“Recuperar los recursos desde siempre usurpados, equivale a recuperar el destino”. Esta pareciera ser la conclusión de Allende, retomando las reflexiones del escritor de la Patria Grande, Eduardo Galeano. En el devenir del aprovechamiento de los recursos naturales de América Latina por parte de manos extranjeras aparece la impronta de la Doctrina Monroe que cumple este 2 de diciembre doscientos años de obstrucción de la autodeterminación de nuestros pueblos.
En la actual coyuntura de intensa disputa global es fundamental entender la perspectiva histórica y la matriz geopolítica de Estados Unidos hacia el resto del continente americano que despectivamente ha considerado su “patio trasero” y diplomáticamente el “hemisferio occidental”.
Ese “dogma” de Washington que es la mencionada “Doctrina” se yergue como uno de los principales obstáculos para las posibilidades de emancipación e integración regional. Se manifiesta a lo largo de los años en distintas permutaciones intervencionistas. Así funcionó el corolario de Theodore Roosevelt que denominó “The Big Stick” o “El Gran Garrote”. Así fue aplicada la política de Contención del Comunismo que se manifestó en la Doctrina de Seguridad Nacional y del enemigo interno, mantra de la contrainsurgencia. Así se aplicó la Operación Condor que produjo su terrorífico reguero de cadáveres y el Golpe contra Allende. Todavía hoy persiste con la aplicación del lawfare o guerra jurídica y mediática que ha sacado de sus gobiernos a diez mandatarios progresistas democráticamente elegidos e impedido la elección de tres más y contando. Todas estas políticas son expresiones de un monroísmo persistente en constante desarrollo.
El gran reto de la comunidad progresista latinoamericana consiste en repensarnos en el espíritu del bolivarismo, de una integración política autónoma, sin la tutoría de los Estados Unidos, para poner en práctica una relación horizontal, no subordinada, con el gigante del norte. Esta constituye una tarea intelectual y política fundamental e inaplazable, en una época de profundas transformaciones geopolíticas, entre las que destacan el declive relativo de la hegemonía estadounidense y el ascenso del Asia-Indo-Pacífica, con China a la cabeza, reconfigurando un mundo más multipolar, en el que América Latina y el Caribe son un área cada vez más disputada.
En ese sentido, el sueño común de la Liga de Naciones de Bolívar, de “Nuestra América” de Martí (Cuba), la “Patria Grande” de Ugarte (Argentina), “Indoamérica” de Haya de la Torre (Perú) o “Iberoamérica” de José Vasconcelos (México) o el Estado Continental Suramericano propuesto por Perón (Argentina) ha sido la contracara del proyecto planteado por Monroe. El sueño unificador cobra hoy total vigencia si se quiere avanzar en la construcción de una estrategia continental tendiente a ampliar la autonomía regional y defender la soberanía nacional, constituyendo un bloque supranacional Sur Caribe que pise fuerte en el contexto internacional, en función de revertir las asimetrías históricas que padecen nuestros pueblos.
En ese contexto, la obra de gobierno y el heroico sacrificio que Allende heredó a los pueblos de América Latina representa un legado extraordinario, sin el cual es imposible comprender el camino que a finales del siglo pasado comenzarían a recorrer los pueblos de estas latitudes y que culminara con la derrota del principal proyecto geopolítico y estratégico de Estados Unidos para la región, el ALCA, en Mar del Plata en el año 2005.
Allende fue el gran precursor del ciclo de izquierda y progresista que conmovió a casi toda la América al sur del Río Grande desde comienzos de este siglo. Fue también un antiimperialista sin fisuras y un amigo incondicional de la Revolución cubana cuando tal cosa equivalía a un suicidio político y lo convertía en carne de cañón para el sicariato mediático teledirigido desde Estados Unidos. Pero Allende, un hombre de una integridad personal y política ejemplares, se sobrepuso a tan adversas condiciones y abrió esa brecha que conduciría a las “grandes alamedas” por donde marcharían las mujeres y hombres libres de Nuestra América, pagando con su vida la lealtad a las grandes banderas del socialismo, la democracia y el antiimperialismo.
El Presidente Allende estuvo en mi país en agosto de 1971 y aceptó la invitación de mi padre, entonces Gran Maestro, a hablar en la Gran Logia de Colombia. En las palabras dirigidas a sus hermanos masones les interrogaba: “¿Hasta cuándo no vamos a ver nosotros que tenemos derecho a trazar nuestro propio camino, a recorrer nuestro propio sendero, a tomar las banderas libertarias de los próceres de este continente para convertirlas en realidad, porque esa es la tarea que nos entregaron?”
Allí recordó que, con espíritu idealista, ingresó de joven a la Logia Masónica Progreso No. 4 de Valparaíso y posteriormente alternó su apostolado de médico con la acción política en la que se propuso: “abrir un surco, sembrar una semilla, regarla con el ejemplo de una vida esforzada para que algún día diera su fruto esta siembra, no para mí, sino para mi pueblo, para el de mi Patria, que necesita una existencia distinta”.
Ese surco que abrió Allende con su sacrificio constituye fuente de inspiración para que la América Sur Caribe más temprano que tarde encuentre respuestas a sus tropiezos, dilemas y encrucijadas en un acto de creación que debe convertirse en una decisión inequívoca de integración soberana que le permita recorrer el camino trazado por Bolívar, hasta ahora frustrado por las imposiciones del Norte, pero también por nuestra propia desunión. Cuando la izquierda se une, avanza; cuando se muestra sectaria se dispersa y retrocede, sin capacidad de pensar un frente más amplio. Para la integración se requiere que seamos gobierno no en uno sino en todos nuestros países. No hay tarea más urgente. Sin una integración integralmente política y no meramente comercial, seguiremos siendo repúblicas vasallas.