Hace un año, el 5 de agosto de 2019, siete millones de personas en el valle de Cachemira fueron encerradas en sus casas bajo un estricto toque de queda militar. Trece mil personas, desde niñxs pequeñxs y adolescentes apedreadorxs hasta ex ministrxs e importantes políticxs pro India, fueron arrestadxs y sometidxs a detención preventiva, donde aún permanecen muchos de ellxs. El 4 de agosto a medianoche los teléfonos dejaron de funcionar y se cortaron las conexiones de internet. El 6 de agosto, se aprobó un proyecto de ley en el Parlamento que privaba al Estado de Jammu y Cachemira de su autonomía y su condición especial, consagrados en la Constitución de la India. Fue despojado de su condición de Estado y reducido a dos territorios de la Unión, Ladakh y Jammu y Cachemira. Ladakh no tendría poder legislativo y sería gobernado directamente por Nueva Delhi.
Nos dijeron que finalmente el problema de Cachemira se había resuelto de una vez por todas. En otras palabras, las décadas de lucha de Cachemira por la autodeterminación, que han costado decenas de miles de vidas de soldados, militantes y civiles, miles de "desapariciones" forzadas y cuerpos cruelmente torturados, habían terminado. En el pleno de la Cámara, el Ministro del Interior Amit Shah fue más allá. Dijo que estaba dispuesto a dar su vida para apoderarse de los territorios que la India llama Cachemira ocupada por Pakistán (POK por sus siglas en inglés) y que los cachemires llaman Azad Cachemira, así como las provincias fronterizas de Gilgit-Baltistán. También mencionó Aksai Chin, que una vez formó parte del antiguo Reino de Jammu y Cachemira y que ahora es parte de China. Se adentraba en territorio peligroso, literalmente y en sentido figurado. Las fronteras mencionadas se encuentran entre tres potencias nucleares. En medio de celebraciones impropias en las calles de la India, la energía adicional que generó la humillación de Cachemira intensificó el aura ya divina del Primer Ministro Narendra Modi. El Departamento de Meteorología de la India comenzó a incluir a Gilgit-Baltistán en sus informes meteorológicos a modo de provocación. Pocxs en la India prestamos atención al gobierno chino cuando éste instó a la India a "tener cautela en sus palabras y acciones respecto al tema fronterizo".
En lo que va de este año, la lucha en Cachemira no ha terminado en lo absoluto. Sólo en los últimos meses, los medios de comunicación informan que 34 soldados, 154 militantes y 17 civiles han sido asesinadxs. En un mundo traumatizado por el coronavirus, es comprensible que no se haya prestado atención a lo que el gobierno indio le ha causado al pueblo de Cachemira. El toque de queda, el bloqueo de las comunicaciones y todo lo que conlleva (la falta de acceso a médicos, hospitales, trabajo, negocios, escuelas, ni contacto con lxs seres queridxs), se prolongó durante meses. Ni siquiera los Estados Unidos hicieron esto en la guerra contra Irak.
Solo unos cuantos meses de confinamiento por el coronavirus, sin toque de queda militar ni bloqueo de las comunicaciones, ha puesto al mundo de rodillas y a cientos de millones de personas al límite de su resistencia y cordura. Piensen cómo podría estar Cachemira bajo el despliegue militar más intenso del mundo. Además del sufrimiento que el coronavirus les haya causado, añadan un laberinto de alambre de púas en sus calles, soldados que irrumpen en sus casas, golpean a los hombres y abusan de las mujeres, destruyendo sus reservas de alimentos y amplifican los gritos de seres humanos torturados en los sistemas de megafonía públicos.
Añádase a esto un sistema judicial —incluida la Corte Suprema de la India— que ha permitido que continúe el bloqueo de Internet durante todo un año e ignorado las seiscientas peticiones de habeas corpus de personas angustiadas que intentan averiguar el paradero de sus familiares. Agréguese además una nueva Ley de Domicilio que abre las compuertas al conceder a lxs indixs el derecho de residencia en Cachemira. Los valiosos Certificados de Residencia Permanente de los cachemires ahora son legalmente nulos excepto como evidencia de respaldo para reforzar sus solicitudes al gobierno indio para obtener el estatus de domicilio en su propia patria. A quienes se les rechace la solicitud, se les podrá negar la residencia y expulsarlos. Lo que Cachemira enfrenta es nada menos que el borrado cultural.
La nueva Ley de Domicilio de Cachemira es un complemento de la nueva, y descaradamente antimusulmana, Ley de Enmienda de la Ciudadanía (CAA) de la India aprobada en diciembre de 2019 y del Registro Nacional de Ciudadanxs (NRC) que supuestamente debe detectar a lxs "infiltradxs de Bangladesh" (musulmanes, por supuesto) a quienes el Ministro del Interior ha llamado "termitas". En el estado de Assam, el NRC ya ha causado estragos. Millones de personas han sido eliminadas del registro de ciudadanxs. Mientras muchos países se enfrentan a una crisis de refugiadxs, el gobierno indio está convirtiendo a lxs ciudadanxs en refugiadxs, alimentando una crisis de apatridia a una escala inimaginable.
La CAA, el NRC y la nueva Ley de Domicilio de Cachemira exigen incluso a lxs ciudadanxs legitimxs que presenten un conjunto de documentos aprobados por el Estado para que se les conceda la ciudadanía (las leyes de Nuremberg sancionadas por el Partido Nazi en 1935 decretaron que sólo lxs ciudadanxs que pudieran presentar documentos heredados aprobados por el Tercer Reich tenían derecho a la ciudadanía alemana).
¿Cómo debería llamarse todo esto? ¿Un crimen de guerra? ¿O un crimen contra la humanidad?
¿Y cómo debería llamarse la complicidad de las instituciones y las celebraciones en las calles de la India? ¿Democracia?
Un año después, estas celebraciones en Cachemira son claramente silenciadas y por una buena razón. Tenemos un dragón en nuestra puerta y no está contento. El 17 de junio de 2020, nos despertamos con la horrible noticia de que veinte soldados indios, incluyendo un coronel, habían sido brutalmente asesinados por el Ejército Popular de Liberación chino (EPL) en los gélidos confines del remoto valle de Galwan en la frontera de Ladakh. Durante los días siguientes, los informes en secciones de la prensa india señalaban que existieron varios puntos de entrada. Veteranos del ejército y respetados corresponsales de defensa han dicho que el EPL ha ocupado cientos de kilómetros cuadrados de lo que la India considera su territorio. ¿Fue sólo una agresión descarada como la retratan los medios de comunicación indios? ¿O es que lxs chinxs se han movilizado para proteger lo que consideran sus intereses vitales: una carretera a través de las altas montañas de Aksai Chin y una ruta comercial a través de la Cachemira/Azad ocupada por Pakistán? Ambas amenazadas, si las agresivas declaraciones del Ministro del Interior de la India se tomaran en serio, ¿y cómo no hacerlo?
Para un gobierno ferozmente nacionalista como el nuestro, conceder lo que considera territorio soberano tiene que ser su peor pesadilla. Es intolerable. ¿Pero qué se puede hacer? Se encontró una solución sencilla. Sólo unos días después de la tragedia del Valle de Galwan, el Primer Ministro Modi se dirigió a la nación. 'Nadie ha ocupado ni una pulgada de tierra’, dijo, ‘nadie ha entrado en nuestras fronteras’ y ‘nadie ha ocupado ninguno de nuestros puestos’. Los críticos de Modi se echaron a reír y el gobierno chino se apresuró a acoger esta declaración, porque eso era lo que también estaban diciendo. Pero la declaración de Modi no es tan estúpida como suena. Mientras los comandantes del ejército de ambos países negocian la retracción y el “plan de retirada” de las tropas, y las redes sociales están llenas de bromas sobre el arte de salir sin entrar, y mientras lxs chinxs continúan ocupando un territorio que reclaman es suyo a la gran mayoría desinformada de la población india, Modi ha ganado. Salió en la televisión. ¿Y quién puede decir qué es más importante? ¿La televisión o el territorio?
De cualquier modo en el que se mire, a largo plazo la India ahora necesita un ejército listo para la batalla en dos frentes: la frontera occidental con Pakistán y la frontera oriental con China. Además, la arrogancia del gobierno ha distanciado a sus vecinos Nepal y Bangladesh. Nos hemos visto reducidos a presumir de que en caso de guerra, los Estados Unidos, aunque sacudidos por sus propias crisis vendrán al rescate de la India. ¿De verdad? ¿Cómo rescató a los kurdos en Siria e Irak? ¿Cómo rescató a los afganos de los soviéticos? ¿O a los vietnamitas del sur de los vietnamitas del norte?
Anoche un amigo de Cachemira me envió un mensaje: "¿India, Pakistán y China combatirán por nuestros cielos sin vernos? Ese no es un escenario improbable. Ninguno de esos países es moralmente superior o más humano que el otro. Ninguno de ellos participa en esto por el bien de la humanidad.
Pero incluso sin una guerra oficial, para que India pueda mantener un ejército permanente en la frontera de Ladakh, abastecido y equipado para una guerra de montaña a gran altura, para que pueda igualar mínimamente el arsenal de China, debería probablemente duplicar o triplicar su presupuesto de defensa. Ni siquiera eso será suficiente. Supondrá un gran golpe para una economía que ya estaba en fuerte declive (con la tasa de desempleo más alta en 45 años) antesdel confinamiento por el Covid-19, y ahora se prevé que se contraiga entre el 3,2 y el 9,5 por ciento. A Modi no le va muy bien en las primeras rondas de este juego de damas chinas.
La primera semana de agosto también llega con otros hitos. A pesar del confinamiento mal planificado, draconiano y contraproducente, a pesar de las lamentablemente pocas pruebas efectuadas en comparación con otros países, los casos confirmados de coronavirus en la India están creciendo a una tasa que quizás sea la más alta del mundo. Entre sus víctimas se encuentra nuestro belicoso Ministro del Interior, que está pasando el 5 de agosto en una cama de hospital. A él no le corresponde el remedio que venden lxs charlatanes, los hombres de dios y los miembros del parlamento de su partido: beber orina de vaca, una poción mágica llamada Coronil, soplar conchas de caracoles, golpear ollas y sartenes recitando la Chalisa de Hanuman, cantando "¡Fuera, Corona, Fuera!" en las entonaciones planas de una alabanza en sánscrito. Oh, no. Para él, es el hospital privado más costosoylos mejores médicos gubernamentales (alópatas) de guardia.
¿Y dónde estará el Primer Ministro de la India este 5 de agosto?
Si lo de Cachemira se hubiera “resuelto” de una vez por todas, estaría allí para ser agasajado por multitudes fanáticas socialmente distanciadas. Pero lo de Cachemira no está resuelto. Se ha paralizado una vez más. Y Ladakh es casi un frente de batalla. Entonces, Modi ha decidido sabiamente retirarse de esas fronteras conflictivas a un lugar muy seguro para cumplir otra promesa electoral de larga data. Para cuando lean esto, acompañado por las oraciones de los sacerdotes y de gente de todo el país —así como por las bendiciones de la Corte Suprema de la India— él habrá colocado una losa de plata que pesa 40 kg como cimiento para Ram Mandir, un templo que se levantará de las ruinas de la mezquita de Babur, que fue reducida a polvo en 1992 por vigilantes hindúes dirigidos por miembros del Partido Bharatiya Janata de Modi. Ha sido un largo viaje. Llamémoslo un Triunfo de la Voluntad.
Con o sin confinamiento, mientras escribo esto, puedo sentir el aire que tiembla en anticipación del momento histórico. Sólo lxs ingenuxs o lxs desesperadamente adoctrinadxs pueden todavía creer que el hambre y el desempleo llevarán a la revolución —que los templos y monumentos no pueden alimentar a la gente. Sí pueden. El Ram Mandir es alimento para millones de almas hindúes hambrientas. La humillación de lxs musulmanes ya humilladxs y de otras minorías sólo agudiza en la lengua el sabor de la victoria. ¿Cómo puede competir el pan con esto?
Sería fácil considerar los 365 días transcurridos entre el 5 de agosto de 2019 y el 5 de agosto de 2020 —la ‘integración’ definitiva de Cachemira a la India, la aprobación del CAA y el NRC y la inauguración del Ram Mandir— como el período decisivo en que la India, bajo el régimen de Modi, se ha declarado oficialmente una nación hindú, el comienzo de una nueva era. Pero las declaraciones pueden contener derrotas no reconocidas. Y los comienzos llamativos pueden albergar finales imprevistos. Vale la pena recordar que a pesar de la carismática presencia de Modi y la masiva mayoría del BJP en el Parlamento, sólo el 17,2 por ciento de la población de la India votó por ellos. Tal vez, como sugieren lxs chinxs, en este asunto debemos proceder con cautela. Pensemos un poco. ¿Por qué Modi decidió inaugurar el Ram Mandir justo ahora? Después de todo no esDussehraoDiwali, y la fecha no tiene particular relevancia en elRamayanao el calendario hindú. Y la mayor parte de la India está en confinamiento parcial —muchos de los sacerdotes y policías que preparan y aseguran el área dieron positivo para Covid. Las enormes multitudes que podrían acudir en una fecha posterior estarán ausentes. Entonces, ¿por qué el 5 de agosto? ¿Será para echar sal en las heridas de Cachemira o poner bálsamo en las de la India? Porque, sin importar lo que nos digan en la televisión, ha habido un cambio tectónico en las fronteras. Las grandes placas están en movimiento. El orden mundial está cambiando. No se puede intimidar a la gente y actuar como el líder del vecindario cuando no lo eres. Este no es un dicho chino. Es solo sentido común.
¿Será que el 5 de agosto de 2020 no es en realidad lo que se está intentando que sea? ¿Podría ser, en cambio, la pequeña lapa de la vergüenza aferrada al elevadísimo acantilado de la gloria?
"Cuando y si la India, China y Pakistán combaten por los cielos de Cachemira, lo mínimo que podemos hacer lxs demás es no perder de vista a su gente".
Arundhati Roy es novelista, escritora y activista. Es la autora de "El ministerio de la felicidad máxima" y de "El dios de las pequeñas cosas" que ganó el Premio Booker. También ha publicado varios libros de no ficción; entre otros, The End of Imagination, Capitalism: A Ghost Story y The Doctor and the Saint.