En el primero de estos cuatro artículos de la Serie Resistencia Comunal, los portavoces de Pueblo a Pueblo hablan de la historia de su organización y de sus objetivos.
Ricardo Miranda: Pueblo a Pueblo es una actitud, un plan y un método que busca romper la contradicción entre el campo y la ciudad, derribando así los muros que el capital construye para mantener a sectores del pueblo separados y aislados entre sí.
La economía de mercado se centra en el consumo, pero elimina de la ecuación a la producción y la distribución. Por ese motivo, Pueblo a Pueblo se centra -y vincula- la producción, la distribución y el consumo en lo que llamamos una "economía viva". Este nuevo tipo de economía se debe desarrollar al margen de los mecanismos dominantes de consumo alienado.
En términos reales, ¿qué significa esto? El pueblo debe tener el control de la tierra, las semillas y los mecanismos de distribución, pero también del consumo. Para ello trabajamos con comunidades organizadas en barrios y zonas rurales. En el ámbito de la ciudad, por ejemplo en el barrio de San Agustín de Caracas, la gente se reúne para debatir y determinar los productos que necesita; esto les permite a los productores rurales asociados a Pueblo a Pueblo planificar su producción. De este modo, cuando la cosecha está lista, una asamblea de productores fija el precio de los productos en función de los costes de producción. Posteriormente, los productos se trasladan a los centros de recolección. El último paso son los eventos de distribución organizados, como los de San Agustín.
De este modo desaparece el intermediario, el operador capitalista que extrae valor de los campesinos y cobra de más a quienes compran frutas y verduras en el mercado. Al hacerlo, bajan los precios, y el desperdicio y la pérdida de cosechas también disminuyen.
El resultado actual es que el mercado existente no es planificado, sino todo lo contrario: lo único que impulsa la economía del capital es el beneficio, no las necesidades de la gente. Con Pueblo a Pueblo, la producción satisface las necesidades, y los productores satisfacen a los consumidores en un "círculo virtuoso" basado en la vida y no en el capital.
Para nosotros los alimentos no son una mercancía, sino un derecho humano, por lo que el plan reúne a productores y consumidores como sujetos, no como peones. En el período entre los primeros días de Pueblo a Pueblo [alrededor de 2015] y el estallido de la pandemia, tuvimos casi 300 eventos de distribución planificados. En ellos, los precios se establecieron en un proceso transparente en el que nadie se enriqueció con el trabajo de terceros.
Laura Lorenzo: Pueblo a Pueblo es un plan que une a la gente trabajadora del campo y de la ciudad para acabar con los parásitos que convierten en mercancía lo que unos producen para vivir y otros necesitan para vivir.
En términos legales, somos una fundación [Fundación Pueblo a Pueblo], pero el Plan no trata de encerrar a la gente en un formato legal, el Plan se trata de la asociación libre y consciente de comunidades organizadas que deciden romper con los dictados del mercado.
El Plan comenzó en 2015. Tuvo a Carache, en el estado andino de Trujillo, como su base de producción, mientras que la Comuna El Panal y más tarde San Agustín Convive, dos organizaciones comunitarias en Caracas, se convirtieron en sus contrapartes urbanas.
Por otra parte, desde el 2021 trabajamos con 270 escuelas para proporcionarles los productos que necesitan para cocinar comidas equilibradas para casi 100.000 niños. Esto es particularmente importante en un momento en que el bloqueo ha afectado la nutrición infantil. Pueblo a Pueblo lo hace, de nuevo, sin intermediarios y con acompañamiento in situ para diversificar y equilibrar las comidas escolares.
Salvador Salas: El capitalismo separa a la clase trabajadora del campo y de la ciudad construyendo un muro aparentemente infranqueable entre ambas. Todo el mundo entiende que, para los trabajadores, la distribución es un problema dentro del sistema capitalista. El espacio de intermediación separa a los productores de los consumidores, pero no resulta fácil superar esa separación.
Para cambiar esto, tenemos que entender cómo el capital construye esta barrera. No se trata sólo de los intermediarios que tienen los camiones, los silos y los permisos, lo cual es importante en sí mismo. También se trata de los recursos necesarios para cultivar. Para cultivar una hectárea de tomates, el productor necesita semillas y otros insumos, que cuestan miles de dólares.
Para financiar la cosecha, muchas veces el campesino se ve obligado a recurrir a un capitalista en el negocio de la distribución; esta persona le entrega los insumos, pero también establece condiciones muy desfavorables para el campesino. Mediante estos tratos, los campesinos pierden el control sobre el proceso de producción, e incluso algunos llegan a tener pérdidas al final del ciclo.
Gabriel Gil: Por eso, en Pueblo a Pueblo nos centramos en la producción campesina y el consumo popular, sin mediación -o distribución- capitalista entre ambos.
Debo añadir algo más: la producción campesina es en realidad muy eficiente. Según la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA), alrededor del 70% de todas las frutas y verduras que se consumen en el mundo son producidas por campesinos. Otras fuentes, como los informes de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación [FAO], arrojan cifras similares. Venezuela no es una excepción.
Salvador Salas: Veamos nuestra experiencia en Pueblo a Pueblo: entre 2015 y 2020 el plan distribuyó cuatro millones de kilos de productos que alimentaron a miles de personas. La mayor parte provenía de unos 140 productores asociados a cargo de unas 100 hectáreas de tierra en total.
Esto demuestra que la producción campesina -particularmente en momentos en que la crisis del capital se combina con el cerco imperialista contra Venezuela- no sólo es eficiente sino que muestra la salida. La agricultura convencional es ambiental y socialmente destructiva, anti-soberana, y la producción por hectárea tiende a ser menor que la producción campesina.
Por eso defendemos un modelo que se auto-organice, acabe con el mercado integrando a los productores con los consumidores, y proteja el medio ambiente, al campesino y al consumidor.
Gabriel Gil: La "Revolución Verde", que llegó aquí en los años 60, empezó a generar una ruptura entre el campesino y la naturaleza. Fue entonces cuando se arraigó la agricultura industrial con un modelo que contamina el suelo y el agua, y agota la tierra de sus nutrientes. Este modelo favorece al capital por encima de la vida campesina -y de la vida en general- y coloca los intereses corporativos transnacionales por encima de los nacionales y soberanos.
Así pues, además de derribar las barreras entre la clase trabajadora urbana y la rural, Pueblo a Pueblo es un plan que promueve el uso de semillas soberanas y prácticas agro-ecológicas. Algunos se preguntarán si esto es viable. Sí, lo es: mientras una hectárea de maíz genéticamente modificado y agro-industrial rendirá hasta 10 mil kilos de maíz, una hectárea orgánica y producida por campesinos puede rendir más, y el cultivo se diversifica.
Ana Dávila: Los campesinos de Pueblo a Pueblo forman parte de la Red de Productores Libres y Asociados (REPLA), y aunque Carache es el epicentro rural del plan, hay productores en varios estados, como Lara, Portuguesa, Yaracuy y Barinas. Los campesinos producen para nuestra "Red de Consumidores", que reúne a comunidades organizadas de Caracas, Miranda, La Guaira, Aragua y Carabobo.
Llevamos siete años en esto. Yo diría que nuestro logro más importante ha sido acercar al productor y al consumidor. Cuando el campesino y el habitante del barrio se miran a los ojos, cuando escuchan las historias del otro, surge la solidaridad de clase.
Otro de nuestros logros ha sido la práctica de establecer estructuras de costes al margen de los dictados del sistema. ¿Qué significa esto en realidad? Los precios que aplicamos los determinan los campesinos y no el mercado, por lo que no son vulnerables a las bajadas de precios. En cuanto a los consumidores, no están a merced de los caprichos del mercado, donde a menudo vemos que los precios suben sin motivo. Esto significa que, con Pueblo a Pueblo, los productores reciben un pago justo por su cosecha, y los consumidores pueden acceder a alimentos a precios hasta un 70% inferiores a los del mercado.
Como puede imaginarse, en un país sometido a un brutal bloqueo impuesto por Estados Unidos, todo esto es muy importante.
Gabriel Gil: Para entender Pueblo a Pueblo, es importante hablar de las cinco dimensiones agroecológicas que promovemos, que son también principios universales.
Para nosotros, la primera dimensión es acortar la distancia destructiva entre el campo y la ciudad. En otras palabras, se trata de establecer sistemas de distribución de alimentos sin intermediarios, especuladores ni actores del mercado. Ellos [los intermediarios] son capaces de secuestrar la producción, porque el paisaje capitalista está diseñado para concentrar el consumo en un extremo y la producción en el otro.
Por eso, trabajamos para generar sistemas en los que productores y consumidores intercambien sin intermediarios y al margen de las relaciones de mercado. Al hacerlo, surge una conexión solidaria, fraternal y de clase entre el productor y el consumidor. Esto incentiva al campesino a producir con más cuidado, con menor carga tóxica, mientras que el habitante de la ciudad supera la condición de consumidor alienado e incluso puede venir a Carache [epicentro de Pueblo a Pueblo] a ayudar en la cosecha.
Otro de nuestros principios es el rescate de tierras y territorios. Cuando hablamos de rescate de tierras, nos referimos a acciones que lleven a que los campesinos posean la propiedad de la tierra. Cuando hablamos de rescate de territorios, también estamos apuntando a la recuperación cultural.
¿Qué significa esto en realidad? Si un grupo de campesinos toma el control de una parcela, está bien, pero si siguen produciendo con el esquema convencional, altamente contaminante, están participando en la reproducción del modo de vida existente. Por eso Pueblo a Pueblo promueve un cambio cultural donde valores como la solidaridad, el cooperativismo y lo comunitario vuelvan al centro de la escena.
Por otra parte, está el principio de la producción de alimentos sanos. Esto significa cambiar de marcha y dejar atrás el uso de pesticidas químicos y fertilizantes inorgánicos. Algunos dirán que esto no es viable. Sin embargo, según Miguel Ángel Altieri -experto en agroecología de renombre internacional- la agricultura convencional y biotecnológica tiene rendimientos inferiores a los de la agricultura campesina. Por ejemplo, una parcela en monocultivo puede rendir 10 mil kilos de maíz por hectárea, pero una parcela campesina diversificada rendirá plátano, yuca y aguacate (por poner un ejemplo) y al mismo tiempo rendirá sistemáticamente una mayor cosecha de maíz que el monocultivo.
El conuco, la milpa, la chacra -que son nombres que reciben las parcelas de producción campesina en América Latina- son la clave de la soberanía alimentaria. ¿Por qué? Porque la intensificación de los cuidados, la diversificación, la rotación de cultivos y otras prácticas no industriales, como el uso de la tracción animal, permiten obtener altos rendimientos de los cultivos y no agotan los nutrientes del suelo.
Otro principio de Pueblo a Pueblo es la transformación de la producción campesina. Tradicionalmente, los productores Indígenas, Negros, y en general conucos, toman parte de su cosecha y la transforman en ñames, harinas y otros bienes para abastecer su despensa. Queremos ampliar este tipo de prácticas para que los productores tengan una red de seguridad incorporada, mientras que los consumidores pueden adquirir los productos transformados. De este modo, los productores y los consumidores desplazan a los alimentos ultra-procesados, perjudiciales para nuestra salud y controlados por el complejo agroindustrial mundial.
Por último, pero no por ello menos importante, está la organización. Para que las prácticas no convencionales, saludables y ajenas al mercado tengan éxito, la organización es primordial. Necesitamos promover una nueva perspectiva: la gente, tanto en la ciudad como en el campo, necesita organizarse en torno al modelo alternativo, mientras que las instituciones deben promover un cambio hacia algo que, especialmente ahora, en un país bajo asedio, es estratégico: la soberanía alimentaria.
A menudo decimos que estamos a dos pasos del hambre y a uno de la soberanía alimentaria. Si tomamos las medidas adecuadas, prosperaremos. Si no lo hacemos, la crisis puede agravarse.
Pueblo a Pueblo nació formalmente en 2015, pero los cuadros de la organización tienen una larga trayectoria de lucha por la justicia rural.
Ricardo Miranda: La historia de Pueblo a Pueblo se remonta a los años 80 y a la lucha campesina por la tierra. Fue entonces cuando una larga lucha en Los Cañizos-Palo Quemao, en el estado de Yaracuy, unió a estudiantes universitarios de la ciudad y a familias campesinas. Los campesinos habían sido desplazados de sus tierras a finales de la década de 1950, cuando miles de hectáreas pasaron a manos de los cubanos cultivadores de caña de azúcar.
Resistimos en un campamento en los alrededores de Los Cañizos haciendo frente a la brutal represión de las fuerzas militares y policiales, construyendo barricadas, organizando escaramuzas contra los militares, y después de ser gaseados con pesticidas desde un avión, lo que mató al ganado y dejó enfermos a los jóvenes y ancianos. Entonces empezamos a tomar impulso. Fue entonces cuando un periodista de Le Monde Diplomatique escribió un artículo sobre la "guerra química" contra el pueblo venezolano.
A eso siguió nuestro asalto a las embajadas de España y de México en Caracas. Finalmente, en 1991, [el presidente] Carlos Andrés Pérez tuvo que ceder y los campesinos pudieron, en principio, asentarse en sus tierras.
Estuve allí con muchos otros, y la experiencia cambió no sólo nuestra comprensión de la lucha campesina, sino que también aprendimos que la proyección en los medios de comunicación podría generar una amplia simpatía hacia las luchas rurales.
Después de 1991, como parte del Movimiento Campesino Jirajara [organización nacida en la lucha de Los Cañizos], nos dimos cuenta de que los intermediarios le estaban chupando la vida a los campesinos de Los Cañizos, y comenzamos con nuestro primer esfuerzo para acabar con ellos. En Caracas había un grupo de sacerdotes comprometidos con el pueblo, así que montamos allí varios centros de distribución de la producción campesina.
Los comienzos fueron duros, e incluso tuvimos algunas pérdidas de producción. Sin embargo, así fue como comenzamos a aprender sobre la distribución. Los Cañizos nos dio muchas herramientas; allí aprendimos sobre organización, sobre producción agraria, pero también aprendimos que no basta con tener el control de la tierra. Pensar la distribución y el consumo en términos sociales también es clave. Esta es todavía una tarea pendiente en el Proceso Bolivariano.
Pero me atrevería a decir que nuestra historia se remonta mucho más atrás, al siglo XVI, cuando Miguel de Buría y su compañero Guiomar, que habían sido capturados en Dahomey [actual Benín] y posteriormente comprados a Yaracuy, se rebelaron contra los esclavistas y crearon cumbes o territorios liberados. En esas tierras libres, los antiguos esclavizados y los Indígenas vivían en comunidad. Para Pueblo a Pueblo, volver la vista atrás a nuestro pasado comunal es muy importante.
Pero el origen de Pueblo a Pueblo también se remonta a Chávez y a la Ley de Tierras de 2001, que abrió el camino para una revolución en el campo. A principios de la década del 2000, Laura [Lorenzo], Gabriel [Gil], yo mismo y otros compañeros asumimos espacios dentro de la burocracia agrícola estatal en Yaracuy. Desde esos puestos, logramos apoyar la producción campesina: distribuimos 10 mil tractores y también promovimos el Decreto 090.
Laura Lorenzo: El Decreto 090 forma parte de nuestra historia. Se aprobó en 2004 y fue un instrumento para activar la Ley de Tierras en dos estados: Cojedes y Yaracuy. El decreto fue un instrumento jurídico pero también social que permitió que campesinos sin tierra recuperaran tierras de manera efectiva.
En resumen, el decreto hacía aplicable la Ley del Suelo. Después de una revisión jurídica y técnica de una parcela recuperada, decreto en mano, la gente se presentaba en una finca y tomaba posesión de ella. Sólo en Yaracuy, donde estábamos trabajando, se recuperaron 110 mil hectáreas y se hizo justicia a cientos, sino miles, de familias campesinas.
Ricardo Miranda: Los años en que asumimos cargos de gobierno fueron de aprendizaje y nos permitieron tener un análisis completo de la situación campesina -o, para ser más precisos, de la situación del campesino en el capitalismo. En el camino, identificamos dos cuellos de botella: está el tema de la distribución, y luego viene el tema de la educación política. Chávez fue el gran educador, pero cuando falleció, ese espacio que llenó con sus reflexiones quedó vacante.
En 2014 [Miranda, Lorenzo y Gil] dejamos todos nuestros puestos burocráticos para trabajar directamente con los campesinos, si bien seguimos cooperando con las instituciones gubernamentales. Romper ese muro entre la ciudad y el campo era nuestro principio rector, pero también era imprescindible construir un nuevo tipo de conciencia no alienada entre los campesinos y la clase trabajadora urbana.
Fue entonces cuando salimos a la ruta y empezamos a desandar el camino del Frente Guerrillero Simón Bolívar, que se rebeló contra el gobierno corrupto y contra el capital en los años sesenta. Dirigido por Argimiro Gabaldón, el frente guerrillero operó en los estados de Yaracuy, Portuguesa, Barinas, Lara y Trujillo.
Buscando un territorio donde empezar a construir un modelo justo de producción, distribución y consumo de la producción campesina, supimos que a lo largo del territorio guerrillero, el frente había organizado a los campesinos y fomentado la creación de cajas de ahorro rurales. También promovieron la creación de cooperativas y ligas campesinas. Fue entonces cuando decidimos aprovechar en sentido figurado lo que habían hecho los guerrilleros.
Siguiendo la ruta histórica de la guerrilla, llegamos a Carache, en el Páramo de Tucamán [zona montañosa], en el estado de Trujillo. En los años 60, Gabaldón había adoptado "Carache" como nombre de guerra. Cinco décadas después hicimos de Carache el epicentro del Plan Pueblo a Pueblo.
Y así, en 2015, nuestro año oficial de nacimiento, comenzamos a ensayar lo que llamamos la "doble escalera de participación" [ver parte II de esta entrevista], que une a productores y consumidores para acabar con el intermediario capitalista. Sin embargo, nuestra historia está entrelazada con las luchas de todos los campesinos oprimidos por el modelo agrícola devorador de tierras que promueve el capitalismo.