Recordando los mejores días de nuestras vidas. A principios de junio de este año, decenas de mensajes en las redes sociales turcas publicaron este mensaje. Se referían a los recuerdos de un levantamiento que comenzó en el Parque Gezi y se extendió por todo el país en el verano de 2013. Sus fotos pueden haber estado llenas de gas lacrimógeno, pero el levantamiento fue recordado con un toque de alegría.
No mucho después, al otro lado del Atlántico, George Floyd pronunció sus últimas palabras, “I can’t breathe” (No puedo respirar). A medida de que las manifestaciones por las vidas negras se propagaban rápidamente a través del océano, parecía que podríamos reanudar nuestro largo camino hacia la dignidad.
La dignidad es una arteria que corre a través de nuestra historia de lucha compartida. Su violación —en sistemas de opresión, explotación y subyugación— nos convoca a exigir nuestro verdadero valor, no nuestro precio de mercado. No sorprende que la palabra vuelva a ocupar el protagonismo en esta rebelión de masas.
Y esto es porque el capitalismo como lo conocemos está en su último acto. No da cabida a la dignidad, ni a los principios democráticos que la hacen posible.
Aquí en Europa, en el continente que se autoconsidera como la cuna de este sistema democrático, la crisis del capitalismo está ya dando paso a una violación más fundamental de la dignidad humana. Por un lado, el gobierno británico promueve el darwinismo social bajo el disfraz del populismo. Por el otro, Alemania trata desesperadamente de reparar el barco averiado del estado social contra la inminente inundación.
En el creciente conflicto entre el capitalismo internacional y la causa por la dignidad humana, ¿dónde sitúa esto a la Internacional Progresista?
Como miembro de su Consejo asesor, comienzo aquí: con un recordatorio contundente de los principios que mis vecinxs europexs continúan proclamando, a la vez que lo incumplen sistemáticamente. Los muros de este continente no pueden contener la lucha por la dignidad humana, del mismo modo que no pueden contener las fuerzas del capital. Una nueva etapa de la historia espera.
Y en esta nueva fase, un significado diferente de dignidad puede surgir. La palabra dignidad evoca una imagen de dientes apretados o de un puño cerrado. A menudo se la ha asociado con el dolor o la ira: los sentimientos causados por su violación.
Pero hace siete años, en el parque Gezi y en toda Turquía, algo se rompió en nuestra comprensión de la palabra. La imagen de la dignidad se transformó de una de ira a una de alegría compartida.
Es por eso que tanta gente en Turquía se atreve a hablar de esos días como los más felices, pese a todas las vidas perdidas. Las prolongadas protestas hicieron más que resistir la opresión, nos permitieron vislumbrar una vida alegre. Demostraron que la dignidad es nuestra, incluso contra los poderes que buscan privarnos de ella.
Personalmente, creo que esta Internacional puede defender y promover esta imagen de la dignidad como alegría compartida, y convertirla en un lema mundial. Puede que sólo sean palabras. No obstante, las palabras son algo poderoso que cambia el mundo.
Ece Temelkuran es una de las novelistas y comentaristas políticas más conocidas de Turquía, y aparece en The Guardian, el New York Times, New Statesman y Der Spiegel. Su reciente novela Women Who Blow on Knots ganó el Primer Premio del Libro del Festival Internacional del Libro de Edimburgo de 2017. Recibió el Premio PEN Translate, el Premio Nuevo Embajador de Europa y la "Ciudadanía Honoraria" de la ciudad de Palermo por su trabajo a favor de las voces oprimidas.
Foto: Mstyslav Chernov, Wikimedia.