Economy

Las raíces de la crisis alimentaria en Pakistán

La solidaridad debe reemplazar a la ganancia como principio organizador del sistema alimentario y de la economía de Pakistán si se quiere evitar una hambruna masiva.
Millones de pakistaníes padecen hambre a causa del confinamiento por el Covid-19. Los primeros casos comenzaron a ser diagnosticados en Pakistán en medio de un ataque de dos años a la economía del país por parte del gobierno del Movimiento por la Justicia de Pakistán (Pakistan Tehreek-e-Insaf, PTI).

El Primer Ministro Imran Khan, cuyo mandato ya había sido responsable por la pérdida de más de un millón de puestos de trabajo en todo el país, comenzó a jugar la carta del populismo: Lxs pobres de Pakistán no pueden permitirse un confinamiento.

Alimentos baratos bajo ataque

Esta no fue la línea que siguió el gobierno cuando impuso una contracción deliberada de la economía del país inmediatamente después de tomar el poder. Además de reducir el PIB real en un 30 por ciento en un solo año y de transferir el control de las políticas fiscales al representante del FMI en Egipto, el gobierno del PTI comenzó un combate contra los alimentos económicos en el país.

Solo meses después de tomar el poder, en diciembre de 2018, el gobierno del PTI anunció un plan de cierre de 1.000 Tiendas de Suministros (Utility Stores) en todo el país. En particular, el ataque a las Tiendas de Suministros muestra por qué el Estado es incapaz de intervenir para proporcionar alimentos a lxs miembros más empobrecidos de la sociedad en medio del cierre por Covid-19. Creadas a principios de la década de 1970, las Tiendas de Suministros desempeñaron un papel crucial en el mantenimiento de los suministros de alimentos baratos para la creciente población del país durante los desplazamientos rurales masivos producidos después de la Revolución Verde. Desde el anuncio del cierre de estos establecimientos, sus empleadxs han permanecido atrapadxs en la lucha por la supervivencia. Mientras el Ministro de Planificación, Asad Umar, informaba cómo el público podía pedir envíos por internet a las Tiendas de Suministros, éstas se declararon en huelga el 24 de abril, a pesar del cierre, para seguir luchando por los salarios no abonados y por el futuro de los alimentos baratos para lxs ciudadanxs más pobres de Pakistán.

Durante el siguiente año fiscal el gobierno permitió que el precio del trigo al consumidor comenzara a subir vertiginosamente, culminando con los altos precios del trigo y el azúcar de enero. Tras meses de especulación con productos básicos esenciales, la Agencia Federal de Investigación elaboró un informe de investigación sorprendentemente franco, en el que se sostenía que funcionarios gubernamentales clave se habían beneficiado de la manipulación de los precios. Entre los nombrados se encuentran el Ministro de Seguridad Alimentaria, Khusro Bakhtiar, el jefe del Comité de Emergencia Agrícola del Primer Ministro, Jehangir Tareen, y el miembro de la alianza gobernante, Moonis Elahi. Lxs capitalistas agroindustriales mencionadxs, que controlan la elaboración y el almacenamiento de productos agrícolas en detrimento de lxs cultivadorxs de trigo y caña de azúcar, pudieron beneficiarse presionando para que se concediera un subsidio a las exportaciones de azúcar y trigo, al mismo tiempo que se beneficiaban de los altos precios internos del azúcar y trigo procesados al generar una escasez artificial de estos productos alimenticios esenciales en todo el país. El informe confirma que los precios del trigo se dispararon a pesar de que había 21 millones de toneladas métricas de trigo almacenadas.

Hambre y desnutrición antes del Covid-19

El ataque doble del gobierno del PTI a los alimentos baratos es el contexto en el que comenzó el confinamiento por Covid-19. Con el sistema de distribución pública amenazado y los precios de los alimentos esenciales fuera de control, millones de trabajadorxs desempleadxs fueron abandonadxs a su suerte. Resulta evidente que las políticas del gobierno se inclinaron hacia la ruptura del ya tenso equilibrio del sistema alimentario de Pakistán.

La ironía de que el Primer Ministro Imran Khan haya elegido hablar en su discurso inaugural sobre el problema de la desnutrición sigue estando en grave contradicción con las políticas reales del gobierno. En lugar de centrarse en las causas estructurales del empobrecimiento y de la desnutrición, Khan anunció un plan de "avicultura doméstica". De alguna manera, se suponía que la avicultura doméstica debía introducirse mientras los precios de los alimentos aumentaban al menos un 20 por ciento en un solo año. La política fallida continuó malinterpretando deliberadamente el motivo por el que millones de personas pasan hambre en todo el país.

La Encuesta Nacional de Nutrición realizada en 2018 muestra que unx de cada cinco pakistaníes enfrenta un hambre severa. El Programa Mundial de Alimentos en 2017 estimó que el 68 por ciento de las familias de Pakistán no pueden permitirse una dieta adecuada desde el punto de vista nutricional. Esto se suma al hecho de que uno de cada cinco hogares del país ha sufrido disturbios externos, como inundaciones, sequías y desplazamientos, que han afectado gravemente su consumo anual de alimentos. Alrededor de dos tercios de los hogares del país sufren de desnutrición, con una marcada diferencia en el retraso del crecimiento de lxs niñxs en las zonas rurales de alrededor del 43 por ciento, en comparación con el 34 por ciento en las zonas urbanas.

Por qué el sistema alimentario de Pakistán no funciona

Estos números tan extraordinariamente graves no son nuevos para Pakistán. El mito igualitario de la "agricultura campesina" introducido por el régimen colonial británico no correspondía a un sector rural formado por terratenientes, arrendatarixs, pequeñxs agricultorxs explotadxs y una gran masa de trabajadorxs agrícolas. Los aumentos netos en la producción de cereales en los asentamientos agrarios coloniales de los valles del Indo y de Peshawar se vieron contrarrestados por la existencia de latifundios, impuestos agrarios elevados, una sociedad rural muy desigual y mercados agrarios orientados a la exportación. Lxs productorxs de alimentos continuaron pasando hambre dentro de los exuberantes campos verdes de los asentamientos agrarios coloniales.

Estos asentamientos agrarios coloniales se convirtieron en el terreno sobre el que se construyó el sistema alimentario nacional de Pakistán. El nuevo Estado continuó con el mismo modelo de expansión agraria cuando se abrieron nuevas fronteras agrarias en Sindh, Baluchistán y el Wasaib Saraiki en la década de 1960. Muchxs siguen considerando al desarrollo de la "agricultura nacional" en las décadas de 1950 y 1960 basado este modelo, capaz de resolver la persistente escasez de alimentos en todo el país. Sin embargo, incluso la duplicación de la producción de cereales en el período posterior a la Revolución Verde contribuyó poco al bienestar de la mayoría de lxs trabajadorxs pobres rurales y (crecientemente) urbanxs del país.

Si bien lxs pequeñxs y grandes productorxs de alimentos siguieron dependiendo de los mercados agrarios durante por lo menos un siglo y medio, el período posterior a la Revolución Verde se caracterizó por un notable aumento de la dependencia del mercado respecto de una gama de insumos agrarios, entre ellos semillas, fertilizantes, maquinaria y plaguicidas. La Revolución Verde desencadenó un proceso de despoblamiento mediante los desalojos y la mecanización, que condujo a la pérdida de tierras y de la base de subsistencia de millones en todo el país. El resultado fue la creación de un gran excedente de población, produciendo una crisis resuelta por medio de la migración masiva al Golfo apoyada por el Estado y la incorporación, dentro de las crecientes poblaciones urbanas, de lxs pobres a trabajos serviles en Pakistán. Las poblaciones que ya padecían de inseguridad alimentaria quedaron aún más expuestas a ella.

El Covid-19 golpea a la clase trabajadora

La realidad es que el sistema alimentario de Pakistán no funciona y solo se ha deteriorado aún más con la crisis del coronavirus. El gran excedente de población expulsado de la vida rural encontró un refugio aparente en empleos provenientes del sector informal. Incluso antes de que se anunciara el confinamiento por Covid-19, las principales fábricas textiles comenzaron a cerrar sus instalaciones, efecto colateral del colapso del mercado europeo. Las fábricas continúan aplicando políticas antisindicales de larga data y empleando mano de obra sin contratos, lo que presagia un colapso sectorial más amplio y un desempleo masivo. El cierre de las fábricas textiles implica el cierre de todas las formas de procesamiento hasta llegar a lxs textilerxs, lxs cultivadorxs y lxs recolectorxs de algodón. Con el comienzo de los trabajos en las plantaciones de algodón en abril, debemos prepararnos para otro colapso en el cultivo del algodón, ya que lxs agricultorxs esperan una escasa demanda. Esto a su vez se traducirá en una importante disminución de la contratación de mano de obra en el campo durante la cosecha de algodón que comienza en otoño.

El proletariado urbano y lxs trabajadorxs agrícolas están unidxs en su profunda miseria debido al colapso de la cadena del algodón. La historia es la misma en todos los sectores económicos. Con el despido de muchos de los así llamados trabajadores formales, no sería descabellado sugerir que la mayor parte del 73,3 por ciento de la fuerza de trabajo informal de Pakistán se ha quedado sin una fuente de ingresos. La situación en los centros urbanos es desesperada, y la visión de la clase obrera urbana en las calles ha hecho que el miedo se apodere de los corazones de las clases profesionales acomodadas y de la élite.

Muchxs recuerdan los disturbios relacionados con la alimentación que tuvieron lugar en 2008 en todo Pakistán. El surgimiento de una situación de este tipo una vez más no es una posibilidad remota, ya que el suministro de alimentos para la clase media alta y la élite en el Pakistán continúa en gran medida ininterrumpido, mientras que lxs pobres de las zonas urbanas se mueren de hambre. Las tiendas de comestibles que abastecen a las clases media y alta han seguido abiertas, mientras que lxs vendedorxs informales de alimentos en carritos, que abastecen a lxs pobres de las zonas urbanas, no han podido operar libremente en todo el país debido a las restricciones de movilidad. También han empezado a aumentar los casos de saqueo de alimentos, ya que el Estado sigue sin desempeñar prácticamente ningún papel en el alivio de la miseria de las personas hambrientas en medio de la pandemia. Mientras que su aparato de seguridad impone el confinamiento por la fuerza, el Estado pakistaní desempeña un limitado papel en la distribución de alimentos a las poblaciones más vulnerables.

El Covid-19 golpea a lxs campesinxs

La agricultura ha sido sin duda el sector más afectado de la economía y sigue siendo el requerimiento más importante para garantizar que la población siga alimentándose y que las industrias dispongan de mano de obra para funcionar. El sector agrícola aporta una parte importante de los ingresos de más de la mitad de la población de Pakistán, una parte significativa de los insumos industriales y casi todo el suministro de alimentos del país.

Pakistán ha estado ya en medio de una crisis agraria durante más de una década, y los dos gobiernos anteriores declararon una "Emergencia Agrícola" en el país. La agricultura ha sufrido en medio de una crisis ecológica de larga data que se remonta por lo menos hasta el proceso de asentamiento agrario colonial. Esta crisis solo se ha intensificado. Lo más crucial ha sido la interrupción de cualquier forma existente de producción limitada de cultivos de subsistencia durante el último siglo y medio. La situación se ha agravado aún más en las dos últimas décadas, al aumentar los precios de los insumos agrícolas mucho más allá de los escasos incrementos de los precios de los cultivos.

Esta grave situación constituye el contexto en el que lxs productorxs agrícolas de Pakistán comenzaron el confinamiento por Covid-19. El cierre completo de los mercados de comercio agrícola, especialmente los que compran productos a lxs agricultorxs, les ha ocasionado importantes pérdidas. Con la suspensión del movimiento de mercancías, los cultivos listos para la cosecha, incluidos los de cereales, han quedado pudriéndose en los campos. Esto no solo se traduce en pérdidas inmediatas para lxs agricultorxs, sino que es probable que ya no se disponga de las tradicionales reservas de trigo de Pakistán. Más aún, una vez que termine la escasez provocada por el confinamiento, el país tendrá que prepararse para al menos otro año de escasez de granos esenciales. Se han dejado perecer en los campos hortalizas de producción más costosa, lo que, más allá de las pérdidas de lxs agricultorxs, ha dado lugar a una importante reducción de la diversidad de alimentos disponibles para las poblaciones rurales y urbanas.

Si bien cabía esperar que la escasez de alimentos en los principales mercados hiciera aumentar el precio de los productos alimenticios esenciales, se ha comprobado que la situación es la inversa. El colapso de la demanda debido al desempleo y el cierre de todo tipo de puestos de venta de alimentos ha hecho que el precio de muchos productos alimenticios toque fondo. Incluso antes del coronavirus, lxs pequeñxs agricultorxs de todo Pakistán recibían precios más bajos debido a su limitada capacidad para transportar sus productos desde la granja hasta el mercado. En condiciones de confinamiento, toda la red de comercio agrícola se encontró en el limbo. Para lxs comerciantes de alimentos que siguen operando, esto ha abierto un espacio para seguir explotando a lxs pequeñxs agricultorxs pagándoles muy por debajo del precio al que se venderán los alimentos en el mercado. Siguen apareciendo informes de empresas multinacionales que compran leche a lxs agricultorxs a un tercio del precio normal de compra, mientras continúan suministrando leche a los centros urbanos al mismo precio que antes.

Un sector con riesgo de derrumbarse es el de la avicultura comercial, que depende de la insostenible producción masiva de pollos para el mercado. Con el aumento de los casos de coronavirus y las muertes entre lxs empacadorxs de carne en todo el mundo, las condiciones de trabajo inseguras de lxs carnicerxs y empacadorxs de carne son evidentes. Además de las condiciones de trabajo inseguras, lxs trabajadorxs en estas redes de suministro están sufriendo debido a la crisis. En Pakistán, el confinamiento hizo que el precio del pollo en el mercado bajara desde más de 250 rupias por kilogramo a 90 rupias por kilogramo, a la vez que la demanda ha seguido disminuyendo. Los informes indican que los criaderos dejaron morir a los pollos y destruyeron los huevos, y que las granjas avícolas no están dispuestas a aceptar nuevos suministros. La producción industrial de carne sigue siendo particularmente vulnerable a las pandemias; en 2007 hubo que sacrificar millones de aves debido a la propagación de la gripe aviar. La producción industrial de carne en Pakistán no solo sigue sufriendo los efectos de la pandemia mundial de Covid-19, sino que también es sumamente vulnerable a nuevas pandemias.

El regreso forzoso a casa de millones de trabajadorxs desempleadxs ha creado un excedente de mano de obra en el campo por primera vez en décadas. Lxs agricultorxs que a menudo se quejan de la escasez de mano de obra durante las temporadas de cosecha se enfrentan a una temporada única en la que hay mano de obra disponible, pero resulta más difícil acceder a los mercados agrícolas. Al derrumbarse la demanda de alimentos, no les queda ningún incentivo para cosechar su cultivos. Se podría adoptar la romántica opinión de que este regreso masivo de la mano de obra urbana significa que la llamada "economía moral" de la aldea es el último refugio de lxs pobrxs, donde de alguna manera la población desposeída que regresa podría subsistir. Pero en realidad resulta improbable que el excedente de mano de obra de las aldeas pueda alimentarse si no se cosechan los cultivos alimentarios y no se venden los cultivos comerciales. Si bien existe la posibilidad teórica de que surja alguna forma de economía solidaria, como se ha visto en los informes sobre el resurgimiento a pequeña escala de las prácticas de trueque en algunas partes de la India, existen importantes obstáculos para la aparición de estas prácticas en un contexto en que los insumos y la mano de obra agrícolas se monetizan cada vez más debido a la necesidad. La realidad es que la mayoría de los hogares rurales, entre ellos los de pequeñxs y medianxs campesinxs, son compradores netos de alimentos. Esto significa que, si bien lxs cultivadorxs tienen acceso a algunos alimentos no comercializados, una serie de factores como la elección de los cultivos, el tamaño de las tierras, el monto de la deuda contraída y la existencia de cría de ganado en el hogar son fundamentales para determinar la capacidad de determinadxs agricultorxs para resistir la crisis.

Una pandemia ecológica permanente

La pandemia de coronavirus ha intensificado la "pandemia" ecológica que se había estado gestando en la agricultura de Pakistán desde mediados del siglo XX. El sistema agrícola de Pakistán no solo es vulnerable debido a su gran dependencia respecto al mercado, sino que ha sufrido debido a la creciente crisis ecológica del modo de producción agraria del país. No cabe duda de que esto tiene que ver con el modo de producción agroindustrial que ha agotado el suelo y las napas de agua en todo el país, reducido la biodiversidad, promovido los monocultivos y esparcido materiales tóxicos en el paisaje rural por medio de herbicidas, plaguicidas y fertilizantes químicos. La Revolución Verde alteró fundamentalmente la relación de lxs agricultorxs y campesinxs con la tierra y el ganado al sustituir la lógica de sustentabilidad por la de productividad. Cultivos importantes, como el de algodón, siguen sufriendo enfermedades e invasiones de plagas, cada vez más intensas desde el paso al algodón BT.

La amenaza ecológica para la agricultura se ha agravado debido a cambios externos tales como las cambiantes condiciones meteorológicas y las plagas de langostas a nivel mundial. Las lluvias fuera de temporada siguen dañando gravemente la cosecha de trigo temporada tras temporada. Una vez más, la cosecha de trigo actual se verá dañada por las fuertes lluvias fuera de temporada. Esto es sin mencionar los ciclos de inundaciones y sequías que siguen afectando a grandes zonas del país cada año. Los grandes ataques de langostas que se extendieron desde el sur del Punjab hasta Sindh el año pasado han vuelto una vez más y seguirán volviendo, ya que décadas de uso de plaguicidas han destruido poblaciones enteras de aves y animales que se alimentaban de insectos. La resistencia natural a las plagas se ha quebrantado, mientras que los plaguicidas químicos siguen teniendo una capacidad limitada para contrarrestar nuevas invasiones de plagas y enfermedades.

Un sistema alimentario al borde del colapso

El regreso de las poblaciones excedentes a las zonas rurales de Pakistán no hace sino añadir más bocas que alimentar en un sistema alimentario que ha fracasado para lxs productorxs de alimentos, por no hablar del resto de la población del país. La situación recuerda a los trabajos de Amartya Sen, que confirman que las grandes hambrunas se produjeron en tiempos de producción a gran escala debidas a las deficiencias del mercado. El Programa Mundial de Alimentos emitió recientemente advertencias apocalípticas respecto a una hambruna de "proporciones bíblicas". Las perspectivas de recuperación económica en el periodo posterior al Covid-19 son ya sombrías en un sentido global. En este contexto, la economía truncada de Pakistán se enfrenta a desafíos especialmente importantes tras los dos años de la gestión de austeridad del PTI-FMI en el país.

La recesión económica provocada por la austeridad junto con la recesión post-pandémica prevista provocarán un desempleo masivo. La capacidad de recuperación de los principales sectores industriales dependientes de las exportaciones reside en una rápida reactivación de la demanda en Europa, lo que no es probable que ocurra ya que los puestos de trabajo y los salarios disminuyen en todo el mundo a medida que se acaban los confinamientos por Covid-19. La incapacidad de recuperación de las industrias tendría un impacto severo en la agricultura, ya que tanto el sector textil como el del cuero son ámbitos cruciales para que lxs productorxs agrarixs vendan sus productos. Además, se plantea la gran pregunta de si lxs trabajadorxs, incluso aquellxs con contratos informales altamente explotadores, podrán volver a trabajar si las industrias y negocios no vuelven a abrir.

Esto, combinado con las pérdidas a corto y largo plazo sufridas tanto por lxs pequeñxs campesinxs como por lxs grandes productorxs capitalistas, está erosionando cualquier resiliencia que les pudiera proporcionar el acceso a la tierra cultivable. La dependencia respecto al mercado es un cáliz envenenado para lxs pequeñxs agricultorxs en el mejor de los tiempos. Los cierres por Covid-19 implican que los excedentes de cultivos se quedan en los campos o se venden a precios severamente recortados. El porcentaje de trigo que termina siendo cosechado en Pakistán nos dará pistas sobre si las predicciones apocalípticas de hambruna del Programa Mundial de Alimentos se cumplirán. Sin embargo, es evidente que los riesgos son graves en un sistema alimentario que ha producido hambre y desnutrición en todo el espectro rural-urbano incluso cuando se suponía que funcionaba.

¿Hay un camino para salir de esto?

Hay dos tendencias respecto a cómo salir de esta situación. Las soluciones convencionales proponen más del mismo método fallido. Estas medidas continúan sugiriendo la intensificación de los procesos que aumentan la vulnerabilidad de lxs productorxs de alimentos. Entre las propuestas figuran el aumento de la integración de los mercados para lxs agricultorxs, el fomento de la construcción de almacenes frigoríficos y el fomento de la producción de más cultivos comerciales al servicio de los intereses de la agroindustria mundial. Esas soluciones siguen reproduciendo la arrogancia por parte del sector privado, de la Organización Mundial del Comercio y de un grupo heterogéneo de lxs llamadxs 'librecambistas' que apoyan a los países del Norte Global beneficiarios de la venta a pérdidas de cereales y de excedentes de leche del Sur Global y de la importación de alimentos baratos del Sur.

Estas ideas están fuera de lugar en un momento en que muchos países del mundo están buscando "re-nacionalizar" sus sistemas alimentarios. Es evidente que Europa, cuando cerró sus fronteras a todxs durante el confinamiento por Covid-19, continuó protegiendo su agricultura mediante la importación de mano de obra agrícola de Europa del Este. Es evidente que el confinamiento por Covid-19 ha puesto de manifiesto el estado desastroso de los sistemas alimentarios agroindustriales neoliberales. Se trata de un sistema alimentario que no solo no protege los derechos sociales, económicos y políticos de quienes participan en la agricultura, sino que además no ha cumplido su tarea principal: proporcionar alimentos a la población mundial.

El colapso del sistema alimentario globalizado frente al Covid-19 ha forzado el regreso del "nacionalismo alimentario". Surgen lecciones importantes a partir de la última era del nacionalismo alimentario procedente de los movimientos anticoloniales de los años 50 y 60. La pregunta clave hoy en día, como lo fue entonces, es ¿de quién son las voces que darán forma al futuro de nuestros sistemas alimentarios? En los años 60, en el apogeo de los movimientos campesinos en un mundo antes colonizado, lxs agrónomxs del Norte anticomunista ganaron el debate gracias a los mecanismos de préstamos del Banco Mundial y a los programas diseñados por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Los nuevos países independientes que habían sido saqueados por sus colonizadores dependían demasiado de los préstamos y de los conocimientos externos como para poder trazar un camino que rompiera las cadenas de las redes neocoloniales del comercio mundial. Se pusieron en marcha las Revoluciones Verdes, que durante un tiempo parecieron compensar a lxs agricultorxs con más productos y a los estados, que luchaban por producir suficientes alimentos para sus propias poblaciones, con excedentes de alimentos. Este auge a corto plazo fue seguido rápidamente por la caída del precio internacional de los productos agrícolas primarios, que estaba y sigue estando controlado por el Norte Global. El nacionalismo alimentario murió, mientras que los déficits comerciales se llenaban con deudas internacionales y con la liberalización de las economías del Sur Global forzada por el FMI en la década de 1990.

El impacto del Covid-19 en los sistemas alimentarios ha planteado serias preguntas sobre el "nacionalismo alimentario" y, en particular, sobre la capacidad del Estado para acabar con el hambre. Como se ha señalado, la crisis actual se ha agravado por el ataque del propio gobierno pakistaní a los alimentos baratos. Además, las interrupciones en el suministro de alimentos que se desplazan del campo al mercado y del mercado al consumidxr se han producido dentro de las fronteras económicas nacionales. Los sistemas alimentarios nacionales de Pakistán siguen padeciendo el acoso de la austeridad y la especulación. Si bien el fracaso del Estado en el suministro de alimentos a quienes se encuentran dentro de sus fronteras no está destinado inevitablemente a repetirse, es evidente que la actual formación del Estado, así como el sistema alimentario nacional, son incapaces de alimentar a las poblaciones más vulnerables del país. Además, la dependencia de lxs agricultorxs y campesinxs respecto del mercado ha hecho que se desperdicien cosechas, en lugar de distribuirlas entre la población laboral excedente que ha regresado a las aldeas. Si bien es posible que todavía haya algo de comida que llegue a estxs trabajadorxs, lxs trabajadorxs urbanxs desempleadxs se han visto obligadxs a depender de la caridad y la mendicidad para llegar a fin de mes.

El regreso masivo a las zonas rurales plantea interrogantes graves acerca de la relación binaria entre el espacio urbano y el rural sobre la que se ha sustentado tradicionalmente el modo en que concebimos los sistemas alimentarios. La clase obrera ha oscilado durante mucho tiempo entre estos dos espacios para asegurar los medios de su reproducción. Cualquier camino a seguir debe estar orientado a asegurar un camino para la reproducción de lxs trabajadorxs tanto en el espacio urbano como en el rural. Aunque las viviendas urbanas no puedan llegar a un suministro autosuficiente de alimentos, lxs planificadorxs urbanxs deberían incorporar disposiciones para granjas urbanas dentro de los asentamientos de la clase obrera. El mundo rural necesita transformarse sobre la base de dos principios: la redistribución de la tierra y la ubicación. Uno no puede funcionar sin el otro si queremos construir un sistema alimentario que pueda alimentar a nuestra población, especialmente en tiempos de crisis.

Quienes trazan un camino para eliminar el hambre hoy en día se enfrentan a dos opciones: seguir las políticas fallidas de los grupos de presión a favor de la "globalización de los alimentos" o escuchar la voz del movimiento mundial por la "soberanía alimentaria" anclado en los movimientos campesinos de nuestra época. La Vía Campesina del Sur de Asia, que reúne a más de veinte importantes movimientos campesinos de la región, es una de las voces en el terreno que ha ofrecido propuestas detalladas acerca de cómo mitigar el impacto inmediato del confinamiento por Covid-19 y principios para transformar nuestro sistema alimentario para proteger a lxs campesinxs y trabajadorxs más allá de la crisis actual.

Es evidente que el camino hacia la reforma agraria debe trazarse sobre una nueva base, con algunos principios de los movimientos campesinos que fueron abandonados prematuramente en los años 70 y algunos provenientes de los movimientos campesinos de nuestra época. Debemos revivir el lema de "La tierra para el pueblo" en una época en la que cientos de millones de trabajadorxs han regresado a sus aldeas y se enfrentan al hambre masiva debido a la ausencia de tierra propia. También es hora de construir una nueva solidaridad campesina y obrera, basada en el reconocimiento de la relación compartida entre tierra, trabajo y alimentos que, tal como el confinamiento nos ha hecho recordar, es el corazón palpitante de nuestro sistema alimentario. Debemos buscar en los principios de la agroecología campesina un nuevo principio ecológico para organizar la producción agraria que pueda evitar la catástrofe ecológica en nuestros sistemas agrícolas. Por último, la solidaridad debe sustituir al beneficio económico como principio organizador de nuestros sistemas alimentarios y de nuestra economía si queremos evitar el hambre masiva.

Hashim Bin Rashid está escribiendo un doctorado sobre los movimientos campesinos en el Punjab, en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS por sus siglas en inglés) de la Universidad de Londres. Trabaja con el Comité Kissan Rabta de Pakistán.

Mohsin Abdali está realizando una investigación MPhil en Estudios Agrícolas en la Universidad de Punjab, Lahore. Es miembro fundador del Colectivo de Estudiantes Progresistas, el Heraldo Estudiantil y el Colectivo Agrario.

Available in
EnglishPortuguese (Portugal)Portuguese (Brazil)GermanFrenchSpanish
Authors
Hashim Bin Rashid and Mohsin Abdali
Translators
Nora Bendersky and Julio Monterroza
Date
26.08.2020
Source
Original article🔗
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