El “malestar social” –aunque otrxs prefieran “disturbios y saqueos”, “saqueos de alimentos”, o “insurrección”– ha asolado a Sudáfrica desde principios de julio. Esto ha desestabilizado a una nación ya inestable. Y como en todos los momentos decisivos de Sudáfrica, nuestras fallas históricas han vuelto a salir a la luz. Divisiones raciales y étnicas, antagonismos de clase, xenofobia, cuestiones de la violencia y su uso. Estas son algunas de las heridas que nunca han sido tratadas. Durante las décadas pasadas, las hemos cubierto con vendas patrióticas, eslóganes de unidad y actos superficiales de una conciencia nacional compartida. Pero las heridas se han vuelto a abrir, y mientras el país sangra, la podredumbre está a la vista de todxs. Momentos fugaces relatan una historia incompleta pero trágica de la realidad que se desarrolla en nuestro país.
Las comunidades empobrecidas con escasas perspectivas, se regocijan cuando salen de los grandes almacenes con comida y recursos esenciales robados. Se ve a mujeres ancianas tomando medicamentos que no podrían costear de otra manera. Un padre sale de un almacén con pañales para su niñx. Las familias que han tenido dificultades para comer a diario, de repente tienen comida para un mes.
En otro lugar, en la comunidad históricamente india de Phoenix, un anciano es rodeado por personas de un asentamiento informal cercano. Le ordenan entregar su casa o, de lo contrario, se enfrentará a ataques contra su familia en plena noche. Por la noche, los tiroteos cobran vidas mientras las balas perdidas destruyen hogares de familias.
"Justicierxs" armadxs, indixs y blancxs, circulan disparando a lxs africanxs que suponen son saqueadorxs. Cazándoles mientras graban videos violentos, golpeándoles con sjamboks mientras ruegan por su vida.
Estos videos son compartidos y vistos repetidamente a través de las redes sociales, espectadorxs con carga racial salivan con una sensación carnal de placer mientras un grupo racial ve al otro sufrir y sangrar.
Al menos 15 personas son asesinadas por miembros armadxs de la comunidad de Phoenix. Bloquean los caminos de acceso a la comunidad, haciendo perfiles raciales de las personas, impidiéndoles el acceso a supermercados en funcionamiento. Cuerpos sin vida son encontrados en medio de la noche. #PhoenixMassacre es tendencia en Twitter, haciéndose eco del asco e indignación que suscita el sentimiento anti-negro de la comunidad india de Sudáfrica.
El hogar de Thapelo Mohapi, el vocero de Abahlali BaseMjondolo, el movimiento de habitantes de chozas en KwaZulu-Natal que salvaguarda los intereses de la clase trabajadora, fue quemado el miércoles en la mañana. Mohapi, como la mayoría en Abahlali, se opone abiertamente a la corrupción de la ANC y a la violencia política en el país, siendo lxs miembros de Abahlali a menudo objeto de asesinatos políticos.
Chozas quemadas en respuesta a los saqueos. Informes de ataques xenófobos por parte de lxs saqueadorxs. Familias aterradas mientras los disparos rompen sus ventanas. Pequeñas tiendas comunales quemadas. Bancos de sangre y clínicas saqueadas. Los alimentos esenciales escasean, las gasolineras cierran.
La emoción de la gente obteniendo acceso a televisores costosos, muebles, alcohol y productos básicos a los cuales no podrían acceder de otra manera. Porque sabemos que en Sudáfrica que las cosas buenas están reservadas para una minoría –y hay que tener mucha suerte y talento, o mucha astucia y contactos, para escapar del ciclo de pobreza.
Este es el status quo de nuestro país neocolonial, violento y dividido. Cada fotografía de los disturbios revela una nueva capa de una tragedia con la que todxs estamos demasiado familiarizadxs pero para la que no hemos hecho ningún esfuerzo material sustancial para abordar hasta este momento. Y ahora, la podredumbre en nuestra herida abierta se ha vuelto séptica.
En medio de todo este desastre y complejidad, muchxs ahora se encuentran tratando de dar sentido a su posición con respecto a estos disturbios –con la máscara de una conciencia nacional compartida siendo brutalmente removida– algunxs que pensaban que entendían sus posturas políticas están teniendo que reconsiderar su postura después de ser arrojadxs a una situación violenta donde las percepciones raciales y de clase predeterminan la posición que tendrán.
Una pregunta fundamental en la mente de las personas es ¿quién es responsable por los eventos que se están desarrollando? ¿Cuánto de esto es orquestado como parte de la campaña #FreeZuma que desencadenó este momento con la detención del ex-presidente Zuma, y cuánto es simplemente un desbordamiento de la desesperada situación en la que se encuentran la mayoría de lxs sudafricanxs. La realidad es, desde luego, compleja. Los informes de activistas en el terreno y de observadorxs indican que los disturbios estén probablemente compuestos por distintos factores.
Se cree que algunxs son agentes políticxs de la facción del Congreso Nacional Africano (ANC) que apoyan a Zuma, que usan el caos para librar su batalla contra el presidente Cyril Ramaphosa. Se sabe que estxs agentes organizaron las protestas iniciales y algunxs analistas creen que siguen financiando el transporte para lxs manifestantes y operando tras bambalinas para paralizar la economía local. Algunxs ahora atribuyen a este terror orquestado la quema selectiva de centros de distribución, fábricas, torres de comunicación y camiones clave.
Otrxs involucradxs no están ligadxs políticamente a una agenda faccional del ANC o desean desestabilizar el país. Están ahí porque el momento le ha brindado a las familias el acceso a los alimentos bajo circunstancias preocupantes y la oportunidad de alivio temporal del lastre de la pobreza. Se podría decir que su situación está siendo manipulada a propósito por agendas políticas, pero la realidad material de su situación no es menos real. Individuos de organizaciones reconocidas de la clase trabajadora que son fuertemente anti ANC en todos sus aspectos informaron que han participado en los saqueos, ya que el momento permitía una ayuda muy necesaria a comunidades en dificultades.
Y, por supuesto, como con cualquier reunión en masa, hay aquellxs que son simplemente criminales que usan el momento con intenciones maliciosas, movidxs por rencores pasados y presentes, buscando imponer el poder y el miedo en aquellxs a quienes ven como “lxs otrxs”.
Sin embargo, esos sentimientos maliciosos existen tanto en los "bandos" de lxs alborotadorxs como en los que responden a ellos. Toda persona tiene el derecho de defenderse a sí misma, a su familia y a su propiedad personal de daños causados por fuerzas malintencionadas. Pero gran parte de esta defensa y protección de lo querido se ha transformado en antiguos deseos de lastimar, deshumanizar y matar a quienes se consideran “lxs otrxs”. ¿Cuánta de nuestra violencia en nombre de la defensa tiene raíz en la podredumbre histórica que hemos dejado desatendida del colonialismo, el apartheid y un mundo que odia a la gente pobre?
Muchxs apoyan la posición del presidente Cyril Ramaphosa de desplegar el ejército para apaciguar los disturbios, saqueos, y violencia. Piden una respuesta armada, militar y posiblemente letal.
Parte de este razonamiento es en respuesta a las señales de orquestación y movilización de las fuerzas políticas pro-Zuma. Dado que algunas de las acciones muestran señales de ser huelgas organizadas y dirigidas, no cederán orgánicamente, por lo que sería necesario el uso de la inteligencia y la fuerza organizada para intervenir. Este movimiento táctico actúa en apoyo del presidente Cyril Ramaphosa y de preservar el actual status quo de Sudáfrica.
La otra razón es que el conflicto racial entre comunidades ha alcanzado niveles tan altos que muchxs temen que se vuelva un eco de los Disturbios de Durban de 1949. Con justicierxs armadxs que promueven la destrucción, los perfiles raciales y asesinatos violentos de aquellxs a quienes consideran “saqueadorxs” –y los ciclos de venganza en respuesta que esto abre– no puede existir un camino que no lleve a más muertes.Y ahora, no hay ningún Steve Bantu Biku ni su querido amigo Stini Moodley que nos lleven de regreso por el camino hacia una faceta más humana.
Sin embargo, aún ante este vacío de liderazgo, la intervención militar es miope, anacrónica y temporal, en el mejor de los casos. Todas las heridas están ahora abiertas y el ejército no puede sanar, solo reprimir.
En última instancia, la escala e intensidad de estos disturbios tiene muy poco que ver con luchas políticas internas del ANC y las tensiones entre comunidades no podrían incendiarse si nos hubieran ya tensiones sin resolver. Las condiciones materiales de Sudáfrica indican que está ya madura para una revuelta política masiva desde hace años. Con el recorte de subsidios durante el confinamiento, un desempleo juvenil de más del 70 por ciento, la prestación de servicios desastrosa o inexistente, la confianza en el gobierno, en los medios y en los partidos políticos en un bajo histórico, parece haber poca esperanza para lxs sudafricanxs en el lado equivocado de la línea de pobreza –y muy poco que perder.
Ya sea una conspiración orquestada por agendas políticas perversas, unx estudiante arrojando excremento en una estatua colonial o un incremento en los precios del pan, como se vio en América del Sur, una chispa es todo lo que se necesita para incendiar a un pueblo desesperado.
El mejor escenario con la intervención militar esta vez es una mayor represión de las frustraciones materiales de las personas. Si la gente muere, la situación se inflama aún más. Cuando salte la siguiente chispa, los disturbios estarán más organizados, con la memoria viva de las injusticias de este momento. Y si no son organizados por nuestra izquierda disfuncional, serán dirigidos por fuerzas reaccionarias. Lo más peligroso de todo es que, como en otros ejemplos de la historia, a medida que las fuerzas militares desempeñan un mayor papel en la vigilancia interna de un país, más se acostumbran a ejercer el poder sobre sobre su población, y lxs autócratas ambiciosxs escalan los rangos de la cadena de mando militar.
Con la intervención militar, se admite que la violencia y la muerte que serán ejercidas sobre la población de la clase trabajadora valen la pena para regresar a la anormal normalidad de Sudáfrica. La violencia de este momento simplemente se transfiere a aquellxs que la ejercían silenciosamente hace una semana.
La represión y la imposición militar de un status quo violento no son la respuesta. Las condiciones materiales deben cambiar, la gente debe ser alimentada, las garantías deben ser devueltas y nuestras heridas sépticas que han estado abiertas por siglos necesitan atención urgente.
Si no se hace justicia material y no se invierte en reparar generaciones de daño causado en nosotrxs –y por nosotrxs– la podredumbre de nuestras heridas nos superará. Y nos convertiremos en la podredumbre.
Mohammed Jameel Abdulla trabaja en el Centro Tshisimani para la Educación Activista, en Ciudad del Cabo como especialista en redes sociales, creador de contenido y educador de activismo digital.