Una de las contradicciones de las últimas semanas consiste en que mientras nos hemos aislado dentro de nuestras propias fronteras, vecindarios y hogares, también nos hemos unido globalmente en el encantamiento de nuevas palabras: distanciamiento social, confinamiento, cuarentena, toque de queda, protección. A esta lista de lo que el teórico marxista galés Raymond Williams podría llamar nuestras palabras clave Covid, debemos insistir en añadir también los desalojos, las demoliciones y las migraciones internas forzadas, todo lo cual se ha desarrollado ante nuestros ojos durante la primera pandemia en la era de las redes sociales.
En un reciente seminario web sobre África y la pandemia, Heike Becker de ROAPE describió a los gobiernos africanos como más empeñados en aplanar las casas que en aplanar la curva. Esto me impulsó a revisar la literatura sobre el tema del domicidio, una palabra utilizada para describir la destrucción deliberada de los hogares y el sufrimiento de quienes los habitan. En esta pandemia, ha habido una subteorización sobre el significado del hogar. Instrumentalmente, las instrucciones para permanecer en el hogar no se hicieron basándose en un conocimiento cuidadoso del funcionamiento de los hogares, lo que Kathleen Lynch, John Baker y Maureen Lyons han descrito como lugares cerrados o economías políticas.
Lxs feministas han argumentado durante mucho tiempo que las relaciones afectivas y las condiciones en las que se proporciona el trabajo reproductivo se descuidan y no se investigan lo suficiente. Este fracaso puede hacer que el intento de evitar la propagación del Covid-19 no sólo sea instrumentalmente inviable sino también injusto.
Olu Timehin Adegbeye ha escrito que la Organización Mundial de la Salud (OMS) está "promoviendo el distanciamiento social como respuesta esencial a esta pandemia, olvidando que hay muchas partes del mundo en las que esta solución es contextualmente inadecuada o incluso peligrosa". Como señaló Tshepo Mdlingozi cuando escribió en relación con Sudáfrica, "el colonialismo espacial hace que sea imposible e inhumano imponer un confinamiento en los asentamientos de cabañas".
El Covid ha planteado también preguntas existenciales críticas respecto a lo que nos referimos cuando hablamos de hogar. David Ndii ha escrito que las autoridades de Kenia suponen que todo el mundo tiene un verdadero hogar rural. Esto implica que lxs trabajadorxs y lxs pobres de las ciudades son tratadxs como residentes temporarios de la ciudad que no tienen derecho a la ciudad, una suposición con profundas raíces coloniales. En la India, las autoridades anunciaron un confinamiento que Arundhati Roy ha descrito como de "pueblos y megaciudades... expulsan[do] a sus ciudadanxs de la clase obrera —sus trabajadorxs migrantes— como una acumulación no deseada". En contraste, la repatriación de la India de sus ciudadanxs en el exterior por vía aérea ha sido meticulosamente organizada.
Cuando se ordenó permanecer en el hogar, se pensó poco en lo que significa pedir a las familias pobres que eduquen a sus hijxs desde el hogar en condiciones de hacinamiento, en un momento en que el trabajo de cuidado es en sí mismo arriesgado, exponiendo desproporcionadamente a las mujeres a mayores riesgos de enfermedad.
Nuestra incapacidad para imaginar los hogares de otrxs es aún más sorprendente porque para aquellxs con acceso a la tecnología, por primera vez podemos ver los hogares de otrxs. Las reuniones virtuales desafían la noción de hogar como espacios cerrados y privados.
Del mismo modo, algunxs de nosotrxs hemos hablado con franqueza, y a veces por primera vez, sobre nuestros compromisos familiares y cómo nuestros trabajos se construyen sobre un modelo de sostén de familia masculino desprovisto de responsabilidades y ahora desbaratado. La orden de nuestrxs empleadorxs de "trabajar desde casa" fue sorprendente: ¿qué imaginamos que sucedía en los hogares aparte del trabajo?
La pandemia ha hecho que las responsabilidades del trabajo de cuidado sean más visibles mientras aumenta su cantidad, a medida que las mujeres intentan hacer su trabajo y al mismo tiempo cuidan de lxs que están en sus hogares. La subteorización de lo que ocurre en el hogar se hizo evidente de otras maneras, desde el descuido de una pandemia encubierta de violencia doméstica hasta la falta de conciencia sobre las costumbres de los hogares multigeneracionales en los que no es práctico proteger a las personas mayores, o en los que éstxs tienen funciones establecidas desde hace mucho tiempo en relación con el cuidado, la cuarentena y lxs moribundxs.
La pandemia debería obligarnos a pensar más claramente en el hogar como una economía política. Ha hecho visible y al mismo tiempo ha puesto bajo presión adicional el trabajo de reproducción social, es decir, la mano de obra socialmente necesaria empleada para proporcionar comida, ropa y refugio. El poco valor que se le da a este papel de cuidadorx no es natural sino el resultado de elecciones políticas.
El cuidado y el trabajo emocional están distribuidos de forma desigual. Recaen desproporcionadamente en las mujeres y, sobre todo, en las mujeres de las minorías, las mal pagadas y las precarias. Subordinan a las mujeres en la sociedad.
Las mujeres, por supuesto, han luchado contra esa subordinación. Esto se evoca ampliamente, por ejemplo, en el estudio de Luise White acerca de los comienzos de Nairobi, The Comforts of Home: Prostitution in Colonial Nairobi, que muestra cómo las mujeres proporcionaban trabajo de cuidado a los hombres a cambio de un pago "a imitación del matrimonio" y luego pasaban a utilizar las ganancias de ese trabajo para volverse dueñas independientes de propiedades en una ciudad en crecimiento. Como dijo una mujer citada en el libro: "Construí esta casa sobre mi espalda".
La brecha entre los hogares de lxs ricxs y los de lxs pobres en las ciudades del Sur Global ha significado que mientras muchxs se refugian en sus casas en condiciones de seguridad, con una alimentación adecuada y acceso a recursos abundantes, (la adquisición de automóviles de lujo en Kenia se ha disparado desde el comienzo de la pandemia: el automóvil también funciona como un espacio cerrado), en otras partes de la ciudad las mujeres están cuidando a personas sin recibir pago, están cuidando a sus seres queridos, "aprovisionándose de suministros y encontrando formas de compensar las enormes cargas económicas y sociales de esta época".
Al mismo tiempo, las mujeres han soportado la mayor parte de la violencia dirigida contra sus hogares. La pandemia ha confirmado la afirmación de Patrick McAuslan que la excavadora es a menudo "la principal herramienta de planificación". Los desalojos en Kenia se han producido desafiando las órdenes judiciales.
La militarización de ciudades como Nairobi y Johannesburgo ha provocado un aumento de las violaciones y de la violencia sexual. Las mujeres no están a salvo de sus parejas íntimas ni de extraños en forma de policías que merodean por las calles durante los toques de queda.
Un aspecto central de una respuesta justa al Covid debe consistir en la labor de reimaginar lo necesario para mantener un hogar justo. Lo más importante es una economía que reconozca, redistribuya y compense el trabajo que es esencial para mantenernos. Una mejor comprensión del trabajo necesario para reproducir un hogar y asegurar su supervivencia durante una pandemia debe llevarse al futuro para garantizar que el hogar prospere. Un punto de partida es reconocer el impacto diferencial de la violencia, la represión, la precariedad, la enfermedad y el domicilio en las mujeres en tiempos de Covid.
La recuperación no debe significar un retorno a la normalidad sino que implica pensar en las formas en que la normalidad de lxs demás ha sido invisible para nosotrxs, como nos recuerdan Hannah Cross y Leo Zeilig preguntando: "¿Acaso no es la experiencia de vida durante el brote de Covid-19, que ahora se siente por primera vez en muchas generaciones en el Norte Global, la experiencia común de vida y muerte en el Sur?"
La Comisión Estatal de Hawai sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer, al presentar sus propuestas para una recuperación económica feminista después del Covid-19, sostiene que hay que hablar "no sólo de respuesta y recuperación, sino también de reparación y restablecimiento: reparación de los daños históricos y los traumas intergeneracionales que se manifiestan en la dominación masculina, la violencia de género, la inseguridad económica, la mala salud y el encarcelamiento masivo".
¿Cómo debería ser un hogar justo en un futuro post-Covid?
Ambreena Manji es profesora de Derecho de la Tierra y Desarrollo en la Facultad de Derecho y Política de Cardiff. Está trabajando en un libro sobre el servicio de asistencia en la historia social africana.