El populismo climático y sus límites

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Aunque los últimos diez años de activismo en pro de la justicia climática han reinventado (reimaginado) la política ambiental global desde sus cimientos, no ha sido suficiente para detener la destrucción ecológica global provocada por el capitalismo. ¿Qué podemos aprender de los éxitos y fracasos de este enfoque?

La Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. La Cumbre de los Pueblos en Río+20. La Marcha de los Pueblos por el Clima. El Movimiento Popular por el Clima. En la última década se ha producido una renovación del activismo por la justicia climática, definido en menor medida por la urgencia que por una retórica política antisistémica que estuvo bastante ausente de los ambientalismos dominantes en el pasado reciente.

Dado su énfasis en el poder popular de la gente y su crítica inquebrantable a las elites y corporaciones globales, deberíamos considerar que algunas partes del movimiento contemporáneo por la justicia climática actúan con un género populista de retórica y movilización política de izquierda. Esta tendencia ha culminado en movimientos transnacionales para un Nuevo Acuerdo Verde desde 2018 hasta el presente. Una lectura optimista de la situación indicaría que tales movimientos nunca han estado más cerca de una transformación política global alineada con los principios de la justicia climática: la priorización de las comunidades de primera línea, de lxs trabajadorxs y lxs pobres. Un cínicx podría destacar la absoluta falta de acción política concreta acorde con estos supuestos cambios en la retórica y la estrategia. Al margen de la posición de cada persona, nos corresponde mirar hacia atrás y hacer un balance equilibrado de los últimos diez años. ¿Cuáles han sido las consecuencias de la orientación populista de izquierda de la política de justicia climática? ¿Qué lecciones estratégicas podemos extraer de los éxitos y fracasos de este movimiento?

Una breve historia del populismo climático

El populismo climático difiere notablemente de los enfoques tecnocráticos y orientados a la formulación de políticas sobre el cambio climático del pasado reciente. La estrategia ambientalista sin fines de lucro de los años noventa y principios de la década de 2000 se adaptó bien a las normas políticas del neoliberalismo de la Tercera Vía. Esta tendencia hacía hincapié en la creación de alianzas pragmáticas entre las instituciones de la clase dominante a fin de alcanzar un consenso sobre las prioridades del desarrollo sostenible. Analice la reunión anual de la CMNUCC, que reúne a actores "diversos" como Bill Gates, Alec Baldwin y Al Gore junto con líderes estatales y ONGs de gran envergadura para dilucidar los detalles de los acuerdos no vinculantes, progresivos y en gran parte impulsados por el mercado. El énfasis en alcanzar un consenso y en adherir a los instrumentos y objetivos científicos y técnicos significó que la política –entendida como desacuerdo antagónico– fue activamente excluida de la tendencia principal. Un ejemplo concreto de esta marginación puede constatarse en cada reunión anual de la Conferencia de las Partes, en la que el movimiento por la justicia climática estuvo confinado a una zona fuera del espacio oficial de la reunión.

La estrategia opositora con respecto a la justicia climática comenzó a cambiar después de los decepcionantes resultados del Acuerdo de Copenhague de la COP15 en 2009, que supuso un éxodo del clima internacional oficial hacia espacios paralelos de construcción de coaliciones como la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra de 2010 en Cochabamba, Bolivia. Tadzio Mueller ha argumentado que incluso este espacio se vio limitado por divisiones internas dentro de la izquierda populista latinoamericana en relación con el extractivismo y los derechos indígenas. En su momento, Mueller también señaló que "En el norte, desde donde se escribe este artículo, muchxs activistas (de la justicia) en materia de clima han tenido que enfrentarse al problema de que los marcos políticos centrados en el cambio climático luchan por generar una base de masas".

Junto con otrxs jóvenes activistas por la justicia climática en los Estados Unidos, en ese momento yo también me sentí en un punto muerto. Con el fracaso simultáneo del proyecto de ley Waxman-Markey de 2009 y las señales crecientes de que la administración Obama no representaba la ruptura progresista que muchxs de nosotrxs esperábamos, lxs activistas por la justicia climática comenzamos a reconsiderar cómo construir esa "base masiva". Renunciamos a la política y en su lugar intentamos construir mejores relaciones con y entre las comunidades de base que se encuentran en la "primera línea" de la extracción y el caos climático. Estos movimientos fueron liderados por naciones indígenas, trabajadorxs agrícolas migrantes, liberacionistas negrxs, pescadorxs costerxs, agricultorxs y rancherxs, y trabajadorxs de sindicatos industriales, más que por organizaciones sin fines de lucro (¡incluso de justicia ambiental!). Si bien el cambio climático puede ser un componente de sus análisis sobre las centrales eléctricas de carbón, los campos de fracturación hidraúlica y los oleoductos de arenas alquitranadas, más a menudo surgieron de las luchas cotidianas de la gente por el agua y el aire limpios en lo que lxs marxistas-feministas llaman el reino de la "reproducción social". Lo que hizo que estos movimientos fueran algo distinto de sus predecesores en las décadas anteriores de luchas por la justicia ambiental fue el deseo o la necesidad de coordinar y compartir estrategias a través de la diferencia y la distancia para construir un "nosotrxs más grande". Basándose en las repercusiones de la tradición populista agraria de los EE.UU., la retórica de fácil acceso de la democracia estadounidense, el lenguaje de los movimientos globales decoloniales y del poder negro, y en un nuevo "populismo multirracial", el nombre más frecuente para ese colectivo era "el pueblo".

¿En qué consiste un movimiento populista?

Una revisión de los últimos cinco años de análisis liberales puede dar la impresión de que "populismo" es un sinónimo de la derecha política antidemocrática. Este movimiento es en sí mismo un intento estratégico de equiparar y desacreditar simultáneamente todas las amenazas contra el centrismo liberal. Las críticas tradicionales de la izquierda al populismo (y al "pueblo" como sujeto) también han tendido a centrarse en el problema del etnonacionalismo. ¿No es "el pueblo" solo una palabra clave para la supremacía blanca contrapuesta a cualquier extranjerx corruptor de otra raza? No tiene sentido negar la existencia de los movimientos populistas de derecha y su uso de la retórica del "pueblo" de esta manera. Sin embargo, es posible una construcción más amplia del concepto "pueblo". El movimiento de justicia climática, por ejemplo, tiende a considerar que "el pueblo" es un sujeto global más que un proyecto nacional (aunque algunos aceptan las limitaciones del Estado-nación con demasiada facilidad). El enfoque de la izquierda latinoamericana sobre "el pueblo" también se resiste a la reducción etnonacionalista, construida por referencia a un poder constituyente del pueblo que supera al del Estado.

Sin embargo, el proyecto populista de izquierda de construir un sujeto no está exento de problemas. Una preocupación opuesta a la etnonacionalista es que "pueblo" puede ser un concepto demasiado amplio, que incluye a casi todo el mundo y dificulta la distinción entre camaradas y simples aliadxs, y la de estxs con enemigxs políticxs. Desde luego, esto puede ser preocupante, como cuando lxs nacionalistas y lxs capitalistas verdes intentan influir en los movimientos populares. Las reivindicaciones populistas pueden diluirse demasiado, perdiendo su orientación hacia una visión política específica (como el ecosocialismo) o hacia una estrategia (como la construcción de movimientos). Sin embargo, incluso aunque existan algunas zonas grises y desacuerdos dentro del movimiento por la justicia climática, está claro que existen culpables que la mayoría de nosotros reconocemos: las corporaciones de combustibles fósiles, lxs colonialistas verdes y quizás el capitalismo en general.

Podemos ver la amplia y rápida aceptación del Nuevo Acuerdo Verde (NAV) como resultado del éxito de la orientación populista. Aunque durante algún tiempo algunas versiones de un NAV circularon por el mundo de las políticas liberales, no fue hasta que grupos juveniles inteligentes como el Sunrise Movement (Movimiento Amanecer) hicieron del NAV parte de su plataforma, que esta visión reapareció en escena. Hoy en día, estos planes tienden a ser menos radicales de lo que pretenden; a menudo aparecen como una versión del "keynesianismo de auxilio vital". Sin embargo, su actual popularidad entre amplias franjas del campo del medio ambiente y de la izquierda por igual, representa un cambio masivo comparado con las débiles demandas del ciclo anterior de la política climática. Tal como ha sostenido Matthew Miles Goodrich, esto representa un cambio en el que "Tal vez paradójicamente, en un momento de crisis política, un enfoque político para luchar contra el cambio climático se ha convertido en una fuente de esperanza". Lo crucial de este nuevo enfoque politizado es el hecho de que lo asume un sujeto político distinto –las masas, las primeras líneas, la gente común– que presumiblemente no sólo exigiría el cambio a tercerxs institucionalizadxs, sino que en realidad ejercería el poder para lograr la visión del NAV.

Es absolutamente imprescindible que el movimiento por la justicia climática haya pasado de ser un "movimiento apolítico que se niega a comprometerse con los mecanismos básicos de poder", para retomar las palabras de Goodrich. Pero eso no nos ayuda a juzgar si la agonística estrategia política populista de izquierda es la mejor. Y aunque existen muchas críticas favorables (y muchas menos favorables) hacia el Nuevo Acuerdo Verde, la mayoría se ha centrado en el contenido de la demanda, más que en el sujeto que lo llevaría a cabo.

El sujeto del populismo climático

Las demandas y los sujetos están, por supuesto, vinculados: los sujetos no sólo preexisten en su articulación en los movimientos políticos, sino que son moldeados por ellos. Las demandas crean sujetos, sujetos incompletos y desgarrados en diferentes direcciones. Las reivindicaciones liberales se apoyan en los sujetos liberales y los reproducen: individuos libres, consumidorxs, propietarixs privadxs. Las reivindicaciones socialistas o antiimperialistas producen sujetos socialistas o antiimperialistas: sujetos que buscan la solidaridad y el compañerismo en nombre de la justicia. Las reivindicaciones ambientalistas crean sujetos ambientales. Las reivindicaciones populistas crean sujetos orientados a lo popular. ¿Cuáles son, entonces, los límites del impreciso tema del "pueblo" creado en el nuevo movimiento de justicia climática?

En primer lugar, aunque de alguna manera el populismo climático pudiera haber "popularizado" al NAV, está claro, incluso para la gran mayoría de sus partidarios, que esta popularidad es escasa. Ninguna de las estadísticas de las encuestas de apoyo puede sustituir a las acciones concretas de un movimiento de masas. En consecuencia, al igual que el populismo estadounidense de la década de 1890 o los intentos de Jesse Jackson en la década de 1980 de construir una Coalición Arco Iris, el populismo climático actual imagina que su pequeña coalición real alberga una coalición mucho mayor de la que realmente existe. Una consecuencia de la escasa popularidad es que nuestra retórica de aspiraciones no coincide con nuestras experiencias. Esto puede crear ansiedad en el movimiento y sospecha de autocrítica en cuanto a la estrategia, especialmente después de un movimiento prematuro de las calles a las urnas. Después de los fracasos, en lugar de practicar la autocrítica surge la confusión: ¿No se suponía que debíamos ser populares? Si la autocrítica se desplaza a otrxs, entonces no se aprenden las lecciones. Además, aunque sólo sea ligeramente popular, cualquier supuesto NAV probablemente excluirá los detalles clave que un NAV orientado a la justicia o al socialismo podría poner de relieve. ¿Ayuda transnacional incondicional a través del fondo de justicia climática? ¿Servicio de salud y libre circulación para todxs? ¿Derechos de veto de lxs indígenas sobre proyectos de energía limpia? ¿Quién o qué ocupará el primer lugar en la guillotina? En consecuencia, parece que el tema del populismo climático entiende de política, pero aún no de poder político. El populismo climático crea sujetos ligados a una fantasía de movilización de masas, pero sin el movimiento real para sostenerla.

En segundo lugar, la orientación hacia una imaginaria "masa popular" puede servir como acelerador de elementos más radicales y transgresores de tales movimientos. Descubrí que la orientación populista de algunas organizaciones antipopulares las llevó a oponerse activamente a lxs anarquistas y a lxs indígenas partidarios de la acción directa, que se consideraban una amenaza para la supuesta popularidad "propicia para familias" que buscaba el movimiento. En el interior, el movimiento se ve animado a orientarse hacia un sujeto que represente el mínimo común denominador, con un supuesto conjunto inmutable de intereses en la sociedad de consumo actual. Esto permite que haya espacio para que se desarrollen entendimientos particularmente perversos de la política climática. No está permitido imaginar y construir un mundo social radicalmente transformado, porque la gente normal nunca renunciaría voluntariamente a la satisfacción emocional de "las zapatillas de deporte, los juegos de Lego, las waffleras, los televisores de pantalla plana y los X-boxes". Así, el populismo climático crea sujetos que intentan ser populares. Esto crea problemas similares a los del "socialismo normal". Kate Doyle Griffiths escribe que a nivel cultural, el mandato hacia la normalidad desmiente una falta de confianza y refuerza una orientación no declarada hacia la heteronormatividad blanca euroamericana, mientras que a nivel político, sugiere "una afirmación de la política electoral, y específicamente las del Partido Demócrata, como el horizonte del movimiento socialista". En resumen, el tema del populismo climático permite que su imaginación se vea limitada por lo que cree que son las personas normales genéricas.

En tercer y último lugar, existe un problema relacionado con las diversas geografías de la base popular o masiva del populismo climático. Si realmente se trata de un movimiento por la justicia planetaria, el mundo material del proletariado global debe estar en el corazón de la lucha (de clases). Sin embargo, a pesar de las frecuentes aperturas hacia el Sur global y a la lucha de la clase trabajadora, con demasiada frecuencia el extremo populista del actual movimiento por la justicia climática suele hablar principalmente en nombre de esas masas. Las "naciones más oscuras" siguen apareciendo en el discurso del populismo climático como simples víctimas hacinadas del caos climático, las que con frecuencia se convierten en la figura del migrante o del refugiadx. También las visiones de un NAV norteamericano se configuran de forma desigual en función de la región, el paisaje y la historia. Si bien las críticas al capitalismo mundial y al colonialismo están cada vez más centralizadas debido, en gran parte, al liderazgo transnacional de las naciones indígenas, en otras arenas el populismo climático no le ha ido tan bien. ¿Cuántxs de nosotrxs estamos segurxs de que un NAV significa, por ejemplo, para las fronteras abiertas, la cancelación de las deudas mundiales, y un antimilitarismo y antiimperialismo transnacional? Un problema relacionado con esto es la sugerencia de que el NAV sería promulgado por un dudoso sujeto de "clase transversal". Es poco probable que una alianza con el capital o incluso con la clase media en los EE. UU. produzca una transformación exitosa en pos de la justicia climática. Así, el sujeto del populismo climático se imagina a sí mismo con más capacidad de la que tiene porque, en vez de construirse dentro del proletariado mundial, se representa a sí mismo .

Lxs mejores adherentes del NAV apuntan no a un conjunto histórico o contemporáneo de políticas asociadas al "Nuevo Acuerdo", sino a la lucha de masas que forzó su aprobación. El problema no es simplemente que el "Nuevo Acuerdo" tuviera ciertos efectos raciales no deseados (que ahora podemos corregir), sino que el "Acuerdo" era en sí mismo una capitulación y captación de la agitación más radical del momento. Y sin embargo, esta agitación radical es precisamente denunciada por los habitantes del populismo de izquierda. Para que la agitación y la lucha de las masas estén en nuestras mentes, los sujetos que creamos deben ser más transformadores de lo que "el pueblo" permite; esto significa dar espacio a las organizaciones –consejos, cuadros y organizaciones de ayuda mutua– que no siempre se relacionan con la movilización popular.

¿Qué hay que hacer?

Este análisis no es un llamado a volver a una posición en la que "disfrutemos de nuestra marginación", lo que algunas personas en la izquierda están felices de hacer. Por el contrario, se trata de ser realistas sobre el poder que el movimiento de justicia climática es actualmente capaz de ejercer, y en qué ámbitos puede ser realmente eficaz ese poder. Pareciera, por desgracia, que en Norteamérica el poder de la coalición del NAV está confinado –en gran medida– a las mismas esferas que el ciclo anterior: organizaciones sin fines de lucro, activistas autodefinidxs como tales, y una pequeña parte de los pueblos directamente afectados.

En muchos sentidos, el mandato de distanciamiento social debido a la crisis de Covid-19 hace que la organización política sea más difícil que nunca en este momento. Sin embargo, este intervalo puede ser útil para reevaluar el pasado reciente y prepararse para lo que parece ser una crisis económica planetaria singularmente avanzada; una crisis profundamente material y no meramente retórica. Es probable que a corto y mediano plazo se produzcan crisis de alimentos, de combustible y de liquidez, que casi con toda seguridad se experimentarán de manera desigual debido a la división mundial neocolonial del trabajo.

En un mundo con una crisis económica profunda, ¿será el Nuevo Acuerdo Verde un mero atavismo keynesiano de supervivencia, un aferramiento zombi a algo, a cualquier cosa? ¿Un plan de rescate del pueblo para renovar el crecimiento económico? ¿O podría emerger de manera tangible un nuevo movimiento popular en estos momentos de crisis?

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Authors
Kai Bosworth
Published
04.12.2020
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