La gobernanza mundial en el siglo XXI se define por dos tendencias opuestas. El número de cumbres, foros, convenciones y conferencias internacionales se ha multiplicado. Pero su significado ha disminuido en igual medida. En el mejor de los casos, sirven de fachada para las tibias promesas del Norte. En el peor, proporcionan un pretexto para dictar normas a sus vecinos del Sur. Ha desaparecido el debate serio entre potencias soberanas sobre los términos y condiciones de la cooperación Sur-Norte.
Hace cuarenta años, la Comisión Brandt trazó la línea de división socioeconómica que separaba a las naciones del Sur en desarrollo de los antiguos imperios del Norte. En las décadas siguientes, los gestores del sistema multilateral aclamaron un "milagro" de desarrollo, prometiendo pasar de miles de millones a billones en financiación desbloqueada. Pero mientras este sueño de desarrollo global se ha desvanecido, la Línea Brandt perdura hasta nuestros días: una jerarquía de naciones inscrita en el orden económico internacional.
La división Sur-Norte está diseñada. Los tratados de inversión defienden las pretensiones de ganancias del Norte frente a las vías de desarrollo sostenible del Sur. Los acuerdos comerciales protegen la propiedad intelectual del Norte frente a la salud y el hábitat del Sur. Los paquetes de rescate pagan a los acreedores del Norte mientras mantienen a las economías del Sur atrapadas en la deuda. La Línea Brandt se escribió con intención, y se ha cultivado con esmero desde entonces.
Las normas que definen este orden internacional no se aplican por igual. La contravención por parte del Sur conlleva una rápida sanción, en la oscuridad de los tribunales de arbitraje o en la luz cegadora de las medidas coercitivas unilaterales. Mientras tanto, el Norte simplemente aduce la "seguridad nacional" para librarse de las propias normas que ha escrito. Puede que el neoliberalismo esté "muerto" al Norte de la Línea Brandt, pero su zombi sigue persiguiendo al Sur.
El diálogo entre el Sur y el Norte no sólo es necesario para corregir estas desigualdades duraderas. En un planeta que se calienta rápidamente, es indispensable para la supervivencia humana. La catástrofe climática ya ha llegado a muchos rincones del Sur. Sin embargo, estos lugares sólo ofrecen una imagen del futuro a los países del Norte, que minimizan la crisis para negar su responsabilidad en ella. La dominación eterna es un engaño. La cooperación es la única salida a la extinción.
Enfrentadas a una crisis de proporciones existenciales, las potencias del Norte se hunden aún más en su cinismo. Ofrecen financiación "concesional" y programas de "solidaridad" que apenas se acercan a un acuerdo ajustado con sus vecinos del Sur. Un verdadero diálogo entre el Sur y el Norte debe invertir los términos de hace medio siglo: dirigido desde el Sur, dictando términos de cooperación a sus vecinos del Norte.
El poder del Sur es un requisito previo para tal inversión de los términos. Los antiguos órganos de unidad del Sur se han atrofiado. Hoy sirven más como mecanismos de consenso diplomático que como motores de la acción colectiva. No obstante la fórmula del poder del Sur sigue estando a mano: la convergencia de intereses en el proyecto inacabado de descolonización económica, la combinación del poder de los recursos que domina el Sur.
Ya hemos estado aquí antes. Hace cincuenta años, el Sur consagró una visión de un Nuevo Orden Económico Internacional, e hizo valer el poder del Sur para atraer a los socios del Norte a negociarlo. Las lecciones de esta historia reciente aún no se han aplicado. Pero prometen ayudar a los herederos del legado del NOEI a garantizar un desarrollo soberano para el siglo venidero.
Convocamos el diálogo con ese espíritu —de deliberación seria, sin sonrisas falsas; de negociación comprometida, sin promesas vacías; de imaginación programática, sin falsas soluciones—, llamando a los aliados tanto del Sur como del Norte a contribuir a trazar un rumbo hacia un Nuevo Orden Económico Internacional adecuado para el siglo XXI.