La historia da testimonio de una verdad universal: la inauguración del futuro colonial comienza con la eliminación del pasado indígena. En marzo de 2023, como parte de una reestructuración federal del Estado nepalí, el gobierno provincial de la “Provincia Nº 1” del este de Nepal, que aún no tenía un nombre, tomó la decisión parlamentaria de nombrar a la provincia “Koshi”.
Los indígenas Kirat, sobre todo las comunidades étnicas Rai y Limbu, rechazaron el nombre por varios motivos importantes. En primer lugar, debido a los orígenes mitológicos arraigados en el hinduismo, el nombre “Koshi” no representa ni la historia ni el patrimonio del territorio geográfico. En segundo lugar, el gobierno de turno había aprovechado engañosamente su ventaja electoral en el parlamento provincial para eludir los debates necesarios en torno a algo tan histórico como el nombre de una provincia. Al hacer esto, habría incumplido las promesas realizadas a los pueblos indígenas durante el período electoral.
Así nació el movimiento indígena contra la denominación Koshi, que fue insignificante para el Estado en sus fases iniciales, pero adquirió mayor protagonismo tras un resultado por encima de lo esperado en una reciente elección parcial en uno de los distritos más importantes del este de Nepal.
El núcleo de este movimiento en curso se centra en el reclamo del derecho a nombrar al territorio y la tierra acorde a las pretensiones propias. Dicho de otro modo, el movimiento ha dicho “¡Basta!”; basta de borrar y reemplazar los nombres indígenas de lugares, paisajes, ríos, bosques, cementerios, colinas y rocas por nombres hindúes como una forma primaria y preliminar de dominación y control neocolonial. El resurgimiento del movimiento contra la denominación Koshi es persistente e implacable, no violento, pero tampoco es pacífico, y está cargado de la creatividad necesaria para lidiar con la incertidumbre.
Un grupo heterogéneo de activistas y antropólogxs, arquitectxs, geógrafxs, fotógrafxs y escritorxs, muchos de nosotrxs de origen indígena, emprendimos un viaje por el este nepalí para documentar el resurgimiento del movimiento indígena en un espíritu de solidaridad crítica. En el viaje, cruzamos por muchos ríos y sus afluentes, montículos montañosos y cementerios, estanques y bosques. Hablamos con jóvenes estudiantes y activistas, líderes políticos e historiadorxs locales, migrantes que regresan y agricultorxs que nunca se fueron. A través de sus declaraciones, nos hemos encontrado cara a cara con historias, relatos y anécdotas relacionadas con los vínculos sagrados que la gente de estas zonas ha compartido históricamente con la naturaleza.
Es por ello que, al eliminar sus nombres, no se pierde solo la denominación. Recordar y olvidar son herramientas poderosas para ejercer dominación y control. Los nuevos nombres eliminan las pisadas antiguas. Y cuando ya no se recuerda el pasado, lo que se pierde es la legitimidad necesaria para hacer reclamos sobre el presente. A su vez, lo que finalmente se arrebata, secuestrado a plena luz del día, es el poder de trazar un futuro.
Durante el viaje, cada día dejaba una impresión muy clara: tras una década de inactividad, el movimiento indígena en el este de Nepal ha vuelto a estar a la vanguardia. Y recuperar los nombres (del agua, del bosque y de la tierra) que se habían perdido, o que habían sido robados, borrados o eliminados, de manera encubierta o por la fuerza, fue la primera batalla y la primera victoria en esta guerra de desgaste permanente por recuperar el poder.
En poco más de un año, el movimiento contra la denominación Koshi ha cobrado vida propia. En los municipios y distritos se han formado “comités de lucha” —una red federada de diferentes colectivos de pueblos indígenas. Durante este tiempo, la frase “No a la denominación Koshi” se ha convertido en un discurso dinámico, lo suficientemente potente como para impulsar conversaciones en las tiendas de té y las mesas de comedores, e inspirar acciones mediante asambleas públicas y seminarios abiertos. Estas acciones que se expanden horizontalmente por los pueblos y aldeas resisten las invasiones de tierras indígenas impulsadas por el Estado y el mercado, tales como la construcción de estanques tradicionales en nombre de la conservación y el embellecimiento; la creación de parques sobre cementerios indígenas para supuestamente conmemorar a políticos fallecidos hace mucho tiempo con quienes la gente del lugar no se identifica; y la superposición de nombres hindúes sobre los nombres indígenas para borrar los rastros que conectaban a las comunidades indígenas con su ascendencia y herencia, entre otros casos.
Todo esto significa lo siguiente: el movimiento contra la denominación Koshi, inicialmente un movimiento formado para rechazar el nombre “Koshi”, ha mutado por completo en un potente semillero de contrapolítica desde las bases con el fin de resistirse de manera proactiva y creativa a la eliminación de la indigeneidad en nombre del embellecimiento, la preservación, la conmemoración y, lo más importante, el “desarrollo”; ante este último, en la forma de un movimiento anticapitalista llamado No al teleférico.
Liderado por jóvenes indígenas manifestantes de primera línea y líderes del movimiento contra la denominación Koshi, el movimiento No al teleférico es una oposición enfocada en la defensa de lo que la comunidad indígena Limbu considera como paisajes sagrados y tierras ancestrales: una zona ecológica montañosa rica en biodiversidad y con una economía local, sobre la cual un magnate empresarial con sede en Katmandú desea construir un teleférico, amenazando así con borrar tanto el ecosistema montañoso, incluyendo su economía local en el proceso.
En la madrugada del 13 de mayo de 2024, el alcalde del municipio de Phungling, donde se concentra el movimiento contra la denominación Koshi, envió a su gente a las colinas para talar árboles. Los activistas que custodiaban el territorio desde un pequeño asentamiento en las crestas se enteraron, saltaron de sus camas, treparon la colina, se abrieron paso a través del amanecer y la espesura de los árboles y pronto se encontraron con unos cien individuos que cortaban los árboles con motosierras. En medio del enfrentamiento que surgió, lograron ahuyentar a los taladores, pero el daño ya estaba hecho. Cientos de árboles de más de mil años de antigüedad habían caído.
La tala de árboles de forma militante no fue un enfrentamiento aislado. Exactamente dos meses antes de esta arremetida contra los árboles, el 13 de marzo, un batallón de la Fuerza de Policía Armada (FPA) intentó atravesar la cadena humana formada por activistas en la base de Mukkumlung. Lxs activistas, encabezadxs por Shree Linkhim, un joven de unos 30 años que lidera el movimiento del Comité de Lucha de Mukkumlung, lograron que la FPA se retire y finalmente retorne por la carretera hasta su cuartel. “Estuvo cerca. Para que el enfrentamiento se tornase violento en toda su expresión, solo hacía falta que uno de nosotros o ellos perdiera la cabeza”, comentó Shree el día después del incidente cuando nos reunimos. Nadie perdió la cabeza.
Los árboles habían sido talados para dar paso a la construcción de un teleférico dirigido por una empresa privada en la cima de Mukkumlung, una exuberante montaña verde rica en biodiversidad; hogar de animales en peligro de extinción como el panda rojo y el leopardo de las nieves; llena de árboles, principalmente rododendros, la flor nacional de Nepal, y un paisaje sagrado para la comunidad limbu.
La comunidad limbu celebra el Mundhum, una tradición oral de narración de historias y representaciones sobre la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Según el Mundhum, dicho vínculo debe cuidarse mediante un acto equilibrado entre la justicia y la dignidad —un equilibrio necesario para llegar a Cholung—, una utopía. Mukkumlung, una frase limbu que significa “centro de poder”, es conocida popularmente por devotos hindúes como Pathibhara, la diosa hindú que con el tiempo ha desplazado a Mukkumlung del lenguaje popular. Este fue el comienzo del genocidio cultural.
La creación en 1996 por parte del Estado del “Comité de Desarrollo del Área de Pathibhara” y su revisión en 2018 permitieron la intrusión en el territorio indígena de proyectos con fines de lucro privados tales como el teleférico, lo cual agudizó la desaparición de la indigenidad. Además, este proyecto está dirigido por el multimillonario nepalí Chandra Prasad Dhakal, quien posee un banco privado nacional, otra empresa de teleféricos en funcionamiento y es el presidente de la Federación de Cámaras de Comercio e Industrias de Nepal (FNCCI). Él es quien ahora tiene la mirada sobre Mukkumlung para multiplicar sus ganancias.
La comunidad indígena, pequeñas empresas locales y quienes atienden las necesidades del turismo y peregrinaje se resisten al “Proyecto del Teleférico de Pathibhara” por algunas razones importantes: se impone desde arriba sin ninguna consulta con la comunidad local; destruirá la biodiversidad (ya que necesita más de 13 acres de tierra forestal y más de 10.000 árboles); desmantelará la economía local (más de 700 transportistas locales y casi 30 pequeñas empresas locales); desplazará las comunidades locales (casi 1.700 hogares); y destruirá la historia y el patrimonio del lugar.
En respuesta a la tala, quienes protestaban plantaron 30.000 árboles para reemplazar los caídos, reservando un mes entero para la plantación. A través de las redes sociales, se hizo una convocatoria a nivel nacional y la gente acudió desde todas partes, incluidas muchas personas de Katmandú. Quienes no pudieron asistir enviaron arroz, verduras y otros ingredientes necesarios para que la actividad durara un mes. Junto a la plantación, se realizaron rituales culturales después del Mundhum pidiendo perdón a la naturaleza. Respecto a la resistencia en curso, un erudito de Limbu afirmó: "No hay movimiento sin el Mundhum". Con esto, al defender la naturaleza, que está inextricablemente conectada con la cultura, muy probablemente quiso referirse tanto a la represalia contra el creciente ataque neoliberal al paisaje sagrado como a la creatividad en la defensa de la naturaleza, la cual está ligada a la cultura.
Los pueblos indígenas exigen lo siguiente: la anulación del “Comité de Desarrollo del Área de Pathibhara”; la formación del “Comité de Desarrollo del Área de Mukkumlung”, que represente a las comunidades indígenas y personas locales; y la creación de un modelo de desarrollo para Mukkumlung basado en la filosofía del Mundhum, así como en otras áreas de conocimiento, culturas y economías locales no indígenas. En otras palabras, la búsqueda de una perspectiva que fusione la filosofía indígena con la ideología anticapitalista.
Este impulso está generando nuevas redes de solidaridad que ayudan al movimiento a crecer en direcciones creativas.
A principios de septiembre de 2024, Yakthung Cho Sanjumbho, un colectivo indígena de artes plásticas y escénicas de Nepal, empacó sus pertenencias para viajar a las colinas orientales, llegó al final de la carretera y caminó por el sendero para subir a la cima de Mukkumlung junto a otros colectivos de activistas e investigadores. El objetivo era realizar pinturas para manifestar una protesta contra el teleférico.
En la cima de la montaña, pasando nuevamente por el sendero a través de los bosques y por las zonas donde nuevos árboles estaban creciendo para llenar el vacío dejado por la tala, y mientras estaban estacionados en el bazar montañoso de Phungling, los artistas pasaron los siguientes días terminando sus pinturas.
Lxs habitantes del bazar y de pueblos aledaños se reunieron a primera hora de la mañana del miércoles. Como caballetes andantes, lxs manifestantes llevaban las pinturas realizadas por lxs artistas: de su montaña y del bosque, e ilustraciones, algunas metafóricas y otras realistas, del teleférico devorando la montaña y el bosque. Las pinturas estaban a la vista de la audiencia: comerciantes, transeúntes, policías de servicio, personal de oficina en su hora de almuerzo, estudiantes de la escuela, etc.
Como parte del proyecto creativo, lxs artistas también elaboraron un teleférico de juguete. Cuatro manifestantes se ofrecieron a llevar el teleférico colgado de cañas de bambú a ambos lados, como si fuera una procesión fúnebre. Hacia el final de la protesta, la manifestación formó un círculo en una plaza del pueblo y las pinturas se exhibieron en el centro del círculo para que la gente del lugar las contemple. Pasado el ritual funerario del Mundhum, el teleférico fue incendiado y un chamán cantó la última canción de la muerte mientras pisoteaba fervientemente la parte superior de la sección de la plaza en la que yacían los últimos restos del teleférico. Una vista tan cautivadora de contemplar que incluso la policía encargada de controlar la protesta fue vista con la boca abierta capturando con sus teléfonos inteligentes el desarrollo de la danza de la muerte. Entonces llovió. Parecía un momento perfecto.
Liderar un movimiento no es fácil y tampoco es sencillo cuando al otro lado de las líneas de batalla lxs actorxs del poder han unido sus fuerzas: el ambicioso multimillonario impulsado por un capital financiero ilimitado; el alcalde aberrante junto a sus aduladores militantes, la oficina de administración del distrito respaldada por una burocracia anacrónica; y sobre todo, los estados centrales y provinciales, históricamente dirigidos por hombres hindúes de casta superior, empeñados en inscribir sus nombres en la geografía indígena —y por tanto su cultura y cartografía— como una herramienta necesaria para continuar y profundizar la dominación y el control neocoloniales.
Si se mide en términos de influencia política y capital financiero, existe un abismo entre lxs capitalistas clientelistas y el movimiento indígena. Pero los movimientos se basan en algo mucho más intangible e inconmensurable: la determinación silenciosa de la gente y su inquebrantable resiliencia encarnada en la montaña misma que defienden: la tierra ancestral y el paisaje sagrado. Dicho esto, no está permitido bajar la guardia ya que, en un abrir y cerrar de ojos, la maquinaria del capitalismo clientelista podría atacar nuevamente para desmantelar la línea de defensa indígena, derribar mil árboles más o, quién sabe, algo más siniestro y violento que aún está por desarrollarse.
Le pregunté a Shree cuánto tiempo podría durar el movimiento, dado el tamaño del adversario en cuestión. Dirigiendo una mirada pensativa al espacio que había entre nuestras respectivas sillas, a unos sesenta centímetros, Shree levantó lentamente las cejas para mirarme y habló en un tono que parecía combinar confianza y humildad, sin dramatismo ni retórica, firme pero amable: “Hermano, nací para esto”.
El trabajo del Dr. Sabin Ninglekhu abarca las áreas de la planificación urbana y los movimientos sociales/indígenas. Actualmente, dirige un proyecto internacional de investigación titulado “El patrimonio como construcción de espacios: las políticas de borrado y la solidaridad en el sur de Asia” que se enfoca en ciudades de India y Nepal. La monografía del Dr. Ninglekhu, titulada Vidas posteriores a la revolución: suburbios, patrimonio y ciudad cotidiana, será publicada por la Editorial Universitaria de Ámsterdam, Países Bajos.