Una fresca mañana de abril de 2013, más de mil trabajadorxs en las afueras de la pequeña ciudad de Bad Hersfeld en el centro de Alemania, emprendieron una acción de importancia mundial. Armadxs con silbatos y chalecos reflectantes, lxs miembros del sindicato general Ver.di instalaron una línea piquete en las afueras de un centro logístico de Amazon —nomenclatura de la empresa para sus centros de procesamiento y distribución masivos— lo que marcó la primera huelga en la historia de Amazon.
Hoy en día, el "Viernes Negro" (Black Friday), la más elaborada y desconcertante de las fiestas del capitalismo tardío, vuelve a llamar la atención sobre Amazon y sus prácticas laborales. Mientras que lxs trabajadorxs estadounidenses en Alabama hacen un audaz intento para sindicalizarse, la Internacional Progresista ha lanzado una campaña global para hacer que Amazon pague —#MakeAmazonPay. Sin embargo, durante dos décadas, numerosos sindicatos y campañas en todo el mundo se han preguntado cómo frenar el poder en constante expansión de la que se ha convertido en una de las empresas de mayor valor del mundo.
En Bad Hersfeld y (eventualmente) a nivel internacional, Amazon se ha acostumbrado mucho más a las huelgas, pero el poder de la compañía no muestra signos de atenuarse. De hecho, en Alemania, a pesar de los más de 300 días perdidos en huelga, Amazon ha logrado resistir la demanda de lxs trabajadorxs de un convenio colectivo. En el Reino Unido, los intentos iniciales de organizar a lxs trabajadorxs por parte del Sindicato de Gráficos, Papel y Medios (que en última instancia se fusionó para formar Unite) fueron eficazmente truncados por Amazon en 2001 y aunque los recientes intentos del sindicato general GMB, que giran en torno al lema "lxs trabajadorxs de Amazon no son robots", han demostrado tener más poder de convocatoria, el sindicato admite que tiene un largo camino por recorrer.
"Por un corto periodo de tiempo logramos algunos cambios incrementales en los pagos. También hemos salvado puestos de trabajo de personas que pudieron haber sido tratadas injustamente", dice Mick Rix, un directivo nacional de GMB. "Así que efectivamente hemos logrado algunas leves mejoras, pero queda mucho por hacer, especialmente respecto a la reducción del número de accidentes y lesiones". Rix también señala el papel del sindicato en desafiar el "enfoque mediocre" de Amazon al Covid-19, pero el objetivo de un acuerdo de reconocimiento, una prioridad clave para permitir la negociación sobre el salario y las condiciones, sigue siendo lejano.
De hecho, parecería que en todas partes Amazon avanza sin obstáculos.
Consideremos la magnitud de esta empresa multimillonaria; su servicio de primera clase, que fue designado para ayudar en las entregas de pruebas de Covid-19; sus patentes, que son una verdadera derrota para lxs trabajadorxs; su operación de inteligencia artificial, asistida por más de 100 millones de dispositivos Alexa que escuchan en silencio dentro de los hogares; su dominio sin precedentes del mercado de la computación en la nube ¿es acaso de extrañar incluso que el nombre de la compañía haya suplantado a una selva tropical de dos millones de millas cuadradas en la imaginación popular?
Independientemente de cómo se mire, Amazon representa un desafío para todo el proyecto de la izquierda: desde quienes sólo quieren opinar sobre el salario de lxs trabajadorxs hasta a quienes les gustaría ver la inmensa infraestructura de Amazon reutilizada para servir al bien público y, de hecho, quienes quieren ver el fin de la empresa. Tanto la magnitud de Amazon como su importancia para la infraestructura de las industrias web y minoristas modernas, significan que su influencia tiene el potencial de definir una era, lo que la convierte en un problema político crucial para navegar colectivamente.
No hay muchos sindicatos que no estén preocupados por Amazon. Pero aunque su actitud hacia lxs trabajadorxs, sus medios de vida y su seguridad es notoriamente deficiente, una causa menos discutida de preocupación es que Amazon parece tan impenetrable. Independientemente de lo que los sindicatos puedan intentar, parecen resignados a organizarse principalmente desde el exterior mientras Amazon desarrolla sus propias estrategias de organización a un ritmo y a una escala mucho mayores, liderando el camino tanto en técnicas de gestión algorítmica como, ciertamente para sus conductorxs de entrega de mercancías, en prácticas de trabajo flexibles que dejan a lxs trabajadorxs sin poder y sin recursos.
No es que Amazon no esté preocupado por los sindicatos. Su utilización de propaganda abiertamente antisindical, particularmente en los EE. UU., está ampliamente documentada y recientemente Amazon se vio obligada a defender su contratación de agentes de inteligencia con el fin de rastrear "amenazas de organización sindical", una descripción inexacta de su función, según la empresa. Pero el odio de Amazon hacia los sindicatos no proviene tanto de la base de lo que cualquier sindicato en particular ha exigido hasta ahora, sino más bien de la insistencia absoluta de la empresa en el control total de sus lugares de trabajo, sus procesos de trabajo y su fuerza laboral.
Ingrese a muchas áreas de trabajo en Amazon y descubrirá el espíritu de la empresa: la oposición es bienvenida, incluso se fomenta, siempre y cuando se haga a la manera de Amazon. Esto implica acudir a los consejos de trabajo de la compañía y a lxs representantes del personal para plantear inquietudes, o para proporcionar comentarios sobre cómo se podría mejorar aún más el flujo de mercancías durante uno de los "paseos gemba" diarios de la dirección —una vuelta a la línea de producción destinada a detectar las ineficiencias, antes de limarlas con un "kaizen". Kaizen, un concepto de la teoría japonesa de la gestión que significa "mejora continua", ha sido apropiado por Amazon para referirse a cualquier actividad de ahorro de residuos. Lxs empleadxs que acumulan "kaizens" pueden ser vistxs favorablemente por lxs gerentxs o aparecer en el sitio web de la empresa.
El proceso de postulación a un trabajo en Amazon ejemplifica de manera similar una cultura de control total. Al registrarse para un empleo en Amazon en un centro de contratación de una agencia, entre el vídeo de inducción, la entrevista individual y la prueba de drogas in situ, se le entregará una tableta electrónica que contiene un cuestionario cronometrado —una especie de prueba de moralidad— que se tomará en su idioma nativo para garantizar la autenticidad de sus respuestas a las preguntas sobre las medidas apropiadas que deben tomar si se entera de que unx colega está robando, o sobre la ética de hablar con periodistas sobre su trabajo. Esforzándose por señalar que el cuestionario es el único elemento del proceso sobre el que la agencia no tiene control —los resultados se envían directamente a Amazon para su evaluación— la agencia hará hincapié en que Amazon está buscando respuestas honestas, y que optar solo por respuestas "modelo" parecerá sospechoso ("todos somos humanos, después de todo").
Frente a tal espíritu totalitario, es comprensible que muchos acudan a lxs legisladorxs para frenar los excesos de Amazon. Pero hasta ahora lxs parlamentarixs han mostrado poco interés en Amazon específicamente y aunque las investigaciones de corta duración sobre el futuro del trabajo comúnmente reconocen que hay algo inquietante en la dirección de las prácticas laborales de las empresas que dependen en gran medida de las capacidades de procesamiento de datos con tecnologías digitales cada vez más sofisticadas, lxs parlamentarixs casi siempre se centran en temas de seguridad en el empleo en lugar de las condiciones laborales.
De la misma forma, entre los sindicatos la lógica de la "preocupación por la precariedad" supone que "arreglar" prácticas laborales flexibles, temporales, atípicas o totalmente falsas en el comercio electrónico y la economía gig garantizaría que lxs trabajadorxs obtengan su “parte del pastel”, como si contar con un contrato permanente sirviera de mucho para empoderar a lxs trabajadorxs que se ven obligados a caminar 11 millas por turno o a empacar hasta 200 paquetes por hora durante 55 horas a la semana. Esto es antes de que lleguemos a la nada despreciable cuestión de los consejos locales —incluidos los administrados por los Laboristas— que frecuentemente hacen lo posible por acomodar a Amazon con carreteras de acceso financiadas con fondos públicos y con permisos de planificación en nombre de la creación de empleo, a menudo mientras paralelamente expresan vagas "preocupaciones" sobre los tipos de empleos que realmente crea Amazon.
Si dirigirse a lxs legisladorxs no inspira confianza, es razonable que la gente recurra al movimiento obrero organizado en busca de orientación. No es un secreto que en la mayor parte del mundo, incluido el Reino Unido, los sindicatos han estado al margen durante dos décadas cuando se trata de Amazon, viéndose obligados a intentar reclutar miembros desde el exterior, por ejemplo mediante anuncios en los periódicos locales. Podemos culpar a las agresivas leyes antisindicales del Reino Unido por los obstáculos que enfrentan los sindicatos, pero hay otras cuestiones en juego. La estrategia de cualquier sindicato supondrá abrirse paso entre la fuerza de trabajo ocupándose de los casos de trabajadorxs individuales, con un plan a largo plazo para forzar el reconocimiento del empleadorx, ya sea por reglamento o de forma voluntaria, pero la dependencia de Amazon de una fuerza de trabajo temporal de alta rotación —normalmente empleada a través de agencias de terceros— para complementar su personal principal, presenta barreras para asegurar algo parecido a la concentración sindical.
No es de extrañar, entonces, que las campañas mediáticas se hayan convertido en tácticas tan importantes para los sindicatos, tanto para el reclutamiento como para intentar "avergonzar" a Amazon, sobre todo teniendo en cuenta que las revelaciones periodísticas han tenido cierto éxito al menos en hacer que el público sea más consciente de cómo es la vida detrás de las paredes de la bodega. Sin embargo, una dependencia tan marcada de librar la guerra aérea contra Amazon apunta a una debilidad de la capacidad de cualquier campaña para organizar efectivamente a lxs trabajadorxs de Amazon y si bien esas tácticas pueden dar lugar a victorias parciales en cuestiones específicas, no está claro hasta qué punto pueden interpretarse como generadoras de poder para lxs trabajadorxs cuyo trabajo es vital para el funcionamiento eficaz de la empresa más poderosa del mundo.
Más bien, lo que estamos presenciando es una gran brecha entre las herramientas políticas a nuestra disposición para hacer que Amazon rinda cuentas y la forma en que su poder está realmente organizado en el lugar de trabajo. El enfoque de Amazon para la "mejora continua" consiste en eliminar las posibles fuentes de fricción dondequiera que se produzcan en la cadena de suministro, lo que significa que es probable que la empresa se vuelva aún más difícil de organizar a medida que continúa desarrollándose y creciendo. Véase, por ejemplo, la expansión masiva de Amazon Flex en los últimos años —la plataforma estilo gig de la compañía para las entregas Prime— que ha reducido masivamente la dependencia Amazon de empresas externas (y más sindicalizadas) como Royal Mail. En este contexto, sería una ilusión imaginar que el desarrollo futuro de Amazon se acercará a formas de organización que se ajusten al repertorio de organización histórico de los sindicatos.
Ya debería ser evidente que a pesar de todos los llamativos videos de fábricas sin trabajadorxs pobladas por robots veloces que circulan las redes sociales de vez en cuando, la estrategia tecnológica de Amazon en los centros de logística se parece más a la subyugación algorítmica de trabajadorxs relativamente mal pagados que a líneas de montaje llenas de costosos robots y seguirá siendo así durante algún tiempo. No es una coincidencia que Amazon prefiera basar sus operaciones logísticas en zonas que antes eran industriales con un alto nivel de desempleo, ya que los centros de distribución suelen estar situados fuera de la ciudad y cerca de las principales redes de carreteras, en lugar de los centros urbanos.
Pero el poder de Amazon sobre sus trabajadorxs no es solamente social y económico. Lo que deja a lxs trabajadorxs cansados "sintiéndose como robots" es el poder técnico de los procesos productivos de la compañía. De hecho, debería ser imposible tener una conversación sobre el trato de Amazon a sus trabajadorxs sin hablar del uso pionero de la gestión algorítmica de la compañía y su efecto en la mera posibilidad de organizarse en el área de producción.
Tomemos por ejemplo el trabajo de unx recolectorx —alguien cuya tarea es recoger artículos almacenados al azar en los estantes— basándose en las instrucciones de una terminal de datos en una radio portátil que también funciona como escáner. Los artículos se asignan uno a uno al trabajadorx en función de su última ubicación conocida, con el fin de optimizar la ruta tomada entre los artículos. El escáner puede mostrar un temporizador, que indica el tiempo que el trabajadorx debería tardar en encontrar y escanear cada artículo —generalmente alrededor de 12 segundos— y en ese punto aparece una nueva instrucción en el dispositivo para buscar otro artículo.
Contrariamente a la creencia errónea popular, las torres en las que lxs recolectorxs generalmente trabajan no deberían estar abarrotadas de trabajadorxs si funcionan sin problemas —por el contrario, el escenario óptimo para el sistema algorítmico es que lxs trabajadorxs nunca se crucen o se interpongan en el camino de lxs demás. El resultado es que trabajar para Amazon puede ser increíblemente solitario, cada trabajadorx atrapadx en una sucesión de misiones de 12 segundos en el curso de un turno largo, todxs esforzándose por cumplir los objetivos de desempeño que, según muchxs trabajadorxs, son inalcanzables o insostenibles.
En su influyente estudio sobre las máquinas de juegos de azar, Natasha Dow Schüll señaló cómo las características de diseño de las tecnologías de la información repetitivas basadas en la pantalla producen los efectos de "zona" o "flujo" familiares a lxs jugadorxs asiduxs. Lxs trabajadorxs de Amazon experimentan de forma similar una dislocación temporal y psicosocial, pero existe un desequilibrio de poder adicional producido por la asimetría informativa del sistema de gestión algorítmica. La gestión algorítmica tiene sus raíces en los principios de gestión tayloristas, que se definen por una separación fundamental entre la concepción (ideas, planificación) del trabajo y su ejecución por lxs trabajadorxs. Sus raíces se encuentran en las teorías organizativas de Frederick Winslow Taylor, un ingeniero industrial de principios del siglo XX que abogaba por convertir los conocimientos tradicionales de lxs trabajadorxs en tareas puntuales que pudieran ser descualificadas y calculadas en función del tiempo, rompiendo el poder natural de lxs trabajadorxs cualificados sobre el proceso de trabajo al poner la esfera de la organización y la planificación del trabajo en manos de lxs directivxs. Si esto suena arcaico y técnico, basta pensar en las frustraciones de lxs repartidorxs de Deliveroo que se sienten "esclavxs del algoritmo", puestos continuamente en la posición de tratar de adivinar un complejo sistema de gestión algorítmica que opera con sistemas a los que deben responder pero que no pueden controlar o influenciar.
Abordar el poder procesual (o "protocolario") que mantiene a lxs trabajadorxs de Amazon sin poder y desmoralizadxs día a día significa hacer valer algunas reivindicaciones sobre cómo se trabaja realmente en los lugares de trabajo de Amazon. La voluntad política de Amazon en esta área está bien documentada y es una realidad con la que tendremos que contar si nos tomamos en serio el hecho de que lxs trabajadorxs ya no sean "tratadxs como robots". Pero este es un terreno históricamente difícil para los sindicatos, que durante mucho tiempo han preferido considerar las cuestiones de organización y de tecnología como prerrogativa de lxs jefxs siempre que no impliquen directamente la pérdida de puestos de trabajo. La cuestión de cómo deben organizarse lxs trabajadorxs (y, por tanto, el trabajo) dentro de los lugares de trabajo plantea, por tanto, la cuestión de lo que en 1920 Carter L. Goodrich denominó la "frontera del control": la línea divisoria que atraviesa los lugares de trabajo y divide lo que el sindicato puede reivindicar de la esfera del control de la gestión, dentro de la cual las cuestiones relativas a los lugares de trabajo se consideran "asunto exclusivo del empleadorx".
En la época en que Goodrich escribía, seguía presente en el vocabulario de la izquierda la demanda por un control democrático de lxs trabajadorxs sobre los lugares de trabajo, aunque éste no fuese el objetivo preferido de los sindicatos que optaron por una relación más colaborativa con lxs empleadorxs siempre que fuera posible. A lo largo del siglo XX, los sindicatos de todo el mundo angloparlante han establecido en gran medida una gama bastante limitada de prioridades en lo que respecta a la negociación colectiva: puestos de trabajo, condiciones laborales (salario y prestaciones) y pensiones. En la década de 1970 el punto fue bien expuesto por Harry Braverman:
“La clase obrera sindicalizada, intimidada por la escala y complejidad de la producción capitalista y debilitada en sus ímpetus revolucionarios originales por las ganancias proporcionadas por el rápido aumento de la productividad, perdió cada vez más la voluntad y la ambición de arrebatar el control de la producción de las manos capitalistas y se ha dedicado cada vez más a la negociación sobre la participación de la mano de obra en el producto”.
Braverman también describió en detalle cómo la idea de una relación más colaborativa dentro de la administración condujo a una ambivalencia fundamental sobre las técnicas de descualificación, la organización del proceso de trabajo y las tecnologías utilizadas para gobernar a lxs trabajadorxs a diario. En la actualidad, cuando los sindicatos alzan sus voces sobre esto último, lo hacen casi exclusivamente con respecto a la legislación sobre salud y seguridad, más que por razones de poder o incluso de dignidad humana.
El propósito de plantear estas limitaciones no es para atacar a los sindicatos (que, además de estar legalmente neutralizados, con frecuencia carecen de recursos), ni para hacerse ilusiones de que los sindicatos puedan llegar a ser, alternativamente, vanguardias del poder de la clase trabajadora dentro de la sociedad en un futuro cercano. Pero la implicación del argumento de Aaron Benanav en su nuevo libro La automatización y el futuro del trabajo es que los sindicatos ya no pueden confiar en la idea de "compartir las ganancias" de las tecnologías en el lugar de trabajo en un contexto económico de productividad estancada. Argumenta que cualquier movimiento significativo hacia un mundo laboral diferente, debe, en cambio, poner en primer plano la necesidad de conquistar realmente la producción para lxs trabajadorxs.
No existe un terreno único que podamos elegir para luchar contra Amazon que logre desbloquear todas las demás formas en que la compañía mantiene su control sobre lxs trabajadorxs. Sin embargo, nos interesa ampliar nuestra comprensión de los métodos de Amazon para ejercer su poder, porque hacerlo puede, a su vez, ampliar nuestra comprensión de cómo podría ser el contrapoder. Si aceptamos que es inútil desear simplemente que Amazon sea otro lugar de trabajo más convencional y convenientemente organizado, entonces corresponde a la izquierda —desde los sindicatos hasta los movimientos sociales y (tenemos la esperanza) los partidos— establecer estrategias para aflojar el control de Amazon y aceptar que tendremos que ampliar nuestro repertorio organizativo en el proceso. No bastará simplemente con hacer una y otra vez lo que ya hemos hecho, como si una de las empresas más valiosas del mundo fuera a perder una batalla por desgaste.
Tarde o temprano, sin embargo, tendremos que considerar cómo se organiza el trabajo dentro de Amazon, tanto para hacer valer una reivindicación sobre el contenido del trabajo, como para hacer frente al hecho de que la organización de lxs trabajadorxs dentro de los centros de logística es un enorme obstáculo para la construcción de poder en el área de producción. Esto implica una mejor comprensión de cómo la gestión algorítmica organiza el trabajo y reorganiza las relaciones sociales y de poder, y subvertir la asimetría informativa que actualmente garantiza que lxs trabajadorxs carezcan de poder y sean desechables, incluyendo volver a familiarizarse con las tácticas latentes del movimiento laboral como la desaceleración o la interrupción deliberada del proceso laboral. Es evidente que esa tarea sería como librar una guerra de guerrillas contra un imperio. Pero Amazon no es un tipo de problema que pueda ser solucionado con facilidad.
Craig Gent es el jefe de operaciones de Novara Media.
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