En la segunda reunión de la Internacional Comunista (Comintern) en Petrogrado en 1920, hubo un considerable debate en la “cuestión colonial” y las implicaciones más amplias del imperialismo para la política comunista. Esta reunión se llevó a cabo justo después de la devastación planetaria de la Primera Guerra Mundial, el fracaso del Levantamiento Espartaquista en Alemania y la docilidad del movimiento sindical en Europa occidental. La recién formada y cada vez más aislada Unión Soviética se enfrentó a la agresión imperialista, lo que impulsó su búsqueda de aliados en el mundo no-europeo. En este contexto, Lenin presentó su “Tesis sobre la cuestión colonial (y nacional)”, profundizando en su análisis del imperialismo buscando la participación activa del mundo colonial.
M.R. Roy, un combatiente anticolonial de la India colonial presente en la reunión como delegado del Partido Comunista Mexicano, criticó el hasta entonces abandono de las luchas anticoloniales por parte del movimiento comunista. De hecho, sugirió además que las "superganancias" adquiridas de las colonias inducían a la pasividad en las clases trabajadoras metropolitanas y enfatizó la creciente importancia de la lucha anticolonial para los movimientos revolucionarios. Las palabras de Roy resultaron proféticas al ser el siglo XX testigo de revueltas antiimperialistas sin precedentes, descentrando el marxismo de una teoría europea a una de las ideas políticas más potentes del mundo colonial.
Mientras construimos una nueva Internacional para responder a las crisis globales que enfrenta la humanidad, es pertinente aprovechar el poder central de las luchas anticolonialistas y antiimperialistas en los movimientos revolucionarios del siglo XX. Recientemente, Mike Davis acertadamente señaló la ausencia de una estrategia global por parte de los movimientos insurgentes de izquierda de Occidente, una insularidad que no puede justificarse considerando las luchas militantes anticapitalistas en el Sur Global. La actual pandemia y la catástrofe climática que se avecina nos enseñan lo íntimamente ligado que está el destino de la humanidad, haciendo de la emancipación universal una condición necesaria para mantener la vida en el planeta.
El reconocimiento del sofocante impacto del imperialismo en el Sur Global no es simplemente una cuestión de asegurar la representación. Al analizar el rol del imperialismo, somos capaces de comprender la totalidad del capitalismo global en sus efectos desiguales a través del espacio. Aún más importante, esto nos permite desarrollar una estrategia política matizada para unir a la clase trabajadora global en contra de la burguesía internacional, que se refugia en el nacionalismo, el racismo y la xenofobia para dividir a las personas. En países como el Pakistán, este nexo entre el imperialismo y las élites locales es el punto de partida de la política revolucionaria.
Los británicos reinaron el subcontinente durante casi 200 años utilizando frecuentemente aparatos coercitivos (militares y policía) para controlar poblaciones internas. Cuando Pakistán ganó su independencia en 1947, las élites postcoloniales heredaron este aparato estatal colonial militarizado y se alinearon con los EE.UU. en su estrategia de la Guerra Fría para la región. En esta alianza los aliados de los EE.UU favorecidos fueron los Generales miltares de Pakistán, quienes fueron fácilmente persuadidos a rentar la ubicación geoestratégica del país, haciendo a Pakistán un estado de primera línea de los intereses imperialistas en la región.
Los resultados de la estrategia anticomunista de los Estados Unidos fueron catastróficos para la región y el pueblo pakistaní. El ejemplo más notorio de esta alianza es la ayuda de Pakistán en la yihad patrocinada por los EE.UU. contra el gobierno comunista en el país vecino de Afganistán que resultó en la devastación para los afganos mientras producía una letal infraestructura yihadista en la región. Esta infraestructura fue luego movilizada para lanzar los atroces ataques a las torres gemelas en Nueva York en 2001, resultando en una renovada alianza entre EE.UU. y Pakistán bajo el pretexto de la “Guerra contra el Terrorismo”.
Internamente para Pakistán, el apoyo extranjero del aparato militar ha producido una lógica de gobierno militarizada en el país. Un permanente estado de emergencia da como resultado episodios regulares de dictadura militar respaldada por los Estados Unidos, censura y el uso de la violencia contra lxs disidentes, incluyendo la siniestra política de desapariciones forzadas de activistas políticos. Uno de los legados más extraños del gobierno colonial es el uso de la ley de sedición contra lxs activistas pro-democráticxs y de izquierda. Hoy el estado postcolonial sigue viendo a la población como potencialmente sediciosa y amenazante, revelando cómo la independencia formal fracasó en superar los legados del colonialismo.
La economía política militarizada y manejada por la élite de Pakistán es mantenida mediante la deuda, que es el principal mecanismo por el que el Norte Global ejerce su hegemonía sobre los países pobres. Desde el consenso de Washington en 1980, instituciones financieras internacionales han impulsado una ofensiva neoliberal agresiva, llevando a la privatización generalizada de industrias y la austeridad para el sector social. El resultado ha sido una catástrofe social, económica y ambiental absoluta.
Por ejemplo, el actual Primer Ministro Imran Khan, famosamente dijo durante su campaña que prefería morir antes que rogar por dinero al FMI. Sin embargo, el año pasado, debido a la permanente crisis financiera de Pakistán, el primer ministro dio un giro total y terminó cortejando al FMI, a pesar de saber el tipo de medidas de austeridad que le esperaban al país. En lo que algunxs llaman la “toma del poder imperialista del FMI”, la más reciente ronda de condicionalidades incluye el incremento en los impuestos sobre elementos esenciales, el recorte de fondos para los sectores de la salud, la educación y el medio ambiente, así como la devastadora devaluación de la rupia paquistaní, desplazando la carga del pago de la deuda a la gente trabajadora común.
Por si fuera poco, oficiales del FMI fueron instalados en posiciones claves del gobierno, incluyendo el Banco del Estado de Pakistán y el Ministerio de Finanzas, llevando a una mayor despriorización del gasto social. Hoy, el ejército y el servicio de la deuda consumen más de la mitad del presupuesto de Pakistán, dejando poco para los servicios sociales y gastos de desarrollo. Por ejemplo, el presupuesto para la educación superior fue reducido en un 40 por ciento este año, obligando a las universidades a imponer aumentos en las tarifas a los estudiantes durante una pandemia.
Lo que es más sorprendente, con la aparición del coronavirus, las únicas discusiones respecto al sistema de salud de Pakistán involucraron planes para la privatización de los hospitales del sector público. Los ataques al sector de la salud, acompañado de la falta de EPI (Equipos de Protección Individual), llevó a una huelga de hambre sin precedentes por parte de lxs trabajadorxs de la salud en abril de este año. Hoy, con el levantamiento del confinamiento por el Covid-19 y el aumento de los casos en todo el país, los hospitales están sobrecargados y los EPI y ventiladores requeridos desesperadamente, revelando la vulnerabilidad de la infraestructura social de Pakistán.
Además, los acreedores obligan a los estados deudores como Pakistán a crear condiciones “favorables a la inversión” para los inversores globales, lo que lleva al debilitamiento de las regulaciones laborales y ambientales, Esto último no solo alimenta la degradación ambiental sino que agrava la ya grave situación de salud pública. De acuerdo con la OMS, más del 40% de las muertes en Pakistán se deben a enfermedades transmitidas por el agua, una situación empeorada por la falta de controles de los residuos industriales. Para lxs trabajadorxs, una economía precaria y las políticas a favor de los inversores del gobierno significan poca seguridad laboral y aún menos poder de negociación, con menos del 1 por ciento de la fuerza laboral en Pakistán sindicalizada.
El Covid-19 ha exacerbado estas fallas, con la caída en la producción indumentaria y textil de Pakistán. Este sector fue responsable del 70 por ciento de las exportaciones de Pakistán, suministrando ropa a marcas populares en los Estados Unidos, el Reino Unido, China y Alemania. La actual crisis ha empujado a millones de trabajadorxs y campesinxs al desempleo, a muchxs de lxs cuales ni siquiera se les ha pagado por su trabajo desde febrero o marzo, convirtiendo la hambruna masiva en una realidad palpable. A medida que algunxs trabajadorxs están siendo llamadxs a volver al trabajo, están siendo obligadxs a firmar contratos accediendo a trabajar por un pago menor que incluso el insuficiente salario mínimo legal.
El Haqooq-e-Khalq (Movimiento de los Derechos del Pueblo) participa en la campaña de ayuda laboral para apoyar a los crecientes comités de trabajadorxs de todos los sectores, construyendo redes de ayuda mutua y construyendo formas alternativas de poder social desde abajo. Sin embargo, tales esfuerzos aquí no pueden ser sostenidos mientras las políticas extractivas de los gobiernos extranjeros y los imperativos de las finanzas globales determinen la agenda de la economía nacional. Necesitamos construir una política antiimperialista global basada en redes de solidaridad que puedan enfrentarse al poder del capital global y permitir una relativa autonomía para que los gobiernos y las comunidades planifiquen la producción y la distribución económica.
Vemos esperanza en las semillas del internacionalismo que están siendo sembradas hoy bajo las condiciones de la pandemia global, que van desde la unión de la Internacional Progresista hasta la profundización de las redes de trabajadorxs del mundo uniéndose en un momento tan crítico. El Nuevo Acuerdo Verde Global es un paso importante hacia el logro de ese objetivo y debe implicar la condonación total de la deuda imperialista, la soberanía popular en contra de la agresión extranjera y la solidaridad con lxs trabajadorxs disidentes que se enfrentan a las instituciones neocoloniales estatales.
La construcción de una nueva Internacional se está llevando a cabo 100 años después de que M.N. Roy y otrxs combatientes anticoloniales enfatizaron la centralidad de las luchas antiimperialistas para un proyecto político emancipador. Hoy, nuestro análisis debe reconocer tanto la historia de los movimientos revolucionarios del siglo XX como la creciente integración del capitalismo global. Para derrocar el capitalismo y asegurar un planeta sostenible, necesitamos construir una estrategia integrada que supere las rivalidades fabricadas entre las clases populares del Norte y el Sur Global. Solo el Internacionalismo antiimperialista puede forjar una nueva voluntad de lxs trabajadorxs contra el asfixiante y violento control del capitalismo sobre nuestras vidas, y abrir perspectivas de una humanidad común construida a partir de la lucha y solidaridad compartidas.
Nuestra tarea hoy es vincular los índices dispares de dolor, sufrimiento y revuelta en un proyecto político, transnacional común. Esta alianza necesaria es nuestro único camino para exorcizar los fantasmas de la violencia colonial y abrir un nuevo capítulo más justo en la historia humana.