Lo importante para nuestro análisis del momento actual es la diferencia entre el número de personas que participaron en las protestas de enero (entre 150.000 y 200.000 en toda Rusia) y el número de personas que siguieron estas manifestaciones por Internet (más de 20 millones). Estas cifras apuntan a un cambio radical en el clima político de Rusia: lxs descontentxs, lxs que buscan una salida al callejón sin salida de nuestra política nacional, se cuentan ahora por millones. La principal fuerza social detrás de las protestas ya no es la clase media del área metropolitana, sino las masas: profesorxs, estudiantes, trabajadorxs precarizadxs y autónomxs, y lxs pequeñxs empresarixs. En otras palabras, aquellxs que no apoyaban previamente las acciones antigubernamentales. Dos hechos nos llevan a esta conclusión: por primera vez en la historia reciente, mucha más gente salió a la calle en las regiones que en Moscú y, según lxs investigadorxs, alrededor del 40 por ciento de quienes protestaban lo hicieron por primera vez.
A pesar de las cifras, algo ha impedido a la gran mayoría de lxs descontentxs participar en las protestas organizadas por la oposición liberal. Lxs liberales lo atribuyen al miedo a la violencia policial y a la represión. En parte es cierto. La gente efectivamente tiene miedo. Pero no es la única razón y quizás no sea la principal. Mucha gente no ha salido a la calle simplemente porque no puede verse a sí misma o a sus intereses reflejados en un movimiento político personificado por un hombre: Alexei Navalny.
Al ser entrevistadxs por periodistas e investigadorxs, muchxs manifestantes se pronunciaron no sólo contra el autoritarismo, sino también contra la creciente desigualdad social y la desesperante pobreza a la que se enfrentan la mayoría de nuestrxs conciudadanxs. Fueron precisamente estas exigencias sociales las que muchxs de lxs pobres y las clases trabajadoras aportaron a estas protestas. En ese sentido, la situación es comparable a la de Bielorrusia el año pasado: mientras que partidarixs de la oposición se pueden encontrar en todos los lugares de trabajo, la mayoría de la clase trabajadora desconfía de la oposición liberal, a pesar de su coqueteo con el discurso sobre la justicia social.
Su desconfianza no carece de fundamento. Navalny era, y sigue siendo, un político liberal. A lo largo de los años, ha sido vinculado a diversxs miembros de la clase dirigente rusa: desde su escandalosa reunión en los Alpes alemanes con varixs oligarcas ruxסs en 2012, hasta su actual relación financiera con Chichvarkin y Zimin, algo que no intenta ocultar.
Navalny no construyó su organización política como un movimiento participativo y democrático moldeado por sus integrantes. Por el contrario, el movimiento de Navalny sigue siendo autoritario e impulsado por sus dirigentes. Todo el proceso de toma de decisiones es descendente y refleja las perspectivas de un estrecho círculo de liderazgo. Analizar la estrategia concreta del movimiento de Navalny y sus razones, por lo tanto, es a menudo un mero ejercicio de especulación, al igual que en el caso de la opaca oligarquía del Kremlin. Sin embargo, hay suficientes pistas concretas que nos permiten descifrar su lógica y orientación política.
La mayor pista nos la proporcionó Leonid Volkov, estrecho colaborador de Navalny. En una entrevista, dijo que la misión de la oposición liberal era llegar a un "acuerdo" con las grandes empresas y las élites políticas de Rusia. En el fondo, el acuerdo se basa en la creencia de que la oposición liberal puede servir mejor a los intereses de la minoría gobernante de Rusia que los servicios de seguridad conservadores y lxs cleptócratas de Putin. Promete garantizar mejores relaciones con Occidente, más certezas para los negocios, etc. Pero la promesa clave que sustenta este acuerdo, según Volkov, es que "el sistema de propiedad privada" y las infraestructuras existentes para la distribución de la riqueza nacional permanecerán intactos. Para lograrlo, dice Volkov, es necesario sofocar todo signo de una "rebelión rusa" descontrolada, así como cualquier participación de la izquierda en la transición política de Rusia. En otras palabras, Volkov propone un golpe de estado que reduzca la protesta popular a un simple adorno.
Por lo tanto, la estrategia liberal tiene dos vertientes: el control absoluto de las calles y la monopolización de la esfera política. Ambas son condiciones fundamentales de su éxito. Sólo monopolizando las energías políticas –y el poder político– podrán ganarse la confianza y el apoyo activo de la clase dirigente. Esta es precisamente la razón por la que Navalny y su equipo se niegan a ampliar su coalición política, incluso si esto les permitiera aumentar radicalmente la escala de sus acciones. Su control sobre el movimiento que atraviesa Rusia es precisamente lo que garantiza su relativa debilidad y su estrecha base social. Pero, aun así, lxs miles de personas que salen a la calle al llamado de Navalny quedan desprovistxs de poder. No participan en el desarrollo de las tácticas y estrategias del movimiento y mucho menos en la determinación de sus objetivos políticos y su programa.
Por mucho que la izquierda desconfíe de Navalny, es necesario que se mantenga firme en la convicción de que no es él, sino el actual gobierno, el responsable del callejón sin salida socioeconómico en el que se encuentra el país –de la pobreza, la impotencia, la desigualdad y la brutalidad policial que se hacen cada vez más insoportables. El régimen gobernante ha demostrado ser incapaz de cambiar y las crisis que ha producido, no harán más que aumentar y profundizarse con el tiempo. Un número cada vez mayor de personas se verán arrastradas a luchar abiertamente contra el gobierno. Por ello, el aislamiento ya no es una estrategia viable. Será necesario actuar. Pero esa acción debe ser no reactiva, no propiciada por las fuerzas caóticas del momento. Por el contrario, debe basarse en una estrategia clara –una estrategia de izquierda– que pueda ofrecer una salida a las clases trabajadoras y a la mayoría de la población rusa. No una que profundice la desigualdad y el estancamiento económico, o que refuerce la dictadura de unxs pocxs privilegiadxs –sea quien sea el que ocupe el asiento del poder– sino que conduzca a cambios hace mucho tiempo son necesarios en beneficio de la mayoría.
La vacilación de algunxs miembros de la izquierda rusa ante los acontecimientos que se desarrollan actualmente lxs hunde en el escapismo: "esta no es nuestra lucha". Debemos ser sincerxs sobre esta postura, esta fría aceptación de la derrota. La conciencia de clase y la política socialista no se crean a través del estudio de libros y del pasado –aunque no pueden lograrse sin ello sino a través de la lucha de clases y política en el presente. Apartarse de la lucha en esta coyuntura es desmovilizar a la clase obrera, renunciar a su subjetividad política –aunque esté revestida de un lenguaje radical o justificado por la referencia a la autoridad de lxs revolucionarixs del pasado. Aquellxs que se aparten de la lucha en el presente permanecerán para siempre en el pasado, como reliquias, divorciadxs de la lucha de clases por un abismo infranqueable de su propio diseño. La negativa a participar en la política en nombre de actividades "teóricas" o abstractamente "propagandísticas" no contribuye a preparar los cuadros de un futuro frente comunista. Es un acto banal de deserción.
La izquierda no es inmune a la rápida polarización de la sociedad que su politización, en medio de una creciente crisis nacional, conlleva inevitablemente. Hay quienes están dispuestxs a defender el orden social y político existente como el menor de los males. Su "putinismo rojo'' se basa en la premisa de que todas las grandes protestas de las últimas décadas, por más que sus consecuencias sean de gran alcance, no han producido más que reformas antisociales, estratificación, desindustrialización, arcaización cultural y reacción política para las clases trabajadoras. El miedo a que las fuerzas del imperialismo se impongan en Rusia, cuyas consecuencias pueden ser perfectamente irreversibles, paraliza a estxs "izquierdistas conservadorxs", suprime su voluntad y limita su capacidad de formar estrategias políticas independientes. Las tácticas de esta "izquierda reaccionaria" producen dos consecuencias inevitables. En primer lugar, hacen que la izquierda se enfrente con su propia base social. Cuanto menos preparadas están las masas para sostener el statu quo que las condena a una vida de pobreza, más aguda será la crisis y más agudas las contradicciones que expone, entre el conservatismo antiliberal del Estado y las aspiraciones de las masas que se expresan en las calles. En segundo lugar, el "putinismo rojo" es el rechazo del futuro, de las alternativas sociales. Esxs izquierdistas se comprometen con un orden que ya está condenado. Se convierten en rehenes del conservatismo y la inercia de la clase dominante.
Si el movimiento político actual empuja a una parte de la sociedad –y a una parte del movimiento de izquierda– a apoyar al gobierno en el poder, también empujará a otrxs hacia la oposición liberal. Esta última tiene el mismo carácter reaccionario que el "putinismo rojo". Las protestas masivas son emocionalmente apasionantes e inciertas en su promesa de cambio y orientación. La brutalidad policial, la represión política, la escandalosa desigualdad social y los demás monstruos políticos de la Rusia contemporánea hacen que la participación en el movimiento de protesta sea emocionalmente atractiva. No se puede dejar de sentir resentimiento por la forma en que los tribunales dictan veredictos de culpabilidad para la disidencia y por las justificaciones que nuestrxs millonarixs propagandistas elaboran para engañarnos. Pero las decisiones políticas no pueden ser dictadas sólo por la emoción. La participación en un movimiento implica la responsabilidad de su programa político.
Participar en el movimiento de Navalny no dará a la izquierda rusa la oportunidad de impulsar una agenda social o de formar un flanco izquierdo diferenciado dentro de sus filas. Repartir folletos en protestas no autorizadas es una estrategia para involucrar a docenas de personas, no a cientos de miles o millones. Estas estrategias no establecerán ni darán forma a la agenda, las demandas o las tácticas del movimiento. La participación de las fuerzas de izquierda en el movimiento liberal, por lo tanto, no puede poner en primer plano la propia subjetividad política de la izquierda. En el mejor de los casos, puede convencer a un pequeño número de personas para que cambien sus lealtades sin exigirles ningún compromiso fundamental.
La única manera de que la izquierda participe conscientemente en la vida política de Rusia es que formulemos nuestra propia estrategia coherente para el cambio. No se trata de un conjunto de eslóganes abstractos o de panfletos políticos, sino de un algoritmo de acción que pueda producir un cambio a favor de los intereses de la mayoría. En nuestra sociedad, cada vez más atomizada, todxs necesitamos encontrar una respuesta a la pregunta sobre qué podemos hacer para lograr este cambio.
Formular esta estrategia es imposible sin la movilización política. Debe desarrollarse en Internet, en la lucha obrera y social concreta, y en el principal terreno de la crisis política actual: la calle. La izquierda debe ofrecer a lxs millones de descontentxs su propia plataforma, su propio movimiento, su propia campaña de protesta.
Los veinte blogs de izquierda más importantes de YouTube cuentan actualmente con una audiencia de alrededor de seis millones de personas. Pero esta audiencia sigue apegada a argumentos sobre el pasado, sobre estética y teoría, y no a los debates sobre lo que está sucediendo aquí y ahora. Estoy convencido de que, en medio de la crisis política, no hay agenda más urgente que el debate colectivo sobre cuestiones de estrategia y táctica política. No puedo escribir vídeos para lxs bloguerxs de izquierda, pero estoy seguro de que en lugar de Trotsky y Brodsky, deberíamos centrarnos en las concentraciones que se desarrollan frente a nuestras ventanas y reflexionar sobre nuestro propio curso de acción. Por supuesto, es poco probable que este proceso conduzca a una posición común el día de mañana, pero nos permitiría, por una vez, disociarnos (y unirnos) en cuestiones de fondo en lugar de revivir acontecimientos ocurridos en el pasado. Mi primera propuesta concreta es, pues, iniciar este difícil diálogo en todas las plataformas disponibles. A mediano plazo, este proceso podría conducir a la aparición de un Foro de Izquierda, que a su vez podría construir una hoja de ruta para la lucha por el cambio democrático y social en Rusia.
El segundo paso que creo que debemos dar es evaluar la magnitud de nuestras fuerzas. ¿Qué pasaría si la mayoría de nosotrxs, bloguerxs, activistas y organizadorxs de izquierda, convocamos a nuestro público a salir a la calle? Tal vez para una acción autorizada, sólo para empezar. ¿Quién respondería? En un momento marcado por la rápida politización social, podríamos encontrar más participantes dispuestxs de lo que pensamos. ¿Y si incluso un pequeño porcentaje de quienes miraron las protestas de enero en sus pantallas pero no se unieron a ellas, vieran nuestro llamado y les pareciera más atractivo que el de Navalny? ¿Y si, entre las audiencias de los blogs de izquierda y los grupos comunistas en las redes sociales, el número de quienes están dispuestxs a salir a la calle fuera mayor que la amplia audiencia del noticiario liberal TV Rain? El éxito relativo de tal movilización podría representar un impulso considerable para el movimiento de izquierda. Sería nuestro llamado a las armas. En torno a ello, podríamos reunir un ejército. La cuestión de por dónde empezar es importante, pero sigue siendo una cuestión de estrategia.
Para resumir, me gustaría enumerar mis sugerencias prácticas una vez más:
Alexey Sakhnin es un activista ruso y miembro del Frente de Izquierda. Fue uno de los líderes del movimiento de protesta antigubernamental entre 2011 y 2013, y posteriormente se exilió en Suecia.