Con buques de guerra estadounidenses desplegados cerca de las costas de Venezuela y un nuevo bloque regional de derecha formándose bajo la tutela de la Casa Blanca, el hemisferio occidental ingresa en una fase volátil. Sin embargo, el enfrentamiento actual se desarrolla en un mundo muy distinto del que permitió que EE. UU. impusiera políticas regionales con escasa resistencia en el pasado. El ascenso de China, el regreso de gobiernos progresistas en países clave y proyectos como la Revolución Bolivariana desafiaron el poder estadounidense. En este panorama cambiante, pocos analistas han sido tan persistentes y lúcidos como el pensador marxista argentino Atilio Borón.
Aquí, Borón ofrece una lectura amplia y necesaria de la intensificación actual del conflicto: por qué Venezuela continúa siendo un objetivo estratégico, cómo la Casa Blanca quiere reorganizar el continente y qué enseñanzas es posible extraer del legado político y pedagógico de Hugo Chávez. El análisis de Borón abarca tanto los peligros del momento actual como las fortalezas que podrían prevenir un ataque militar más amplio del imperio.
¿Cómo interpretas la situación actual del continente y, en específico, el reciente aumento de la presencia militar y los ataques en el Caribe por parte de la Casa Blanca?
Por mucho tiempo, América Latina ha sido descrita como un continente en disputa; hoy en día, esa disputa es más intensa que nunca. La región se ha convertido en el campo de batalla más importante de una competencia global, en la cual Estados Unidos intenta reafirmar su control para oponerse a nuevos participantes que están ganando terreno.
Durante décadas, la Casa Blanca necesitó en gran medida del poder blando para controlar el hemisferio. Sin embargo, lo que estamos presenciando ahora es una demostración explícita de fuerza bruta militar. Incluso me atrevo a decir que, a pesar de que es necesario estudiar la situación más a fondo, este es el mayor despliegue militar imperialista, tanto aéreo como naval, en nuestra región desde la crisis de los misiles en octubre de 1962.
¿Por qué? Porque el sistema mundial atraviesa una transformación drástica. El panorama global de hace quince años no tiene retorno. El surgimiento de nuevos participantes con un peso decisivo ha alterado la geopolítica de manera sustancial. Tomemos como ejemplo a China: a finales del siglo XX, incluso a principios de este siglo, los estrategas estadounidenses apenas la tomaban en serio. Recuerdo asistir a un seminario internacional importante en Buenos Aires a finales de los 80 en donde los economistas estadounidenses estimaron que China empezaría a ser importante recién alrededor del 2030. La historia ha demostrado que estaban completamente equivocados.
Analicemos las cifras. En el año 2000, el comercio total entre América Latina y el Caribe y China era de unos $12 mil millones anuales. Para 2005 —año en que el Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA), impulsado por Estados Unidos, fue derrotado en la ciudad de Mar del Plata— esa cifra ya había ascendido a $50 mil millones. Para 2024, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), había alcanzado alrededor de $538 mil millones. Esto por sí solo explica por qué la política exterior estadounidense actual puede resumirse en cuatro palabras: mantener a China fuera.
No obstante, el problema para Washington es que mantener a China fuera ya no es posible. China ya es el principal socio comercial de Brasil, Chile y probablemente también de Colombia, y el segundo más importante de México y Argentina. Además, a nivel mundial, China sostiene importantes vínculos económicos —a través del comercio, las inversiones o ambos— con más de 140 países. China llegó para quedarse.
La presencia de India también ha crecido en la región, aunque con un perfil más bajo, mientras que Rusia participa en proyectos de infraestructura y defensa de varios países. Todo esto sucede en una región extraordinariamente rica en recursos naturales que Estados Unidos necesita de forma desesperada.
Veamos el caso de los minerales de tierras raras. China tiene aproximadamente el 80 por ciento de los yacimientos globales conocidos y controla alrededor del 90 por ciento de la capacidad de procesamiento mundial. Algunos países latinoamericanos tienen reservas más pequeñas, y Washington quiere asegurarse a toda costa el acceso a ellas en Chile, Argentina, Brasil e incluso Venezuela.
¿Cómo afecta este nuevo equilibrio de poder global a la estrategia de Washington en América Latina y el Caribe hoy?
Para empezar, es importante entender la nueva situación en la región. A diferencia de principios del 2000, cuando los gobiernos progresistas enfrentaron al orden imperialista de forma explícita y en un bloque relativamente unificado, el panorama actual es más heterogéneo. Si bien el movimiento conservador tuvo un resurgimiento, el statu quo nunca volvió a ser lo que era, y han surgido nuevas dinámicas progresistas.
Ahora, México pone límites cautelosos pero significativos a la presión estadounidense. Por primera vez en 200 años, Colombia tiene un gobierno popular con Gustavo Petro. Xiomara Castro gobierna Honduras, y la próxima candidata de su partido, Rixi Moncada, lidera las encuestas. Venezuela continúa resistiendo de formas que pocos esperaban, a pesar del enorme peso de las medidas coercitivas unilaterales, mientras que Cuba sigue siendo un referente para la región.
Washington intenta conformar una nueva alianza anti-Venezuela, anti-Cuba y anti-Nicaragua de forma desesperada. Se apoya con fuerza en figuras como Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador y Daniel Noboa, vinculado al narcotráfico, en Ecuador.
Este es el detrás de escena de lo que algunos consideran una especie de “mini-ALCA”: un acuerdo de libre comercio provisional entre Argentina, Ecuador, El Salvador, Guatemala y, por supuesto, Estados Unidos. Pero, en realidad, es más que un acuerdo comercial. Es una imposición. De las diecinueve cláusulas restrictivas, dieciséis son exigencias de Estados Unidos. Consideremos lo absurdo que es permitir la exportación de ganado vivo desde Estados Unidos hacia Argentina, país cuya identidad misma está basada en la industria ganadera.
Pero más allá de este intento desesperado de abrir mercados por la fuerza, el verdadero objetivo de Washington es claro: el litio, los minerales de tierras raras y los hidrocarburos. Todo lo demás es secundario.
¿Por qué Venezuela sigue siendo un objetivo primordial para Washington, y cuál es la explicación de la nueva escalada militar de Estados Unidos?
Venezuela siempre ha sido considerada una alerta de seguridad prioritaria para Estados Unidos. Históricamente, las corporaciones petroleras estadounidenses tenían un papel fundamental en la explotación de los yacimientos petrolíferos de Venezuela. Sin embargo, eso cambió cuando Hugo Chávez asumió el poder y, más adelante, estas empresas perdieron aún más terreno como consecuencia del propio bloqueo estadounidense contra el país.
En la actualidad, los mercados petroleros mundiales son más estratégicos que nunca, y hay estudios geológicos que confirman que Venezuela tiene las reservas demostradas de petróleo más grandes del mundo, ¡incluso mayores que las de Arabia Saudita!
Estas reservas tienen una ventaja estratégica adicional: están a solo cuatro o cinco días de distancia de las refinerías estadounidenses, a diferencia de los casi 35 días desde el golfo Pérsico. Esto significa que el transporte marítimo es más económico y seguro, sobre todo considerando que Estados Unidos tiene alrededor de cuarenta bases militares vigilando el Caribe. Con tales ventajas en juego, no sorprende que la estatización de la industria petrolera y la reafirmación de la soberanía nacional por parte de la Revolución Bolivariana haya sido intolerable para Washington.
Estados Unidos ha tratado de quebrantar a Venezuela por todos los medios imaginables: Las guarimbas de 2014 y 2017; las medidas coercitivas unilaterales que han asesinado a decenas de miles; la farsa llamada “Juan Guiadó” —una farsa célebre solo por lo absurda—, pero que permitió el robo de activos venezolanos como Citgo; y, ahora, el vergonzoso Premio Nobel de la Paz para María Corina Machado, una figura estrechamente asociada a la violencia política.
Tras el fracaso en todos estos frentes, ahora Washington recurre a las opciones militares. No obstante, también estas son extremadamente complejas. Cuando Estados Unidos invadió Panamá en 1989 para derrocar a Noriega, desplegó a 26 000 infantes de marina, e igual les llevó un mes tomar el control de la Ciudad de Panamá.
La idea de invadir Venezuela es pura fantasía, y es probable que los estrategas estadounidenses lo sepan. Aún así, Washington podría implementar una estrategia “al estilo israelí”: atacar infraestructuras clave, como la Represa del Guri, refinerías o aeropuertos, infligiendo daños enormes. Sin embargo, este método también tiene sus límites. Si Estados Unidos pretende incautar el petróleo venezolano, no puede destruir toda la infraestructura energética del país en el proceso.
La situación es peligrosa en especial por la inestabilidad y la imprudencia de Trump. Sus crisis tanto personales como legales —incluyendo su documentado vínculo con Jeffrey Epstein— han erosionado la confianza en él incluso entre los republicanos.
Dadas las circunstancias, Venezuela tiene la obligación de hacer un llamado a la solidaridad internacional y a la acción política decisiva. En particular, a China le convendría desplegar su propia flota alrededor de Taiwán sin disparar una sola bala en respuesta a la escalada naval estadounidense en el Caribe. Semejante jugada tendría la capacidad de enviar un mensaje inconfundible: la agresión acarrea consecuencias. Si Washington ataca a Venezuela hoy, hará lo mismo con China al día siguiente. Por lo tanto, una demostración preventiva es indispensable, tanto para la seguridad de China como para la de Venezuela.
¿Qué tan relevante es el legado de Hugo Chávez en estos tiempos de agresión imperialista?
Chávez es una figura extraordinaria en la historia contemporánea, no solo de Venezuela, sino de nuestro continente y el mundo. Logró revivir el legado bolivariano y la visión emancipadora de los movimientos independentistas de América Latina. Además, restauró los principios de soberanía nacional y autodeterminación en un momento en que habían sido gravemente mancillados.
La educación política del pueblo venezolano fue uno de sus más grandes logros, llevado a cabo no sólo a través de Aló Presidente, sino también a través de incontables intervenciones públicas y, sobre todo, con el ejemplo. Esto ayuda a explicar por qué fue tan masiva la respuesta del pueblo al reciente llamado al alistamiento voluntario en la Milicia Bolivariana. Nunca es fácil pedirle a la gente que arriesgue la vida por su país, pero Chávez —y ahora el Presidente Maduro— han tenido éxito debido a que el Comandante plantó una semilla que se arraigó profundamente en la idea de la Patria Bonita: un país amado y con dignidad.
Ahora es nuestro deber hacer todo lo posible para frustrar la ofensiva imperialista contra el suelo venezolano. La situación no solo es peligrosa para Venezuela, sino para el continente entero y, en definitiva, para el mundo. La designación de Pete Hegseth como secretario de Defensa de Estados Unidos aumenta el peligro por su total incompetencia: es una persona sin experiencia en el campo de batalla y un personaje con antecedentes de racismo y misoginia.
No es una coincidencia que el almirante Alvin Holsey, un profesional militar experimentado, haya renunciado como jefe del Comando Sur de Estados Unidos (SOUTHCOM, por su sigla en inglés) después de ver lo que planeaban. Gracias a la disposición, las alianzas y las conexiones globales de Venezuela, el país dista de quedar aislado. Tiene relaciones internacionales contundentes. Por estas razones, creo que aún es posible evitar el peor acontecimiento. No obstante, si atacan a Venezuela, una cosa es segura: habrá unión y voluntad para defender la Patria.