Environment

Julian Aguon: No hay país para las mariposas “de ocho manchas”

La militarización de Guam está amenazando su ecosistema e importantes lugares culturales e históricos.
Si tan solo las superpotencias se preocuparan por lo minúsculo de la tierra —como los bosques y el agua dulce. Si tan solo tuvieran curiosidad por "el susurro y el escabullirse de las pequeñas vidas", como dijo Arundhati Roy. Si tan solo se conmovieran por la belleza.
Si tan solo las superpotencias se preocuparan por lo minúsculo de la tierra —como los bosques y el agua dulce. Si tan solo tuvieran curiosidad por "el susurro y el escabullirse de las pequeñas vidas", como dijo Arundhati Roy. Si tan solo se conmovieran por la belleza.

En Guam, hasta lxs muertxs están muriendo.

Mientras escribo esto, el Departamento de Defensa de EE.UU. está acelerando la militarización de mi país como parte de su plan de $8 mil millones para reubicar a unxs 5.000 marines de Okinawa a Guam. De hecho, ya ha comenzado la construcción de un enorme complejo de campo de tiro a lo largo de la hermosa costa norte de la isla. El complejo, que consta de cinco campos de entrenamiento con fuego vivo e instalaciones de apoyo, se está construyendo peligrosamente cerca de la principal fuente de agua potable de la isla, el Acuífero Lens del Norte de Guam. Además, el complejo está situado sobre varios lugares de importancia histórica y cultural, incluidas las ruinas de antiguas aldeas de varios miles de años de antigüedad, donde están enterrados los restos de nuestrxs antepasadxs.

Figura ES-4, Alternativas del Complejo de Entrenamiento con Fuego Vivo del SEIS, extraído de la Declaración Final de Impacto Ambiental Suplementario del Departamento de la Marina, Reubicación Militar en Guam y  la Mancomunidad de las Islas Marianas del Norte (Ajustes a la Guía 2012) (Julio 2015).

En la foto de arriba se ve un conjunto de latte (los pilares de piedra de las antiguas casas de la población indígena chamorro) situado en el Refugio Nacional de Vida Silvestre de Guam, Unidad Ritidiana, que con frecuencia será inaccesible para la comunidad al encontrarse dentro de la Zona de Peligro de Superficie del complejo de entrenamiento con fuego vivo del ejército estadounidense.

La construcción de estos campos de tiro implica la destrucción de más de 1000 hectáreas de bosque nativo de piedra caliza. Estos bosques son de una belleza increíble, tardaron milenios en evolucionar y hoy funcionan como hábitat esencial para varias especies endémicas en peligro de extinción incluyendo un murciélago frugívoro, un rascón inepto y tres especies de caracoles arbóreos, sin olvidar un vencejo, un estornino y un geco de dedos delgados. El más grande de los cinco campos de tiro, un campo de tiro multipropósito con ametralladoras de 59 hectáreas, se construirá a sólo 100 pies del último árbol reproductor håyun lågu que queda en el mundo.

Si tan solo las superpotencias se preocuparan por lo minúsculo de la tierra —como los bosques y el agua dulce. Si tan solo tuvieran curiosidad por "el susurro y el escabullirse de las pequeñas vidas", como dijo Arundhati Roy. Si tan solo se conmovieran por la belleza.

Si tan solo.

Pero la militarización de Guam es la prueba de que no están tan conmovidos. De hecho, la expansión militar que se está llevando a cabo actualmente va en contra de las objeciones de miles de residentes de la isla. Muchxs de estxs manifestantes, entre los que me incluyo, son chamorros indígenas cuyos antepasadxs sufrieron cinco siglos de colonización y que ven esta última oleada de acciones unilaterales de los EE.UU. simplemente como el último paso de una larga y constante campaña de despojo.

Cuando la Marina de los EE.UU. publicó por primera vez su proyecto, altamente técnico, de declaración de impacto ambiental (de 11.000 páginas) en noviembre de 2009, el pueblo de Guam, que se opone firmemente a los planes militares, presentó más de 10.000 críticas en las que se exponían nuestras preocupaciones. Produjimos materiales educativos simplificados sobre los impactos adversos previstos de esos planes y proporcionamos capacitación comunitaria al respecto. Llevamos a cientos de personas a recorrer las selvas específicamente destinadas a la destrucción. Llevamos a otrxs a nadar en el puerto donde lxs militares propusieron dragar unas 40 hectáreas de arrecifes de coral para el atraque de un portaaviones de propulsión nuclear. Testificamos en las calles y en las oficinas de lxs funcionarixs electxs tantas veces y de tantas maneras. Incluso presentamos una demanda en virtud de la Ley de Política Ambiental Nacional, obligando a la Marina a realizar más evaluaciones de impacto ambiental, retrasando así la construcción unos cuantos años.

Pero sólo conseguimos retrasarla y las excavadoras han vuelto a la carga con fuerza.

Se ha adjudicado un contrato de $78 millones para el complejo de entrenamiento con fuego vivo a Black Construction, que ya ha comenzado a despejar 89 hectáreas de bosque de caliza primario y 110 hectáreas de bosque de caliza secundario. Es amargamente irónico que tantas de estas máquinas llevan el nombre de Caterpillar (oruga) cuando lo que están destruyendo es el precioso y singular hábitat de esa hermosa criatura. Por supuesto, estos bosques albergan las plantas huésped de la mariposa “de ocho manchas” endémica de Mariana. Pero tal vez un país que rutinariamente prefiere el poder sobre la fuerza, y vivir sobre dejar vivir, no es un país para mariposas “de ocho manchas”.

Aunque esta oleada de militarización debería provocar toda nuestra indignación, la indignación no es suficiente para construir un puente a ningún lugar. Sirve su propósito, pero tenemos que ser mucho más serixs en la articulación de alternativas si esperamos resistir las fuerzas del capitalismo global depredador y, en última instancia, sustituir su filosofía de extracción por una nuestra. En el caso de mi pueblo, una filosofía de reciprocidad.

No hay ningún lugar donde esa filosofía está más viva que en esos bosques, porque es allí donde nuestros yo'åmte, o curanderas, están perpetuando nuestra cultura, en particular nuestras prácticas tradicionales de curación. Es allí, en el suelo del bosque y en las grietas de la roca caliza, donde muchas de las plantas necesarias para hacer nuestra medicina crecen. Es allí donde nuestras curanderas recogen las plantas que sus madres, y las madres de sus madres, recogieron antes que ellas.

En la foto de arriba aparece la tía Frances Meno, una yo'åmte (curandera chamorro indígena), enseñando a Ursula Herrera, una aprendiz, sobre las propiedades curativas de ciertas plantas que sólo se encuentran en las selvas del norte de Guam, incluyendo el Litekyan, que con frecuencia será inaccesible cuando se utilicen los campos de tiro del ejército de los Estados Unidos.

Estas plantas, combinadas con otras cosechadas en otras partes de la isla, se utilizan para tratar desde la ansiedad hasta la artritis. Como alguien que sufre de ataques regulares de bronquitis, puedo atestiguar que la medicina que la tía Frances Arriola Cabrera Meno hace para tratar los problemas respiratorios ha demostrado ser más efectiva, en mi caso, que cualquier medicina del mundo moderno. Sin embargo, la tía Frances, como tantas otras yo'åmte que conozco, no se atribuye el mérito de la cura. Como ella misma cuenta, hacerlo sería una arrogancia, ya que en el proceso de curación intervienen tantxs otrxs: las propias plantas, con las que conversa en un lenguaje secreto; su madre, que le enseñó a identificar qué plantas tienen qué propiedades y también cómo y cuándo recogerlas; y lxs antepasadxs, que le dan permiso para entrar en la selva y que, en ocasiones, la favorecen, permitiéndole encontrar todo lo que necesita y más.

Es más, me dice que yo también soy parte de ese proceso —que la gente como yo, que busca sus servicios, le da un sentido a su vida. Que no sabría qué hacer con ella misma si no estuviera haciendo medicina. Que la vida de curandera siempre fue la suya, porque nació bajo una luna nueva y por tanto tenía manos para la curación.

Pero estas cosas se pierden inevitablemente en la traducción. Y ningún ejército en la tierra es lo suficientemente sensible para percibir algo tan suave como el susurro de otra cosmovisión.

El mes pasado recibí una invitación para formar parte del Consejo Asesor inaugural de Internacional Progresista, una nueva y emocionante iniciativa mundial para movilizar a las personas de todo el mundo en torno a una visión compartida de la justicia social.

Por supuesto dije que sí. Estoy dispuesto a construir un movimiento de justicia mundial que se base, al menos en parte, en las contribuciones intelectuales de los pueblos indígenas. Pueblos que tienen una capacidad única para resistir la desesperación a través de la conexión con la memoria colectiva y que podrían ser nuestra mayor esperanza para construir un mundo nuevo arraigado en la reciprocidad y el respeto mutuo, para la tierra y para cada unx de nosotrxs. El mundo que necesitamos. El mundo de nuestros sueños.

El mismo mundo que, en un tranquilo día de septiembre, se inclinó y respiró en el oído de Arundhati Roy.

Ese mundo aún se encuentra en camino.

Julian Aguon es un abogado especializado en derechos humanos y fundador de Blue Ocean Law, un bufete progresista que trabaja en toda Oceanía en la intersección entre los derechos indígenas y la justicia ambiental.

Foto: Anthony Tamayo Jr., University of Guam Press

Available in
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Author
Julian Aguon
Translators
Tim Swillens and Francisco Dominguez
Date
12.06.2020
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