Se suponía que las palabras de Georgieva señalaban que el Fondo y su hermano, el Banco Mundial, se han movido más allá de su austeridad ortodoxa para detener la peor crisis económica desde la Gran Depresión causada por la pandemia mundial.
Una ruptura con el pasado es, de hecho, profundamente necesaria. Mientras muchos países han evitado los peores impactos del Coronavirus en la salud, el Sur Global está a punto de ser diezmado económicamente. La ONU estima que casi la mitad de todos los empleos en África podrían perderse, mientras que Oxfam calcula que el impacto económico del virus podría empujar a 500 millones de personas a la pobreza.
Si el FMI se tomara en serio el bienestar económico y social de la mayoría del mundo, cancelaría ahora mismo los pagos de la deuda para los países más pobres del mundo durante los próximos cuatro años, establecería nuevos fondos concesionales y otorgaría préstamos sin condiciones fundamentalistas de mercado a las naciones del Sur Global, permitiendo a sus gobiernos invertir en la infraestructura social, física y ecológica que sus pueblos necesitan.
En cambio, el Fondo está imponiendo recortes devastadores en los programas de asistencia social, reduciendo drásticamente los estándares de vida en un país tras otro. Oxfam ha documentado que el 84 por ciento de los préstamos del FMI iniciados desde el comienzo de la pandemia fomentaban o requerían recortes en el gasto público, poniendo en peligro tanto la salud pública como la seguridad económica.
Las respuestas políticas de los gobiernos, bancos centrales y el FMI están profundizando la marcada desigualdad global. Más de un 90 por ciento de los programas de estímulo por la pandemia han tenido lugar en países ricos, incluso cuando se pidió a 72 de los países obligados a solicitar rescates al FMI que recortaran sus presupuestos el próximo año.
La solidaridad de los países ricos ha sido un cruel ejercicio de relaciones públicas. Los países del G20 acordaron no tocar las puertas de los deudores durante sólo seis meses más. No sólo su Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (DSSI por sus siglas en inglés) excluye a los acreedores privados, sino que el monto total de la suspensión hasta la fecha es tan ridículo que resulta risible: un estimado de $5000 millones, el 0,7 por ciento del total de la deuda externa de todos los países del DSSI en 2019. Para poner las cosas en perspectiva, eso es un poco menos de un tercio del presupuesto para 2019 del Metro de la ciudad de Nueva York o Autoridad de Transporte Metropolitano. En resumen, la decisión ha sido tomada: la vida de las personas en el Sur Global está en segundo lugar después del capital privado internacional.
El verdadero tema de las reuniones fue, en efecto, algo que el FMI reconoció a principios de este mes: "Para las economías avanzadas, lo que sea necesario. Las naciones más pobres se esfuerzan por hacer lo que sea posible". ¿Y qué es lo posible? Para el verano, los países del G20 habían sido capaces de desplegar paquetes de estímulo que ascendían a más de $10 billones en pocos meses, o cerca de cuatro veces la cantidad que lxs expertxs estiman que necesitan los países en desarrollo.
"Una recuperación económica abortada, o peor aún, otra 'década perdida', no es inevitable", argumenta la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo —"Es una cuestión de elección de políticas", una que nuestras Instituciones Financieras Internacionales están haciendo activamente para los pueblos más vulnerables del mundo.
Las soluciones existen, lxs ministrxs de finanzas del G20, el FMI y el Banco Mundial pueden y deben dar al Sur Global la liquidez que tan desesperadamente necesita. El FMI puede emitir nuevos Derechos Especiales de Giro (DEG), una forma de activos de reserva de divisas, prácticamente sin costo alguno. La cancelación de todos los pagos de la deuda multilateral de los países DSSI desde ahora hasta diciembre de 2024 podría pagarse "con menos del 9 por ciento de los fondos que los países ricos y China recibirían de una emisión de Derechos Especiales de Giro". Finalmente, la cancelación inmediata e incondicional de la deuda debe estar sobre la mesa —de todxs lxs prestamistas, bilaterales, privadxs y multilaterales, por lo menos durante los próximos cuatro años.
Un compromiso renovado con la justicia económica mundial debe ir más allá del alivio a corto plazo: un mecanismo de alivio de la deuda mundial permanente, el abandono de todas y cada una de las condiciones de austeridad, privatización y desregulación de los préstamos, una gobernanza mundial para combatir la elusión fiscal, la evasión y las corrientes financieras ilícitas, transferencias de tecnología ecológica del Norte al Sur, una reescritura de las reglas del comercio mundial, un programa masivo de inversiones públicas del Norte al Sur, y reparaciones para una recuperación justa y ecológica, y más —en resumen, un Nuevo Acuerdo Verde Global.
Las instituciones internacionales han dejado claro su balance final: lealtad a la austeridad, algunos préstamos de emergencia y el rechazo total a la idea de la cancelación de la deuda. Esto nos dice todo lo que necesitamos saber sobre el orden mundial que pretenden sostener.
Pero lxs víctimas de este orden, la abrumadora mayoría del mundo, no carecen de poder. Como nos recuerda Phil Mader: "Cuando lxs prestatarixs y lxs ciudadanxs se convierten en deudorxs desafiantes y activistas radicales que desafían las desigualdades económicas, pueden sacudir los fundamentos morales y económicos del sistema financiero mundial". Tal vez, es hora de aceptar el llamado de la Directora Georgieva a "atreverse a enfrentar juntxs nuestro más desalentador desafío" —para que lxs deudorxs del mundo se unan y no paguen.