La situación en Haití —que ahora verá una intervención extranjera sin precedentes destinada a sofocar el caos que se ha apoderado del país en los últimos dos años— es un lío horrible, sangriento y sin soluciones satisfactorias inmediatas. Pero podemos decir dos cosas con seguridad.
La primera es que, aunque la actual agitación en Haití se presenta en gran medida como una desgracia más que azota a una nación aparentemente maldita, para llegar a este punto, Washington y sus socios han tenido que tomar una serie de decisiones a las que no se ha dado demasiada publicidad. La segunda es que toda la saga es una ilustración perfecta de cómo, decisiones poco conocidas de la política exterior estadounidense, se apilan unas sobre otras hasta que la intervención militar parece la única opción posible.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó lo que calificó de "primera decisión histórica" de enviar una fuerza de seguridad internacional dirigida por Kenia a Haití, sumido en el caos desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse en julio de 2021 y que ahora se tambalea bajo una cruel combinación de aumento del cólera, inflación disparada, escasez extrema y violencia a manos de bandas que, al parecer, controlan la mitad del país y la mayor parte de la capital.
Las fuerzas militares se envían a petición del primer ministro en funciones del país, Ariel Henry, que había solicitado ayuda internacional el pasado mes de octubre, y la situación es tan mala que, al parecer, ha llevado a algunxs haitianxs comunes —muchxs de los cuales el pasado mes de noviembre se habían opuesto de forma vehemente a la intervención extranjera— a respaldar la idea a regañadientes, como la mejor esperanza para que las cosas vuelvan a estar bajo algún tipo de control.
Aunque no es que todo el mundo en Haití esté pidiendo una intervención extranjera, es comprensible que cada vez sean más lxs que lo hacen, dado el caos que reina actualmente allí, con secuestros desenfrenados, cierre generalizado de escuelas por la violencia y una tasa de inflación anual del 30 por ciento. Pero, como de costumbre, al leer sobre cualquier giro que tomen los trágicos acontecimientos en Haití, lo que no oirás son todos los diferentes caminos que se podrían haber tomado para evitar que nada de esto sucediera en primer lugar.
Empecemos por el acontecimiento que precipitó toda esta locura: el asesinato de Moïse. Al menos siete de los ex soldados colombianos acusados de estar implicados en su asesinato, o aproximadamente una cuarta parte del escuadrón asesino, recibieron entrenamiento militar estadounidense como parte del apoyo que Washington presta desde hace tiempo a las fuerzas de seguridad latinoamericanas, a menudo represivas. Esto distingue el desorden en Haití como uno de al menos una docena de casos en los últimos años en los que soldados entrenados por los Estados Unidos han acabado derrocando violentamente a un gobierno en algún lugar del Sur Global, normalmente en África Occidental.
Pero el papel de los Estados Unidos en el asesinato podría ser aún más profundo. Según dos informes separados del New York Times (ambos con la información enterrada párrafos y párrafos más abajo), a los conspiradores se les dijo que el complot para asesinar a Moïse era una "operación de la CIA" y que "contaba con el pleno apoyo de los Estados Unidos" que estaba nervioso por los supuestos vínculos del difunto presidente con varios malhechores. Estas afirmaciones no están en absoluto confirmadas, por lo que debemos ser prudentes a la hora de sacar conclusiones precipitadas, pero sugieren que, como mínimo, el gobierno de los Estados Unidos es responsable indirecto del acontecimiento central desencadenante que condujo a la situación actual y, en el peor de los casos, si salen a la luz más pruebas, que fue directamente responsable del mismo.
Una vez muerto Moïse, el gobierno estadounidense y la "comunidad internacional" que lidera apoyaron firmemente al primer ministro en funciones Ariel Henry, que sólo ocupa el cargo porque fue elegido por los Estados Unidos y sus aliados europeos, no por los propios haitianos.
Desde entonces, ha pospuesto unas elecciones que sabía que perdería, ha ejercido la represión y, en general, se ha aferrado al poder sin mandato constitucional, legitimidad popular ni un parlamento en pleno, cuyos últimos cargos electos han expirado este año. Incluso han aparecido pruebas de que el propio Henry estuvo implicado en el asesinato de Moïse. Aunque Henry ha solicitado ostensiblemente la intervención extranjera para hacer frente a las bandas, sus peticiones también fueron provocadas por una oleada de descontento popular contra su anuncio de septiembre de 2022 de que el gobierno dejaría de subvencionar el combustible.
Al mismo tiempo, Washington y sus socios han hecho caso omiso de las propuestas alternativas lideradas por los haitianos para resolver la crisis política, lo que ha acabado permitiendo a Henry permanecer en el poder y ha prolongado el estado de anarquía de Haití, lo que a su vez ha dado a las bandas más tiempo y condiciones ideales para establecer su control sobre el país.Lo más destacado es que más de 650 organizaciones y personalidades haitianas —incluidos sus principales partidos políticos, sindicatos, grupos de derechos humanos y activistas, iglesias e incluso empresas— respaldaron el Acuerdo de Montana de agosto de 2021, que establecía el calendario y la estructura para una transición democrática de dos años; una salida, en otras palabras, del estancamiento actual.
El gobierno estadounidense simplemente lo ha ignorado, optando por ofrecer un apoyo incondicional al odiado Henry. En palabras nada menos que del Consejo de Relaciones Exteriores: "La falta de un apoyo sólido al plan haitiano más creíble de todos aquellos sobre la mesa promueve la idea del apoyo de los actores extranjeros a un futuro gobierno interino sólo con Ariel Henry a la cabeza, en lugar de uno dirigido por la sociedad civil a través de su plan de transición". De hecho, Washington y la ONU han respaldado un acuerdo alternativo, propuesto por el gobierno el pasado diciembre, que la mayoría de los principales partidos del país no firmaron, y que ha sido criticado por limitarse a apuntalar al primer ministro.
Varias de las crisis que componen la tormenta perfecta de Haití se han visto exacerbadas, o han sido causadas directamente, por las decisiones políticas de los Estados Unidos en el pasado. Por ejemplo, la grave escasez de combustible en Haití. Durante años, Haití fue uno de los países pobres del Caribe que se beneficiaron del programa Petrocaribe de Venezuela, creado bajo el mandato del difunto presidente Hugo Chávez, que les permitía comprar petróleo barato mediante un plan de pagos a veinticinco años con un interés extremadamente bajo. El colapso de los precios del petróleo en la primera mitad de la década de 2010, que hizo mella en la economía venezolana, socavó el programa, y luego fue eliminado por completo por las sanciones de la administración de Donald Trump, todo lo cual alimentó la decisión de Henry el año pasado de aumentar los precios del combustible, junto con la incapacidad del gobierno para superar el bloqueo de las bandas a las fuentes de combustible.
Las huellas extranjeras son especialmente visibles cuando se trata del actual brote de cólera. El cólera fue introducido por primera vez en Haití en 2010 por las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU enviadas al país como parte de una intervención militar extranjera anterior. Ese legado, junto con las agresiones sexuales desenfrenadas cometidas por las fuerzas de la ONU, es una de las razones por las que muchos haitianos, incluso ahora, se oponen ferozmente a más injerencias militares extranjeras. Temen, de forma muy creíble, que una intervención extranjera no mejore las cosas, sino exactamente lo contrario.
Como señala Amnistía Internacional, las fuerzas keniatas no tienen precisamente un buen historial de defensa de los derechos humanos, pues han sido acusadas de uso excesivo de la fuerza, detenciones arbitrarias y asesinato de manifestantes y niños, entre otras cosas. El hecho de que no hablen el idioma local de Haití hace que la confusión y los malentendidos sean aún más probables, lo que aumenta el riesgo de que las fuerzas no sepan distinguir entre los miembros de las bandas y los civiles comunes.
Esta es una de las preocupaciones enumeradas por el ex embajador estadounidense en Haití Daniel Foote —que dimitió en protesta por la administración Biden el 21 de septiembre—, junto con la posibilidad de que la fuerza militar internacional acabe siendo vista como invasores extranjeros que afianzan el gobierno de Henry, lo que podría espolear la violencia contra las tropas autorizadas por la ONU. Foote sostiene que, al igual que las intervenciones anteriores en Haití, en el mejor de los casos la actual estabilizará la situación a corto plazo, mientras que conducirá a circunstancias mucho peores a largo plazo. Los grupos haitiano-americanos han pedido a Joe Biden que retire su apoyo a Henry para obligarle a negociar seriamente con la oposición política.
Puede que los peores temores de Foote y otros detractores no acaben haciéndose realidad y se rompa el patrón. Pero pase lo que pase, hay que tener en cuenta que lo que estamos viendo ahora en Haití estaba lejos de ser inevitable, y que el camino hasta el lugar donde la intervención extranjera parece la única solución viable está pavimentado con innumerables decisiones de las que probablemente gran parte del público nunca se enteró —que es exactamente el punto.
Branko Marcetic es redactor de Jacobin y autor de "Yesterday's Man: The Case Against Joe Biden". Vive en Chicago, Illinois.
Foto: Jacobin/(Richard Pierrin / AFP via Getty Images)