A finales del año pasado, en los últimos días de su administración, Donald Trump hizo un anuncio poco sorprendente pero sin embargo grotesco: los Estados Unidos habían acordado vender bombas, drones y aviones de combate a los Emiratos Árabes Unidos por un increíble valor de $23 mil millones, a pesar de –o tal vez, debido a– su uso repetido de armas estadounidenses para cometer atrocidades indescriptibles en Yemen.
Trágicamente, esto no era ninguna novedad: no se puede hablar del desastre humanitario de Yemen sin mencionar la complicidad de Occidente. Nacida de una competencia interna por el control político, la ya brutal guerra civil yemení se ha transformado en un constante y absoluto campo de exterminio a manos de actores extranjeros.
Los Estados Unidos han sido una influencia activa y maligna en el Yemen desde mucho antes del comienzo de la guerra en 2014. Comenzando bajo la administración Bush y continuando sin pausa bajo Obama y Trump, la campaña de bombardeo por medio de drones de los Estados Unidos mató entre 1020 y 1389 personas desde 2004 hasta febrero de 2020 solo en Yemen.
Por ello, cuando en 2015 una coalición liderada por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos inició una intervención en la guerra, los Estados Unidos aprovecharon la oportunidad para brindar su apoyo. Desde Occidente hasta el Golfo, el respaldo por parte de los aliados de los Estados Unidos pronto fue abrumador, justificando su decisión afirmando que "[era] la respuesta legítima y lógica de Arabia Saudita para bloquear la expansión iraní en el Golfo y evitar un desastre humanitario en el patio trasero del Reino".
Cuesta creer que la intervención saudí haya sido necesaria para evitar el desastre en Yemen. Resulta aún más difícil creer que la administración Obama no hubiese sido plenamente consciente del desastre que pronto patrocinaría. Como reconoció más tarde el ex funcionario de la administración Obama, Robert Malley, a los Estados Unidos en ese momento le preocupaba que, después de la Primavera Árabe y con las negociaciones del acuerdo nuclear con Irán en curso, la "relación de décadas" con Arabia Saudita estuviera "en un punto de ruptura". Según Malley "nadie podía cuestionar" que el sufrimiento masivo "era un resultado muy, muy probable" –pero mantener a Arabia Saudita feliz era más importante.
Estas predicciones de sufrimiento se harían realidad rápidamente. Tanto los EE. UU. como el Reino Unido pronto comenzaron a proporcionar apoyo logístico, de inteligencia y diplomático, mientras que Alemania, Francia y otros más han proporcionado flujos masivos de armas a la coalición de intervención. Respaldada por un apoyo tan abrumador e incondicional, la coalición no ha tenido reparos en cometer repetidamente horribles crímenes contra la población civil, incluyendo el uso de la hambruna masiva como arma de guerra al imponer un bloqueo terrestre, marítimo y aéreo a un país que ya importaba más del 90 por ciento de sus alimentos antes de la guerra. En pocas palabras, sin la ayuda de los EE. UU. y el Reino Unido, muchas de estas atrocidades nunca se habrían cometido. Mientras tanto, otros países occidentales han proporcionado un apoyo diplomático decisivo, en parte al no poner en peligro los negocios con las monarquías absolutistas del Golfo, y en parte al evitar interferir con, o a menudo promover activamente, el gran negocio de la venta de armas.
Para la población yemení, este cheque en blanco para la intervención de la Coalición ha supuesto un desastre. Tras años de conflicto, 24 millones de personas necesitan ahora alguna forma de asistencia humanitaria. Según el famoso informe del Pardee Center para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, desde marzo de 2015, aproximadamente 310.000 personas han muerto en el conflicto.
El año pasado, esta ya grave crisis humanitaria se deterioró aún más. La intensificación de los combates, la catástrofe ambiental –las inundaciones ya han desplazado a más de 300.000 personas– y el impacto del Coronavirus en un país en el que apenas queda un sistema sanitario, han desempeñado un papel mortal. En este contexto, los programas de ayuda de las Naciones Unidas se han convertido en el único instrumento del que dependen millones de personas para sobrevivir.
Pero la ayuda existente no es suficiente. Con la reducción de la financiación por parte de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, la ONU está ahora instando desesperadamente a la comunidad internacional a ayudar para evitar "la peor hambruna que el mundo ha visto en décadas".
Occidente, sin embargo, no ha respondido al llamado de las Naciones Unidas. Las cifras hablan por sí solas: menos de la mitad de la ayuda humanitaria solicitada por las Naciones Unidas ha sido entregada a Yemen. Para tener una idea de la escala, comparemos el restante –1700 millones de dólares– con las decenas de miles de millones de dólares que Occidente vende en armas a la coalición cada año.
En resumen, Occidente no sólo ha vertido combustible en la conflagración yemení, sino que también ha cortado el suministro de agua de la manguera de incendios.
Pero no se ha perdido toda esperanza para Yemen. Mientras que los gobiernos occidentales han apoyado el asesinato sistemático de una generación, movimientos en todo el mundo se han movilizado en resistencia. La Campaña contra el Comercio de Armas (CAAT por sus siglas en inglés) logró paralizar temporalmente la venta de armas del Reino Unido a Arabia Saudita, a pesar del mejor esfuerzo del gobierno británico. Lxs trabajadorxs portuarixs italianxs han tomado medidas directas, negándose a cargar un barco con armas destinadas a Arabia Saudita y, cediendo a la presión tras el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, el gobierno conservador alemán de Angela Merkel declaró un embargo a Arabia Saudita. (Sin embargo, el gobierno de Merkel sigue sin tener reparos en vender armas a los EAU).
Una pieza importante de esta batalla está teniendo lugar en los Estados Unidos, donde la presión popular sostenida ha logrado hacer retroceder a los poderes consolidados de la industria armamentista, al sistema de la política exterior belicosa y a los grupos de presión saudíes / emiratíes, obligando así al partido Demócrata a adoptar una posición más progresista que la que tuvo bajo el mandato de Obama. En el curso de la administración Trump, el Congreso de los EE. UU. votó varias veces para bloquear la venta de armas específicas a los EAU y a Arabia Saudita. Aunque fueron finalmente vetados, la administración entrante de Biden proporciona una oportunidad para el cambio, para "terminar la complicidad de los EE. UU. en la guerra de Yemen", una promesa de campaña explícita. Seguramente las políticas favorables a las empresas y el sistema de una administración Biden no van a marcar el camino por sí solas, pero las posibilidades de un replanteamiento total de las relaciones de los EE. UU. con Arabia Saudita son mayores de lo que han sido en años.
Hay razones para el optimismo, pero también para la cautela. Las élites occidentales no se enfrentarán solas a los intereses del poderoso complejo militar-industrial, solo la movilización puede obligarles a hacerlo. El momento de tal movilización es ahora: el pueblo de Yemen no puede esperar más.
Isa Ferrero es una activista e ingeniera energética española especializada en política exterior occidental. Ha escrito anteriormente sobre Yemen en el medio asociado de la Agencia de la IP, openDemocracy.
Foto: Felton Davis / Flickr