra Fría y en el deseo de derrocar al gobierno nacionalista de Sukarno; con el fin de permitir la entrada de inversiones occidentales en el país del sudeste asiático.

Los archivos británicos desclasificados muestran cómo el gobierno laborista de Harold Wilson, junto con el de Estados Unidos, encabezado por Lyndon Johnson, fueron cómplices de una de las peores masacres de la posguerra.

En Indonesia, las matanzas comenzaron cuando un grupo de oficiales del ejército leales al presidente Sukarno asesinó a varios generales el 30 de septiembre de 1965; según ellos, estaban a punto de dar un golpe de estado para derrocar a Sukarno. 

La inestabilidad favoreció que otros jefes militares anti-Sukarno, liderados por el general Suharto, utilizaran el pretexto para movilizar al ejército contra la poderosa y popular facción política con amplio respaldo: el Partido Comunista de Indonesia (PKI). 

De forma abrupta, en pocos meses asesinaron a cientos de miles de miembros del PKI, a otros ciudadanos y destruyeron el partido. Suharto emergió como líder e instauró un régimen autoritario que perduró hasta 1998.

Los archivos revelan que Gran Bretaña se oponía al nacionalista Sukarno y al PKI, además de pretender que el ejército actuara y de alentarlo. "Jamás he ocultado mi convicción de que un pequeño tiroteo en Indonesia sería un paso previo imprescindible para un cambio efectivo", informó el embajador en Yakarta, Sir Andrew Gilchrist, al Ministerio de Asuntos Exteriores el 5 de octubre de 1965.

"Apoyo tácito a los generales"

Al día siguiente, el Ministerio de Asuntos Exteriores declaró que "lo principal es saber si los generales reunirán el coraje suficiente para tomar medidas decisivas contra el PKI". 

Después señaló que, "sin duda, preferimos un ejército a un régimen comunista", y declaró: "Parece bastante claro que, si los generales no logran imponerse a los comunistas, precisarán de toda la ayuda que puedan recabar y aceptar, sin ser señalados como irremediablemente prooccidentales".

Añadió: "A corto plazo, y mientras continúe la confusión actual, difícilmente podremos equivocarnos al respaldarlos tácitamente".

La política británica "promovía la instauración de un régimen de generales", explicó más tarde un funcionario del servicio de inteligencia.

Los miembros del gobierno estadounidenses declararon del mismo modo: "Somos, como siempre, comprensivos con el deseo del ejército [sic] de eliminar la influencia comunista. Es importante garantizar nuestro pleno apoyo al ejército para con sus esfuerzos aplastar al PKI".

Tanto los estadounidenses como los británicos estaban al tanto de los asesinatos. El embajador de Estados Unidos, Marshall Green, señaló tres semanas después del intento de golpe, y cuando ya habían comenzado los asesinatos, que: "El ejército se ha afanado en destruir el PKI y yo, por mi parte, respeto aún más si cabe, la determinación y la organización al llevar a cabo tan ardua tarea".

El 1 de noviembre, Green comunicó al Departamento de Estado que el ejército “se movía de forma implacable con el fin de, en la medida de lo posible, exterminar al PKI”. Tres días después, manifestó que "la Embajada y el Gobierno de los Estados Unidos, en líneas generales, simpatizaban y admiraban lo que hacía el ejército" [sic]. 

Un empleado público británico informó el 25 de noviembre que "estaban ejecutando a un gran número de hombres y mujeres del PKI". A algunas víctimas "les dan un cuchillo y se les invita a suicidarse. La mayoría se niega, y entonces, se les dice que se den la vuelta y les disparan por la espalda".

Un funcionario británico escribió al embajador el 16 de diciembre, diciendo: "Usted, como yo, quizá se sorprendió al ver el recuento de la embajada estadounidense, que indicaba que más de 100.000 personas habían muerto en los disturbios desde el 1 de octubre. Sin embargo, estoy más receptivo a aceptar estas cifras al conocer algunos detalles espeluznantes de las purgas que han llevado a cabo".

Agregó: "El comandante del ejército local cuenta con un listado de miembros del PKI clasificado en cinco categorías. Ha recibido órdenes de matar a los que están en las tres primeras. Un grupo de vecinos, encargado de las ejecuciones en el pueblo, arrestó a una señora de 78 años. Media docena de cabezas estaban perfectamente alineadas en la barandilla de un pequeño puente".

El consulado de Estados Unidos en Medan informó que «se estaban llevando a cabo muchos asesinatos indiscriminados»: "Se está imponiendo un clima de terror contra el PKI, que no distingue muy bien entre los líderes del PKI y el resto de miembros sin ningún tipo de vínculo ideológico con el partido".

"Sangría masiva"

A mediados de diciembre, el Departamento de Estado admitió que “la campaña de los líderes militares indonesios para destruir el PKI avanzaba bastante rápida y fluida”. 

El 14 de febrero de 1966, el embajador Green señaló que “el PKI había dejado de ser una fuerza política efectiva desde hacia algún tiempo” y que “los comunistas habían sido diezmados en una masacre masiva”.

Los archivos británicos muestran que, en febrero de 1966 el embajador británico calculaba que habría 400.000 muertos; sin embargo, su homólogo sueco calificó esa cifra de "una flagrante subestimación". 

Un mes después, un funcionario británico se preguntó “qué queda del PKI tras seis meses de masacre”; creía que solo en Sumatra habían asesinado más de 200.000 personas.

En abril, la embajada de Estados Unidos declaró que “francamente no sabemos si la cifra real está más cerca de 100.000 o de 1.000.000, pero creemos que es más prudente equivocarnos a la baja, sobre todo ante las preguntas de la prensa”.

Otro memorando británico hacía referencia a "una operación llevada a cabo a gran escala y, a menudo, con una violencia atroz". Otro se limitaba a mencionar la "carnicería".

Los informes evidencian que funcionarios de Gran Bretaña y Estados Unidos respaldaron estas masacres. No se ha hallado ninguna referencia o indicio de inquietud por el alcance de los asesinatos, al margen del constante aliento al ejército para que continuara. No cabe duda de que ambos sabían exactamente lo que respaldaban. 

Un funcionario británico señaló, al referirse a las 10.005 personas arrestadas por el ejército: "Espero que no arrojen a los 10.005 al mar; de lo contrario, se pondría en riesgo la navegación".

No solo los activistas del PKI fueron el blanco de este terror. Como muestran los documentos británicos, muchas de las víctimas eran los "militantes de base" del PKI, que "solían ser campesinos desconcertados que respondían de forma equivocada, en una noche oscura, a matones sedientos de sangre empeñados en la violencia", con la connivencia del ejército.

"Dar parte a los generales"

Gran Bretaña conspiró, todavía más si cabe, junto a los responsables de la matanza. En 1965, para defender su antigua colonia de Malasia de las invasiones tras el reclamo de Yakarta —hecho que se conoce como la “confrontación”—, desplegó decenas de miles de tropas en Borneo. 

Los estrategas británicos apuntaron de manera confidencial que “no querían distraer al ejército indonesio con los combates en Borneo y desalentarlo, así, de los intentos que estaban llevando a cabo ahora para enfrentarse al PKI”.

A Estados Unidos le preocupaba que Gran Bretaña aprovechara la inestabilidad en Indonesia para lanzar una ofensiva desde Singapur “y apuñalar a los buenos generales por la retaguardia”. Tal y como describió el embajador Gilchrist, ese era el temor del país norteamericano. 

Por ello, el embajador británico propuso tranquilizar a los indonesios que estaban ordenando una matanza masiva, diciendo que “deberíamos hacer saber a los generales que no los atacaríamos mientras perseguían al PKI”. 

El jefe de la inteligencia británica en Singapur coincidía, al creer que esto “garantizaría que el ejército no se desviaría [sic] de lo que consideramos una labor indispensable”.

En octubre, los británicos transmitieron a los generales, a través de un contacto estadounidense, "un mensaje formulado cuidadosamente para, por el momento, no traicionarlos".

Los archivos norteamericanos confirman que el mensaje transmitido el 14 de octubre rezaba: "En primer lugar, deseamos asegurarle que no tenemos intención de interferir en sus asuntos internos directa o indirectamente. En segundo lugar, tenemos motivos fundados para creer que ninguno de nuestros aliados tiene la intención de iniciar ninguna acción ofensiva contra Indonesia" [sic].

El mensaje fue acogido con entusiasmo por el ejército indonesio: un asistente del ministro de Defensa señaló que "esto era justo lo que se necesitaba para garantizar que nosotros (el ejército) no íbamos a ser atacados por todos los lados mientras intentáramos poner las cosas en orden aquí".

Según el excorresponsal de la BBC Roland Challis, el consejero de la embajada británica, James Murray, contaba con la aprobación para decirle a Suharto que, en caso de que las tropas indonesias fueran trasladadas de la zona de confrontación a Java, las fuerzas británicas no avanzarían militarmente. 

De hecho, Challis mencionó un informe en un periódico indonesio de 1980 que señalaba que Gran Bretaña incluso ayudó a un coronel indonesio a trasladar de regreso a Yakarta a una brigada de infantería destinada a tareas de confrontación. "Enarbolando la bandera panameña, navegó sin contratiempos por el estrecho de Malaca, bajo estricta vigilancia y escoltada por dos buques de guerra británicos".

Operaciones mediáticas secretas

Otro medio de apoyo fueron las operaciones propagandísticas, centradas principalmente en la distribución de mensajes e historias falsas contra Sukarno a través de los medios de comunicación, y organizadas desde la base de inteligencia británica MI6 Phoenix Park en Singapur. 

El jefe de estas operaciones, Norman Reddaway, le dijo al corresponsal de la BBC en el sudeste asiático que "hiciera todo lo que se le ocurriera para deshacerse de Sukarno". 

El 5 de octubre, Reddaway informó al Ministerio de Asuntos Exteriores en Londres: "No debemos dejar pasar la oportunidad de sacar provecho de esta situación. Recomiendo que no tengamos reparos en llevar a cabo, de forma sigilosa, las acciones destinadas a desprestigiar al PKI ante el ejército y el pueblo de Indonesia".

A lo que el Ministerio de Relaciones Exteriores respondió: "En efecto, no excluimos ninguna propaganda no atribuible ni actividades de guerra psicológica que contribuyan a debilitar al PKI de forma permanente". Y añadió: "Por lo tanto, estamos de acuerdo con la recomendación anterior. Los temas de propaganda adecuados podrían ser la injerencia china —en determinados envíos de armas— y la acusación de que el PKI estaba subvirtiendo Indonesia como agente de comunistas extranjeros". Continuó: "Queremos actuar rápidamente mientras los indonesios siguen en desventaja, aunque las acciones deberán ser sutiles. Le agradeceríamos que nos indicara cualquier sugerencia sobre cómo colaborar desde aquí".

El 9 de octubre, el agente del servicio de inteligencia confirmó que “hemos tomado medidas para la distribución de cierto material no atribuible, según las indicaciones generales” que recoge el memorando del Ministerio de Asuntos Exteriores. Lo que implicó "promover y coordinar la difusión" de las críticas del gobierno de Sukarno a las "agencias de noticias, los periódicos y la radio". Según uno de los archivos: "El impacto ha sido considerable". 

Diversos periódicos recogieron propaganda británica que incluía falsedades sobre el patrimonio en el extranjero de los ministros de Sukarno, así como sobre los preparativos del PKI para un golpe de Estado, al dividir Yakarta en distritos para participar en una matanza sistemática.

Riesgo de desarrollo autónomo

La lucha entre el ejército y el PKI fue "una pugna, básicamente, por el dominio de la economía indonesia", señalaron los funcionarios británicos. Lo que estaba en juego era decidir si los recursos de la nación se utilizarían en beneficio de su pueblo o de las empresas, incluidas las occidentales.

Londres buscaba un cambio de régimen en Yakarta para poner fin a la “confrontación” con Malasia, aunque los intereses comerciales no eran menos importantes. 

El sudeste asiático era "un destacado productor de algunos bienes esenciales", como el caucho, el copra y el mineral de cromo. Según el Ministerio de Asuntos Exteriores, "proteger las fuentes de estos productos y evitar que lleguen a un posible enemigo son intereses prioritarios para las potencias occidentales".

El secretario de Relaciones Exteriores británico, Michel Stewart, escribió en plena masacre: "Es solo el caos económico de Indonesia lo que impide que ese país ofrezca muchas posibilidades a los exportadores británicos. Si en algún momento se llegara a un acuerdo, como espero que suceda algún día, deberíamos participar de forma activa y tratar de asegurarnos una parte del pastel para nosotros”.

Está claro que el presidente Sukarno tenía las prioridades económicas equivocadas. En 1964, los intereses comerciales de propiedad británica pasaron a estar bajo la gestión y el control de Indonesia. No obstante, bajo el régimen de Suharto, el secretario de Asuntos Exteriores británico le dijo a un general del ejército contrario: “Estamos contentos de que su gobierno haya decidido devolver el control de las propiedades británicas a sus propietarios”.

El embajador de Estados Unidos en Malasia informó por cable a Washington, un año antes de los acontecimientos de octubre de 1965 en Indonesia, que “nuestras dificultades con el archipiélago indonesio se derivan básicamente de la estrategia deliberada y positiva del GOI [Gobierno de Indonesia] de tratar de expulsar a Gran Bretaña y a Estados Unidos del sudeste asiático”. 

Gran Bretaña trataba de forjar buenas relaciones con Suharto, que perdurarían durante 30 años. Un año después del comienzo de la masacre, el Ministerio de Asuntos Exteriores señaló que "era necesario demostrar a los indonesios que considerábamos que nuestras relaciones se restablecían con normalidad".

Gran Bretaña trataba de consolidar un "comercio regular" y brindar ayuda, además de manifestar su "buena voluntad y confianza" al régimen recién instalado. Los funcionarios británicos conversaron con el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Adam Malik, sobre la “incipiente relación que esperamos que se desarrolle entre ambos países”. 

Un informe del Ministerio de Asuntos Exteriores dirigido al gabinete señaló que Gran Bretaña "hará todo lo posible para restaurar las buenas relaciones con Indonesia y ayudarla a restablecer el lugar que le corresponde en la comunidad mundial".

"Oportunidades para el inversor extranjero"

No hay mención alguna –que se haya podido encontrar– sobre la moralidad de relacionarse con el nuevo régimen. La matanza era irrelevante. 

La mayoría de los estudios sitúan el número de muertos en las matanzas de mediados de la década de 1960 entre 500.000 y 800.000.

Una combinación de asesoramiento e inversión occidental ayudó a iniciar la transformación de la economía indonesia que, pese a mantener un cierto carácter nacionalista, brindaba oportunidades y ganancias a los inversores occidentales, mientras el país indonesio se reincorporaba al FMI y al Banco Mundial. 

La consecuencia fue un incremento del expolio de tierras: la propiedad se concentró más, los campesinos temían organizarse y se frustraron las posibilidades de cambios económicos fundamentales en beneficio de los pobres. Las compañías occidentales asumieron el control. A mediados de la década de 1970, un informe británico de la CBI señaló que Indonesia presentaba “un potencial enorme para el inversor extranjero”. 

La prensa informó que el país gozaba de un "clima político favorable" y del "impulso de la inversión extranjera por parte de las autoridades". BP, British Gas y Britoil fueron algunas de las empresas que se beneficiaron.

Este es un fragmento editado del libro de Mark Curtis, Web of Deceit: El verdadero papel de Gran Bretaña en el mundo. Mark Curtis es codirector de Declassified UK y autor de cinco libros y muchos artículos sobre política exterior del Reino Unido.

Available in
EnglishSpanishItalian (Standard)
Author
Mark Curtis
Translator
Open Language Initiative
Date
17.10.2025
Source
Declassified UKOriginal article🔗
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